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miércoles, 27 de junio de 2012

ESTE JUEVES UN RELATO: En los zapatos del otro


Solemos asumir lo que creemos la gente es según su apariencia, el entorno en donde se desenvuelven y los códigos que adoptan. No siempre es así. Más de una vez la realidad es otra y detrás de esa máscara que aparentamos resultan  ser otras muy diferentes las circunstancias que llevamos a cuestas. No siempre interpretamos correctamente a la hora de intentar ponernos en los zapatos del otro.

Ella:

Apenas cruzar la puerta de aquel antro se arrepintió de haberle hecho caso a sus amigas para acompañarlas en lo que ellas llamaban una noche alocada. No era su costumbre. Todo lo contrario. Habitualmente  en sus salidas solía limitarse a comer algo, ir al cine o caminar un rato mirando vidrieras o simplemente pasear en solitario. Pero ese viernes fue distinto, no pudo encontrar el pretexto para negarse a tal invitación –ya había utilizado las mil excusas que no podía repetir- Se propuso entonces, pese a no hallarse cómoda, seguir el ritmo de lo que le marcaban sus amigas, intentando simular –al menos por una noche- ser distinta, tan diferente a lo que solía mostrarle el espejo que temió no poder reconocerse: vestido rojo ajustadísimo que una de ellas le prestó  -alentándola con el cierto argumento que le quedaría mucho mejor que a la susodicha-,  zapatos de taco aguja, tan altos como su empeine lograba resistir. El cabello suelto cayendo en cascada sobre sus hombros, dibujando en ondas la sensualidad que brotaba con sorprendente naturalidad. El maquillaje resultó ser tan audaz como el atuendo, consiguiendo que sus ojos entornados –más por falta de costumbre a andar de noche que por vocación seductora- resultaran ser la pieza principal de lo que aparentaba ser un efectivo señuelo atrapa-hombres. Bajo aquella parafernalia de mujer fatal, con más timidez que soltura, se lanzaba a un juego que la intimidaba por desconocido y desenfadado.

Acodado en la barra lo ve. Manos firmes pero agraciadas, bebiendo con elegancia y soltura un vaso de whisky , observando a su alrededor en la semi penumbra que delimitaba el pálido haz de luz de la entrada. Camisa oscura abierta al cuello, apenas insinuando la informalidad de quien demuestra ser habitué de la noche y sus secretos. Cabello peinado como al descuido aunque sin trazos de desprolijidad o falta de elegancia. Leve sonrisa seductora cuidadosamente al límite entre la aparente frialdad y la secreta complicidad de una travesura. Sin duda sabrá -apenas observarla- que ella es sapo de otro pozo en este submundo en el que él sin dudas se maneja con impecable soltura y sofisticada elegancia. Pese al llamativo envoltorio en el que esta noche se ha enfundado, se sabe más que insegura a la hora de planear estrategias que faciliten algún acercamiento. Se siente desactualizada y torpe aparentando lo que no es y teme resultar tan obvia como ridícula… una presa fácil en aquella cueva de lobos hambrientos listos para cazar sin piedad a insufribles caperucitas camufladas como ella. Quisiera escapar… animarse a salir corriendo ya mismo por esa puerta para llegar con rapidez a su refugio de contención y placidez emotiva.




Él:

Aunque no era la primera vez que había venido hasta allí buscando entretener su monocorde vida de soltero, esta vez el local se le antojaba un antro de obviedades y caras inconclusas. Nadie parecía llevar con sinceridad la cara que portaba. Buscaba en vano, tras las máscaras de intrigantes apariencias y compleja seducción, alguna razón que le justificara estar aún allí… simulando también ser quien no era… mientras recurría a su gastado recurso de juguetear con el whisky que sostenía en su mano. Desde la barra, acodado en ella con la soltura inventada de mil noches de soledad y copas, se consolaba intentando descubrir alguna señal en algún rostro que despertara sus sentidos, su esperanza o su ilusión. Las mujeres que solía encontrar en sus noches irredentas, solían ser, una, el calco de otra. Cambiaba el nombre –inventado también, por cierto- pero se repetía la actitud y la historia de aquellos infelices personajes que sólo tenían en mente dejarse llevar por el sopor del humo, la noche y sus reflejos. Una tras otra las veía, iguales aún siendo diferentes… Esperpentos dibujados tras el rimmel y el carmín que acentuaba risas y tormentos.

De repente la ve: vestido rojo ajustadísimo, altísimos tacos aguja, cabello ondulante como el sensual balanceo de sus caderas. Sin dudas ha venido en plan de ataque, compitiendo hasta con sus amigas para atrapar al mejor postor. Tras su inquietante mirada, un fulgor especial se advierte destellante y dispuesto a acabar con todo lo que se le cruce a su paso. Si dudas una implacable come hombres que sabe cuál ha de ser la mejor manera de estrujar corazones dejando un reguero en su camino. Lejos de lo que quizás otros piensen, siempre le han intimidado este tipo de féminas insensibles. Predadoras expertas  en pisotear sin compasión al desprevenido que se les arrime sin la adecuada defensa…no está en él soportar otra noche un desplante aparatoso, un gesto despreciativo o lo que es peor, ese implacable juego vanidoso de demostrarle a ciencia cierta que ella está muy por encima de su nivel. Teme al fin hacer el ridículo… aunque sus aparentes aires de hombre avezado en la noche logra disimular con eficacia su gran pozo de inseguridad. Quisiera intentar…-al menos una vez- descubrir la estrategia efectiva para romper las máscaras que ocultan los rostros de la gente y ver si allí, detrás de alguna, hay alguna mujer sincera que acepte compartir su contención y su placidez emotiva.

Más zapatos ajenos en lo de Gastón

martes, 26 de junio de 2012

RETRATOS - Otra re-edición



 

RETRATO UNO

Tarde de lluvia serena, más bien garúa. Fin de siesta de pueblo adormilado. Paredes descascaradas de pieza de pensión. Olor a naftalina disimulada tras la colonia de lavanda. Vestido verde con flores blancas de cinco pétalos, parejitos. Cadena y cruz de oro al cuello. Un solo anillo con pequeña perla en anular derecho. Taza de té humeante recién preparado. Algunas masitas de coco haciéndole compañía. Rítmico paso del tiempo remarcado por el tic tac del reloj de péndulo. Ansiosa espera, con la certeza de no ser recompensada. Novelón cursiento aguardando, sobre la carpetita tejida al crochet de la mesita de la entrada. Página marcada con cinta ancha de raso prolijamente recortado. Revistas varias, de modas y variedades. Sillón de pana descolorido heredado de tía venida a menos. Un par de cuadros con bailarinas sempiternas pasadas más de una vez de madre a hija. Lejanos pensamientos desplegados ante el ventanal mojado. Imagen de lo que quiso ser y no ha sido, colgado en la pared en forma de retrato. Lágrimas de un cielo que sabe de soledades y un tiempo que se quedó en la nostalgia. Suspiros entrecortados en la tarde resquebrajada, aguardando lo que nunca llegará ni se anima a ser buscado.


RETRATO DOS

Peinado a la gomina, cuidadosamente extendido el cabello de frente hacia la nuca, con raya al costado, tan derecha que parece trazada con ayuda. Camisa irreprochablemente blanca, almidonada. Gemelos dorados con detalles de nácar, no muy discretos, pero elegantes. Traje de domingo, recién planchado. Ni una pelusa en la solapa. Le cae como pintado. Corbata con rayitas de cuatro colores, única fisura en su impecable traza. Apenas una hilacha delata la historia de sus años cumplidos. Jazmín en el ojal estratégicamente colocado para tapar la sombra que alguna vez le imprimiera una lágrima inoportuna. La tez recién afeitada, acicalado con unas gotas de aquel perfume que alguien le trajera de la capital. Manos sin durezas, predispuestas a las caricias Uñas cuidadas… de manicure. Reflejo confortante en el espejo del recibidor. Impecable estampa de galán forjado, reconocido y envidiado. Encendedor de oro…otro regalo…memoria de una historia que hace mucho culminó. Cadena en el llavero con iniciales enlazadas, registro de otra fecha que ya pasó. Billetera de cuero, esperando ser llenada, aguardando sobre un mármol en la estancia principal. Musiquita de ayeres que vuelven por la radio se hacen el silbido que elige el ganador. Últimas gotas de la lluvia que agoniza en la vereda le anuncian que está pronto el sol en su esplendor. Con paso displicente y bríos renovados, la billetera cargada, y aires de gran señor.


COLLAGE DE DOS RETRATOS: Aquel primer encuentro

Paso displicente, cigarrillo en la diestra, sonrisa socarrona, mirada seductora que juega a dejarse llevar.
Vestido verde con flores blancas de cinco pétalos, parejitos. Aroma de lavanda en vuelo, acompañando su andar. Tarde de domingo de fiesta. Aniversario de pueblo que invita a festejar.
Peinado a la gomina, cuidadosamente alisado hacia el costado. Traje recién planchado que cae como pintado. Manos suaves, varoniles, predispuestas al hábito de acariciar.
Rítmico juego de andar pausado alrededor de la plaza. Esperado recreo, con el deseo de recompensar.
Jazmín en el ojal. Recién afeitado… impiadoso aroma del perfume que atestigua impecable estampa de consumado galán.
Aventurados pensamientos desplegando un sueño posible. Retrato proyectado de lo que quiere ser y quizás, de su brazo, pronto alcanzará.
Corbata con rayitas de cuatro colores, apenas un detalle que no logra conciliar.
Lágrimas olvidadas bajo un cielo sin soledades, tiempo que se abre lejos de la nostalgia que se va.
Musiquitas de ayeres que vuelan por la calle, se van haciendo el silbido que elige el ganador.
Novelón romántico aguardando ser autografiado.  Mil suspiros ansiosos por dejar de ser sueño y amar.
Excitante reflejo de sí mismo proyectado en los ojos de ella, quien con disimulo, no para de mirar.
Últimas gotas de sol en la vereda, el día que agoniza anunciando ya la noche, que en su esplendor, está por comenzar…
Antesala de infiernos fue en ella ese verano: promesas incumplidas que nunca sanarán.
Pasarratos distante, para él, el mismo tiempo. Muy pequeño recuerdo… uno más para guardar.

domingo, 24 de junio de 2012

EL ENIGMA, FIN DEL CUENTO




Parte Final: LA REVELACIÓN

En medio de su júbilo no supo si dirigirse hacia la biblioteca, o en cambio retornar a la pensión. En ambos sitios tenía material de sobra como para iniciar la búsqueda de puntos conectores entre la plantilla -ahora en su poder- y los preciados azulejitos relevados.

En su cabeza, ávida de respuestas definitivas, mil y una posibilidades rondaban como alternativas para ser exploradas. Pensó que debería comenzar examinando detenidamente el esténcil, tal vez encontrara alguna inscripción que lo orientara o le ayudara a limitar su búsqueda. Quizás debería continuar con la verificación de la cantidad exacta de azulejos coincidentes con ese diseño. Lo que más le inquietaba era definir cómo y cuánto acotar la búsqueda.

Pensó también que los datos del lugar donde había adquirido la plantilla sin duda deberían tener algún significado especial, por lo que memorizó inmediatamente la dirección de aquel tugurio donde había hallado la inestimable pieza: Matanza 611 y tomó nota también de un dato que –inmediatamente- le pareció relevante: el nombre del local era “El Caballito”.

Decidió -por fin refugiarse- en la pensión para hurgar plácidamente en los secretos de su recién adquirido tesoro. Allí podría manipular, comparar y chequear a su antojo tanto la plantilla en sí, como los innumerables ejemplares de sus réplicas fielmente asentadas en sus registros.

Al llegar, su nerviosismo fue tal que la llave de su cuarto parecía no querer calzar en la cerradura. Al fin logró abrir la puerta y entrar… para volver a cerrarla luego y aislarse completamente del ruido de la calle, los vecinos y el jolgorio de los pibes que a esa hora regresaban de la escuela.

Su primer gran descubrimiento fue advertir que bajo la gruesa capa de óxido y mugre pegoteada, la plantilla llevaba grabada una inscripción bastante pequeña, de la que sólo se alcanzaba ver a simple vista unas pocas letras: “C x ML”.

De más está decir que rápidamente se puso a experimentar con cuanta sustancia abrasiva encontró en las cercanías intentando despejar el área en cuestión. Lo más efectivo fue remojar la plancha en cloro para luego frotarlo cuidadosamente con arena fina, tratando que en el proceso no se alteraran las inscripciones.

Después de un tiempo que no registró, pero que debió haber sido considerable (al culminar, la luna ya se veía claramente en el cielo) la leyenda salió a la luz bajo la tutela de la lámpara de aquel cuarto adusto y silencioso.

Lo que en apariencia sería un código de serie convencional y ordinario (IV  IX I  XX  M c ML) pasaría ahora (si sus capacidades de intérprete de lo oculto así lo posibilitaran) a  develar su significado más trascendental y recóndito.

Buscó inferir si aquella inscripción correspondería a una clave que buscaba esclarecerse según otro dato implicado en alguno de sus contrapartes azulejadas, que, a estas alturas ya habían sido computadas y resultaban ser exactamente mil seiscientos once.

M 611 garabateó caprichosamente. Y no supo si aquella arbitrariedad se debía al cansancio acumulado, la ya imperiosa necesidad de alimentarse o algún otro intrincado sortilegio que así lo hizo transcribir.

Lo cierto es que de inmediato le vino a la mente la dirección del negocio de  compraventa de la calle Matanza, cuya localización correspondía (por supuesto no casualmente) al número 611. Aquella primera prueba tangible de que sus exhaustivas investigaciones estaban bien encaminadas lo renovó por dentro.

Su corazón parecía latir con más insistencia. Sentía en su interior lo que podría asemejarse a la fuerza de un potrillo…y aquella feliz comparación terminó por exaltarlo más aún, al tiempo que recordara los dos principales episodios relacionados con equinos de todo su periplo callejero: el nombre del otrora almacén, figurante como domicilio de los últimos azulejos registrados “El Potro” (donde había varios de los ejemplares coincidentes con su esténcil) y precisamente el nombre del la casa de compraventa de la calle Matanza, designada coincidentemente “El Caballito”. Su felicidad no podía ser mayor.

Llegó la mañana. Por lo menos así lo anunciaba la luz del sol que insistía en asomar entre las cortinas deshilachadas de la única ventana de aquel cuarto de alquiler.

La gran debilidad que lo invadía era por él adjudicada a la profunda satisfacción provocada por haber logrado enlazar varios de los secretos escondidos en aquel diagrama de azulejos, códigos, nombres claves y esténciles. No asociaba ni de lejos que tal estado de decaimiento tuviera que ver con los días de ayuno prolongado -producido más por descuido que por voluntad- a consecuencia del gran apasionamiento que su vocación de revelador de acertijos fue determinando.

Decidió permitirse un descanso luego de aquella jornada plagada de positivas señales y buenos designios.

Hundida en un blando mar de sueños, su cabeza se empeñaba en no querer desprenderse del hilo conductor al que se habían prendido sus razonamientos. Uno a uno los sucesos más trascendentes de su pesquisa se fueron hilvanando a la deriva de su ensueño… mientras su mente, que no paraba de buscar nuevos significados nacidos de aquel entretejido sutil de registros y claves, se negaba a detenerse.

Surgida entre las sombras de su inconsciente, la noción del tiempo fue tomando otra vez la forma de las convenciones y a pesar de no estar despierto, la certeza de estar transitando por día y fecha determinados alertaron a sus sentidos para que, con presteza, la urgencia de lo importante le hiciera despertar.

Sin llegar a sentirse plenamente lúcido, la convicción de que otra gran revelación estaba por serle concedida hizo que el hombre intentara una vez más hurgar en los secretos de aquella inscripción misteriosa.

Al mismo tiempo que la certeza de padecer un fortísimo dolor de cabeza tomaba forma en su conciencia, un dato con el que se topó alguna vez durante sus investigaciones en la biblioteca, llegó de improviso a su mente buscando ser puesto en práctica.

Según recordaba haber leído, para las culturas más arcaicas, como la de los celtas, los espejos desempeñaban dentro de sus creencias otro tipo de funciones además de las obvias.  Solían ser interpretados como puerta de comunicación con los dioses o ancestros, y por lo mismo, funcionaban como una fuente de conocimientos ocultos, oráculos o presagios que a través de ellos pudieran emerger.

Extrañamente sudoroso, sintiéndose muy débil, el hombre intentó comprobar qué efecto recibía al confrontar con un espejo aquella escritura de la plancha de esténcil. Tambaleándose y como pudo, consiguió instalarse frente al pequeño espejo de la pared, sosteniendo entre sus manos la plantilla metálica que de repente parecía haber adquirido un peso descomunal.

Con titánico esfuerzo logró mantener en posición la inscripción para ser reflejada en forma conveniente, mientras sus afiebrados ojos se esmeraban en visualizar las letras que ahora se le mostraban impiadosamente borrosas.

Como era de esperarse, lo que en apariencia era un simple número de serie, al reflejarse pasaba a cobrar otra significación bien distinta: el supuesto “IV  IX I  XX  M c ML“   resultaba ser (con ciertas licencias) “ LM c M XX I XI VI”, o, para ser más claros L (50) MCMXXI  (1921) XI (11) VI (6). Cifras éstas  que cobraban entidad a la luz de haber vuelto a tener conciencia de la fecha en que transcurría aquella situación, 11 - 6 -1921 ¿casualmente? ese mismo día…¡el día de su cumpleaños número 50!

Temblando de pies a cabeza y sin saber ya si aquellos síntomas tan inusuales eran provocados por la exaltación lógica de haberse encontrado con un enigma dirigido inequívocamente hacia él… o si en cambio, los temblores, la fiebre y la debilidad eran el resultado acumulado de alguna especie de sentencia que estaba apunto de ser cumplida.

Los datos de la fecha exacta en que se encontraba no terminarían de revelar su sentido si no lograba entrever de qué pronunciamientos estaban acompañados. Pensó en aquella otra señal relacionada con la dirección del local de compraventa: M 6 11. Otra vez 6 y 11, o sea 11 de junio…como poniendo énfasis. En qué?...M. M de calle Matanza…Matanza = Muerte, infirió… y de repente tuvo la certeza que aquel intrincado juego de artilugios y señales confabuladas no habían sido más que una burla… Una sádica sentencia hacia donde el destino había decidido conducirlo. Quizás para humillarlo. Quizás para castigarlo por la soberbia de pretender asumirse como intérprete de un lenguaje del que no era digno y para el que no estaba realmente entrenado.

Con su mente ahora sospechosamente esclarecida, presintiendo la inminente llegada de la muerte y sin que esto le generara pánico alguno -más bien, una patética sensación de humillación y menosprecio- tuvo aún la inquietud de intentar revelar qué último significado tendría la presencia de caballos en aquel oscuro mensaje del que era destinatario.

Pensó que quizás el mismo sitio donde comenzara a elaborar su aventurado proyecto fuera el lugar más adecuado para culminar de concretarlo. Hacia allí se dirigió, sacando fuerzas de flaquezas.

Confirmando que el destino suele prepararnos jugadas magistrales en las que nos coloca de repente frente a algún hito trascendente o enigma dispuesto a ser descifrado, el hombre se abandonaba otra vez al azar…o quizás, a algún hilo virtual que hilvanaba su rumbo en la tarde somnolienta de los barrios porteños. Hurgando nuevamente en el misterio de zaguanes frescos y silenciosos, volvió a dejarse llevar por los sortilegios de las mayólicas y azulejos que continuaban hechizándole con sus mensajes cifrados de imágenes, símbolos y recuerdos…

…Ahora, mientras divaga entre fiebre y delirios sobre cuál sería el papel que juegan los caballos en su  inminente final, observa con atención- sin antes haberlo notado en sus relevamientos- un curioso azulejo albiazul que se destaca en la entrada de un zaguán ignoto.

Es uno muy atípico…Algo especial…Un minúsculo caballito azul con dos patas alzadas y las crines al viento…

Instintivamente busca entre sus bolsillos lápiz y papel, aprestándose a añadirlo como rareza a sus registros…pero, como broche final del encriptado juego al que cruelmente fue sometido… la muerte le sorprende junto al raro azulejo, precisamente antes que el hombre llegara a catalogarlo.

SIGUE EL ENIGMA, SEGUNDA PARTE



Parte Dos: UNA FELIZ TRANSACCIÓN

La tarea subsiguiente al inventariado, si bien aparentaba ser más tranquila y sedentaria, implicó también muchas horas de consagración excluyente, tanto en la búsqueda de información específica de la fabricación en serie de los azulejitos, como de la significación de las sutiles variantes de sus decorados.

Durante dicho proceso el hombre tuvo la posibilidad de retomar algo de sus ocupaciones mundanas, totalmente postergadas en los últimos meses debido a sus regulares expediciones callejeras.

Se dedicó principalmente a buscar un nuevo trabajo, alguna actividad que le facilitara el acceso a alguna fuente de información útil en su investigación. Dada su buena educación, su capacidad de adaptación ante nuevas propuestas y su interés natural hacia todo lo que fuera clasificación de información, organización metódica y archivado, no tuvo dificultad para conseguir un puesto como ayudante de biblioteca.

No se trataba de un trabajo bien remunerado, tampoco la jerarquía del mismo concordaba con sus antecedentes laborales. Los horarios en que debía trabajar eran breves, apenas unas horas por la tarde, pero la comodidad para llevar allí sus cuadernos y anotaciones y la inmediatez para acceder a algún tipo de información accesoria necesaria para su investigación, hizo que el hombre aceptara de inmediato el cargo.

A pesar de no ser su obligación, pasaba allí la jornada completa, retornando al cuarto de pensión sólo durante las noches, horario éste imposible de aprovechar entre los libros, dada la intransigente actitud de la bibliotecaria, que se empeñaba en ser la única depositaria de las llaves. Este pequeño inconveniente se vio salvado al poco tiempo, cuando la necesidad de ampliar sus horas de investigación bibliográfica determinó que fuera necesario hacerse –a escondidas- un duplicado de las mismas, obviando el criterio absurdo de la vieja bibliotecaria que persistía en su capricho. 

Ese inteligente recurso hizo posible que el hombre lograra recorrer tranquilamente todos los libros relacionados con técnicas de esmaltado, sistema de catalogación de piezas seriadas, información específica sobre la tradición de la industria ceramista en Devres y sus alrededores, las principales fábricas, su ubicación y su trayectoria, los pormenores de su producción, incluso el significado celta del nombre de la ciudad, sus lejanos orígenes, sus primeros habitantes, las leyendas surgidas en aquellos parajes, sus posibles interpretaciones…un invalorable panorama de información que se abría ante él haciéndolo felicitarse por la buena decisión que había tomado al optar por aquel trabajo, en apariencia tan poco relacionado con el objetivo mismo de su investigación, pero que, sin embargo, resultaba estar estrechamente incrustado en el elaborado camino que el destino había trazado a modo de rompecabezas y que él -sólo él- podía, y debía componer.

El tiempo pasó… sin que el hombre cayera en la cuenta de su medición ni persistencia. Simplemente los días se sucedían uno tras otro, sin importar la diferenciación del clima, los festejos comunitarios o individuales... las particularidades que cada ser le pudiera inferir al período que va desde un momento a otro. Eso, que se tipifica arbitrariamente como “día”, “semana”, “mes”, “año”…todos esas inconsistentes unidades de tiempo, impuestas para intentar medir el ritmo de los sucesos, dejaron de tener, para él, significación e importancia.

Sólo el avance de su investigación, las nuevas informaciones encontradas, el encadenamiento con datos anteriores, iban poniendo mojones de jerarquía dentro de la trayectoria en la resolución del enigma, objetivo que -sin dudas- resultaría en sí mismo más que suficiente recompensa.

A la par que su entusiasmo crecía por el avance de la investigación, su estado físico en cambio decaía, dada la poca atención que le brindaba por aquellos días a su salud y aspecto.

Una mañana, luego de una de las pocas noches que pernoctara en la pensión, recorriendo el camino tantas veces antes transitado, muñido de los últimos datos cotejados sobre mensajes cifrados y simbología numeraria, cayó en la cuenta que en una vieja casa de antigüedades -que hasta ese momento había pasado para él desapercibida- en uno de los rincones escondidos del ventanuco que hacía de vidriera, se encontraba -sin duda esperando ser por él descubierto- lo que sus ojos expertos enseguida detectaron como plantilla esténcil para decoración de azulejos!...

Aquella pieza, imposible de hallar en esos rincones sin que el destino decidiese intervenir en una de sus caprichosas mediaciones, reproducía indudablemente una de las variedades de diseño más repetidas en el escrupuloso catálogo por él registrado.

Sin necesidad de comprobarlo directamente (su memoria funcionaba para estos menesteres más fielmente que el mejor de los archivos) recordó que ese decorado se repetía particularmente entre los cosechados en su barrio natal.
Semejante hallazgo no podía ser casualidad, ni mínimo, su significado. Sin más dilaciones entró al negocio, (denominación ésta más que generosa, dada la inmundicia generalizada y la falta de orden en la exhibición de los objetos allí expuestos).

Sin duda fueron su agitación, su indisimulable interés por obtener aquel objeto inapreciable, y su poca viveza en el arte del regateo, los que hicieron que el dependiente (de apariencia apática e impasible) se transformara de repente en el más hábil de los mercaderes.

Tanteando sagazmente la ya irrevocable decisión del hombre de comprar lo que aparentaba ser para el ojo inexperto un estropeado artilugio sin valor, aquel avispado vendedor inescrupuloso se aprovechó de la situación y consiguió llevar a cabo lo que para cualquier persona decente sería un robo desembozado: a falta de efectivo contante y sonante para concretar adecuadamente semejante adquisición, el desvergonzado comerciante convenció al desesperado comprador de realizar la transacción a modo de trueque: el reloj de oro que llevaba en la muñeca a cambio del esténcil.

Acceder a semejante propuesta -para cualquier individuo no entrenado en el arte y ciencia del desencriptado de símbolos y señales- hubiera sido catalogado como muestra de insanía.

De no haber sabido de antemano el singular valor de lo que aparentaba ser sólo un maltrecho trozo de metal,  aquel dependiente no se hubiera arriesgado a perder una venta proponiendo semejante disparate. Precisamente fue ese el motivo que determinó que el hombre accediera a concretar la operación.

El sol mañanero parecía acompañarlo en su íntimo festejo…el aire frío se mostraba diáfano…mientras su mano (ya para siempre desnuda en su muñeca) portaba -envuelto apenas con una mugrosa hoja de diario del día anterior- el que sin duda resultaba ser uno de los mayores tesoros encontrados por hombre alguno sobre la Tierra. 

(continuará)

sábado, 23 de junio de 2012

FIN DE SEMANA, Y OTRO CUENTO REEDITADO...


EL ENIGMA (cualquier punto de referencia con el cuento El hombrecito del azulejo De Mujica Láinez juro que ha sido pura coincidencia)



Parte Uno: EL CATÁLOGO

Buenos Aires, comienzos de 1920

Presuponiendo que el destino suele prepararnos jugadas magistrales en las que nos coloca de repente frente a algún hito trascendente o enigma dispuesto a ser descifrado, el hombre se abandonaba al azar…o quizás, a algún hilo virtual que hilvanaba su rumbo en la tarde somnolienta de los barrios porteños, que se desperezaban tranquilos entre tranvías y monotonía callejera.

Hurgando en el misterio de zaguanes frescos y silenciosos se iba dejando llevar por los sortilegios de las mayólicas y azulejos que le sorprendían con sus mensajes cifrados de imágenes, símbolos y recuerdos.

No sabía bien por qué, pero algo en el aire le decía que en ellos, en el entretejido invisible de la simbología que los une, se encontraba alguna clave trascendental esperando ser develada.

Siempre había creído que la Historia con mayúscula (y también las particulares, las escritas en minúscula) iban dejando pistas aparentemente inconexas, veladas, sutiles, para que quien se encuentre lo suficientemente entrenado en el significado críptico de los signos, pueda contar con su ayuda esclarecedora interpretando lo que habrá de acontecer. Esos indicios, dejados intencionalmente como advertencia (o quizás simple capricho) serían parte de un mensaje oculto que algún poder ignoto envía a quien quiera interpretarlo.

Por alguna razón, decidió despreocuparse por lo referido en las coloridas mayólicas, rebosantes de ribetes y relieves, para concentrarse simplemente en las características, mucho menos ampulosas, de esos discretos azulejitos albiazules que abundaban como decoración en las entradas de las casas de los sectores más populares.

Alguna vez había leído que la mayoría de esos pequeños azulejos que revestían con particular estética los zaguanes rioplatenses, fueron arribando en su momento desde Francia, precisamente de un mismo sitio, Desvres, y probablemente, de una misma fábrica que concentró desde los finales de la época colonial la casi totalidad de la producción de esas pequeñas piezas que decoraban gran parte de los zaguanes de los suburbios.

Al parecer, los más menospreciados, los que simplemente lucían guirnaldas y simples adornos azules sobre fondo blanco, eran de muy bajo costo en aquellos años, y fueron utilizados como lastre en los barcos que llegaban desde Europa en busca de las carnes rioplatenses. Por ese motivo -y porque igualmente lucían humildemente atractivos- en lugar de ser desechados, dada su cantidad y buen estado general, fueron clasificados, vendidos y utilizados en la arquitectura de casas económicas y conventillos.

Quizás el motivo por el que se viera decidido a centrar su búsqueda precisamente en ellos, fuera la intrincada sucesión de factores que debió haber conjugado la suerte para que aquellos azulejitos blancos, apenas surcados con monocromáticos trazos, hubieran llegado a destino partiendo desde tan lejos… sin tener previsto un rumbo fijo, siendo extrañamente utilizados como estabilización de buques que surcaban los mares hasta un sur casi inexistente en aquellos años, y sin que una razón lógica justificara adecuadamente aquel subterfugio de la causalidad aparentando en cambio ser meramente casual. Alguna razón más trascendente tendría que haber para que todo hubiese sucedido así…y él estaba dispuesto a descubrirla.

Haciendo gala de lo más destacado de su espíritu metódico y catalogador, muñido de lápiz y cuaderno, aquel hombrecito de apariencia inofensiva e intrascendente se dispuso a enumerar meticulosamente todas las variables de diseños de los consabidos azulejitos, sus subespecies, las cantidades relevadas, las posibles variables y anomalías que surgieran durante la observación, la rítmica que adquirieran sus signos entrelazados y cualquier otra característica que sirviera para la interpretación del enigma que sin duda, ellos escondían.

La tarea no fue fácil. Desde el día que comprendió cuál debería ser su objetivo en el incomprendido oficio de descifrador de señales azulejadas, hasta que culminó su ardua tarea de clasificación (circunscripta a cuatro de los barrios que juzgó más representativos), transcurrieron varios meses.

Los cuadernos empleados en dicho relevamiento fueron varias decenas, cuidadosamente etiquetados, ordenados y fechados, siempre con la certera convicción que cualquier detalle conexo que sucediera durante su relevamiento, podría añadir algún gesto particular a tener en cuenta en el momento de la interpretación de su simbología.

Durante el tiempo en que fue llevada a cabo la recolección de datos, el hombre se vio forzado a ir dejando de lado la mayoría de sus habituales tareas no relacionadas con el registro. Primeramente fue suspendiendo las más accesorias, las vinculadas con su relacionamiento social o de esparcimiento. Más tarde optó por relegar horas de descanso. Luego fue retaceando notablemente el tiempo dedicado a sus comidas, actividad ésta que se presentaba como una antojadiza convención de horarios impuestos que nada tenían que ver con la simple y natural función fisiológica de alimentarse para sobrevivir.

A pesar del esfuerzo empleado, de la dedicación casi exclusiva, conseguir arribar a la elaboración sistematizada de suficiente material de estudio implicó que el hombre debiera dejar por varias semanas de concurrir a su trabajo, diligencia ésta que pasó a estar supeditada básicamente a la necesidad de comprar más material para sus archivos.

Transcurridos los primeros meses las consecuencias del deterioro de su físico fueron apreciables para cualquiera que observara aquella máscara enjuta en la que su rostro se había convertido.

Él mismo, al contemplarse en el pequeño espejo de su cuarto de soltero comprendía que la labor que había emprendido implicaría poner en riesgo su salud, pero sin dudas aquello sería una consecuencia secundaria derivada de la magna tarea que el destino había decidido poner en sus manos y no sería él quien se negara, o pusiera límites mezquinos en lo que debía asumirse como prioridad.

A pesar que el proyecto se fue complejizando cada vez más y que los detalles a tener en cuenta en su catálogo se fueron multiplicando en tal forma que debió ir agregando anexos a los cuadernos de relevamiento, su firme convicción y su empeño no mermaron, aún cuando padeciera algunos desmayos.

Tampoco fueron pocas las ocasiones en que debió soportar la incredulidad y la molesta desidia de la gente que lo observaba realizar su maratónica tarea desde la comodidad de quienes se conforman con ver pasar sus días con dejadez, sin siquiera curiosidad por lo que la vida se empeña en revelarles.

Nadie parecía apreciar el valor real de lo que su espíritu indagador había decidido llevar a cabo. Nadie se dignaba a contribuir aunque más no sea por solidaridad con aquella tarea crucial que se había propuesto enfrentar.

Debió soportar constantemente, sobre todo en quienes le conocían, esa actitud de patética conmiseración que, -aunque con disimulo- las personas que se consideran cuerdas generalmente le dedican a los locos.

Más de una vez tuvo que recurrir a la fuerza bruta (con las lógicas limitaciones que su endeble físico le imponía) para abrirse paso ante la mala disposición de algún ama de casa desconfiada negándole el acceso al zaguán de su casa, o algún grupo de muchachos mal entrazados cerrándole el paso en algún conventillo.

Pero a pesar de los malos trances, de las muchas pruebas a los que lo expuso el destino, el hombre persistió en su cometido y duplicó su dedicación hasta censar lo que –asumió- era un representativo número de piezas relevadas.

El día que puso fin a la meticulosa tarea de inventariado, castigaba -desde lo alto- un sol impiadoso que rajaba la tierra. A pesar de ello, el hombre concluyó su labor –casi extenuado-en una de las callecitas más recónditas del barrio de Mataderos, en medio de una bandada de mosquitos que lo azuzaban sádicamente desde el yuyerío de un baldío cercano.

El último portal a inventariar correspondía a la vieja entrada de lo que alguna vez había sido un almacén ordinario, pero que en ese momento, por su especial condición de colación del relevamiento, pasaba a adquirir una connotación más que destacada.  

Sobre el dintel –o en lo que quedaba del marco de la puerta desvencijada- aún lograba verse en relieve y bastante maltrecho el cartel que alguna vez había brindado nombre a aquel establecimiento: una cabeza de caballo con las crines al viento,  enmarcada con rastros de letras rojas que aún proclamaban sentenciosas: “El Potro”

A pesar de lo inhóspito del paisaje, de la incomodidad del calor y los mosquitos, de la molesta presencia de los vagos entre los que debió transitar, a pesar de todo eso…el hombre se sintió feliz.


(continuará)

PARENTELA


jueves, 21 de junio de 2012

ESTE JUEVES...SOY JUEVERO


Jueves especial el de esta semana…aún convaleciente de una no grave indisposición –pero sí muy molesta- ausente con aviso del reciente doble encuentro juevero (norte y sur se dieron cita en distintas geografías pero con igual fraternidad) cabe ahora responder a la convocatoria de esta semana, precisamente con ese leit motiv : la implicancia de ser juevero. Mi aporte va en tono de cuento “clásico” (al menos en el comienzo), con un toque de “ficción tecnológica”...sepan disculpar la particular melange…jejeje



Había una vez, en un tiempo de conexiones virtuales y distancias inexistentes, un grupo de seres reales animándose a andar -casi a tientas y a solas- dentro de un mar sin fin de websites, redes sociales, blogs y otras tantas opciones de comunicación internáutica. Un mundo aparentemente infinito e inabarcable se abría ante aquellos individuos, como un desafío, como una novedad, como una propuesta…

Entre todos ellos hubo algunos que encontraron cómodo el formato de los blogs para instalar su humilde hogar virtual, su punto de referencia personal en aquel universo intangible que tanto promete y que a la vez intimida y sojuzga. Cada quien, por allí, fue aliñando su rincón de acuerdo a su credo y estilo, sus más íntimas inquietudes, algunos miedos, muchas más virtudes…y se soltaron…como supieron o como pudieron…algunos con nombres reales, otros con apodos…y comenzaron a tender sus hilos, sutiles e inciertos, de palabras y pensamientos enhebrados según su propio código de libertad.

Por los avatares del destino… o respondiendo a probabilidades lógicas de complejas ecuaciones, se fue dando que aquellos hilos tentativos comenzaron a entramar sus redes en forma casual –o causal, según se mire- y ese grupo inicial de buceadores solitarios se fue transformando en otro de seres gregarios, que, comenzando a experimentar distintas motivaciones para expresarse y comunicarse, se animaron a interrelacionarse y conocerse con más profundidad.

Y he aquí que en medio de esos intentos de experimentación creativa y comunicacional surgió entre ellos una propuesta ingeniosa y lúdica que les resultó interesante: alguien propuso un día –surgió el jueves, vaya uno a saber por qué- y un tema semanal y convocante sobre el cual escribir –ya casi nadie recuerda cuál fue aquel primer título disparador- y además, ofreció su blog –su punto de identidad dentro del universo virtual- como sitio de encuentro, referencia e información.

A  partir de allí se inició una especie de rito, generoso y distendido, abierto y variopinto, motivador y convocante, que fue uniendo a aquel grupo de internautas bien dispuestos en un maravilloso entramado de hilos literarios, tendidos semana a semana, aunados tras un mismo lema inspirador.

Surgieron algunas normas –como es indispensable en cualquier tipo de actividad social que se ejercite- promoviendo la sana convivencia y el intercambio equitativo, la eliminación de las presiones formales y la fluida improvisación creativa…y se lanzó: la llamada casta juevera, apelativo caprichoso al oído de cualquier incauto que lo escucha a priori y sin referencias, pero que, apenas comprender de qué se trata, busca adherirse –es consecuencia segura- como otro integrante activo o perceptivo lector.

Resultó ser, entonces, que en aquel tiempo de conexiones informáticas, urgencias reales y distancias contradictorias, surgió un día aquella propuesta de estimulación colectiva que utilizó desde el mundo virtual la excusa literaria –despuntada con atrevimiento y casi a modo de vicio- para encontrarse y conocerse –efectivamente- con sí mismo y sus pares… más allá de la aparente frialdad de una pantalla, desde un portátil, un móvil, o un ordenador (como gustan por las latitudes nórdicas).

A partir de aquella primera vez, el casi caprichoso mote de juevero (se rumoreaba que la cercana sonoridad con la palabra “huevero” resultó particularmente atractiva) comenzó aplicarse a esta especie de fraternidad internauta-literaria que gusta, semanalmente, dejarse llevar por el incentivo del libre juego de palabras que les unen, expresan, entretienen y estimulan…


Más relatos jueveros, en el Daily Planet

martes, 19 de junio de 2012

INVITACIÓN

Hola a todos!
aún convaleciente, les agradezco a todos los mensajes de aliento y buenas ondas, y les retribuyo todos los abrazos.
Aprovecho para dejarles la invitación para visitar el blog que mi papá (Eduardo) acaba de abrir, donde paulatinamente irá subiendo sus escritos. La dirección es ésta
En cuanto pueda retomaré con normalidad la actividad bloguera.

(imagen tomada de la red)

domingo, 17 de junio de 2012

SUSPIRO



Estoy algo enfermucha y bastante decaída, por lo que no puedo visitarlos a todos como quisiera.
Les mando un abrazo y Feliz día del Padre para quienes lo sean!

jueves, 14 de junio de 2012

RIESGOS






















Acodados en el alfeizar
de la ventana de la vida
hay quienes se conforman
con observar y soñar
las maravillas
que -del otro lado
del que llaman horizonte-
se complacen en imaginar.
Otros
-a riesgo de comprobar
que no todos son portentos-
se atreven, en cambio,
…y se lanzan a caminar.

lunes, 11 de junio de 2012

HISTORIAS EN PARALELO 1 - Parte final


Parte 3: PEQUEÑA HISTORIA SOBRE LAS ALAS DE CUPIDO (antes de leer este capítulo, leer los dos anteriores)
 
Cuando su padre murió fueron él y su madre los encargados de salir a ganar el pan para la familia.

Con dieciséis años apenas, debió abandonar la escuela secundaria para trabajar en lo que encontrara.  

Comenzó en una verdulería, luego pasó a ayudar en el bar del barrio gracias a que la flamante esposa del dueño intercediera ante éste despejando la desconfianza que sobre el muchacho tenía el viejo avaro desde siempre.  

Allí trabajó más de un año hasta que al morir el patrón, la joven viuda lo ascendió a mozo. Le compró una chaqueta blanca y le regaló un par de buenos zapatos que el difunto había dejado sin usar.  

Desde ese día trabajó llevando y trayendo pedidos entre la barra y las mesas, atendiendo a los taxistas que suelen detenerse en su rutina de andar la ciudad para tomarse en el bar un rato de descanso. 

Poco a poco se fue transformando en un hombre. Un hombre honesto que se terminó enamorando de su benefactora: una bella mujer, bastante mayor que él, dueña de los ojos azules más bellos que se hayan visto nunca.  

La quería en silencio, desde siempre, con sus virtudes y sus defectos, sin pretender nada por ello; pensaba que sería capaz de cualquier cosa con tal de verla feliz.  

Ella era la única mujer que ocupaba los sueños de sus días y sus noches. Sufría cuando ella sufría y estaba alegre las pocas veces que ella dejaba volar una sonrisa. Sabía que la vida se había ensañado con ambos en forma parecida, arrancándolos a la niñez antes de tiempo.  

Una tarde como tantas, cuando estaba por terminar el invierno, un hombrecito muy formal y de aspecto algo insignificante entró al bar y se sentó junto a una ventana. El joven mozo tomó su pedido y al llevarle su café, olvidó acercarle un servilletero.

Esa fue la excusa que puso el Destino para conseguir que la mujer a quien amaba en secreto se acercara a aquel desconocido que desde ese instante comenzó a caerle molesto. Cuando vio cómo ambos se miraron, intensa y profundamente casi pudo sentir como aquellas dos almas que recién se descubrían, luchaban contra tontos pudores para que su emoción no fuera descubierta.  

La antipatía hacia aquel hombre delgaducho y casi sin presencia fue cediendo cuando vio nacer en los ojos azules de la mujer, una luz extraña que nunca antes le había visto.  

A la mirada le siguió una sonrisa, bella y hasta inocente, que hizo que su adorada pareciera de pronto una chiquilla a quien habían sorprendido en una travesura.  

El joven se enterneció. Su corazón brincó de felicidad al ver que su amor secreto sonreía, por primera vez en mucho tiempo. Sus celos se fueron transformando en esperanza; esperanza por ver que la vida dejara de hacerle trampas a aquella dama de los tan amados ojos de cielo.  

Esperó con algo de desconfianza la actitud que el afortunado hombre de gris tomara, y para su desconcierto, aquel extraño, lejos de cobrar vuelo y envalentonarse con tan abierta aprobación, se intimidó de tal manera que hasta llegó a sonrojarse.  

 -¿De qué estaba hecho aquel hombre?- pensó, sin duda no era como los bravucones que solían adular y hasta molestar a su patrona. No entendía cómo no decía algo, cómo no avanzaba disminuyendo la distancia breve que lo separaba de aquellos ojos para él tan deseados. Sintió hasta indignación por tanta falta de soltura para aquellos menesteres. ¿Sería posible que aquel tonto no se decidiera?  

Después de una media hora de idas y vueltas de miradas casi a escondidas, vio con alivio que el hombrecito lo llamó para pagar la cuenta. - Ahora lo hará - pensó para sus adentros- buscará la oportunidad  de hablarla cuando pase delante de la barra- supuso.

La sorpresa pasó a mayores cuando aquel torpe e indeciso, lejos de aprovechar el regalo que le había hecho el Destino, se dirigió hacia la puerta.  

De repente adivinó que se daría vuelta. Esperó a ver cuál sería la excusa que pondría para iniciar la charla, pero para rematar su asombro, luego de un instante de duda, se retiró saludando sin decir palabras, con apenas un insípido gesto cortés dedicado a su dama.

Aunque sin que sus celos contenidos desaparecieran, llegó a compadecerse de aquel pobre cobarde. Adivinó que tan baja era la confianza en sí mismo, que prefería quedarse sólo con el feliz recuerdo, antes que correr el riesgo de ser rechazado. - Pobre infeliz – pensó indignado contra el Destino – si hubiera sido yo quien recibiera aquellas miradas no hubiese dudado ni un instante y hubiese sacado coraje de donde no tuviera para corresponder aquel regalo de la vida-

El joven vio en el rostro de su amada otra vez la desilusión que la habitaba desde siempre y el corazón se le estrujó de pena.  

Mientras limpiaba la mesa ahora vacía, la que hace unos minutos había ocupado aquel infeliz del traje gris, vio que el Destino quería darles a aquellos solitarios una última oportunidad: el estuche de los anteojos del hombrecito había quedado olvidado junto al servilletero.  

Sin dudarlo y sin dar casi explicación a su patrona, salió a la calle detrás de los pasos del desgraciado. Sería él, entonces, quien poniéndose las alas de Cupido buscaría completar lo que no había podido hacer el Destino. 

Corrió hasta la esquina y allí lo encontró. Lo llamó para detenerlo y le entregó el estuche – la señora me ha pedido que lo alcance para entregárselo, se lo dejó olvidado – dijo haciendo hincapié en “la señora” - Ella ha insistido en que saliera a buscarlo para devolvérselo – agregó, tratando de forzar al hombre para que regresara al bar.
 
Mientras improvisaba una excusa, se preguntaba qué le habría visto su dama a ese pobre tipo que casi tartamudeando, se mostraba sorprendido por su inusual olvido y por el hecho de que “la señora” hubiese insistido en que el muchacho lo corriera.  

- Le agradezco mucho por la atención- dijo el hombre de gris – y a la señora por su gentileza- agregó, mientras recordaba, todavía extasiado, aquellos ojos de puro azul.  

Una vez más intervino la suerte cuando, frente a los dos hombres enamorados de una misma mirada, se cruzó una pequeña vendiendo rosas.  

- A la señora le encantan las rosas… – dijo el muchacho, sin creer él mismo que aquella desubicada frase hubiese salido de su boca – mientras, en su espalda, dos alas invisibles de Cupido iban ocupando el espacio entre sus omóplatos.  

El indeciso hombrecito, totalmente falto de experiencia en el arte del galanteo, tuvo que tratar de interpretar más de dos veces aquellas palabras que a primera intención sonaban fuera de lugar.  

Pero el Destino y Cupido combinados pueden más que la torpeza de un pobre hombre gris que apenas se atreve a soñar; y así, de repente, sorprendiéndose él mismo por escuchar aquella réplica contestó: - Entonces le agradará que le lleve una, devolviéndole gentileza por gentileza – se apuró a suavizar.  

- Seguramente que sí – contestó el muchacho, combinando  en esa frase extrañamente satisfacción y celos.  

La noche casi primaveral se anunciaba.  El sol teñía ya de rojo el horizonte, mientras un tembloroso y formal hombre de gris cruzaba la puerta de uno de los tantos bares de un barrio cualquiera.

Allí en silencio, detrás de la barra, soñando como siempre con ser amada, una bella mujer de ojos azules estaba a punto de recibir una rosa.

(imagen tomada de la red)

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