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miércoles, 18 de diciembre de 2019

ESTE JUEVES, UN RELATO: LA ESTATUA

Esta semana es Juan Carlos, quien desde su blog nos anima a armar una historia a partir de una estatua en particular, la que elijamos.  En mi caso, opté por hablar sobre una que me impresionó al verla en dos plazas distintas, una en Glasgow, otra en Dublin. Averigüé luego el autor, quien resultó ser un canadiense, Timothy Schmalz quien además ha instalado la misma versión de la escultura en otras varias capitales




LA ESTATUA

Sobre una banca emplazado
envuelto entero
con una leve manta
en sus carencias, a todos,
el desamparado
nos conmueve.
Intuimos, de inmediato
el infortunio de su pasado
la soledad de su presente
y la incertidumbre
de su mañana,
aunque no por ello
la impresión de verlo allí,
en nuestro ir y venir cotidiano
nos hace alterar
demasiado nuestro paso
más allá que la pena
nos impulse, tal vez,
a dejarle unas monedas.
Es recién ahí, al acercarnos,
que comprendemos
en verdadera magnitud
su drama… y nuestro pecado.
Son sus llagas –inconfundibles-
las que delatan la identidad
oculta bajo esas mantas
porque ese/a que está
abandonado/a allí
sin techo, sobre esa banca
es Cristo en su humanidad
quien interpela, en silencio,
la integridad de nuestras almas.

jesus sin techo

domingo, 15 de diciembre de 2019

ESTE DOMINGO, EL FINAL DE LA TRILOGÍA

Publico la tercera y última parte de la historia que comencé a narrar con la doble aportación anterior a la convocatoria que nos hizo Myriam para este último encuentro juevero. Espero no defraude.
Un abrazo y muchas gracias por leer.




Parte 3: LAURA Y FLORIÁN – PRESENTE CON FUTURO

La mujer se despertó con un sabor agridulce en sus labios después del sueño. Una lágrima y una sonrisa se mezclaban en su rostro y abriendo la cortina de su ventana dejó que la mirada se perdiera por unos minutos entre las pocas nubes de aquel cielo de primavera.

Pensó en Leonor, en Federico… les agradeció infinitamente que se hubieran presentado así, tan íntimamente, retribuyéndole quizás por el haber reunido otra vez aquellas ofrendas de amor intercambiadas hacía tantos años. Fue feliz al haber comprobado que ambos pudieron conocer el verdadero amor, ese al que muchos jamás encuentran.

Pensó también en qué hacer con el escarabajo y la cigarrera, cuál sería el mejor destino para ellos. Supo que deberían estar siempre juntos, por supuesto, y entendió que no era la venta el final que ellos merecían.

Se le ocurrió que quizás pudiese ubicar la tumba de Leonor, y allí dejarlos, como póstumo homenaje. Conocía la familia, la estancia; si había sido enterrada allí o en el cementerio del pueblo no sería difícil saberlo. No era lejos, a penas unas horas de viaje por la ruta y lograría estar cerca de quien fuera la propietaria de su bello escarabajo. Pero la idea no terminaba de convencerla. Testimonios de un amor tan grande no deberían terminar bajo tierra, en una tumba, con sólo uno de los amantes cerca… de esa manera la ceremonia no estaría completa. Quizás las dos reliquias merecerían un mejor sitio para descansar juntas. Tal vez el lugar mismo que vio nacer y crecer tan profundo sentimiento fuera el mejor marco para su posteridad. Pensó entonces en Paris. En esos momentos era otoño allí, como cuando Leonor y Federico se conocieron… y la idea de la ribera del Sena, el viejo Montmartre, las plazas doradas por la alfombra de hojas, la plateada melancolía de las nubes y el agua la enternecieron aún más. Eso terminó por decidirla: París sería entonces!

Frente al empleado del aeropuerto parisino, mientras él chequeaba su pasaporte, fue la primera vez que tomó conciencia de la asombrosa coincidencia.

Increíblemente nunca, en tantos años desde que tenía el escarabajo, había tomado nota de que las iniciales de su propio nombre coincidían con las de Leonor. Quizás contribuyó a ello el hecho de que siempre decidió ignorar el María: siempre detestó llamarse como aquella odiosa tía que amargara tanto su infancia… pero esa era otra historia.

“LMA”, decía sobre el reverso del escarabajo. “Laugra Magría Agrmas”, leyó en imperturbable intento de español el empleado de migraciones. Y aquella tan obvia declaración, cobró, de improviso, el carácter de un nuevo signo por descifrar.

¿Qué fue lo que hizo que nunca antes aquella mujer tan atenta para resolver los secretos de otros jamás se hubiese percatado de aquella extraordinaria ocurrencia del destino? ¿Qué nuevo ingrediente se agregaría al sortilegio del escarabajo y la cigarrera?

Con la mente casi obnubilada por el sorpresivo descubrimiento la anticuaria recibió sin pensar sus papeles de desembarco, luego de arribar a aquel Paris otoñal, mágico y eterno, que la recibía con otra maravillosa incógnita dispuesta a ser interpretada.

El hotel era tal como lo había imaginado, los parques, como siempre los soñó, el Sena, tan increíble como en las postales, la magia, como sólo experimentándola se puede sentir. Ella, casi impensadamente, por capricho y fortuna del destino estaba allí, recién llegada desde un sur que se le antojaba de otro mundo, pretendiendo caminar como si supiera hacia dónde dirigirse, pero en realidad, eran de otros los hilos que dirigían su paseo, evocando otros pasos, lejanos ya en la historia, pero sin duda, aún presentes entre aquellas callecitas sin tiempo.

En la mano, un mapa de la ciudad que siempre quiso conocer, sobre su pecho, el escarabajo tan querido que cada vez más se enlazaba a su vida, en la cartera, la cigarrera labrada… y en su corazón, la mágica sospecha de que algo maravilloso ocurriría al final del día.

La mañana se disponía para ella con todo su esplendor. Sus ojos se esmeraban buscando entrever señales, secretos, signos que le dijeran hacia dónde, cuándo, qué… Las horas transcurrieron blandamente. Sin considerar el cansancio que podría sentir, haciendo uso de su empolvado francés y obedeciendo los letreros de las calles, pronto llegó a su inevitable destino: el Louvre.

Con sus contrastes insolentes y su promesa de eterna persistencia, el museo se le presentaba como el sitio ideal para terminar de compaginar y darle un marco adecuado a la ceremonia de reencuentro del escarabajo y la cigarrera. Sabría por fin dónde culminar aquella historia de amor inconcluso y eso la hacía sentir feliz.

Si bien siempre quiso recorrer detenidamente cada una de las galerías de aquel templo del arte y de la historia (para ella, amante de las antigüedades, estar allí era como estar en el corazón del paraíso) sin dudarlo se dirigió directamente al Departamento de Antigüedades Egipcias.

Egipto Copto, Faraónico o Romano… tres posibilidades en que se abría su búsqueda y a las que decidió responder comenzando por Egipto Faraónico, supuso que sería allí donde estaba el original de su escarabajo.

Recorrió varias salas entre estatuillas, utensilios y amuletos. Encontró varios escarabajos de cuarzo pero no eran como el que lucía sobre su pecho. Aquellas maravillas la hipnotizaban y la iban sumergiendo poco a poco en un mar de ensoñación que la fue poblando de un íntimo bienestar. Aquél mundo de reliquias la atrapaba, haciéndole volar la imaginación y la sensibilidad hasta llegar a sentir que podía casi tocar a quienes habían labrado aquellas piedras y pintado aquellos trazos.

De repente, en una vitrina con muchas otras joyas y amuletos, allí estaba, entre las pertenencias del Rey Amenemhat III, hecho de oro, vidrio y madera… el original de su escarabajo, que simbolizaba la reencarnación y las fuerzas de movimiento del sol. Sintió una profunda emoción y una extraordinaria conexión con aquellas dos personas que en ese mismo lugar, varias décadas atrás se habían encontrado frente a aquel mensajero de dioses iniciando juntos la que ya era parte de su propia historia.

Contempló extasiada aquella pieza por largos momentos, buscando atravesar, si hubiese sido posible, el cristal que separaba sus manos de aquellas texturas. Mientras la observaba, acariciaba, en compensación, la lisura de “su” propio escarabajo, que, desde su solapa competía en belleza con su gemelo.

Un - ¡Por Dios! - se escapó, sin pensar, desde su boca.

Entre la semi penumbra de la sala, recién advertido por la anticuaria que se despertaba suavemente del encantamiento, un hombre alto, de ojos amables, claros y penetrantes le sonreía como celebrando también por un reencuentro.

- Hermosa y mágica coincidencia – dijo… mientras a Laura le subía imprudente y delatora la sangre hasta sus mejillas.

- Son prácticamente idénticos – se apuró a aclarar el hombre para justificar con inocencia su intromisión.

Con acento claramente compatriota, aquel extraño de aspecto afable y algo entrado en años decidió presentarse sin más trámites, buscando diluir con su simpatía la sorpresa de la mujer.

- Florián Dalman Suárez – dijo, extendiendo al mismo tiempo su mano - es una alegría encontrar a alguien a quien le entusiasmen como a mí estas antigüedades. Y además, una satisfacción extra que hable el mismo idioma… el francés no es muy fuerte y para comunicarme aquí, realmente tengo que hacer un gran esfuerzo – agregó con muestras de gran sinceridad.

A estas alturas Laura estaba sonriendo, su corazón maravillosamente agitado con la mano de Florián entre las suyas, repasasando mentalmente las iniciales (F,D,S) del nombre que ya nunca más le sería extraño, mientras pensaba maravillada en los vericuetos que hizo el destino para conducirla hasta ese preciso lugar, en ese preciso momento…

(…de la misma manera que a mí me guió para narrar estas historias…)




viernes, 13 de diciembre de 2019

ESTE JUEVES (VIERNES) OTRO RELATO: Un viaje a...

Debido al interés causado con mi anterior aporte a la convocatoria de esta semana que nos hace Myriam desde su blog, y ya que la primera parte de la trilogía a la que la historia originalmente pertenece también implica viajar (esta vez se trata de Buenos Aires), quise  sumarme con este otro texto a la interesante propuesta juevera de esta semana. Espero les guste.
Para leer más relatos, dar clic aquí.





RELIQUIAS E INICIALES – PRESENTE CON PASADO

No sé hacia dónde me dirigirá este comienzo, no sé el destino de mis palabras. Sólo sé que el relato comienza en el mercado de San Telmo, en Buenos Aires, de esos donde se venden cosas viejas, adornos, libros, ropa usada; todo lo que alguna vez fue y quiere seguir siendo, como el corazón que se niega a morir después de un gran desencanto.

Era una tarde de sol de un día cualquiera, allí, donde todo es válido y nada es ridículo, en ese mar de colores, aromas y rostros distendidos, donde la fortuna guía los hilos de los que se lanzan a la aventura de encontrar algo bueno…

Con temperamento firme, cabello cano y elegancia en las que se han asentado los años, una mujer especial se disponía, como siempre, a mostrar su mercadería, o mejor dicho, sus sueños, porque no era la necesidad comercial lo que le hacía montar allí su campamento. Era otro el intercambio buscado, mucho más sutil, valioso y duradero. Era intentar descubrir la vida en los ojos ajenos, contrarrestar su apatía de los días grises, esa que no tiene nada que ver con el clima.

Ella había decidido, hacía ya bastante, no entregarse al simple transcurrir del tiempo, quería hacer algo valioso con la porción de vitalidad de la que disponía y así se comprometió todas las tardes a ubicar en su pequeño puesto las cosas más bellas que encontrara, las que atesoraran alguna anécdota, un recuerdo, un pedacito de alguien que sin estar, todavía seguía viviendo en el que fue su jarrón, su cajita de música o su retrato.

Aquella mujer que valoraba la nostalgia y sus testimonios se dedicaba a comprar y vender antigüedades, teniendo la íntima convicción de que en ellas perduraba parte de las almas de quienes poseyeron aquellas reliquias, y conservarlas resultaba ser una manera de honrar a quienes alguna vez compartieron con esos objetos sus más tiernos e íntimos momentos.

En realidad su actividad no era meramente remunerativa, era mucho más que eso: ella escudriñaba en la mirada de cada paseante buscando intuir sus sentimientos, buscando ubicar a quienes merecían pasar a ser los nuevos propietarios de sus tesoros. Por eso, cuando alguien se mostraba interesado en alguno de sus maravillosos objetos y ella interpretaba que no era esa la persona indicada para llevárselo, se las ingeniaba para desalentarle diciéndole un precio muy elevado o desviando su atención hacia algo que ella considerara más apropiado.

Por el contrario, cuando veía, por algún signo que el destino le mostrara, que alguna persona destinada a encontrarse con algún objeto determinado no le había prestado atención, ella se las arreglaba para entusiasmarla con su compra, incluso, llegado el caso, cediéndoselo por menor valor del que ella había pagado para adquirirlo.

Así las cosas, la mujer se consideraba a sí misma la encargada de reubicar en el mundo de los vivos las reliquias de los que ya no lo estaban y esa actividad era apreciada por ella como de extraordinaria importancia.

Entre todos sus tesoros había uno que consideraba muy especial porque nunca había logrado encontrarle dueño. Por más que estudiara a sus posibles compradores, por más que advirtiera en ellos real atracción por aquella reliquia, nunca se decidía por ninguno y desechaba, entonces, hasta las más tentadoras ofertas.

El objeto en cuestión era un broche. Un pequeño prendedor de principio de siglo, bastante llamativo, de cerámica esmaltada y oro, con forma de escarabajo. Sobre el reverso, unas iniciales grabadas le daban el toque tan personal que la joya poseía. LMA - FDS, podía leerse, y quizás en esas letras fuera donde se radicaba gran parte de su magia.

Aquella preciosa alhaja había llegado a sus manos por medio de una amiga de su infancia, una triste mujer que decidió desprenderse de todos los recuerdos de su familia con la mezquina intención de reunir dinero para hacer un viaje junto a su amante de turno.

Quizás haya sido esa actitud de total desinterés hacia sus raíces lo que hizo que la anticuaria se encariñara especialmente con aquella pieza que la enamoró desde un primer momento.

Dada su basta experiencia en aquellos menesteres de interpretación de historias pasadas, enseguida intuyó que aquel broche era un especial testimonio de un momento muy particular en al vida de alguien que ya no estaba.

No logró recabar con su amiga algún dato preciso que la guiara hasta el origen de aquella historia, tampoco tuvo la suerte, como tantas veces, de ver en sueños los pormenores de aquel trocito de pasado. Sí tenía la íntima convicción de que en él vivía aún el vestigio de la que había sido una sin igual historia de amor de tiempos idos. En eso sabía que no se equivocaba y por ese motivo, se esmeraba particularmente en emprender correctamente el difícil proceso de hallar al dueño que lo mereciera.

Habían sido ya casi quince los años que habían transcurrido desde que el precioso escarabajo llegó a sus manos y en todo ese tiempo nunca había logrado averiguar algún dato cierto sobre su intrigante historia. Tampoco supo con certeza el nombre de su dueña; sólo escuchó por boca de quien se lo vendió que quizás hubiese pertenecido a una de las hermanas de su abuela.

El rastro del origen del escarabajo se perdía en la primera década del siglo pasado y el lugar probable donde había vivido su dueña era quizás una estancia en el sur de la provincia de Buenos Aires.

El broche había permanecido guardado en un viejo alhajero destartalado que por años cobijó restos de collares variados y aros que habían perdido su par. Allí, casi escondido entre restos maltrechos de la coquetería femenina, el broche pasó desapercibido por generaciones, quizás por su forma, algo extravagante para los gustos más clásicos de quienes no suelen llamar excesivamente la atención.

Quizás fuera que le inspiraba una entrañable sensación de nostalgia y cierta tristeza de amor truncado o no correspondido lo que le hacía sentirlo tan especial. Quizás hayan sido sus propios años de soledad y amores por siempre postergados los que le sugirieran esa cualidad en la joya.

La mujer, que siempre se esmeraba en ubicar con justeza los futuros dueños de sus antiguallas, nunca supo con exactitud qué tipo de persona correspondía conectar con aquel prendedor. En general, nunca había tenido problemas para hacer su trabajo, pero con aquel pequeño escarabajo el asunto resultaba ser mucho más difícil.

El hecho de que representara un insecto era, de por sí, un primer inconveniente: en general, salvo las mariposas, los demás especímenes de esta clase del reino animal no son bien vistos como adornos, es más, producen cierto rechazo, ligado tal vez a la aversión natural que suelen despertar estos bichos en la mayoría de las personas. Así mismo, conocía muy bien el significado que los escarabajos habían tenido para antiguas culturas, principalmente en la egipcia, donde se lo relacionaba con el renacer de la vida. De tal manera que quien calificara para ser su propietario debería ser de gustos muy personales y libre de los prejuicios de la moda y la estética establecida.

Por pura casualidad, aquella tarde llegó hasta su puesto un caballero de aspecto algo enfermizo que le ofreció venderle una antigua cigarrera de plata. No era demasiado valiosa, su factura, si bien bastante elegante, no era muy especial y además estaba algo maltrecha, pero un detalle muy particular llamó poderosamente su atención: “LMA y FDS por siempre” llevaba grabado en su interior y aquella mágica coincidencia la decidió a adquirir inmediatamente lo que el destino había decidido poner en sus manos.

Trató de averiguar algunos datos sobre la historia de la cigarrera, a quién había pertenecido, cómo llegó a las manos de aquel extraño. Según le informó el hombre, había pertenecido a un soldado alemán, muerto en la primera guerra; su padre le había contado que el joven soldado había sido fusilado por desertor y luego, entre los que habían integrado el escuadrón que lo ajusticiara, decidieron jugársela a la suerte. Su padre fue quien la ganó y desde entonces había permanecido en un cajón guardada.
Acotó también, quizás para agregarle algo de intriga, que creía recordar que su padre más de una vez le había adjudicado a aquel objeto la constante mala suerte que lo había perseguido toda su vida. Lejos de amedrentarse por esa historia, la anticuaria retuvo cada mínimo detalle del relato en su mente, convencida de que pronto lograría armar el rompecabezas que existía entre su escarabajo y esta cigarrera.

Esa noche se fue a dormir muy emocionada, convencida de que pronto lograría descifrar las historia que enlazaba a aquellos dos tesoros, testigos privilegiados de lo que, intuía, había sido una gran historia de amor.

(...)

jueves, 12 de diciembre de 2019

ESTE JUEVES UN RELATO: EL VIAJE A...

Esta semana es Myriam quien desde su blog nos propone elegir uno de los destinos que ofrece como inspiración para nuestros relatos. Esta vez mis musas andan muy escasas de inspiración fresca por lo que recurro a la re edición de parte de una historia escrita ya hace tiempo a modo de trilogía. El fragmento que elegí corresponde a la segunda parte de la historia y se ambienta en el Paris de la pre 1ra guerra. 
Para leer todos los relatos participantes, dar clic aqui





LEONOR Y FEDERICO, PASADO EN PRESENTE


Corre el mes de octubre de 1913, Europa está convulsionada y Francia es parte fundamental del juego de equilibrio entre potencias. Centro neurálgico del mundo cultural la proximidad de la guerra no logra opacar el movimiento artístico que en ella se genera.
Las galerías, cafés y museos de Paris son el lugar de encuentro de soñadores, artistas y estudiantes. Las vanguardias intentan en vano abrir un paréntesis en ese clima de caos y violencia que se vive en el continente, se habla de ruptura con los cánones clásicos, la revalorización de las formas y equilibrios naturales, el redescubrimiento de la libertad y la fantasía.
Los rincones de bohemios y estudiantes que pueblan sobre todo la zona de Montmartre genera el ambiente propicio para intentar escapar de la guerra que se avecina buscando en el mundo del arte, la liberación y el cambio que no se encuentra en la realidad.


Entre las salas del Louvre, quiso la suerte que frente a las reliquias de un imperio muerto dos corazones se flecharan a primera vista. Entre Nefertitis y faraones, entre el misterio de sacerdotes y Osiris, celebrando la vida en el renacer de la muerte, un hombre y una mujer se ven a los ojos por primera vez.

Dos en cien millones…Víctimas y beneficiarios de un mismo azar, dos almas gemelas coinciden en un mismo instante, en un mismo lugar, con las mismas predisposiciones.

Y en aquella sala de museo donde los trofeos de otras vidas muestran que se puede sobrevivir a la muerte, dos jóvenes se seducen el uno al otro, sin que hayan hecho falta demasiadas palabras para sellar esa ofrenda.

La excusa para el acercamiento es un escarabajo. Un diminuto coleóptero dorado y azul que significaba para los antiguos habitantes de los valles del Nilo el permanente renacer desde la muerte. La simbología es atrapante, lo suficiente para continuar en un café la charla y el encantamiento.

Noviembre pasó entero, logrando prolongar con su marco de hojas doradas lo que pronto será una cruenta separación. La guerra es inminente, los dos lo saben.

Ella retornará hacia su sur, él, hacia su Germania de procedencia. Pero el otoño persiste y Paris les regala por un día más su cobijo, y eso sólo importa. Nada más tiene presente. Leonor se abre por primera vez al amor, Friedrich pasa, gracias a él, a ser para siempre, Federico.

Pero todo tiene su fin y aunque se evite mirarla, la realidad es omnipresente y conspira contra dos amantes que deben separarse sabiendo que no habrá un “hasta pronto”.

Es el último día antes de la partida. De común acuerdo deciden entregarse en cuerpo y alma el uno al otro, haciendo caso omiso de prejuicios, obligaciones y corduras. Abrazados, despidiendo a su paso la ribera del Sena que fuera testigo de sus besos, los enamorados intercambian sollozantes, promesas de amor eterno.

Ella le regala una cigarrera, él, la réplica del escarabajo que les sirviera de excusa para conocerse. Los dos llevan grabadas sus iniciales y su fidelidad por siempre.

Un pequeño cuarto de hotel en su Montmartre fue el “dónde”. Desde el ocaso hasta el amanecer el “cuándo”, y con la extravagancia y pureza de su amor joven se puede resumir el “cómo”.

Así, íntegro y cabal, sin limitaciones, con lo mejor que puede construir el amor se entregan y en sus corazones permanecerán el uno para el otro por siempre, intactos hasta que la muerte les trunque el ansiado encuentro.

A él lo matarán por buscar reencontrarla, escapando para ello de una oscura guerra. Ella morirá en el sur, solitaria y joven, en la estancia donde siempre vivió, presa de una incurable pena.

Sin hijos se extinguirá su amor…o quizás, trascienda a la mortalidad de sus cuerpos.

(...)

domingo, 8 de diciembre de 2019

LO PROMETIDO ES DEUDA...

Ha llegado otro 8 diciembre y como ya es tradición, cumplo mi compromiso de subir para esta fecha la nueva tarjeta navideña que pude confeccionar con las fotos que ustedes me enviaron oportunamente. 

Como verán esta vez he armado tres opciones con la foto grupal que dejo a su libre disposición para utilizar en sus respectivos blogs como más les guste. 

Más abajo les dejo mis regalitos personalizados que este año les hago llegar mediante postales antiguas enviadas desde distintos sitios del mundo (el mundo blogger tiene esas ventajas!) adheridos a ellas podrán encontrar, las damas, joyas de exclusivo diseño y finas piedras preciosas y los caballeros, una cuidada selección de relojes de bolsillo que he elegido especialmente para cada uno. Espero les gusten y los luzcan en estas fiestas! jeje 

Les agradezco a tod@s por sumarse nuevamente con tanto entusiasmo a esta propuesta que me encanta producir.

Que tengan una muy linda semana!












REGALITOS PERSONALIZADOS
(Dar clic para visitar los respectivos blogs)


































(lamento no poder agregarte ya en la tarjeta grupal, Pepe!)

jueves, 5 de diciembre de 2019

ESTE JUEVES UN RELATO: Una mano amiga

Esta semana la propuesta nos llega de la mano de Dorotea, desde su blog Lazos y Raices. Me disculpo por no haber podido respetar la consigna de 350 palabras. Suele ocurrirme...
Para leer todos los relatos, pasar por el blog de Dorotea



UNA MANO AMIGA

Se conocieron en el grupo de apoyo al que ambos concurrían para intentar encauzar los conflictos de sus días. A primera vista no tenían mucho más en común: distintas orígenes, distintas edades, distintas actividades, distintos intereses, distintas formas de sofocar sus penas. Solamente la igualdad en la profundidad del dolor acumulado y la insoportable necesidad de venganza hacia sus respectivos victimarios los había acercado una tarde lluviosa de invierno, luego de aquella última sesión de terapia grupal en la que ambos pudieron reconocerse íntimamente reflejados en la historia del otro, sin que nadie más del grupo pudiera darse cuenta de las terribles consecuencias que aquello desencadenaría.   

La legitimidad del dolor de cada uno era incuestionable: terribles las atrocidades padecidas e indiscutible la vulnerabilidad de ambos en el momento en que debieron sufrir aquellos tormentos, mantenidos en secreto desde entonces a fuerza de haber contenido las lágrimas a la par que sus frustraciones afloraban destruyendo cualquier vínculo que intentaran construir. Solamente se animaron a confesarse mutuamente sus calvarios cuando tuvieron la certeza que el otro lo iba realmente a comprender, sin juzgarle ni cuestionarle la necesidad de hacer justicia por mano propia.
Aquella tarde en que por primera vez se atrevieron a reconocer uno frente al otro la naturaleza aberrante de su pena, también volcaron la inquietud por ir más allá de lo moralmente se espera de una víctima, por lo que con sigilo y puntillosa planificación comenzaron a tejer a dúo la descarnada trama de sus venganzas.  

Sabían con certeza que cuando hay interés cierto por esclarecer un crimen, la punta fundamental por la que se intenta hallar al culpable es la cercanía que pudiera existir con la víctima, los motivos que llevaron al desenlace, la causa que pudiera conectar al muerto con su potencial matador. De ahí que llegaran a la conclusión que ninguno de los dos debía de hacerse cargo de su propio victimario, porque de alguna u otra forma, algún detalle que los conectara  podría salir a la luz y así serían, tarde o temprano, descubiertos.

La forma más indescifrable de llevar a cabo su venganza sería que cada quien descargara su ira sobre el causante del dolor del otro, sin que hubiere puntos de contacto que pudiesen revelar una eventual relación ni motivos que pudiera implicarlos, ya que ninguno de los dos conocía personalmente a quien iba a ser su víctima. Además, para mejorar la coartada de ambos en el momento en que cada victimario sería ejecutado, su correspondiente víctima se encargaría de acumular, para un eventual interrogatorio, la suficiente evidencia de que en ese momento se encontraba a gran distancia del lugar del hecho.

Para que tal intrincado plan tuviera buen resultado, la confianza entre ambos debía ser total y absoluto el secreto con el que manejaron los detalles intercambiando información sin dejar ningún rastro. Además, deberían dejar de verse. Se mudarían eventualmente a otras ciudades y esperarían con paciencia y absoluta confianza el tiempo estipulado para concretar que el plan se cumpliera sin sobresaltos ni necesidad de volver a reunirse. La venganza es un plato que se sirve bien frío y ambos estaban ansiando el momento de sentarse a la mesa.

Pasaron los años. El odio y la ira no se aplacaron, fueron torneándose en la madurez de un plan que fue trazado con toda la justeza y el equilibrio necesarios para ser perfecto.

El primero en morir ahorcado simulando un suicidio en la sacristía de su capilla rural, fue el viejo cura pedófilo, apartado de su feligresía anterior luego de muchas denuncias desestimadas acusándolo de abusador de monaguillos. La ignota asesina resultaría ser una joven extranjera, judía de origen, que nunca se había cruzado con él antes de aquella noche fatídica. Jamás fue descubierta.

El segundo en ser ajusticiado fue un acaudalado ciudadano “modelo”, quemado en su propio auto luego de una noche de orgía en la que jovencitas engañadas eran abusadas para el entretenimiento de sus vejetes amigos. Curiosamente el causante del desperfecto mecánico que culminó en incendio resultó ser un apocado bibliotecario de avanzada edad, homosexual declarado, que jamás antes había pisado la ciudad  donde muriera el occiso. Tampoco él fue descubierto.

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