Me sumo con un texto ya publicado a mi propia convocatoria. A veces las musas se toman vacaciones y no avisan, jaja. Pasar por el post anterior para leer todos los relatos participantes.
EL TIEMPO QUE SE ESCAPA
De niño pensaba que el tiempo era
eterno. Inmenso universo de días constantes extendiéndose ante él invitándolo a
recorrerlo con espíritu aventurero. Ante sus ojos nuevos, todo lo que cada
día le trajese era digno de ser
explorado, pequeña maravilla de luces y sombras dispuesta a ser descubierta. Lo
que estaba ante sí, lo cercano, resultaba ser óptimo alimento para el alma y el
cuerpo que aguardaba con ansias crecer, esperando que llegara el momento para
abrir sin restricciones las puertas de la adultez, que -para ese entonces- le
estaban vedadas. Después, a medida que las obligaciones fueron ocupando lo que
antes era libertad y juego, la idea de que ese tiempo no resultaba ser tan
eterno como en sus inicios pensaba, fue haciéndose más sólida y esa constatación
diaria le fue sembrando el temor de no poder abarcar todo lo que en su
imaginación había planeado. Descubrió la necesidad de optar. Deber elegir entre
varios deseos para priorizar alguno dentro de las posibilidades concretas del
ahora y del mañana. Postergar. Guardar las ganas para después, para cuando sea
más propicio, para cuando pueda, para cuando termine las urgencias y sea al fin
hora de permitirse un sueño. No siempre se podía. O al menos así lo percibía. Y
se esforzaba a cada instante buscando cómo hacer para que el tiempo real
coincidiera en dimensión con el tiempo ansiado. Llegó a la conclusión que algo
de perversión había en esa perpetua carrera que se desató entre él y el reloj
intentando conciliar sus respectivos objetivos. Alguien o algo disfrutaba
viéndolo tratar de andar cada vez más rápido y como consecuencia, más desatento
a los detalles, menos sensible a las pequeñas señales que le daba la vida.
Caratuló entonces al tiempo como tirano. Lo acusó de gozar, viéndole lamentar
cada nueva arruga trazándose sobre su añejado caudal de ilusiones. Y aunque se
empeñó en contrastarlo, notó su propio paso cada vez más lento, más quejoso su
espíritu indómito y más aletargada su voluntad de rebelión. Comenzó a ver todo
desde otra perspectiva, curiosamente muy parecida a la que hasta ayer había
pretendido ridiculizar. Comprendió entonces que estaba viejo. Ya no estaban sus
carnes firmes, ni frescas sus ganas de innovar. Confrontó entonces, irritado,
al reloj que continuaba sin alterar su marcha imparable mientras en cambio su
propio tic tac interior amenazaba con llegar al final. Le habló de injusticia,
de sueños inalcanzados, de estrategias vanas intentando superar sus
limitaciones. Lo acusó de hacer trampa. De acelerar su paso con malicia
mientras él intentaba no claudicar, pero, como era de esperar, nada varió el
ritmo de Cronos. Al fin, mientras daba el último suspiro, el hombre tuvo la
revelación de que no había sido el Tiempo en realidad el que se le había
escapado, sino que había sido él quien
no lo supo acompañar.
3 comentarios:
Que cierto lo que dices, cada etapa de nuestra vida el tiempo tiene un significado distinto.
De infantes queremos que co, para hacernos adultos y gozar de esa libertad.
Cuando llegamos a la madurez estamos en la cima, pensamos que el tiempo está de nuestro lado
Y en nada nos vemos en la vejez
Casa etapa de ese tiempo no es que él se haya ido no hemos sido nosotros el que lo hemos agotado.
Muy buena exposición la que nos has dejado
Un abrazo.🧚🙋
Me alegra que te gustara, Campi. Muy atenta en tu comentario. Un abrazo y muchas gracias por estar siempre cerca
Te la arreglaste bien, aun con las musas de vacaciones.
Es algo que suele pasar.
Sospecho que también podría cambiar de opinión, con el paso del...tiempo.
Un abrazo.
Publicar un comentario