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martes, 10 de agosto de 2010

PREMONICIÓN - Primera parte (re edición)

Antes que nada, mis disculpas para quienes ya leyeron esta historia. Últimamente no andan las musas tan inspiradas como se las requiere! jejeje


Primera parte: LA RESACA

Aún con un insoportable gusto amargo en la boca, (ese que se prolonga por largo rato cuando uno se despierta después de una fuerte resaca) intentó, una y otra vez, sentarse en la cama.

Supo que era viernes y el reloj marcaba las ocho. Logró incorporarse lentamente, cuidando de no mover muchos sus huesos, que le dolían sin piedad. Llegó con esfuerzo hasta el baño. Contempló aquel rostro en el espejo. No se reconoció. Parecía que otro le devolvía su mirada perdida en un mar de jaqueca. Pero esforzándose un poco, abriéndose camino entre los residuos de alcohol de la noche anterior, allí se vio, frente a frente, dentro de la nubosidad de esa mirada propia que casi le resultaba ajena:…allí estaba.

A pesar del aturdimiento y la acidez que lo destruía por dentro, comprobar que se prolongaba su existencia un día más no dejaba de ser una satisfacción. Si bien se caracterizaba por su apatía innata, el reencontrarse en el espejo cada mañana le abría una ventanita de esperanza. Esa relativa buena expectativa matinal que a veces sentía, solía resultar ser un buen prolegómeno, un pequeño incentivo para aceptar y continuar con el ritual diario de ducha-cepillado- vestido y preparativos que seguía sin chistar, a pesar de su natural rechazo hacia lo previsible y aburrido.

Joven, soltero, alto ejecutivo, muy buen pasar económico, apetecible para las mujeres, su vida no podía ser más exitosa…y sin embargo no podía decirse que se sintiera feliz…sólo orgulloso de lo que había conseguido y esa misma buena posición lograda a base de esfuerzo, dura competencia, sobre exigencia y gran dosis de cinismo, tampoco le brindaba tranquilidad. Más bien lo tenía siempre sobre ascuas, porque sabía que quienes habían quedado detrás en el escalafón estaban atentos a cualquier equivocación que él pudiera cometer. Quizás fuera esa una de las razones por las que solía ahogarse en bullicio y alcohol y así lograr lo que creía un escape momentáneo.

Cuando estaba comenzando a estrenar algo de lucidez matinal, casi se cae al enredarse en una prenda femenina que había quedado olvidada entre los almohadones tirados sobre el piso alrededor del sofá. Quién sería su dueña era un dato que no recordaba, ni tampoco le preocupaba. Era algo que solía pasar.

Sus eventuales acompañantes nunca le duraban más de una noche. Sólo lo necesario para descargar en ellas sus necesidades básicas. Sin nombres, sin reincidencia, sin compromiso. Eso quedaba siempre claro, por lo menos para él, que se esmeraba en hacer que su vida amorosa fuera lo menos complicada posible.

Un sonido muy agudo le hirió los tímpanos. Algún vendedor ambulante buscando llamar la atención, seguramente. Si hubiese podido moverse normalmente le hubiera hecho tragar el silbato sin contemplaciones. Pero ya era hora de ir hacia su despacho y no debía demorarse más.

Ni tiempo tenía para un café. Lo tomaría en la oficina. Aunque la inútil de su secretaria ni eso sabía hacer bien: cuando no lo cargaba demasiado lo preparaba insípido y sin cuerpo. Era un desastre. Si no fuera porque su físico fuera de serie le servía para su distracción y la de sus clientes ya la hubiera despedido hacía rato.

Muchachas vistosas que supieran manejar un teclado y atender el teléfono eran lo que sobraba, así que cualquier mañana que se levantara más cruzado que de costumbre le daba el adiós y se libraba de ella.

Nadie es imprescindible, eso lo sabía y había sido su política desde siempre. Tampoco había que dejar que pasara demasiado tiempo sin renovar el personal, no era bueno acostumbrarse a ver siempre las mismas caras, era contraproducente. Podían surgir vínculos amistosos y en caso de necesitar achicar costos uno se volvía dubitativo a la hora de decidir quién iba a seguir y quien no. Por eso siempre fue enemigo de intimar más de la cuenta con sus subalternos. Las relaciones laborales más estrechas se deberían limitar a sus superiores. Nada más. Estar más que atento con las cotizaciones que sus potenciales adversarios lograran imponer entre los socios de la empresa y hacer lo imposible para que sus proyectos superaran a los de los demás. Eso era todo.

El secreto del éxito estaba en dar un paso siempre antes que el enemigo, así se ganaba, y eso era lo único importante. Como en la jungla, sobreviven los más fuertes y el resto, son alimento para los más aptos; cualquiera lo sabe y negarlo es ocultar lo evidente.

En ese sentido él siempre fue afortunado. El remordimiento era algo que nunca tuvo en su haber y eso le hacía el camino más llano.

Dudar no era su estilo. Seguía su intuición y hasta ahora nunca le había fallado. Ella era su mejor aliada: ese instinto innato que le decía cómo y dónde operar, qué medidas tomar, cuándo vender, cómo convencer…en ese rubro nadie le ganaba y eso lo hacía más fuerte. Tenía varios competidores que quizás fuesen más ordenados y dedicados en sus informes, quizás, hasta más honestos, pero en su habilidad para saber cuándo y cómo dar el salto nadie lo igualaba y en eso se basaba la confianza que le brindaban en el estudio. Allí radicaba su mayor poder y ese instinto no se adquiere, sino que se nace con él, así que poseerlo era una garantía de ser convenientemente valorado.

Aturdido aún por el malestar de la resaca, ajustándose por última vez la corbata antes bajar por el ascensor, el espejo lo terminaba de convencer de que el portador de esa imagen era un ganador.

Su impecable presencia hacía reducir a sus eventuales acompañantes del elevador a simples seres anónimos destinados a transitar en la uniforme masa de la mediocridad de la que la sociedad se alimenta. Nada más que eso. Seres grises, sin personalidad, sin elemento distintivo, sólo algunos más dentro de la muchedumbre que no se queja ni se aprovecha, sólo se limita a transcurrir en una mera sobrevivencia. Y eso era bueno, porque sin ellos, la reducida elite de los más aptos no tendría razón de ser. De otra manera, los talentos y argucias individuales no marcarían la diferencia y nadie sobresaldría del resto. No habría quien se asomara por sobre los otros, quienes determinaran las tendencias, quienes impusieran las directivas, las normas, las decisiones.

La sola idea de pasar desapercibido en ese mar de mortales anónimos lo inquietaba y angustiaba. Por eso, el verse más que atildado en el espejo del ascensor cada mañana le recordaba que él era distinto, especial, destinado a sobresalir debido a sus innegables capacidades y cualidades. Esa imagen pulcra y perfumada de sí mismo que le daba los buenos días en las mañanas le confirmaba que no estaba equivocado: su papel en el mundo no era intrascendente y su alto puesto jerárquico era su merecida recompensa.

No era como el pobre gordito del quinto que cada mañana arrastraba su oscura persona hacia su trabajo como pidiendo disculpas por estar vivo. Ni como el doctorcito del décimo que no se ubicaba en su rol de flamante profesional: su falta de confianza en sí mismo se le notaba en la mirada y aunque se empeñara en lo contrario, no lograba engañar a nadie, tenía miedo de asumir sus responsabilidades y eso siempre le iba a resultar una piedra en el camino de sus intentos vanos de ascenso social. Nunca lo lograría, estaba escrito en su mirada insegura. Nada que ver con la suya, decidida y bien dispuesta para lo que sea, en el momento que sea, disimulando con soltura hasta la jaqueca más persistente, si la hubiera…eso era prestancia, clase, desenvoltura.

El aire frío lo estremeció con displicencia y eso lo distrajo de sus pensamientos. Cerró por eso la ventanilla de su convertible y se dispuso a emprender el rumbo hacia su oficina.

A media mañana, con el cielo radiante y renovado por la frescura de la ducha que todavía persistía con sus efluvios, nada le parecía imposible. No encontraba razón para imponerse límites y esa sensación de poder y libertad absoluta lo llenaba de bríos.

En cada semáforo se esforzaba por no prestar atención a los sucios muchachos que se acercaban para intentar lavar el parabrisa de su auto. ¡Como si estuviera dispuesto a que alguna de esas manos mugrientas tocaran su refulgente convertible!...¿pero es que pueden ser tan imbéciles???...¿no se dan cuenta que su auto está impecable????---por qué no se dedican a molestar a los que les dan cabida?

Por esa razón siempre tenía que acelerar antes que la luz se ponga en verde, para sacárselos de encima…pero era imposible. A la vuelta de cada esquina siempre había algún vago tirado por las calles, a veces hasta mujeres con chicos a cuestas…- pero, si no pueden mantenerlos, ¿para qué tienen críos???...son una lacra que se extiende y va invadiendo día a día hasta los barrios más distinguidos.-

Tendría que mudarse a un country privado, no le quedaba otra!...pero su agitada vida nocturna se vería afectada por las largas distancias hasta los lugares que suele frecuentar y por esa razón se tiene que aguantar y acomodarse a sobrevivir en ese mar de mugre e inseguridad en el que se han vuelto las calles.

Hacía apenas unos años, (él lo recordaba) se podía caminar tranquilo, sin el peligro que implica ahora caminar unas calles hasta llegar a destino. Sentía que era imposible vivir así. Uno se daba vuelta y veía mendigos por todas partes. Marginales que no conocen lo que es el trabajo ni les importa aprender. Chicos criados en las calles acostumbrados a que se les de unas monedas por abrir una puerta. Sucios, malolientes, ignorantes, dispuestos a aprovechar cualquier descuido para robar lo que sea. Así se han criado y así morirán. No tienen otro destino.

Siempre pensó conveniente que de una vez por todas debiera venir alguna “mano dura” que le pusiera punto final a todo eso y así las personas decentes podrían vivir tranquilos y sin complicaciones.


(continuará)

7 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Moni!!
Una brillante rediografía de un joven ejecutivo, que seguramente podremos encontrar en cualquier empresa de toda gran ciudad...
Su perfil personal y personal es el que hoy en día nos dicta la sociedad de consumo: alguien hábil, bien parecido, con pocos escrúpulos y una irrefrenable ambición, pese a quien le pese.
Sigo atento a la continuidad...
Un beso grande!

RoB

casss dijo...

No sabía que vos también lo conocías.... (sigo el relato, porque no he sabido más de él)

BESOTES RISUEÑOS DE MARTES

mariajesusparadela dijo...

Existen personas así, pero no a mi alrededor .

Primavera dijo...

Uff pues si existen, aunque mejor no tenerlos cerca, una persona sin escrupulos es capaz de cualquier cosa para ascender en el eslavon de la empresa..ufff que me adelanto o hago mi propia continuedad de esta historia interesante.
Primavera

Ciberculturalia dijo...

Lamentablemente es el dibujo de un individuo bastante común en nuestra sociedad. Se les ve y percibe a kilometros de distancia. No son nada. Pero hacen mucho ruido.

Estoy deseando saber el desenlace. Siempre sueles sorprendernos.

Un beso

Un par de neuronas... dijo...

Qué ganas de darle un mamporro me han entrado! No sé cómo has entrado tan bien en su cerebro...
Yo no lo había leído, gracias por reponerlo.

Besitos.

Any dijo...

Ahjajajja! perdón, me hizo gracia lo del "mamporro" de Vero. La verdad que si, dan ganas de "acomodarle las ideas" de un golpe.
Yo si lo leí, pero no recuerdo bien el final, asi que pasaré a leer si es el final que me parece recordar o lo estoy inventando (que no sería nada raro)
Besos!

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