TRES PERSPECTIVAS - Parte 3

CONSTANCE - 1898 En el que sabe, será su lecho de muerte, solitaria y en la pobreza, siete años después que su ex marido, excelso escritor de reconocido prestigio, le clavara uno tras otro punzantes puñales en su corazón, ella se pregunta por qué el destino la desterró a semejante castigo. En aquellos primeros años de su felicidad, la vida le hizo probar sus mieles. La fortuna le sonreía, el cielo se le brindaba pleno cuando del brazo de su amor recorría los salones más selectos de Londres, los teatros colmados de público, generosos de aplausos, ávidos de ingenio y talento. Cómo podría haber adivinado lo que en el futuro le esperaba?. Aquel matrimonio parecía ser todo lo que ella había soñado. Estaba enamorada. El talento del que sería su esposo estaba, lejos, por encima de la mayoría de los intelectuales de aquellos años. La agudeza de su ingenio, su fina ironía garantizaban que en lo más selecto de los círculos encumbrados su nombre fuera siempre citado y respetado. Sabía que anteriormente había habido otras mujeres en su vida. Sobre todo una de quien, según él le confesó alguna vez, se había enamorado profundamente. Superando los celos que esa confidencia le había despertado en un primer momento, segura de sí misma, supo que podía conquistar aquel enorme corazón…tan portentoso como la figura que lo abarcaba. Aquel porte de hombre de mundo, tan atractivo, tan contundente terminaron por enamorarla…y aquel sentimiento sincero se coronó como Dios manda y con el deseado nacimiento de dos hermosos hijos. Pensar en ellos ahora, enferma, desolada y en la pobreza, no hace más que estrujarle el corazón sumiéndola en una perpetua angustia que nada calma. ¿Cómo pudo aquel hombre, su amor, su marido, el padre de sus hijos, traicionarla de tan baja manera? No pudo entenderlo cuando lo supo, no puede aceptarlo aún ahora, después que el juicio y la condena terminaron… después que supo que al salir, lo primero que él hizo fue reunirse con su…amante…es así, no cabe otra palabra. A M A N T E…hombre, pero amante. ¿Cómo pudo? ¿Cómo llegó a rebajarse tanto? Exhibirse sin prejuicios, mostrarse sin decoro, sin pudor, sin vergüenza, exponiendo a su esposa y sus hijos a tal humillación y desprestigio. Llevarlo hasta su propia casa!...bajo su mismo techo!...mancillando su matrimonio simulando que se trataba sólo de una relación mentor- alumno!...mentira!... ahora podía ver tan claramente lo que antes no supo o no quiso saber!... sus miradas no escatimaban en juegos amorosos ni picardías pasionales!...a ninguno de los dos le importó humillarla…es más, ahora, a la distancia, tiene la certeza que esa provocación, esa desfachatez irrefutable, hasta los excitaba más!...se burlaron de ella, de su confianza de su dedicación de esposa abnegada que centraba toda su vida en su casa, su marido y sus hijos. Si hasta llegó a postergarse como persona para complacer los caprichos de su marido!...recuerda, ahora sí, con nitidez, las miradas de repugnancia que él le prodigara después que naciera el más pequeño. Como era de esperar, su cuerpo y su belleza se resintieron. Se sentía morir cuando su esposo evitaba tocarla y hasta esquivaba con disimulo su mirada, buscando cualquier excusa para no quedarse en su casa con ella, escabulléndose con sus “amigos”, enfrascándose en sus letras, en su trabajo, en sus obras, en su arte…marginándola, impiadoso, a una prescindencia a la que terminó por acostumbrarse. Pobre infeliz!...llegó a pensar que era su culpa!...que no sabía ser la mujer que un hombre de su talento necesitaba!...se sentía menos, disminuida, mediocre, aburrida, fea, gastada, sin gracia, …poco digna. Si hasta la convenció que no deberían tener más contacto íntimo por el hecho de haber engendrado ya a los hijos!...y ella le creyó, como siempre desde que lo conoció… porque se entregó a él en cuerpo y alma y él la traicionó, de la forma más vil, más inesperada, más humillante, más repugnante. Cuando lo supo, cuando la ciudad entera gritaba la verdad que ella quizás quería no saber, la vergüenza cayó sobre ella de improviso. Sintió que todo el mundo se derrumbaba a su alrededor… y sobre la deshonra, la mentira, las deudas, la soberbia del desvergonzado amante que disfrutaba al verla derrotada, las indiscreciones de la servidumbre, las habladurías, el abandono por parte de los amigos, las preguntas de sus hijos, su familia que la acosaba…la soledad profunda, que se agrandaba más y más a medida que el juicio avanzaba y se hacían públicos los entredichos entre el marqués, el hijo de éste y su propio marido. Nadie llegará a saber jamás el infierno por el que debió pasar. Nadie sabrá el dolor que siente cada vez que piensa en el destino incierto de sus pequeños. Pronto morirá, lo sabe. Intentó como pudo, salvar lo poco que quedaba de su honor y el de sus hijos, divorciándose, mudándose y cambiándose de nombre…pero no sirvió de mucho. La situación de abrumadora necesidad en que quedó fue terrible, luego que su marido gastara toda su dote, las propiedades que ella heredara, en costear sus lujos, sus aventuras, sus vicios y aquellos costosísimos juicios en los que no sólo terminó de perder su fortuna sino que despilfarró definitivamente su nombre, su dignidad y la de su familia. Irónicamente, el único respaldo con el que aún cuenta, el único quien no le dio la espalda y con el que sabe, podrán contar sus hijos siempre, es quien (ahora lo comprende) inició a su otrora marido en aquellos placeres pecaminosos que terminarían por destruir sus vidas y su honra. A pesar de lo sarcástico que parezca, sabe que es él el único amigo incondicional que le queda…y que estará allí hasta el final - ese que ya llega - y al que arribará sosteniéndose de su mano. Nota: para quien no conozca los detalles de la historia, el amigo a quien hago referencia y que acompañó a Constance y sus hijos desde un primer momento, fue Ross, amigo y editor de Oscar.(también homosexual)