Con algo de retraso, me sumo a la convocatoria de esta semana que, desde su blog, nos dejan las chicas de Artesanos de la Palabra.
NUBES DISTÓPICAS
Las infernales nubes avanzaban
lentamente asfixiando el mundo a su paso. Las formas voluminosas adoptan aspecto de monstruos, de calaveras sangrantes, de ancestrales muertos levantándose de
sus tumbas. El hombre, incrédulo, los observa desde lejos vislumbrando el
irremediable final aproximándose sin que hubiera escape ni refugio. ¡Qué
extraño todo! ¡Qué destino impensado el suyo! Ser testigo de la culminación
anunciada de una civilización infame poniendo fin a su existencia por el puro
capricho de unos locos pretendiendo ser dioses. Necios. Demonios inclementes.
Homicidas incuestionables arrastrándonos hacia la perdición. ¿Por qué se los
permitimos? ¿Cómo fue que no reaccionamos a tiempo? ¿En nombre de qué
argumentos el auto-exterminio se constituyó en alternativa inexorable?
Desde las raíces profundas de su
ya anciana identidad llegan, de improviso, otras nubes, mucho más blancas,
diáfanas, luminosas. Cargadas de aromas de lluvia fresca arriban desde sus recónditos
recuerdos de niñez feliz, la esperanza pura de alguien que recién asomaba a la
vida y tenía aún el poder de imaginar belleza a su alrededor. Un mundo bello,
sano, posible en aquellos días en donde todavía los sueños de paz poblaban las
almas y las mentes de una generación que surgía.
¿A dónde se fueron esas nubes? ¿Se disiparon
sumergidas bajo el insano discurso de quienes llegaron alegando mandatos de
odios, negaciones y supremacías ofensivas? ¿Se disolvieron, impotentes, ante
nuestra tozudez sustentada por ideologías consumistas, absurdas y suicidas? ¿Dónde
se fueron las flores, los sueños, las reivindicaciones humanistas?
No pudo, la vida, lograr
contrastar el avance de las mentalidades retrógradas que trocaron los valores
más dignos en declamaciones incongruentes. Se nos acabó la cordura, pisoteada
por las imposiciones de los dementes a los que seguimos como borregos. Resultó ser
mucho más inmediata la caída de lo que creímos los incautos que supusimos -con
ingenua mansedumbre- que todo se iría acomodando luego de las arbitrariedades
primeras. Pero no. No fue así. Y la imbecilidad se hizo crónica y no salimos
nunca más de esa trampa pegajosa que todo lo impregna.
Ahora, en el minuto final justo
antes que nos cubra la letal nube tóxica, no tiene sentido ya reflexionar ni lamentarse.
El daño está hecho. El mal ha ganado la partida.