Segunda Parte: RAYOS BREVES DE SOL
(imagen tomada dela red)
Toparse con ellos es contemplar el sol de cerca. Sentir que se pueden transgredir las normas sin necesariamente caer en el intento. Al
verlos charlar animadamente –entre ellos o con la gente con la que interactúan-
uno comprueba que el mantener siempre viva la capacidad de asombro, rejuvenece
por dentro y por fuera, destruye la apatía, vuelve más interesante el
transcurso de las horas, le da sentido al intercambio vital y cotidiano, aunque
el hecho parezca intrascendental o superfluo.
Contemplarlos así, sin complejos de inferioridades ni absurdos,
nos pone el acento en las cosas que son verdaderamente importantes, en esas
cualidades que nos hacen revalorizar nuestras diferencias, esas circunstancias
que nos hacen comprender que todos somos iguales - paradójicamente- en nuestra
necesidad de sentirnos individuos en libre convivencia.
La magia que irradian sus miradas -ávidas aún por descubrirlo
todo- vuelve a reencontrarnos con el valor de la inocencia. Verlos así,
ancianos en apariencia pero joviales y plenos en espíritu, logra conmover aún
los corazones de quienes se han dejado ya caer en la inercia de ver el mundo
como una masa amorfa de grises, sin bellezas ni contrastes, sin sorpresas ni
matices.
Luego de superar el primer gesto irreflexivo de burla que nos
nace al encontrarnos frente a frente con su desenfado natural y para nada
fingido, esas dos almas volátiles y leves como el más ingrávido suspiro, logran
tocar con su candor las fibras más recónditas de nuestras sensibilidades
dormidas. Hasta sin mirarnos a los ojos nos hacen sentir de cerca la vivacidad
de sus gestos, provocándonos sana envidia por poder vivir su libertad sin temer
las consecuencias.
De esa manera ellos van abriéndose paso en nuestras pobres
rutinas. Se nos hacen presentes en nuestros pensamientos aún después de habérsenos
cruzado en el camino. Si con sólo transitar la misma calle por la que andamos
consiguen inquietar nuestras mentes prejuiciosas, mucho más nos logran
trastocar si el intercambio se concreta con miradas directas, roces de manos,
cruces de palabras o fragancias esenciales conmoviéndonos los sentidos.
Veo claramente el poder de sus efluvios cuando inmediatamente
hacen nacer en el rostro -antes adusto- del mozo que los atiende, una honesta y
clara sonrisa. La misma sigue instalada allí, como gesto que no es burla ni
piedad ni picardía, y continúa acompañando al hombre el resto de la mañana,
aunque sigan bombardeándolo con quejas, sinsabores y cansancios las tareas no
gratas de todos los días.
Así actúan, así dejan su huella esos frágiles seres angélicos
que se nos atraviesan sin pedir permiso en nuestras vidas. Ellos no necesitan
clarines ni trompetas para anunciar su venida, ni solicitan del sol sus
resplandores, ni amerita el encuentro grandes desafíos: sólo basta confiarles
un momento de nuestra cercanía, un hálito de aire compartido, un segundo de
atención, un instante de su gracia desmedida, y ellos logran aplastar con su
presencia la monotonía que –asumimos- nos es exigida al sabernos adultos.
Ellos nos confirman, con sólo cruzársenos, que la vida puede ser
mucho más que sobrevivir otro día, que intentar lucir nuevos colores es fuente
de alegría, que sobrellevar el paso de los años como premio y no como castigo
es posible, es sano, y es beneficio. Uno logra comprender que transportar a los
demás al paraíso con una franca sonrisa es factible. Sin que importe si el sex-appeal nos ha sido concedido, uno puede contagiar lo mejor de
nuestro espíritu, así, sin trabas, complejos o temores a hacer el ridículo
frente a aquellos que no arriban, todavía, a la cima de lo que por medio de ellos,
los ángeles, llega luego a ser comprendido.
(continúa en el próximo post)
2 comentarios:
Maravillosa "gente corriente".
Besos!
Me han visitado, es seguro: hace ya tiempo que ni las quejas ni los malos rollos me hacen cambiar la cara; y vivo y bebo los sorbitos de vida con fruición.
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