Parte
3:…Y UN DÍA DECIDIÓ ENLOQUECER
Quiso
detener el tiempo en el instante previo al momento en que su mundo se derrumbara:
su gran amor, en apenas un segundo, se transformó en despecho y ese rápido
viraje de sentimientos fue mucho más de lo que su ya vulnerable corazón podía
soportar y entonces, para escapar… decidió enloquecer.
Determinó
que el reloj no moviera más sus agujas, que ningún extraño invadiera aquel
rincón de su mundo, que nadie tocara las huellas de la que casi fue su gran
noche, que el planeta entero siguiera en otra frecuencia y que ella, aquella
que una vez fuera joven, aprisionara el paso del tiempo en su puño, a su
antojo… como capricho de la niña malcriada que había sido.
Y
así sucedió. No fue difícil. Sólo empezar… y después, la línea que se cruzó una
vez, desaparece y la lógica y la razón se transforman dejando paso a una blanda
fantasía que rodea al cuerpo de quien ya no está… o mejor dicho, de quien
decide dejar de estar en este mundo de trampas y mentiras, miedos, estafas e
infidelidades. Alguna vez supo lo que fue la esperanza… alguna vez creyó… pero
aplastaron su fe los que en secreto traicionaron su amor y su corazón.
Pero
a pesar que ella se empeñara en no enterarse, el tiempo (implacable tirano) seguía
andando fuera de los imprecisos límites de su irrealidad. Y aunque ella no lo
quisiera, su ya adquirida liviandad se interrumpió ante unos ojos celestes de
niña abandonada por la suerte y ese día, su locura le permitió entreabrir los
ojos a la compasión.
Decidió
entonces que se permitiría compartir sus días. Decretó que no fuera tan
implacable la evasión.
La
vio crecer, la vio transformarse. La vio ocultarse tras aquella máscara de
hastío frente a todo aquel que quisiera acercarse a su pequeño corazón herido y
así, como en autocastigo, resignarse a ser reina-niña en aquel mundo de locura
y fantasía que un día su pobre tía rica inventara para su propio dolor.
Desde
que la mujer lo comprendió, quiso cambiar ese destino que ella misma creara,
ese camino que conocía por mil veces recorrido.
Su
amor por la pequeña no reconocía las fronteras entre lo real y lo imaginario,
entre la razón y lo absurdo… era a prueba de todo, para todo terreno, sin
medida ni opción.
Cada
día en que el sol se asomaba recordando que otra vez amanecía, ella se
esforzaba por resolver los acertijos que su mente entretejía buscando hallar la
salida del laberinto de su sinrazón. Lo haría sólo por la niña. Porque la
quería y no deseaba verla como ella misma, enredada entre lo real y lo fatuo
como ilusión de libertad elegida.
Mientras
buscaba esa brecha, mientras insistía en retornar, los ojos de aquella niña solitaria
se instalaban más y más en su corazón malherido, consistiéndose ellos como el
único lazo que quedaba atándola al mundo exterior.
En
sus largas charlas entre tía y sobrina en las que compartían sueños reales y
fingidos, ella descubrió que la niña se estaba transformando casi en su propio reflejo.
En su reflejo. Pero ¿cuál?... ¿el que le agradaba, sobrevolando los rincones de
sus ruinas? ¿o el que detestaba y se aparecía de repente, en los espejos
golpeándola sin pudor y con saña desnudándola en su ridiculez de vieja insana y
vulnerable?
Esa
incertidumbre la inquietaba… la arrancaba de improviso de su calma y sus
andanzas de eterna juventud anestesiada.
¡No
quería que Ada se le pareciese tanto!... no quería que sufriera como ella… no
quería tampoco que ignorara, por miedo o por despecho, la caricia del amor en
su más puro grado de existencia.
¿Cómo
haría entonces, pobre vieja absurda, para deshilvanar la que fuera una historia
sin promesas? En sus raptos de lucidez y lozanía solía pedir al cielo por la
oportunidad justa para desandar el camino que la niña hiciera de su mano trastornada.
Esperaba que allí arriba Alguien la escuchara y aunque ignoraba la forma en que
debería acontecer, estaba convencida que algo casi mágico estaba a punto de cruzarse
por sus vidas.
Una
de esas mañanas en que el sol retornaba de sus noches, la despertó el canto de
un pájaro desconocido… o tal vez no… quizás alguna otra vez lo había escuchado
pero por lejano ya ni lo recordaba. De improviso y con impensada decisión se
levantó y llamó a su criada: esa mañana decretó el final del duelo, el inicio
de una nueva era… dio la orden para que se contratara a un jardinero que
limpiara y desbaratara todo el intrincado juego de ramas, años, recuerdos y
fantasmas que allí abajo, desde aquel fatídico día, ella decretara conservar.
Sus
manos temblaban de nerviosismo, inusual en su personalidad caprichosa. Se
mostró firme y decidida cuando la joven protestó por tal arbitrariedad… eso
significaba acabar con su refugio, con su mágico reino de soledades. Procuró no
dejarse llevar por la mirada de incrédula niña avasallada; hizo un tremendo
esfuerzo por mantenerse allí, un paso afuera del límite acostumbrado. Y lo
logró. Impuso su decisión incomprensible para cualquiera que la conociera sin
sus cabales.
Al
día siguiente salió otra vez el sol, aquel que le marcaba los ritmos naturales
y desde el ventanal de su cuarto, ensimismada, contempló, no sin derramar
lágrimas, a los extraños que llegaron para desmontar el teatro de sus
nostalgias.
Vio,
como un presagio, que uno de ellos, el más joven, contemplaba casi con amor
aquellas ruinas trasnochadas y esa fue la señal que –entendió- le enviaba el
destino. ¡Sería así, entonces!.. ¡Sería así como iba a pasar! No se había
equivocado… y cuando al rato la joven subiera pretendiendo ocultar aquello que
no comprendía todavía, ella fue feliz… otra vez… sin dudas ni espejismos… recordando
lo que era posible sentir y alguna vez, ella misma había sentido.
Tras
la invitación a un té (pobre justificación para algo tan grandioso como lo que
el destino había urdido), ella comprobó otra vez que era ya la hora que su
querida sobrina retronara al mundo real, al bueno… al que había abandonado
cuando el paso de la muerte hizo de la pequeña un alma acongojada.
Su
felicidad fue tal que por un momento lo irreal la volvió a atrapar en su magia
de añoranza y envuelta en música y fantasmas se dejó llevar, liviana, en un
vals que, alegre, la fue transportando.
Aunque
el retorno fue abrupto y algo indiferente, recordó enseguida cuál había sido la
suerte que aquel día maravilloso de octubre, aquel galán de ojos oscuros había
concretado.
Se
complació al ver la inquietud adolescente de Ada y la ternura de aquellos ojos anonadados
que la contemplaban. Pensó que no siempre el final es injusto y que a veces las
historias de amor culminan (y se inician) con luces y estrellas engalanadas.
Cuando
los dos jóvenes, novatos en amores, se alejaban juntos hacia la tarde, ella
espió, como furtiva, desde lo alto del balcón de su torre encantada… y los vio…
desde lejos… y se estremeció como ayer, al ver cómo se besaban, mientras el
amor, con tinte dorado, se divertía en jugar con el agua que brotaba.
5 comentarios:
Buenas tardes, Mónica:
Felicidades por todas y cada una de tus "historias en paralelo".
Es siempre un placer leerte,
Un abrazo
Despues de tantos años, que dificil pudo ser deshacerse de sus añoranzas.
El amor incondicional le llevo a rescatar de ese ámbito a la pobre Ada.
Me gusto mucho el final romantico. Un relato de mucha ensoñacion, Monica.
Fue un placer haber leido tu historia.
Un beso
Una historia mágica con final feliz y contada desde los tres puntos de vista de sus protagonistas.
Has recreado maravillosamente bien los escenarios y nos has mostrado los sentimientos y pensamientos de cada uno de los implicados.
Ha sido un verdadero placer leer tus "historias en paralelo" Se lee tan bien que te quedas con ganas de conocer más detalles aunque se supone que fueron felices para siempre.
Un beso
GRacias a los tres por tan amables comentarios. Se sabe que los textos largos son un formato algo ingrato para los blogs
Hola Neo, hacía tiempo que no me pasaba por tu blog por falta de tiempo, veo que sigue a full, me alegro... una cosita el enlace con mi blog pone "hace 5 meses" pero no es así, sigo publicando esporádicamente y ahora a tope con Nepal a ver si les ayudamos. Si quieres informarte de lo que pasa allá, pasáte por merenguemilengue, abraçaço
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