Hace ya varios años, cuando intenté escribir relatos, se me ocurrió armar una trilogía con textos independientes -pero interrelacionados- contando una misma historia desde tres ángulos distintos, según las características e historias personales de cada personaje. Para comprender bien los sucesos hay que leer las tres partes.
Creo que conseguí algo más o menos interesante, que me encantó armar.
Aunque algunos de ustedes quizás ya los leyeron, hoy quiero re editarlos.
Les dejo ahora la primer parte. Seguidamente iré subiendo las otras dos. Espero les gusten.
Creo que conseguí algo más o menos interesante, que me encantó armar.
Aunque algunos de ustedes quizás ya los leyeron, hoy quiero re editarlos.
Les dejo ahora la primer parte. Seguidamente iré subiendo las otras dos. Espero les gusten.
Parte
1: PEQUEÑA HISTORIA DE UN HOMBRE GRIS
Había
una vez un hombrecito gris, de ojitos pequeños, grises también, casi casi, del
color del tiempo.
Acostumbraba
siempre vestirse con trajes de ese mismo gris, porque alguien, alguna vez había
dicho que era bueno combinar tonalidades de la misma gama para destacar la
sobriedad.
Se
esforzaba por pasar inadvertido para evitar problemas y malos entendidos, para
ello, se diría que llegaba hasta metamorfosearse con lo que lo rodeaba.
Obediente
a sus obligaciones, su vida solitaria transcurría sin altibajos, sin demasiadas
tensiones, sin más miedo que el de no llegar a fin de mes, que para su pobre
cuerpo, siempre frágil desde el nacimiento, ya era bastante.
De
casa al trabajo y del trabajo a casa (como lo mandó alguna vez un general que
no viene a cuento) así el hombre gris pasaba sus horas, entre el escritorio de
su oficina bancaria y su inmóvil cama de soltero.
Acostumbraba
tomar un almuerzo ligero, entre boletas de depósito y resúmenes de cuenta. No
demasiada sal, tampoco demasiados dulces; no era vegetariano, pero tampoco
comía demasiada carne, por prudencia; siempre había escuchado que se debían
evitar las grasas, sobre todo para personas como él, gente sedentaria, de
mediana edad, y aunque no fumaba ni tomaba mucho alcohol (sólo un vasito con
las comidas) pensaba que las estadísticas lo contemplaban como “dentro del
sector de riesgo”.
Era
hijo único, no sabía lo que era ser llamado “hermano”, no tuvo que pelear en su
infancia por quedarse con la cama de arriba ni por el pedazo más grande de
torta. Fue el consentido de su madre, que a espaldas del rigor paternal,
siempre le guardaba algunos caramelos para después de la cena.
Su
padre ya no estaba, había muerto hacía mucho, dejándole la casita y la
responsabilidad de mantener a su
madre.
Si
bien tenía desde siempre el buen hábito del ahorro, dado los gastos fijos y el
alza de los medicamentos, hacía tiempo que había dejado de fantasear con
hacerse un viajecito a las sierras, por una semanita, no más; como aquél que
recordaba siempre, el que había disfrutado tanto cuando sus padres lo llevaron
a conocer Córdoba.
No
podía permitirse ciertos lujos, debía ser previsor, como siempre lo fue,
guardando esos pesitos que le sobran para cualquier eventualidad de las que
suele deparar la vida.
En
lo que se podría llamar una vida ejemplar, sin excesos pero tampoco sin
falencias, el hombre se permitía de vez en cuando, disfrutar de las tardecitas
de sol, (esas en las que no hace demasiado frío) caminando sin apuro en lugar
de volver a su casa en un subterráneo atestado de gente y malos olores.
Fue
en una de esas tardes de caminatas
cuando pensó que tenía ganas de tomar un café. Extraño en él, que no era de
improvisar decisiones como esa, pero así y todo, luego de evaluar el tiempo de
luz que restaba (no quería andar por la calle cuando ya hubiera oscurecido)
decidió que el bar de la esquina no tenía un aspecto demasiado sucio, así que
se animó a entrar. Tuvo suerte porque el mozo lo atendió en seguida y además,
sobre una mesa vecina, había un diario que podría ojear mientras tanto.
-Un
café chico. Con edulcorante - agregó con firmeza, pero tratando de no resultar
muy cortante. Siempre supo que el tono adecuado de la voz es importante cuando
se pretende que lo tomen a uno en serio.
Se
ve que el tono fue el conveniente porque con rapidez y sin mayores problemas a los pocos minutos una tacita de café humeante estaba frente a él, y además
con el agregado de un pequeño alfajorcito que según parecía formaba parte de la
atención de la casa.
Por
un momento pensó que tal vez el bar de enfrente hubiera sido una mejor
elección, pero inmediatamente alejó esa idea de la mente, - para qué dudar?-
pensó - ahora la elección ya está hecha.
Sus
pensamientos estaban ocupados en esas elucubraciones cuando de repente la
vio.
Era
realmente hermosa - una bella mujer, de esas que se recuerdan por varios días –
susurró para sus adentros. Sorpresivamente la mujer se acerca a su mesa, a la
par que él siente que sus mejillas grisáceas comienzan a sonrojarse. Los ojitos
grises del hombre gris se ven reflejados en los azules de la mujer –
increíblemente azules – pensó.
-
Aquí tiene las servilletas, señor - dijo ella con una sonrisa, mientras que
para los oídos del hombre esas palabras parecían provenir de un coro
celestial.
-…mmmuchas
gracias - afortunadamente logró decir, entrecortado.
Aquel
café y su alfajorcito le supieron a mieles, a ambrosía, a nubes doradas, a
delicias del paraíso…nunca antes se había sentido así, tan irreal, tan suelto
de pies, de alma y de cuerpo.
El
tiempo parecía haberse detenido ante esos ojos, tan azules como nunca el cielo
se había mostrado, o quizás sí, una vez, aquellos cielos de las sierras, de
esas vacaciones en Córdoba con sus padres, quizás el tono de azul era igual de
límpido y perfecto.
Hubiese
deseado que aquel pocillo no se acabara nunca, o por lo menos haber pedido un
café doble, para estar unos minutos más tan cerca de aquél ángel, que aunque
parezca increíble, lo miraba con ternura, con picardía, como lo hacen los niños
cuando son descubiertos en una travesura.
A él.
Lo miraba a él. No era mentira. No cabía
dudas, no había nadie cerca con quien confundirse. Aquellos ojos estaban
buscando una excusa para enfrentarse a los suyos, no había otra explicación.
Jamás
en la vida una mujer lo había mirado como ella. Sabía que desde ese momento
ella pasaría a ser para siempre, pobladora de sus sueños.
Llamó
al mozo, tratando de que su voz no abandonase el tono que sabía debía tener
para lo tomen a uno en serio.
Pidió
la cuenta. La pagó dejando junto con el monto una pequeña propina. No era
adecuado tampoco caer en excesos. Un café no ameritaba grandes derroches de
generosidad. Calculó que un diez por ciento estaría bien, y esa cifra dejó, con
delicadeza, junto al servilletero que minutos antes le trajese su dama de ensueños.
Se
levantó despacio, con elegancia, casi, cuidando cada uno de sus movimientos y
así, disfrutando todavía del aroma a café, se dirigió hacia la puerta. Dudó por
una milésima de segundo si debería quedarse, extraño en él, que no era de
improvisar decisiones. Volvió su cabeza, saludó cortésmente a la mujer de los
ojos de cielo con un gesto y se dirigió a la calle.
La
brisa era suave, el solcito parecía no querer despedirse, una calandria cantó
desde algún rincón…el mundo parecía perfecto.
Apuró
el paso (no quería andar por la calle cuando ya hubiera oscurecido). Se
felicitó a sí mismo por la buena idea de haberse detenido a tomar un café. Tal
vez otra tarde, cuando no hiciera demasiado frío, lo volviera a repetir.
(seguir leyendo los dos relatos siguientes)
(imagen tomada de la red)
5 comentarios:
Un hombre gris reflejado en unos azules ojos, este hombre ha descubierto el cielo, parece. Espero la segunda entrega.
Besos.
como siempre sembrando belleza Neo
Está claro que a este hombre le hace falta un reflejo; mejor dicho algo que le saque de la rutina y le revuelva el ánimo. ¿Qué ocurrirá ahora?... Esperaremos.
Precioso texto, Neo. El personaje está bien definido, es metódico y plano, gris, pero de un gris perla (creo).
Besotes, mil.
Bien, despertaste mi curiosidad. un hombre que controla sus emociones, hasta que una decision improvisada lo lleva hasta una mujer, que le despierta emociones. Podria ser fantastico, que algo misterioso lo haya guiado, para bien o para mal.
Que buen principio.
es curioso, me sentí identificado con el hombre de gris, aunque yo visto siempre de negro, mi tono de voz es siempre dura y decidida para que el que me oiga entienda que soy un tipo de caracter, si alguna mujer me observa siempre me hago el desentendido, nunca me atrevo a decir algo a personas que no conosco y mucho menos me atrevo a intentar ser un conquistados, porque no los soy, si la mujer no da el primer paso, un paso gigante en que pueda dedicir abiertamente que está interesada en mí, yo simplemente sigo mi camino sin detenerme, claro está que soy masculino, me atrevo a observar más de lo normal a las bellas damas que se me crucen en mi camino, pero lo demás soy demasiado tímido aunque cueste creerlo, y todos piensen lo contrario... me encantó leerte nuevamente
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