DOS SIGLOS DE ESPERA Con el correr de los años el cementerio quedó enclavado en el centro de la ciudad. No era así en aquel entonces. Para visitar a sus difuntos la gente debía trasladarse en carretas hasta llegar hasta allí, luego de un trayecto de más de una hora, por un camino de barro y piedra. Recuerda perfectamente que su madre se ataviaba íntegramente de negro, cubría su cara con un velo espeso y los hacía vestir a él y a su hermano con la mejor ropa de domingo. Solían concurrir al cementerio por lo menos dos veces al mes, sin contar fechas especiales, como Pascua, Navidad y por sobre todo, el día de los Fieles Difuntos, cuando la visita al cementerio se hacía en forma casi obligada inmediatamente después de la misa. Rogar por las almas que se encuentran aún en etapa de purificación era una de las obligaciones más importantes de los creyentes, razón por la que los deudos dedicaban en aquellas fechas oraciones especiales en intermediación por el perdón de los pecados de sus familiares difuntos. En aquella época corretear entre lápidas y cruces se le presentaba como una aventura, una incitación para comparar su valentía con la de su hermano, a quien en cambio, andar entre los muertos le provocaba, incluso, pesadillas posteriores. Nunca supuso que alguna vez él estaría allí, no ya como visitante, sino como eterno residente. Siempre creyó que él iría directamente al infierno. Por lo menos así se lo había hecho suponer su padre desde que era pequeño. Rebelde por naturaleza, respondió siempre al desamor paterno con travesuras no demasiado inocentes en su infancia y con una desembozada vida disipada durante su juventud. Preclaro ejemplo de lo que no estaba bien visto ni siquiera para los señoritos bien, que, como él, contaban con el invalorable aval de un ilustre apellido para justificar sus correrías y desvergüenzas, su corta vida fue, sin dudas, un total desperdicio. Lejos de compensar su carencia de afecto o por lo menos aumentar en algo la atención paterna, aquella vida de excesos y despilfarros sólo lo llevó a un final trágico, temprano y absurdo que, además, desencadenó la muerte de su madre, y posteriormente la de su padre. Desde entonces, y por alguna razón que desconoce, su alma ha quedado atrapada allí: en la piedra del ángel custodio que se yergue ante el lujoso panteón familiar. Mudo testimonio de un pasado de opulencia que culminó al morir su postrero pariente (ya lejano) de quien ni siquiera recuerda el nombre. Junto con aquel último miembro de su familia extinta, las flores y recuerdos dejaron de venir en su memoria. Nadie sabe ya que alguna vez existió. No dejó amores que dieran frutos, no escribió libros, no realizó buenas obras, no descubrió algo importante para la humanidad…ni siquiera plantó un árbol…y desde allí, aprisionado en la piedra eterna que lo contiene, a veces se pone a añorar las posibilidades que desperdició estando vivo y que ahora, desde su condición de casi nada con conciencia, se arrepiente infinitamente por no haberlas sabido valorar. No entiende aún por qué su situación no es la misma que habitualmente alcanzan las almas de la mayoría de los difuntos. Son muy pocos los que como él han quedado allí aprisionados. En el último repaso que se hizo, el último Día de los Difuntos - si no se equivocaba - eran sólo diez o quince las almas en pena que aún habitaban ese cementerio. Anclados a sus lápidas, cruces, o esculturas que enmarcan las que son sus tumbas, aquellas pocas ánimas irredentas esperan…simplemente esperan…sin saber qué ni por qué. El resto, (afortunados ellos) ya se han ido. Cada cual hacia el destino que en vida se labró. En sus tumbas ya no queda nada. Sólo osamentas secas que pronto se harán polvo y que nada contienen. Sus espíritus están libres, consagrados, eternos…como debe ser…como se espera que sea. Por qué, en cambio, aguardan los pocos que como él subsisten allí, luchando por no perder sus conciencias, es algo para lo que aún no halla respuesta. Dos siglos hacen ya que así se encuentra. Doscientos años de insoportable e inexplicable soledad. En medio de sus interminables elucubraciones son muy pocas las circunstancias en las que logra alivianar su anquilosamiento pétreo. Aunque angustiosamente breve, cada año, logra obtener un receso en su inexplicada condena. El Día de los Difuntos, por apenas unas horas, los espectros fantasmales se despegan de sus marmóreas prisiones desperezándose fatuamente en inusual libertad. Es poco lo que consiguen hacer en esas horas, pero en su caso, él suele aprovecharlo para rescatar su propio reflejo (o lo que queda de él) en alguna fuente o en los cristales de la capilla. Esa ha sido la estrategia que viene usando para no perder lo que le queda de su propia conciencia, de su noción de identidad. Sabe que si su memoria se diluye totalmente no quedará nada de su pasado, todo lo que fue se disolverá en la oscuridad del tiempo, y lo que fue su propio yo perdería todo su significado, y por lo tanto, su casi nula posibilidad de redención. A veces consigue averiguar algo del mundo exterior prestando atención a los visitantes que llegan portando lágrimas y flores. Escucha sus conversaciones, interpreta sus gestos, imagina sus secretos, especula sobre sus vidas. Algunos son sinceros en su dolor, otros sólo cumplen rituales sin sentimiento. Muchos nunca hallan resignación, padecen la ausencia de quien han amado como si se les hubiese arrancado junto con ellos sus propias vidas. Algunos pocos asumen la muerte con naturalidad, generalmente son sólo los más ancianos los que logran arribar a tal sabiduría. Por supuesto hay muertes que no pueden nunca ser comprendidas o aceptadas. Son las que se han padecido con violencia, a destiempo, injustamente; las que llegan apenas en el inicio de la vida, las de esos pobres seres que han sufrido mucho o ni siquiera han tenido la oportunidad de intentar ser felices. Esas pérdidas son inaceptables, aún para quienes ya no están en el mundo de los vivos…o por lo menos, no lo están en plenitud, como él y otras pobres almas en espera. Entre los habituales concurrentes a su cementerio (cada vez quedan menos) hay una joven que lo enternece íntimamente. Se diría que le llega al corazón…si lo tuviese! La pobre viene todos los días, desde hace dos años. Llega sola, sollozante, con un gran ramo de flores frescas que coloca frente a la tumba de sus abuelos, reponiendo innecesariamente el ramo anterior que aún permanece fragante. Ha quedado sola. Su única familia eran los dos viejos que la criaron entre miedos y algodones, como quien preserva un tesoro muy apreciado. Pero en medio de ese amor incondicional que sin duda entregaron sin medida, no pensaron en transmitirle a su nieta ni la fortaleza ni el entusiasmo por la vida de los que hoy carece. Desde su privilegiado puesto de observación aunado con el ángel custodio que vela su panteón, cada tarde la contempla desde lejos. En silencio obligado y pétrea quietud sus deseos de consolarla y protegerla crecen con el transcurrir de los días. Lo inquieta sobremanera la angustia que logra advertir en aquella muchachita triste y apocada. Quisiera infundirle ánimos, esperanza. Quisiera hacerla sentir acompañada. Nada más lejano a sus posibilidades. Solamente en su sueños más avezados consigue imaginarse libre, fluyendo hacia donde su voluntad lo disponga, alejándose de aquella masa de piedra alada que es su cárcel desde que truncara burdamente la que fue su vida. Está convencido que, de poder otra vez amar, sería a ella a quien amaría. Pero son sólo sueños imposibles de un alma solitaria y condenada. Pero no todos los visitantes del cementerio son deudos. Suelen arribar también otro tipo de concurrentes. Extrañas criaturas mal encaradas que se las ingenian para saltar los muros sin que los serenos se den cuenta. Grupos de cinco o seis jóvenes con vestimentas llamativas, oscuras en su mayoría, con un curioso arsenal de amuletos, abalorios y misteriosos signos tatuados en su piel suelen congregarse delante de las tumbas más antiguas para realizar insólitos simulacros de ceremonias satánicas, invocaciones maléficas que intentan conjurar poderes sobrenaturales suponiendo que con eso lograrán adentrarse en el submundo de la oscuridad y lo desconocido. Patéticos muchachos que buscan matar su mediocridad poniendo a prueba los límites entre lo cotidiano y lo esotérico, fingiendo conocer los umbrales de la maldad que gustan de experimentar y exhibir. Más de una vez han arrancado con sádica impudicia los crucifijos de algunos nichos, pintarrajeando con palabras soeces los frentes blanqueados de las tumbas o de los panteones más bellos. Han blasfemado contra los muertos e insultado a los vivos y esas actitudes tan irrespetuosas han hecho que se despertara en él una particular aversión hacia esos bravucones vulgares y mal nacidos. De ser posible quisiera alguna vez encontrarse con ellos frente a frente para darles su merecido. Pero también son esas, ensoñaciones inverosímiles a las que su alma apenada recurre, quizás para engañarse y justificar en algo su fatua existencia. Esa mañana ha notado desde temprano una particular concurrencia de dolientes. No se trata de entierros recientes o de ceremonias de homenajes póstumos. No tiene aún la certeza pero por la época del año, el esmero con que los trabajadores del cementerio limpian los caminos principales y hasta podan los arbustos, cree suponer que el ansiado día ha llegado…Día de Difuntos…por fin!...otra vez! Y de sólo pensarlo lo que le queda de emoción consigue traspasar la piedra del angelote que lo encierra. Será que con el paso de las décadas su pobre alma se va poniendo cada vez más imprecisa en esto de contar la sucesión de días y noches…pero realmente este último año se le pasó volando…y al tomar conciencia de esa expresión tan humana, tan ajena a su condición de espíritu intemporal, casi logra transmitir a su estatua contenedora lo que aparenta ser una sonrisa. Si cabría el término, podría decir que se siente alegre. Esa misma noche podrá otra vez saborear la libertad de su blando vagar inmaterial. Tenue fantasma que busca hallar el por qué de su permanencia y que disfruta, con la intensidad de lo que se sabe medido y excepcional, la posibilidad maravillosa de trasladarse a voluntad. Semejante bendición no puede dejarse a la improvisación. Deberá decidir muy bien cómo aprovechará esas increíbles horas de libre deambular. Sin duda dedicará una buena parte de su tiempo a merodear por la capilla que se halla cerca de la entrada principal del cementerio. En sus espejados vitrales, socorrido por la luz del plenilunio, tendrá la oportunidad de reencontrase con su propia imagen. Aspecto visible de su identidad al que no debe dejar desaparecer entre las telarañas del pasado y la imponencia de la eternidad. Sabe que si no lo hace, aunque más no sea por breves momentos, su conciencia de ser aún, quien fuera en vida, se fundirá en la nada que lo envolverá por los siglos de los siglos, sin recuerdos ni deseos que puedan aliviarle en algo la soledad que le espera. No debe renunciar a su propio recuerdo. Es el único hilo que aún lo ata a la humanidad que se le fue. Las horas parecen pasar con mayor lentitud. El sol del mediodía castiga sin piedad hasta a las estatuas más impertérritas. Los visitantes van dejando sus ofrendas florales junto al retrato de sus deudos. Les dedican en silencio sus rezos y sus recuerdos. Les regalan algún beso nostálgico y parten. Regresan otra vez a sus rutinas, a sus urgencias, a sus mundos de prisas y preocupaciones, de llantos y de risas, de luces y de sombras… Durante las últimas horas de la tarde es poco lo que altera la quietud que suele reinar entre aquellos muros. Pocos visitantes quedan recorriendo los sinuosos senderos del cementerio. Más demorada que de costumbre llega, por fin, casi a la hora del cierre, la solitaria muchachita de sus desvelos. Se quedará como de costumbre por lo menos media hora, hablándoles a sus abuelos como si allí estuvieran, arreglando las flores, limpiando las lápidas, sacando lustre a las ya muy pulidas cruces de bronce. Parece que no tiene mucha noción de la hora. Ensimismada como está en sus ofrendas y rezos no percibe que han cerrado ya las puertas de la entrada principal y están a punto de hacer lo mismo con las secundarias. La impaciencia del personal de mantenimiento por acabar con sus tareas hace que ninguno tome en cuenta la presencia de la muchacha que se verá sorprendida por la llegada de la noche. Por un momento se instala en su conciencia una idea que hubiese sido muy propia de su anterior existencia: aprovechar las circunstancias extraordinarias que esa noche tan especial se les brinda a las almas irredentas, para acercársele a la muchacha…enseguida desestima como inadecuada y poco feliz aquella ocurrencia. Nada menos romántico que un alma en pena flotando entre las lápidas de un cementerio como para enamorar a una joven!!!...la sola idea se le ocurre absurda y lamentable, poniendo al descubierto su nada envidiable situación de ánima que vaga indecisa entre el filo de dos mundos, sin comprender siquiera a qué se debe su enigmático destino. Por otro lado, la ansiedad por volver a sentirse liberado de su cárcel estatuaria se le vuelve insoportable. No ve la hora que el último rayo de sol caiga sobre los muros del cementerio para que con el manto estrellado de la noche se liberen, por fin, los espíritus de su mudo suplicio. Reencontrarse con la posibilidad de recorrer, al menos, los entornos de su cementerio – su lúgubre mundo inmediato – se le plantea como una maravillosa aventura, añorada experiencia que intenta renovar en su memoria una y otra vez mientras dura su anual letargo inerte de trescientos sesenta y cuatro días. Han sido casi doscientos, hasta ahora, sus escapes momentáneos. De a poco ha ido tomado idea de sus capacidades. La primera vez que lo intentó, aquel lejano primer Día de Difuntos, desperdició la mayor parte del breve tiempo disponible tratando de ubicarse frente a la ya casi olvidada noción de tridimensionalidad del mundo material. No le resultó fácil familiarizarse otra vez con las relaciones espaciales, movilizarse en función del largo, ancho y alto de las cosas se le presentó de veras complicado. Algo casi innato para los mortales resulta sumamente novedoso para los imprecisos fantasmas primerizos. De ahí que algunos prefieran atravesar directamente los muros y las puertas de las construcciones que los contienen. Contrario a lo que se pudiera pensar, no lo hacen por el simple afán de impresionar a algún mortal que tenga la infrecuente oportunidad de toparse con ellos, más bien recurren a esa práctica – en apariencia sumamente dramática – por pura comodidad. No era su caso. Con el paso de los años había logrado dominar en forma asombrosa todas las técnicas. Había conseguido hasta utilizar los picaportes y abrir cerrojos...y estaba muy orgulloso de ello. De repente se reencontró divagando en pensamientos poco trascendentes y esa curiosa manera de alejar la inquietud que le provocaba la cercanía de la muchacha y la pronta llegada de la noche, le hizo bastante gracia. En eso estaba cuando un conocido sonido quebró la soledad de sus pensamientos: habían cerrado al fin todas las puertas.
(continuará)
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10 comentarios:
Mujer, a pesar de que al ver que era un post larguiiiiiiiiiiiisimo, tanto que me asustó, no pude desprender los ojos del texto que, finalmente, me pareció tan corto. Quería seguir leyendo.... buaaaaaa, al ver que continuará no pude dejar de pensar ¿Cuánto tengo que esperar? Me dejaste súper intrigada. Ya quiero leer el desenlace.
Apapachos, excelente historia (¡Qué manera de contar!)
A mi, igual que a Nancy, me has dejado muy intrigada.
Hay que ver que facilidad tienes para escribir y relatar cosas tan fuera de lo normal y cotidiano como es meterte en un alma en pena.
Y ademas, lo haces muy bien.
Estos temas que a mi me dan un poco de yuyu, me lo has hecho interesante,y estoy deseando saber como continua.
Felicidades Monica
P.D. No nos tengas en vilo mucho tiempo.
Hola Neo , que interesante relato , me atrapo cuando me di cuenta de que estaba terminando ! que pena ! espero el desenlace con ansia , querida amiga ...que sepas que disfrute mi desayuno leyendote y mi mañana se lleno de dicha .... benditas musas las tuyas que te traen tan buenos relatos a las manos .....besotes preciosa y perdona por no escribirte mas seguido ....que sepas que cuando no puedo dormir por mis bobadas me cuelo en vuestras casas como un alma errante que busca historias bellas ,pena que entonces mis dedos no responden a mis ganas de escribir , besotes corazón
...me gusta perderme en tus relatos, esta vez entre lápidas bajo la lluvia intensa de un domingo de tempestades...
Besos
No se porqué, la imagen de una tarde lluviosa entre lápidas no me parece tenebrosa, si no con cierto halo romántico, luegar donde nacen cuentos e historias. Él ángel cuenta su historia sin entenderla y nos cuenta la de la joven...y esperoq ue siga haciédolo..
Un beso Neo..y gracias por visitar siempre mi casa..
Aire
Yo no me pienso perder el leer en qué invertirá su tiempo.
Tal vez espere a que la joven aparezca y la acompañe hasta la tumba de sus abuelos. Tal vez le susurre al oído y la joven sienta una cálida brisa.
Volveré la semana que viene, hasta entonces un beso.
A pesar de ser un post a priori larguísimo (yo lo hubiera troceado en al menos tres entregas) no se me ha hecho nada tedioso. Sabes narrar con maestría... Voy a continuar con la segunda parte.
La que estoy que no aguanta la hora de ver el final de esta trilogía soy yo, menos mal que no tendré q esperar 200 años! Un besote Neo : )
Estupendo relato Mónica, lo leo saboreando las frases tan bien escritas e interesantes. Sinceramente que he pasado un rato muy agradable, me gustan mucho estos temas.
Esperaré con inpaciencia los siguientes.
Un beso.
Me ha gustado Neo. Tengo curiosidad, la verdad.
Besitos, volveré a por mas :-)
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