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martes, 5 de enero de 2010

EL DORADO - Capítulo 2





UN INFIERNO EN LEJANAS TIERRAS

Avanzando como pueden entre la espesa jungla que se esmera en ahogar las pocas esperanzas que le quedan, aquel puñado de aventureros lucha por vencer el hambre, el cansancio y el calor sofocante que los ha diezmado.

Llevan, altivos, cascos y escudos, armaduras y lanzas, aunque el portarlos les signifique un enorme peso extra que conspira con su ya poca resistencia.

Animales y aborígenes salvajes, insectos, fiebre, pestes y tormentos. Uno a uno los hombres van cayendo, sucumbiendo en aquel mundo hostil hacia el que se embarcaron hace ya tanto…los recuerdos de sus respectivas tierras natales se diluyen entre el impenetrable follaje que parece extenderse hacía el infinito.

Pese a todo, aún late intenso e incontrastable el fulgor de la llama que los trajo hasta aquí. La fuerza de los sueños suele ser más fuerte de lo que parece y aunque cueste creerlo su ánimo aún no se ha doblegado ante las adversidades que les han tocado en suerte.

No todas las decisiones han sido acertadas. Las traiciones y las cobardías estallan por doquier y la avidez por las riquezas hace que hasta los hombres más confiables se transformen en fieras salvajes que irrespetan honra y linaje. Son pocos los que aún entienden que es la fortaleza de su espíritu íntegro y cabal los que los mantendrá a salvo, fuera del alcance de flaquezas y banalidades. Es Dios mismo quien los pone a prueba con tantas vicisitudes… y si tamaña es la tentación a vencer, enorme será luego la recompensa. Gloria y riqueza los esperan. Esta vez lo siente a flor de piel.

La distinción del blasón real contrasta con la uniformidad de la jungla. Resulta muy útil verlo allí en lo alto, flameando en su pica, en medio de este territorio hostil que nada sabe de civilización y tradición. Los hombres renuevan su fe y su perseverancia al mirarlo, y las expectativas que los han traído hasta estos rincones remotos, alejados de todo lo conocido, recobran su fuerza.

Cada vez son más precisos los relatos que les llegan de boca de los salvajes: un Rey Dorado, un reino de riquezas inimaginables. Una ciudad de oro y maravillas inconcebibles en medio de la jungla, esperando ser, por ellos, descubiertas y conquistadas. Hacia allí van, luchando contra toda clase de peligros, poniendo a prueba su fe y su integridad, avanzando hacia lo desconocido con la convicción de quienes saben que es la voluntad de Dios quien marca su camino.

No habrá que dejarse vencer por la desazón ni por el hostigamiento de los salvajes que los acechan entre las sombras. No en vano han llegado hasta allí. Es la Fe y la Verdad los que los impulsa y serán ellos los que lleven hasta los rincones más remotos la grandeza de su raza. Es enorme su entrega. Será acorde su recompensa.

De improviso, al bordear por un estrecho camino entre riscos, un enorme valle alcanza a verse en la lejanía. En medio de él, un gran lago se extiende, majestuoso, como espejo resplandeciente que se engalana con el color del cielo reflejado.

Los aborígenes que hacen las veces de traductores han logrado obtener nueva información de los salvajes que van encontrando a su paso. No hay duda ya. Ese parece ser el lago del que hablan las leyendas nativas. Allí, en esas aguas, el Rey Dorado realizaba en otro tiempo su ostentoso ritual de ofrendas áureas. A juzgar por lo que narran los salvajes, el fondo del lago debe estar repleto de piezas de oro. Un digno botín para la Corona. Una merecida gloria para ellos

La palpable proximidad con lo que sin duda es el mítico Dorado despierta en los hombres todo el vigor que ya creían perdido. Las miradas recobran su brillo, los corazones laten con más fuerza…la ansiedad por ver de cerca aquellas aguas los impulsa a apurar el paso aunque sepan que al hacerlo aumentan los riesgos.

Pasan más de dos horas y han avanzado muy poco. Mucho menos de lo que su impaciencia – que ya es desesperación – puede soportar.

Han escuchado que los aborígenes de esas tierras son particularmente crueles. Hasta se comen unos a otros!. Eso los inquieta aún más y hace que el desprecio por esas bestias aumente su esmero por llevar los Santos Evangelios hasta donde aún no ha llegado vestigio alguno de civilización.

Otro hombre ha caído recientemente presa de la fiebre o por la mordedura de alguna serpiente. No importan los detalles. Lo mismo da. A estas alturas la muerte es casi una compañera más del trayecto y sólo sirve para que la expedición retrase más aún su marcha a costa de calmar en algo las conciencias: hay que honrar a los muertos y rezar por sus pecados. Al menos así se allanará en algo su entrada al paraíso cuando sea la hora.

La senda se pierde otra vez tragada por la espesura. Los insectos parecen poder atravesar hasta las armaduras con sus aguijones. El calor ahora aumenta y se hace más húmedo y espeso el vaho que los envuelve.

El hombre se siente afiebrado, agotado…pero no puede desfallecer…no ahora que están tan cerca – lo sabe, lo presiente- de poder realizar sus sueños.

Su armadura lo sofoca, le aprieta su pecho a más no poder, por eso decide sacársela. Es breve el alivio, pero igual lo disfruta. Mengua en algo aquel calor infernal pero no cesan de embotarse sus sentidos.

Sus pensamientos se hacen más desordenados, más lentos, como si su razón se hiciera polvo y su cuerpo fuera apenas un títere sostenido por débiles hilos transparentes. No logra razonar a voluntad. No consigue mover sus extremidades ni reaccionar según le dicta su instinto de conservación. Ve claramente venir la flecha. Hasta logra entrever el color de la pluma que la balancea: es roja. Tan roja como la sangre que ahora mana de su pecho y parece hacerse flor…un rojo intenso, como el del blasón real, ese que ondea en lo alto de su pica y parece ahora despedirlo con una letanía…el Dorado…el Dorado…allí está…por fin…

(continuará)



5 comentarios:

sara dijo...

NO me canso de decirlo, pero que bien escribes Neo!!!

Hoy leo por partida doble, está genial..

besoss y abrazos de tu admiradora gallega

sara

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Imprimido la primera y segunda parte amiga. Esta noche para leerlo.

Espero continuación.

Besos...!

Lala dijo...

Qué triste tener que humillar a otros para crecerse, tener que matar a otros para vivir, verdad?
A mi estas historias de la conquista me ponen triste, mucho.
Es tan injusto ese momento de la historia!
Casi me alegro de las derrotas de aquellos conquistadores avariciosos y prepotentes con su única verdad...

Ves? Lo cuentas tan bien que lo vivo!!! :D


Un besito


Lala

David Gómez Hidalgo dijo...

Me ha gustado el toque que le has dado al Dorado, no ya como una ciudad, sino como un lago donde el Rey hacía sus rituales.

Ahora se entiende la primera parte del texto, pero como te dije, creo que hubiera sido bueno hacer un guiño a estos nuevos acontencimientos.

Saludos.

Anónimo dijo...

Los nuevos y los viejos dorados nunca dejarán de existir. Este es un escrito de mucha y buena calidad. Bien por este cierre.

Por cierto, te mandé el archivo a tu email.

Mis mejores deseos para ti.
Un fuerte abrazo.

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