miércoles, 29 de febrero de 2012

EN HONOR A LA VERDAD (Capítulo final y Epílogo)


CAPÍTULO 3: UNA ENTERRADA INQUIETUD






















Luego de compactar una y otra vez a fuerza de pala y pisotones aquel notorio montículo terroso que destacaba impúdicamente sobre la verde planicie del pasto y la desmemoria, Esther tomó conciencia que uno de los mayores riesgos que corría, podría venir a causa de las fugaces incursiones que solía realizar el perro del vecino, que, por travesuras propias de cachorro, gustaba de remover la tierra recién escarbada. Decidió entonces invertir lo que fuera necesario en rodear su propiedad con una adecuado alambrado de malla que impidiese al animalito inmiscuirse en su terreno como acostumbraba hacerlo. No lo dudó un instante y de inmediato se dedicó a pedir presupuestos para encarar la no poco costosa tarea de alambrar todo el perímetro de los jardines.

El tiempo y dinero que dichos trabajos le fueron demandando hicieron que la culminación de su tan ambicionado proyecto de jardinería se viera truncado, al menos hasta no tener la certeza que las visitas indeseadas del cachorro hubiesen sido debidamente controladas. Si bien debió invertir en la cerca divisoria mucho más de lo que disponía para ese mes, consideró que el objetivo de mantener a salvo el secreto y la honra de su preclara familia bien merecían su silencio, complicidad y sacrificio.

Pese a los esfuerzos por mantener sus costumbres y sus rutinas tan predecibles como siempre para no llamar la atención, desde que el siniestro hallazgo adulteró la serenidad de sus días, nada lograba ser en verdad como solía ser y a cada momento una gran inquietud la recorría de pies a cabeza, instándola a chequear constantemente el estado del montículo de tierra y su secreto escondido.

Si bien el tema del perro y sus excursiones exploratorias habían dejado de ser ya motivo de preocupación, mientras más observaba el promontorio, más le parecía que corría serio riesgo de desmoronarse. Constantemente se la veía llevar y traer grandes cubos de tierra con los que reforzaba las laderas y el tope de lo que ya casi resultaba ser una colina en medio de un gran prado. Para intentar justificar ese aparente capricho de diseño, buscó disimular con algunas plantas aromáticas y piedrecitas de colores la prominencia del terreno, pero desanimada y nerviosa comprobó que de esa manera obtenía el efecto contrario.

Se le ocurrió que un recurso más seguro para proteger y ocultar las inconvenientes reliquias sería cubrirlas con algún solado. Algún tipo de piso o adoquinado que asegurara la estabilización del terreno sobre los antiguos huesos. Por supuesto que la pesada realización del mismo debería correr exclusivamente por su cuenta, por lo que nuevamente emprendió una muy poco propicia tarea para una mujer de su edad. Luego del achatamiento de la cúspide del collado y la remoción de lo recién plantado, de inmediato comenzó con el nuevo proyecto.

Pese a la cada vez mayor limitación que advertía en su físico, la enorme determinación que la impulsaba lograba renovarle la fuerza y la constancia para llevar adelante un incordio de semejante magnitud con el que, además, debería obtener un resultado más o menos presentable que le diera un aparente justificativo estético dentro del jardín que, a estas alturas, había dejado ya de ser para ella motivo de placer y entretenimiento.

Como era lógico y debido a la carencia absoluta de conocimientos y experiencia en albañilería, el embaldosado, lejos de aportar algo más o menos armonioso y justificable dentro del entorno de un jardín, resultaba caprichoso y desprolijo, efecto totalmente contrario al que ella pretendía buscar: lejos de disimular, resaltaba lo que clamaba por ser ocultado.

No hace falta decir que por entonces, cualquier otro asunto que no se refiriera al tema del promontorio dejó de tener para ella relevancia. Su salud mental comenzó a sentir los efectos de su ya marcada  inestabilidad nerviosa. No sólo se mostraba alterada y sumamente inquieta durante el día, sino que ni siquiera lograba conciliar el sueño durante las noches pese a haber aumentado la dosis de somníferos y tranquilizantes. Los habituales dolores de su cuerpo traspasaron los límites de lo que su medicamento lograba calmar y los recientes esfuerzos para construir el frustrado solado quebraron su estabilidad física en forma irrecuperable.  Pese a todo y sin permitirse descanso, la mujer hurgaba en su mente para dar con la clave en cuanto la estrategia que pudiese usar para lograr que aquel sitio del jardín resultara inocuo a la vista de cualquier malpensado que pudiese sospechar algo de lo terrible que yacía oculto bajo él.

Ojeando una vez las revistas en las que solía buscar ideas para organizar su anhelado jardín (durante la breve etapa en la que disfrutó de ello) Esther sintió por un momento que su corazón saltaba de alegría: a hoja completa, una bella imagen se desplegaba  ante ella mostrando el ansiado efecto de disimular y ornar a la vez que proteger y ocultar. La propuesta consistía en extender la superficie embaldosada creando sitios de descanso y circulación combinando bancos, canteros y algunos faroles que le dieran al sitio la característica de una recoleta y pintoresca plazoleta. Si bien se planteó llevar la idea a la práctica en una escala mucho más reducida y ajustada a su cada vez más escaso presupuesto, la tarea que tenía por delante era –considerando su ya precario estado de salud- demasiado arriesgada y pretenciosa.

Pero su determinación por mantener a salvo la memoria de su mentora –ocultando para siempre aquello resurgido por su culpa- pudo más que su sentido de la prudencia y rápidamente se puso a concretar lo que consideró definitorio para enterrar lo abominable de un pasado que hubiera agradecido desconocer.

Para adquirir todos los materiales y accesorios que resultaban pertinentes debió disponer de sus pocos ahorros y hasta tramitar un préstamo que juzgó usurario. Aguardó con ansias que el valioso cargamento fuera depositado en sus jardines, y hasta toleró resignada que los descuidados transportistas pisotearan impiadosamente las delicadas flores que bordeaban los senderos de la entrada. Todo se justificaba a cambio de conseguir calmar por fin sus inquietudes.

Pasaron los días y mucho más lento aún de lo previsto, Esther vio como su ansiada obra avanzaba, pese a tener que agregar a su impaciencia la angustia de la indeseada presencia de los electricistas que instalaron las farolas (su ya probada autosuficiencia no llegaba a tanto).

Por fin, una tarde de finales de primavera en la que el sol preanunciaba la calidez de los días por venir, la plazoleta quedó lista y si bien no quedó tal cual la había visualizado en la revista, a rasgos generales el conjunto resultaba armonioso y discreto, algo perfectamente aceptable como ornamento de jardín, algo que nadie podría entrever como sospechoso en su función de resguardar lo que nunca más debería ser descubierto.

Esther se sintió al fin distendida y complacida: su responsabilidad había sido salvada. Los dolores intensos de espalda y el palpitar ansioso de sus sienes cobraban ahora un significado más espirituoso y meritorio. Sus inmensos esfuerzos no habían sido vanos. El cansancio extremo al que por tantos meses había estado expuesta, decidió en ese momento reafirmarse por toda su humanidad.

Y mientras –exhausta- se dejaba caer en uno de los bancos recién instalados sobre el solado desparejo, mirando con dejadez el horizonte, la mujer –ya sin resistencia- supo que esa puntada en el pecho le estaba anunciando morir.


EPILOGO

A instancias de los vecinos linderos, el cuerpo de Esther fue hallado varios días después de su deceso. Su velatorio se realizó en la casa que heredara apenas unos meses antes, la misma que habitara la mayor parte de su vida. Los pocos asistentes cuentan que un pequeño perro acaparó enseguida la atención de los deudos. Con notable persistencia no sólo se las ingenió para abrirse un hueco en la malla que separa las propiedades linderas, sino que con avasallante determinación se dedicó a horadar con ahincó el montículo de la plazoleta ubicada en el jardín posterior. Precisamente el mismo donde fuera encontrada la difunta.

martes, 28 de febrero de 2012

EN HONOR A LA VERDAD (Capítulo 2)


CAPITULO 2: ALGO MÁS QUE HUESOS

(imagen sin detalles del autor, tomada de la red)


Por días y días la mujer se dedicó a planear cuidadosamente la disposición de su ansiado parque. Ensayó, consideró y descartó varias alternativas de trazado de canteros enmarcando los sitios destacados del extenso margen circundante. Si bien disfrutaba enormemente con la posibilidad cierta de decidir y realizar por su cuenta algo tan acotado como la disposición de flores y plantas, no dejaba de inquietarla el tener que manejarse sin salir del ajustado presupuesto mensual del que disponía para su manutención. Si bien vivía sola, el sostenimiento general de la casa implicaba gastos considerables y a medida que pasan los años, -aún en las construcciones de calidad como sin duda era aquella- se requieren constantes reparaciones y limpiezas que ella pretendía mantener como prioridad, tanto por obligación como por merecido homenaje hacia quien nunca dejaría de sentirse endeudada.

Una vez que tuvo definido el trazado básico del proyecto y convenientemente desmalezado el terreno, se dedicó con placer y esmero a definir el tipo y la cantidad de plantas que debería comprar. Para una mejor organización de su trabajo decidió comenzar con el remodelado del jardín del frente, para luego sí seguir con el posterior. Personalmente se ocupó de la compra y ubicación de plantines, la siembra de semillas, la delimitación de senderos, la remoción de plantas secas, el podado de árboles y matorrales, el adecuado y constante riego... En apenas unos días el jardín de la entrada se fue concretando según el meticuloso programa de su dedicado proyecto.

Fue recién al comenzar con la remodelación del jardín posterior cuando comenzaron los inconvenientes. Si bien los arbustos que delimitaban el borde de la propiedad quedaron definidos y plantados desde el comienzo, tanto el desmalezado como la limpieza del terreno del fondo le implicaron un trabajo sumamente arduo que casi la hacen desistir de su elaborado planteo.

Por disposición específica de su tía abuela – y por alguna razón que ella nunca supo- jamás aquel sector de la antigua propiedad fue atendido por los jardineros con el mismo esmero con el que se ocupaban del jardín del frente. Sólo se limitaban a mantener cortado el pasto, libre de yuyales y mínimamente aseado y emprolijado el terreno. Nunca –al menos que ella recordara- había sido removida la tierra de ese sector, ni siquiera para renovarla, por lo que quitar las piedras, raíces y terrones secos le llevó mucho más esfuerzo y tiempo del que había pensado. Para colmo, al momento de emprender esas pesadas tareas comenzó la época de lluvias, lo que agregó molestias y discontinuidad a los trabajos de excavación y remoción de plantas viejas. Fue, precisamente, luego de una noche de gran tormenta cuando tuvo ocasión el impensado descubrimiento.

A consecuencia de la intensa lluvia y con la ayuda del perro del vecino –que a primera hora de la mañana solía escabullirse entre las matas de arbustos circundantes- en el sector de terreno que el día anterior ella había estado escarbando para sembrar margaritas y lavandas, salieron a la luz los que sin lugar a dudas eran los restos añejos de un ser humano.

Primero uno y luego los otros, fueron quedando al descubierto los huesos descarnados del esqueleto completo de quien alguna vez fuera hombre o mujer –no quedaban rastros de vestimenta o algo que ayudara a su identificación. Al  lógico espanto inicial que le provocara total mudez e inmovilidad cuasi pétrea, le siguió inmediatamente la reacción –también muy lógica- de prudente reflexión ante las eventuales consecuencias que determinaría el hecho  de hacer público semejante hallazgo.

Un muerto, un antiguo muerto en el jardín. No cabía dudas que un cadáver así enterrado ocultaba algún hecho de violencia criminal que por muchos años logró ser mantenido en secreto por quién sabe qué circunstancias y si bien desde un primer momento tuvo en claro que su obligación sería dar parte a las autoridades, también supo de inmediato que esa decisión implicaba no sólo la alteración de su tranquilidad y su intimidad, sino, fundamentalmente, de la honorable memoria de su tía.

Aquel macabro descubrimiento comprometería irremediablemente a quien fuera en vida una respetada dama de sociedad, generosa y piadosa cristiana que nunca dudó en ayudar a los demás hasta el punto de abrir las puertas de su casa a pobres y necesitados, como lo fueron ella y su madre luego que su padre las abandonara en la desgracia. No podía permitir que a causa de algo -que sin duda fue tragedia de otros tiempos- se enlodara ahora el buen nombre y honor de quien merecía incuestionable respeto y recuerdo. No sería por ella que un escándalo semejante saliera a la luz empañando lo que debería ser por siempre impoluta memoria y honra.

Sin dudarlo más, se empeñó a partir de ese momento en borrar de nuevo todo rastro de lo que estuvo eficazmente oculto durante tanto tiempo, y que por un gesto de su caprichosa vanidad fuera exhumado con imprudencia. Rápidamente y sin que nadie la viera volvió a cubrir con tierra aquel esqueleto recién desenterrado, poniendo sumo cuidado en que todos los huesos antes removidos quedaran perfectamente cubiertos por lo que resultaba ser ya un exagerado montículo de tierra. Pensó que esa notoria elevación del terreno podría bien ser camuflada como una curiosa arbitrariedad de su diseño paisajístico y si se esmeraba en guardar las apariencias y lograba mantener la calma, aquel infortunado secreto desenterrado en forma involuntaria lograría –si la suerte la acompañaba- volver otra vez al silencio de las vergüenzas guardadas, de donde nunca debió ser removido. 


(continuará)

EN HONOR A LA VERDAD



CAPITULO 1: LA HERENCIA





















En honor a la verdad, la muerte de su tía abuela no la había dejado devastada. Lejos de lo que muchos quizás supondrían, la previsible muerte de la anciana no le resultó una tragedia. Con el correr de los días y tras la lógica tristeza que sobreviene a todo duelo, Esther, sorprendentemente, se descubrió liberada.

Única heredera de quien fuera hasta el final una preclara dama de sociedad, la mujer –soltera y ya bastante entrada en años- luego de experimentar un muy entendible vértigo ante la innegable sensación de vacío y soledad que padeció luego de la muerte de su protectora, llegó a sentir -por primera vez en su vida- que realmente era dueña de sus actos.

El abogado había sido claro y conciso. Si bien la fortuna de su tía abuela había menguado notablemente en los últimos años, la previsión de aquella dama sin igual le garantizaría por el resto de sus días no sólo techo, sino además una renta que, aunque algo ajustada, era suficiente como para no tener que preocuparse de ahí en más por su sustento.

Desde pequeña y junto a su madre, fue acogida bajo la tutela de aquella mujer autosuficiente, conservadora y tradicional que les brindó alimento, contención y cobijo no sólo por cercanía filial, sino, fundamentalmente, por caridad cristiana. Aquel personaje desbordante de natural alcurnia, autoridad, seguridad y elegancia, solía imponer respeto ante todos con su sola presencia, y Esther, desde muy chica, supo cuál era su lugar de sumisión entre aquellos muros, siempre tan inexpugnables y ajenos como su dueña.

Si bien conocía cada rincón de la casa aún mejor que su propio cuerpo, Esther logró sentirla suya recién en esos días, cuando el aroma de su omnipresente benefactora ya desaparecida se fue diluyendo junto con los rastros del invierno.
Ni siquiera en esos momentos de primera experimentación liberadora Esther sintió algún tipo de resentimiento ante el recuerdo de quien fuera su protectora durante toda su vida. La anciana tan sólo pretendió a cambio, su compañía y el acatamiento de sus estrictas reglas. Al fin de cuentas quien brinda protección y abrigo es dueño de imponer sus propias normas para que nada se salga de rumbo, sin acabar manipulado por quien sólo debería sentir agradecimiento. Y eso Esther siempre lo supo demostrar: agradecimiento. Acató las reglas, se educó como su mentora mejor lo entendió, controló sus caprichos juveniles para no desairar la autoridad de su tía abuela, se mantuvo siempre cerca cuando se le requirió, supo cuidarla en su vejez, conteniéndose en un discreto segundo plano durante toda su vida. Pero ahora, cuando las circunstancias y el destino así lo disponían, ella se permitiría ser dueña de sus decisiones, y la sola idea le hacía cosquillear la boca del estómago, tanto por impensado bienestar como por justificado nerviosismo.

Pero las aspiraciones de realizaciones de Esther no eran –ni de lejos- llamativas, desubicadas o por demás de excéntricas. Tan sólo se conformaba –al menos como deseo inmediato- con poder realizar un jardín. Tanto al frente como en todos los alrededores de la casa, existía un amplio espacio circundante que desde siempre y por voluntad de su mentora  había permanecido solo engalanado por prolijo césped y alguna que otra planta ornamental de discreto follaje. Ella, en cambio, desde niña soñó con una jardín enjundioso y cuajado de flores multicolores, con bellos canteros bordeando los senderos empedrados y abundantes macetas remarcando salientes y balcones.

Fue entonces que, como primera prueba de su estrenado estatus, Esther decidió poner en práctica la realización de un postergado deseo: la concreción –en lo posible por mano propia- de un bello jardín que enmarcara lo que recientemente pasara a ser su dominio.

(continuará)

sábado, 25 de febrero de 2012

DÉJÀ VU

Otra vez voy a reeditar un cuento que escribí hace bastante. Mis disculpas para quienes ya lo hayan leído. La inspiración me anda un poco floja este último tiempo!









































DÉJAVÙ

Mientras pensaba qué vestido ponerse para la ocasión, mirándose con autocrítica en el espejo, llegó a la conclusión que sería bueno un día de estos decidirse y comenzar algún deporte o actividad física que le ayudara a mantener su figura.

No es que estuviera gorda, pero sentía ya que el estrago que dejan los años amenazaba con llegar como suelen sorprendernos las cosas más temidas: sin previo aviso. Mientras se dejaba llevar por esas ideas se le ocurrió pensar qué bueno sería que la vida nos diera segundas oportunidades para corregir los errores que muchas veces cometemos y que determinan, sin quererlo, sucesos que marcan nuestro futuro; malas decisiones tomadas en un momento pueden condicionar en forma catastrófica virajes de la vida de los que no se tiene retorno.

Recordando una frase que hacía poco había leído en un libro de autoayuda decidió ser más positiva y concentrarse en todas las buenas expectativas que tenía para el encuentro de esa noche.

Hacía mucho tiempo que no tenía una cita, y mucho menos casi a ciegas, como sería esa. No comprendía todavía de dónde sacó coraje para aceptar la invitación de aquel hombre a quien sólo conocía por el chat. Si bien habían intercambiado algunas fotos, se sabe que en ese tipo de relación se suele no ser demasiado honesto y más de uno acostumbra a enviar fotos no muy recientes o directamente falsas, con tal de conseguir concretar un encuentro.

En un principio no quiso hacerse muchas ilusiones, pero después, una ansiedad incontrolable había ido creciendo en su interior con el correr de las horas. La foto que él le había enviado era más que prometedora, y la que ella había elegido para retribuirle, la favorecía bastante ya que la amiga que la había tomado era muy buena fotógrafa y entendía cómo manejar las luces y las sombras para disimular pequeños y grandes defectos.

El hecho que la cita fuera de noche la tranquilizaba un poco, porque pensaba que cualquier imperfección de la piel pasaría prácticamente desapercibida.

Optó por el vestido azul, no muy formal, pero elegante; no muy osado, pero provocativo; lo suficiente como para crear la adecuada expectativa para un próximo encuentro. Claro que si el individuo en cuestión no resultaba ser lo que esperaba, no dudaría en mostrarse firme y no aceptar otra salida inventando cualquier excusa que no lo lastimara.

Retocó por última vez su maquillaje, tomó su cartera y se dirigió presurosa hacia la calle. Por fortuna habían decidido encontrarse no muy lejos de su casa, así que decidió ir caminando sin apuro, para no llegar muy puntual. Siempre había sido de la idea de que hacerse esperar un poco despertaba en el hombre cierta excitación extra que podía ser muy beneficiosa.

Con paso seguro se dirigió hacia la esquina. La luna redonda y alta ya, parecía mirarla con picardía, como auspiciosa de aquel esperado encuentro.

Caminaba distraída recordando la letra de una canción que vino inesperadamente a su cabeza cuando una parejita de enamorados pasó junto a ella, y sin darse cuenta, la hebilla de la mochila del joven se enganchó en su chal dejándole un llamativo enganche en un extremo. Tuvo enormes ganas de proferir un insulto pero volviendo a recordar aquel libro de autoayuda logró controlarse y tomó el incidente con filosofía y decidió simplemente ocultar la rotura para que no se viera.

No permitió que el accidente consiguiera empañarle el ánimo y continuó su camino tratando de recordar lo más fielmente posible la foto que el hombre del chat oportunamente le enviara.

Cruzó la calle cuando una nube ocultó parcialmente la luna, que dejó por un momento de iluminar la callecita bordeada de álamos que la llevaba hacia la avenida.

Una moto que dobló casi sin mirar la obligó a apurarse para alcanzar la acera, dando un paso más largo que el habitual con tanta mala suerte que uno de sus tacos se tropezó en una baldosa levantada aflojándose peligrosamente. – Lo que faltaba! – masculló indignada, con tanta furia que casi arranca del todo el taco al darle una puntapié al aire en señal de impotencia.

Debió resignar parte de su elegancia para seguir andando con la sandalia en esas condiciones, mientras en su cabeza ensayaba mil y una maneras de contar en forma graciosa aquel incidente al hombre con el que se estaba por encontrar, consiguiendo así que el mal momento se convirtiera en una anécdota que sirviera para romper el hielo lógico del primer momento.

Se dirigía ya a cruzar la avenida cuando logró ver que su cita estaba esperándola en el lugar que habían acordado. Desde esa distancia se lo veía muy bien, alto y del tipo atlético, - vamos bien!- pensó casi en voz alta – quien me dice que no sea el hombre de mis sueños! deseó fervientemente mientras se le escapaba una sonrisa!

La lluvia de esa tarde había dejado grandes charcos barrosos en los pozos del pavimento. Uno particularmente grande se hallaba justo sobre la senda peatonal por donde la joven iba a cruzar cuando el semáforo le diera paso.

Ya casi se estaba por encender la luz roja cuando un automóvil que se dirigía por la avenida hacia la costanera aceleró la marcha para lograr cruzar antes que el semáforo le diera el alto; brutal e impiadosamente las ruedas de aquél bólido atravesaron el charco de agua y barro de tal manera que una impresionante salpicadura terrosa quedó sobre el vestido azul que hasta hacía un minuto era derroche de elegancia y buen gusto. La incredulidad la dejó sin habla, sin siquiera ganas para maldecir.

Recordando una frase que hacía poco había leído en aquel libro de autoayuda decidió ser más positiva y concentrarse en todas las buenas expectativas que tenía para el encuentro de esa noche.

Blandamente cerró los ojos deseando con toda el alma que el tiempo retrocediera un cuarto de hora y otra vez se encontrara contemplándose en el espejo de su dormitorio con su chal intacto, el taco de su sandalia firme y su vestido sin ninguna mancha…

Despacio abrió los ojos. Se miró atónita y complacida a la vez con la elección del vestido azul, porque no era muy formal, pero sí elegante, tampoco muy osado, pero provocativo; lo suficiente como para crear la adecuada expectativa para el deseado encuentro.

Retocó por última vez su maquillaje, tomó su cartera y se dirigió presurosa hacia la calle. Por fortuna habían decidido encontrarse no muy lejos de su casa, así que decidió ir caminando sin apuro, para no llegar muy puntual. Siempre había sido de la idea de que hacerse esperar un poco despertaba en el hombre cierta excitación extra que podía ser muy beneficiosa.

Con paso seguro se dirigió hacia la esquina. La luna redonda y alta ya, parecía mirarla con picardía, como auspiciosa del próximo encuentro.

Caminaba distraída cuando inesperadamente la letra de una canción le vino a su cabeza. Vio aproximarse a una parejita de enamorados a la que tenía la rara sensación de haber ya presentido, y con gran rapidez de movimientos cambió de mano el chal que llevaba, evitando que la hebilla de la mochila del joven se enganchara en él.

Continuó su camino algo sorprendida por la rara sensación de haber vivido ya todo aquello, mientras trataba de recordar lo más fielmente posible la foto que el hombre del chat oportunamente le enviara.

Cruzó la calle cuando una nube ocultó parcialmente la luna, que dejó por un momento de iluminar la callecita bordeada de álamos que la llevaba hacia la avenida. Anticipando que la moto doblaría casi sin mirar, esperó a que pasara para luego cruzar hasta la acera de enfrente.

Sin resignar nada de su elegancia continuó su camino, mientras en su cabeza ensayaba mil y una maneras de contar algo gracioso al hombre con el que se estaba por encontrar, buscando una anécdota adecuada que sirviera para romper el hielo lógico del primer momento.

Se dirigía ya a cruzar la avenida cuando logró ver que su cita estaba esperándola en el lugar que habían acordado. Desde esa distancia se lo veía muy bien, alto y del tipo atlético, - vamos bien!- pensó casi en voz alta – quien me dice que no sea el hombre de mis sueños! deseó fervientemente mientras se le escapaba una sonrisa!

La lluvia de esa tarde había dejado grandes charcos barrosos en los pozos del pavimento. Uno particularmente grande se hallaba justo sobre la senda peatonal por donde la joven iba a cruzar cuando el semáforo le diera paso.

Ya casi se estaba por encender la luz roja cuando cuando un automóvil que se dirigía por la avenida hacia la costanera aceleró la marcha para lograr cruzar antes que el semáforo le diera el alto; anticipándose a que las ruedas de aquél bólido atravesaron el charco de agua y barro, la joven retrocedió lo suficiente para que la impresionante salpicadura terrosa no la alcanzara.

La incredulidad ante aquella segunda oportunidad que le había brindado la fortuna la dejó sin habla, con una enorme satisfacción por haber conseguido revertir el capricho del destino que parecía haber querido complicar aquel encuentro que ya estaba por ocurrir.

Mientras cruzaba distraída la avenida recordaba una frase que hacía poco había leído en aquel libro de autoayuda que la ayudó a ser más positiva concentrándose en todas las buenas expectativas que tenía para el encuentro de esa noche.

Absorta en sus pensamientos no vio que el semáforo ya había cambiado a verde y que un automóvil brutal e impiadosamente, la elevó por los aires haciéndola caer con terrible violencia sobre el asfalto embarrado.

Mientras sentía que la tibieza de la sangre surcaba su rostro, blandamente cerró los ojos deseando con toda el alma que el tiempo retrocediera un cuarto de hora y otra vez se encontrara contemplándose en el espejo de su dormitorio con su chal intacto, el taco de su sandalia firme y su vestido sin ninguna mancha…

viernes, 24 de febrero de 2012

SOBRE LAS MANERAS DE ANDAR























No es bueno andar por la vida
aplastados por las decepciones.
Sin inquietud
ni discurso.
Llevados por estupidez,
la vergüenza,
o el miedo
por pasadas frustraciones.

No se puede vivir nuestros días,
con escasas convicciones…
sin dedicación,
con desidia…
tolerando la insensatez,
la soberbia
y la indecencia
con funestas concesiones.

Sí, se puede, avanzar con locura
ignorando convenciones.
Con premeditación
o por impulso,
desbordando desfachatez
y astucia,
con vehemencia
y arriesgadas decisiones.

Pero lo importante, en la vida
es andar sembrando razones.
No sentencias absolutas
ni arbitrios
imponiendo su validez.
Simplemente
con el corazón
dispuesto a contar sus verdades.

miércoles, 22 de febrero de 2012

ESTE JUEVES UN RELATO: Me ocurrió algo (modestamente) extraordinario



Un tema que siempre me intrigó y me despierta mucha curiosidad es el de las premoniciones, presentimientos y afines.
 
Dicen que el poder de la mente está prácticamente inexplorado, que estamos acostumbrados a utilizar sólo una pequeña parte de las capacidades de nuestro cerebro y en forma muy parcial.
 
El alcance real de lo que podríamos conseguir si lo desarrolláramos adecuadamente, sería casi ilimitado.
 
No sé bien si es tan así, pero sí estoy segura que hay territorios de nuestra mente que desconocemos por completo.
 
Son numerosas las anécdotas de personas que “presienten” hechos que van a suceder , siendo advertidos sobre peligros inminentes que afectan a seres queridos.
 
Dicen que esa capacidad depende de la estrechez del vínculo entre dos personas. La unión íntima que existe entre una madre y su hijo puede dar pie a situaciones muy fuera de lo común.
 
En modesta medida, yo tuve una experiencia de ese tipo que nunca podré olvidar.
 
Cuando nació mi primera hija, me debieron realizar una cesárea, por lo que estuve tres días internada antes de irme a mi casa. Recuerdo que hacía mucho calor, ya que mi bebé nació en febrero. Por ese motivo, en lugar de dejarla en una cuna plástica, de las más cerradas, la colocaron en una de las más antiguas, de barrotes, para que no sufriera tanto las altas temperaturas.
 
Como yo me sentía muy bien, no fue necesario que alguien me acompañara durante las noches, así que pusieron la cunita pegada a mi cama y yo, algo limitada en movilidad debido a que todavía tenía el suero, trataba como podía de revisarla a cada rato, dada mi inexperiencia de reciente madre primeriza.
 
Quizás por los nervios, quizás por el efecto de la anestesia, recuerdo que la primera noche me quedé dormida rápidamente aprovechando que la bebé también lo hacía. A pesar de que estaba muy cansada, mi sueño no era tranquilo, me sentía inquieta, aunque sin saber el motivo. Cuando logré dormirme, recuerdo que tuve el presentimiento que la bebé se iba resbalando por entre los barrotes de la cuna y se caía al suelo.
 
Entreabrí los ojos muy sobresaltada pero no conseguía despertarme del todo. Así, entre una extraña pesadez y con el corazón agitado vi que efectivamente, la mitad del cuerpito de la beba estaba colgando por entre los barrotes metálicos de la cunita, y dado que no alcanzaba a mover mi brazo izquierdo debido a que estaba sujeta por  la canalización del suero, con gran desesperación debí con una sola mano, sujetarla para que no se cayera. Así, en medio de la irrealidad del momento, y sin saber si estaba todavía soñando, haciendo un gran esfuerzo conseguí acomodarla dentro de la cuna.
 
Recién cuando la vi a salvo logré calmarme un poco y tuve real conciencia de lo que había pasado: aún mientras dormía estaba pendiente de ella, sin verla supe que estaba en peligro y mi cabeza instintivamente me hizo reaccionar para sujetarla. Fue la primera vez que sentí verdaderamente lo que es el vínculo entre una madre y su hijo. Algo que nunca va a desaparecer, aunque los años pasen y mis hijas maduren.


Más relatos extraordinarios en lo de Maru

lunes, 20 de febrero de 2012

INVOCACIÓN DE CAFÉ






















Quisiera que
-para siempre-
el café de la tarde
me recuerde,
con su influjo
y su templada
cualidad,
tu presencia.
Que sea su aroma
el leve conjuro
con el que
pueda invocarte
constantemente.
La pócima secreta
que exista entre las dos,
e insufle en mí
-en todos mis días-
tu recuerdo.
Que sea el café
el cálido artilugio
que vuelva hasta mi
-cada tarde-
tu amada figura,
tu rostro maternal,
tus manos perfectas.
Que conserve el café
en su color
y su espuma,
aquel poder
de tu consuelo
y preclara experiencia.
Que sea el café
el mágico fluido
que te traiga hasta mi
nuevamente…
evocando en su sabor
el rito que las dos
con frío o con calor
solíamos compartir
desde siempre.

viernes, 17 de febrero de 2012

MONTEVIDEO Y UN REGALO



En mi reciente paso por tierras uruguayas tuve la gran alegría de reencontrarme con la querida Cass  -a quien conocí en persona en un viaje anterior- y la oportunidad de compartir dos horas de muy agradable charla con otros dos montevideanos de lujo que suelen frecuentar este mundo bloguero: la dulce Gaby a quien conozco desde mi época de Spaces – quizás ya sean cinco o seis años- y a un simpatiquísimo Yonky que desplegó constantes sonrisas en medio de este trío de féminas blogueras rioplatenses. 

Fue un encuentro breve, quizás, pero muy cálido y emotivo. Me sentí súper cómoda, como en casa, con la cercanía propia que nace de la amistad verdadera. Fue otra muy linda experiencia que confirma que la virtualidad de la red permite acercamientos tan auténticos y válidos como los que se dan en “carne y hueso”.

De esa tarde especial y de aquella bellísima ciudad traigo algunas imágenes y la calidez de la preciosa tarjeta que naciera de la mano y el corazón de Gaby, quien tuvo la amabilidad de obsequiarnos con tan bello detalle a cada uno de los presentes.

Esta entrada va dedicada entonces, a estas tres bellísimas personas con quien he tenido la fortuna de compartir tan linda tarde.












P.D

las únicas fotos que atestiguan la concreción del tan emblemático cuádruple encuentro las sacó la amiga Cass, y no quiero publicarlas sin el consentimiento de todos los que allí quedamos registrados!

jueves, 16 de febrero de 2012

EL PROFETA (algo loco que surgió una noche mientras dormía)


















Entre los destinos pocos probables que el azar o la elección trazaran dentro de la trama de su futuro, no estaba la posibilidad concreta de ser escritor. Pero, pese a ello, no podía ocultar la profunda significación que las palabras cobraban al surgir de su pluma – muy de vez en cuando- alguno que otro armonioso juego verbal que lo gratificara.

Por eso, en las contadas ocasiones en que los distintos factores se conjugaban –el ánimo, las vivencias, los astros, la inquietud- disfrutaba al ver surgir de su interior esa fluida inspiración literaria, naciendo de un flujo incontenible que no sabía explicar.

El hombre sentía, en verdad, ser el instrumento que algo superior –y no siempre inmediato- elegía para manifestar por escrito verdades aún no reveladas… pensamientos nunca antes vislumbrados… sentimientos que merecían ser ahondados… reflexiones que presionaban para ser desentrañadas.

Luego de un inicial fuego abrasador que lo llevaba a dejar cualquier cosa que estuviera haciendo para ponerse a escribir, aquel hombre poco demostrativo y usualmente nada locuaz sentía que se transformaba por dentro.

Dejarse llevar por ese maravilloso impulso que no llegaba bien a comprender hacía que su ser se sintiera milagrosamente conectado con la trascendencia y el sentido de la vida. Se sentía especial, halagado, a la vez que obligado –en cierto modo- a hacer caso irrestricto a todo lo que decidiese brotar de su pluma más allá de su voluntad reflexiva.

Tal vez en el fondo, más que escritor improvisado, superando su innata modestia  debiera reconocer que resultaba ser una especie de profeta.




(recién llegada de mis vacaciones y robándole tiempo a mis obligaciones hogareñas  acumuladas -cómo puede ser que uno ensucie tanta ropa!- me voy poniendo al día con la actividad bloguera. Besos para todos)