CAPITULO 2: ALGO MÁS QUE HUESOS
(imagen sin detalles del autor, tomada de la red)
Por días y días la mujer se dedicó a planear cuidadosamente la disposición de su ansiado parque. Ensayó, consideró y descartó varias alternativas de trazado de canteros enmarcando los sitios destacados del extenso margen circundante. Si bien disfrutaba enormemente con la posibilidad cierta de decidir y realizar por su cuenta algo tan acotado como la disposición de flores y plantas, no dejaba de inquietarla el tener que manejarse sin salir del ajustado presupuesto mensual del que disponía para su manutención. Si bien vivía sola, el sostenimiento general de la casa implicaba gastos considerables y a medida que pasan los años, -aún en las construcciones de calidad como sin duda era aquella- se requieren constantes reparaciones y limpiezas que ella pretendía mantener como prioridad, tanto por obligación como por merecido homenaje hacia quien nunca dejaría de sentirse endeudada.
Una vez que tuvo definido el trazado básico del proyecto y convenientemente desmalezado el terreno, se dedicó con placer y esmero a definir el tipo y la cantidad de plantas que debería comprar. Para una mejor organización de su trabajo decidió comenzar con el remodelado del jardín del frente, para luego sí seguir con el posterior. Personalmente se ocupó de la compra y ubicación de plantines, la siembra de semillas, la delimitación de senderos, la remoción de plantas secas, el podado de árboles y matorrales, el adecuado y constante riego... En apenas unos días el jardín de la entrada se fue concretando según el meticuloso programa de su dedicado proyecto.
Fue recién al comenzar con la remodelación del jardín posterior cuando comenzaron los inconvenientes. Si bien los arbustos que delimitaban el borde de la propiedad quedaron definidos y plantados desde el comienzo, tanto el desmalezado como la limpieza del terreno del fondo le implicaron un trabajo sumamente arduo que casi la hacen desistir de su elaborado planteo.
Por disposición específica de su tía abuela – y por alguna razón que ella nunca supo- jamás aquel sector de la antigua propiedad fue atendido por los jardineros con el mismo esmero con el que se ocupaban del jardín del frente. Sólo se limitaban a mantener cortado el pasto, libre de yuyales y mínimamente aseado y emprolijado el terreno. Nunca –al menos que ella recordara- había sido removida la tierra de ese sector, ni siquiera para renovarla, por lo que quitar las piedras, raíces y terrones secos le llevó mucho más esfuerzo y tiempo del que había pensado. Para colmo, al momento de emprender esas pesadas tareas comenzó la época de lluvias, lo que agregó molestias y discontinuidad a los trabajos de excavación y remoción de plantas viejas. Fue, precisamente, luego de una noche de gran tormenta cuando tuvo ocasión el impensado descubrimiento.
A consecuencia de la intensa lluvia y con la ayuda del perro del vecino –que a primera hora de la mañana solía escabullirse entre las matas de arbustos circundantes- en el sector de terreno que el día anterior ella había estado escarbando para sembrar margaritas y lavandas, salieron a la luz los que sin lugar a dudas eran los restos añejos de un ser humano.
Primero uno y luego los otros, fueron quedando al descubierto los huesos descarnados del esqueleto completo de quien alguna vez fuera hombre o mujer –no quedaban rastros de vestimenta o algo que ayudara a su identificación. Al lógico espanto inicial que le provocara total mudez e inmovilidad cuasi pétrea, le siguió inmediatamente la reacción –también muy lógica- de prudente reflexión ante las eventuales consecuencias que determinaría el hecho de hacer público semejante hallazgo.
Un muerto, un antiguo muerto en el jardín. No cabía dudas que un cadáver así enterrado ocultaba algún hecho de violencia criminal que por muchos años logró ser mantenido en secreto por quién sabe qué circunstancias y si bien desde un primer momento tuvo en claro que su obligación sería dar parte a las autoridades, también supo de inmediato que esa decisión implicaba no sólo la alteración de su tranquilidad y su intimidad, sino, fundamentalmente, de la honorable memoria de su tía.
Aquel macabro descubrimiento comprometería irremediablemente a quien fuera en vida una respetada dama de sociedad, generosa y piadosa cristiana que nunca dudó en ayudar a los demás hasta el punto de abrir las puertas de su casa a pobres y necesitados, como lo fueron ella y su madre luego que su padre las abandonara en la desgracia. No podía permitir que a causa de algo -que sin duda fue tragedia de otros tiempos- se enlodara ahora el buen nombre y honor de quien merecía incuestionable respeto y recuerdo. No sería por ella que un escándalo semejante saliera a la luz empañando lo que debería ser por siempre impoluta memoria y honra.
Sin dudarlo más, se empeñó a partir de ese momento en borrar de nuevo todo rastro de lo que estuvo eficazmente oculto durante tanto tiempo, y que por un gesto de su caprichosa vanidad fuera exhumado con imprudencia. Rápidamente y sin que nadie la viera volvió a cubrir con tierra aquel esqueleto recién desenterrado, poniendo sumo cuidado en que todos los huesos antes removidos quedaran perfectamente cubiertos por lo que resultaba ser ya un exagerado montículo de tierra. Pensó que esa notoria elevación del terreno podría bien ser camuflada como una curiosa arbitrariedad de su diseño paisajístico y si se esmeraba en guardar las apariencias y lograba mantener la calma, aquel infortunado secreto desenterrado en forma involuntaria lograría –si la suerte la acompañaba- volver otra vez al silencio de las vergüenzas guardadas, de donde nunca debió ser removido.
(continuará)
Hay secretos que una vez desvelados no pueden volver a guardarse.
ResponderEliminarBesos.
ainsss no se que hago aquí tecleando si muero de ganas por saber como lo has rematado jajaja. Guau!
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