RECORTE 1: SOMBRA DE UN MUCHACHO SOLITARIO
Con sus dieciocho años a cuestas como si de toneladas se tratase, él recorre la ciudad aunque le resulte ajena.
Nada motiva su andar, simplemente se deja llevar hasta donde lo guíe la casualidad.
El negro lo viste por completo. Hasta le demarca los ojos, también negros, como el futuro que ve.
No hace caso a las etiquetas con las que pretenden definirlo: flogger, emo, dark…cada cual le pone el mote que prefiera, él sólo es como se siente y nada más le importa. O sí…y todavía no lo comprende.
Suele andar sin preocuparse por la hora, ha logrado arrancarse de sus días la tiranía del tiempo. El reloj para él no existe. Sólo el sol y la luna marcan su ritmo, o al menos eso pretende.
La que le ha tocado en suerte no es familia. Con los años lo ha comprendido. Madre ausente, padre absorto por su trabajo que lo tiraniza, hijo único, sin hermanos que lo acompañen en la contienda que desde un principio le resultó su vida…que ya, a esta altura, le parece eterna.
Entre la provocación y la indiferencia recorre esas calles que se le antojan agrestes, fatuas, viles…sin vida.
Suele pasar horas contemplando la gente…sin verlos, ignorando la razón de la existencia.
Si bien se considera un animal nocturno, suele también andar a la luz del día, perdido en esa jungla de incoherencias y nostalgias, buscando, quizás, lo que no halla ni comprende.
En esa plaza que para él antes nada significaba, cayó una tarde cualquiera, con su desgano, con su mirada hosca a sentarse bajo esa sombra, en ese banco que le brindó cobijo pasajero.
La estupidez de los diferentes…la normalidad de los estúpidos, (que para él son todos), siempre lo aburrió. Contemplarlos pasar, ignorando sus destinos, haciendo gala de destruir el propio, era la excusa para estar allí. Feliz por comprobar todo lo que no deseaba, hacía oídos sordos al canto de los pájaros, a la brisa, a los juegos de los chicos, al sol que se dormía.
Quizás por capricho, casualidad o trampa, alguien coincidió a su lado. Hombre mayor, entrado en años, canas y carnes. Mirada triste, ojos claros, libro bajo el brazo…se detuvo allí junto a él, en el mismo banco. Parecía disfrutar de la tarde que le regalaba sus mejores mimos.
En un principio ni se miraron. Luego, adivinó uno la presencia del otro, y quizás las diferencias y la intriga por confrontarse los decidió a cruzar palabra.
Lejos de su costumbre, el joven contestó la pregunta casual del viejo sin la agresión o la displicencia que lo caracterizaba. A los pocos minutos convergían ambos en civilizada charla que terminó por sorprender a ambos.
Después de aquella primera vez, los encuentros en al plaza se sucedieron con regularidad. Ambos lograron derribar las barreras de las diferencias y se hicieron amigos.
Quizás la falta de práctica les dificultó al principio el diálogo, pero aquel escollo se fue supliendo por el entendimiento de miradas. Aprendieron a distinguir cuando uno de los dos estaba particularmente poco sociable y el otro, entonces, no insistía demasiado en la búsqueda de respuestas. Ese ejercicio de tolerancia les sirvió para aprender a conocerse, a punto tal que cada uno fue descubriendo del otro, las principales causas de la soledad y el desaliento.
Desde aquella primera tarde, él siente que alguien puede entenderlo. Por eso sigue viniendo, por eso intenta cada día escapar de su acostumbrado desánimo, aunque lo niegue, si se lo preguntan.
Mientras espera el habitual encuentro, la ve…sobresale entre las demás, rubia, ligera, su risa acompaña sus movimientos como si fueran parte del aire.
Quizás se pueda decir que es todo lo que él detesta…o lo representa: frivolidad, pasatismo, consumismo…pero qué linda es!
Desde lejos la observa con una mezcla rara de rechazo y atracción que nunca antes había experimentado. Con el uniforme del colegio, ella parece preocuparse por acompañar a sus amigas en los rituales de la seducción a distancia: cada uno de sus movimientos, sin dudas, está destinado a llamar la atención de quienes las miran.
Hablan entre risas, giran, gritan, con la displicencia que les da su despreocupación y su frescura. Él las contempla, mientras sin que lo advierta, el viejo se sienta a su lado.
No hace falta que le cuente. Sabe que el viejo ha adivinado su inquietud por aquel ángel que ha fracturado su habitual infierno. Sabe también que su nuevo amigo adivina que a él le encantaría descubrir una manera para acercársele, y que no lo hará, porque en el fondo, aunque se muestre muy duro, impermeable a casi todo ser viviente, lleva por dentro una gran timidez y un profundo miedo al rechazo.
El viejo lo comprende. Lo sabe, porque le contó, que en su juventud él fue muy parecido. Por otras circunstancias, pero también el mundo se le presentaba oscuro y hostil… y no lo olvidaba. Recordaba todo su dolor por saberse distinto, por asumirse incomprendido, y quizás por eso ahora se sentía tan identificado con el chico, aunque por fuera aparentasen ser tan diferentes.
Intercambiando apenas palabras él siente que se han dicho todo eso y que su complicada actitud ambivalente no pasa desapercibida para su amigo, quien intenta animarlo a que se decida a asumir los riesgos. Le habla de que seguramente esa chica tendrá también sus propios miedos, sus inseguridades y que, si al fin de cuentas, no resultara ser tan frívola como aparenta, él se perdería la oportunidad de conocerla.
Reconoce que se ve tentado por las palabras del hombre, pero su inseguridad es muy grande y se niega la opción de demostrarlo abiertamente.
Tal vez, si obtuviera una señal, se animaría…una simple mirada de ella bastaría…