Me sumo a la convocatoria juevera de esta semana con el siguiente relato. Para leer todas las historias, pasar por el blog de Moli del Canyer.
CALOR DE HOGAR
Luego de una larga de noche de
miedos, llantos y temblores, al fin logra convocar a sus muertos para que acudan
en su rescate. Acurrucado en el rincón por donde suelen despuntar los breves rayos
de sol que llegan a aquel infierno apenas al alba, logra evocar por un momento el
calor de su hogar y los olores de su infancia: la leña ardiendo, el pan recién
horneado, la gallina y las cebollas macerándose en su potaje. Las doradas
naranjas ofreciendo su dulzor desde lo alto. Las flores recién cortadas, el café
matinal, la brisa del mar y la sal que cubre su piel curtida y bronceada. Entre
luces los ve llegar: su padre y Miguel, su madre con su hermana entre los
brazos, sus abuelos llamándolo a cenar y los perros correteando con él entre la
orilla y el huerto.
Sumergido en la magia potente de
sus recuerdos aleja en su mente todo lo que lo envuelve: el encierro, el
hambre, el frio, la mugre y las miserias propias y ajenas. El estruendo de la
puerta de rejas, los gritos de los
guardias, la orden de desalojar, el terror en la mirada de los prisioneros, los
llantos silenciosos, los quejidos, el dolor al intentar caminar, las heridas
que se reabren, la certeza de lo inminente, los arrepentimientos, los odios
contenidos, la conciencia del punto final. Ante el paredón agujereado por cien
ráfagas precedentes los hacen parar, sin que el duro aguacero altere los planes
de ajusticiamiento. Ya no queda en sus rostros, vestigios de épica alguna o de
dignidad. Se han vuelto sombras. Sombras tristes de lo que antes fueron.
Sólo él, bajo la llovizna,
conserva en su temple algo distinto. Da la impresión que aún no ha muerto su
alma habiendo estado entre barrotes.
Cuando el oficial a cargo
vociferó la orden de “apunten” presintió con nitidez la calidez de sus amados
llegando para confortarlo. A la orden de “fuego” ingrávido y sereno -por fin
libre- se lanzó a volar.