Esta semana, la querida Sindel nos propone inspirarnos en la palabra CARICIA para ambientar nuestros textos. Con algo de demora, dejo el mío.
Una caricia del pasado le llegó
al verle. No fue un cimbronazo, ni un impacto con estrépito… tampoco fue un
fuego o el ardor de un beso apasionado, no. Fue una caricia. Leve, antigua,
pura, sutil murmullo alado de otro tiempo. Una caricia que llega sin ser
buscada, sin aviso y de repente, cuando menos uno lo espera. Llega y hace su
trabajo: emociona, conmueve, trastoca el presente haciéndolo fugar, por unos
instantes, hacia otros tardes, tan cotidianas y frágiles como las de ese hoy
que su madurez transita sin altibajos, sin angustias gruesas ni errores
acumulados llevados a cuestas. Sin demasiadas quejas ni muchas ansiedades, con
bastantes sueños cumplidos y otros tantos con la esperanza de poder ser alcanzados en un mañana probable.
Una caricia… ligero roce
impensado, rastro inevitable de aquella juventud ida que alguna vez construyeron
de a dos con mucha enjundia, con ansiosas chispas surgiendo entre sus miradas y
aquella novel atracción estremeciendo sus cuerpos recién descubiertos.
Luego de esa imperceptible incomodidad
que cada cual buscó que el otro no notara, vinieron las palabras de rigor… que
¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo! ¿Qué fue de tu vida? ¿Te casaste? Tengo dos chicas.
Yo una sola. ¿Vivís por acá? ¡Ahora somos del mismo barrio!... y así, hasta
completar el sugestivo interrogatorio que sirvió para acortar las distancias
que remarca el calendario y las canas no asumidas. La llegada del colectivo ofreció
la excusa que ya buscaban, por las dudas otras opciones más comprometidas se
les pasaran por la mente.
Al fin el mundo siguió andando y
cada cual volvió a su habitual rincón, sin más pena ni gloria de las que ya
tenían. Encuentro fugaz que no tuvo mayores consecuencias. Sólo la dulce
levedad de esa caricia reencontrada que con tanto poder llegó para instalárseles
otra vez en el corazón. Caricia que –muy de vez en vez- cuando el silencio los
cobija como cómplice, con inocente picardía los invita a recordar.
Más caricias, en lo de Sindel
Hermoso y entrañable relato! Una caricia fugaz en el acto, pero eterna en el corazón de quienes la viven, un encuentro que remueve el pasado, pero no compromete el futuro, porque a veces es mejor dejar las cosas como están.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Lo que pudo ser y no fue, pero que un encuentro casual los ha rejuvenecido. Un bonito relato.
ResponderEliminarDos abrazos
Una sola caricia en un momento preciso puede,cambiar muchas cosas; puede evitar una, depresión. Estamos cmpletamente de acuerdo, y lo celebro Mucho.Un abrazo
ResponderEliminar.
Esa caricia del recuerdo, que será siempre la esperanza y el presagio de una cita en el tiempo...
ResponderEliminarMuy profundo y emotivo, Mónica. Mi felicitación y mi abrazo madrileño.
M.Jesús
Me encanto leerte, por la unión del pasado con el presente y en el medio del mismo esas caricias que no se olvidan, excelente.
ResponderEliminarUn beso Marta
El último párrafo describe a la perfección l inconmensurable valor de una caricia.
ResponderEliminarCaricias tan indispensables, caricias que no quedan inadvertidas en el tiempo y que retornan para encandilar fugazmente el alma.
ResponderEliminarBesos
vecina de blog: venía a pedirte un poco de azúcar, pero no me vendrían mal unas caricias amistosas
ResponderEliminarHay caricias que permanecen por siempre en el recuerdo .
ResponderEliminarBesos
Hola, Mónica. Yo le doy a la caricia ese valor del recuerdo. Una caricia no se borra; es tanta la fuerza que tiene que la huella que deja en nosotros que se vuelve a reproducir en el pensamiento.
ResponderEliminarMe ha encantado este relato.
Un abrazo.
Me dejas sin palabras...
ResponderEliminarDivina caricia la que has descrito.
Un beso grande.