Parte final: LA REVANCHA (O INTENTO DE REDENCIÓN)
Se despertó sobresaltado y mareado. Su corazón parecía querer salírsele del pecho
Aún con un insoportable gusto amargo en la boca, (ese que se prolonga por largo rato cuando uno se despierta después de una fuerte resaca) consiguió, obnubilado, sentarse en la cama. Supo que era viernes y el reloj marcaba las ocho. Logró incorporarse lentamente, cuidando de no mover muchos sus huesos, que le dolían sin piedad. Llegó con esfuerzo y confusión hasta el baño.
Contempló aquel rostro en el espejo. No se reconoció. Parecía que otro le devolvía su mirada perdida en un mar de jaqueca. Pero esforzándose un poco, abriéndose camino entre los residuos de alcohol de la noche anterior, allí se vio, frente a frente, en la nubosidad de esa mirada propia que casi le resultaba ajena…allí estaba, aunque sin saber bien por qué, sentía que no debería ser así.
A pesar del aturdimiento y la acidez que lo destruía por dentro, comprobar que su existencia se prolongaba un día más, fue una inigualable satisfacción.
Tenía la certeza que lo que se disimulaba como un mal sueño había sido una excepcional premonición, un alerta que la vida había decidido darle y que estaba dispuesto a agradecer asumiéndolo como una verdadera redención personal: desde ese día, sería una mejor persona.
Resolvió que de allí en más daría un giro total a su existencia: hasta el ritual diario de ducha-cepillado- vestido y preparativos sería ahora una fiesta.
Joven, soltero, alto ejecutivo, muy buen pasar económico, apetecible para las mujeres, su vida no podía ser más exitosa…por lo que se comprometió a hacer todo lo necesario para sentirse realmente feliz…no sólo orgulloso por lo que había conseguido. Utilizaría esa buena posición lograda a base de esfuerzo y dura competencia, para brindar lo mejor de sí mismo hacia los demás y hacia su propio crecimiento personal.
Cuando apenas comenzaba a estrenar su nueva actitud mental, casi se cae al enredarse en una prenda femenina que había quedado olvidada entre los almohadones tirados sobre el piso, alrededor del sofá.
Quién era su dueña era un dato que, inusualmente, había recordado y se prometió que más tarde trataría de ubicarla…y hasta le mandaría flores…sería un buen gesto caballeresco que comenzaría a poner en práctica.
Un sonido muy agudo le hirió los tímpanos. Algún vendedor ambulante buscando llamar la atención, seguramente.
Logró vencer su tendencia primaria de querer hacerle tragar el silbato. A pesar de sentir una fuerte jaqueca, se esmeraba en ser tolerante y optimista.
Ya era hora de ir hacia su despacho y no quería demorarse más.
No tenía tiempo para un café, así que decidió que lo tomaría en la oficina. Le indicaría claramente a su secretaria cómo le gustaba: ni demasiado cargado ni muy liviano, seguro que con un poco de atención ella lograría prepararlo bien. Sin duda no era tan complicado.
Sabía que aparte de tener un físico fuera de serie era una chica bien dispuesta y despierta que quería esmerarse en su trabajo, aunque por el mal temperamento suyo, seguro era muy difícil que la pobre pudiera lograrlo. De ahora en más se propuso no sólo verla como atractiva distracción. Trataría de ser más considerado, aún cuando cometiera algún error involuntario.
Quizás esa actitud limara un poco las asperezas que solían darse entre sus empleados y eso mejorara la convivencia general, repercutiendo hasta en una mayor eficiencia. Tal vez el secreto del éxito no estaba sólo en dar un paso antes que el enemigo, sino que también implicaba crear lazos más sólidos entre quienes se encontraban en su propio bando: “crear un espíritu de equipo”...tal vez debiera ensayar con entusiasmo esa nueva filosofía.
Aturdido aún por el malestar de la resaca que se mezclaba con la inquietud de aquella extraña premonición que lo sacudió hasta sus raíces, ajustándose por última vez la corbata antes bajar por el ascensor, el espejo lo terminó de convencer que la vida le daba una segunda oportunidad, y estaba sinceramente dispuesto a replantearse su actitud frente a su realidad y a la de los demás.
Esta mañana se sentía tan agradecido con el destino que hasta estaba dispuesto a mostrarse más atento con sus eventuales acompañantes del ascensor, esos seres anónimos destinados a transitar por siempre en la uniforme masa de la que la sociedad se alimenta.
Quizás esos pequeños gestos pesaran a la hora de congraciarse con la suerte que le acababa de hacer un guiño tan inusual.
Esa imagen pulcra y perfumada de sí mismo que le daba los buenos días en el espejo debía trasuntar ese cambio real que se estaba dando dentro de él.
Las miradas que, sentía, despertaba en su entorno, sin duda habían dado cuenta de la alegría que surgía de su interior frente a esa maravillosa oportunidad de hacer las cosas mejor de lo que las había estado haciendo.
Supo que hizo un bien cuando, con fina delicadeza, saludó mirando a los ojos al pobre gordito del quinto, que, como cada mañana, arrastraba su oscura persona hacia su trabajo como pidiendo disculpas por estar vivo.
También sintió que su saludo y sonrisa animó al doctorcito del décimo que todavía andaba a tientas en su rol de flamante profesional; poco a poco la falta de confianza en sí mismo iría desapareciendo de su mirada, y la costumbre haría que dejara de temer el asumir responsabilidades.
El aire fresco terminó de confortarlo y eso lo animó en sus pensamientos positivos. Dejó abierta la ventanilla de su convertible mientras se dispuso a emprender el rumbo hacia su oficina.
A media mañana, con el cielo radiante y renovado por la complacencia del destino, nada le parecía imposible.
Se sentía reconciliado con la vida y esa sensación de bienestar y libertad lo llenaba de bríos.
Se sorprendió a sí mismo cuando comprobó que ya no sentía el mismo rechazo de antes, cuando en cada semáforo, se encontraba con los sucios muchachos que se acercaban para intentar lavar el parabrisa de su auto.
Esta vez supo lo que era la compasión cuando miró esas manos mugrientas haciendo gestos para convencerlo de que aceptase lavar su ya refulgente convertible...se sintió conmovido porque, al menos, esos pobres intentaban ganarse algunas monedas.
Por esa razón decidió no acelerar antes que la luz se pusiera en verde, como era habitual, para sacárselos de encima…y en un gesto que casi contrarió sus principios, extendió su mano hacia ellos con un billete. Qué bien se sintió! No le costó tanto ser generoso!... y eso lo hizo poner aún más satisfecho con sí mismo.
Se dio cuenta que la vida puede deparar a cualquiera una sorpresa a la vuelta de cada esquina, como le acababa de suceder, por su intermedio, a ese muchacho que se quedó complacido contemplando el billete que sin duda nunca pensó recibir.
Mientras arrancaba con el verde del semáforo, se deleitó contemplando los rincones de esos barrios donde solía transitar, a los que no solía prestarles demasiada atención y que esa mañana encontró realmente muy cuidados y atractivos.
Descartó totalmente su vieja opción de mudarse a un country privado: el colorido de esas calles no se podía encontrar en aquellos lugares apartados donde el excesivo orden impedía la espontaneidad y la vitalidad que allí abundaban…
Mirando a su alrededor, contemplando otra vez lo que ya había vivido, buscaba redescubrir todo con otros ojos, con la nueva perspectiva que le daba el haberse librado de ese fin que había presentido con tanta nitidez e intensidad y del que el destino lo había querido preservar.
La alegría de saberse vivo y reconfortado le hizo reconciliarse con el optimismo que hacía mucho se había alejado de su vida y que ya creía olvidado para siempre.
No entendía bien por qué, pero tenía la certeza que se le había dado esa segunda oportunidad por algún motivo muy especial y eso hacía que se sintiera mucho más directamente enlazado con todo lo que le rodeaba…y se disponía a disfrutarlo y merecerlo.
Por fin la autopista. Ahora se podría sumergir de lleno en la música con que se solía acompañar durante el trayecto hacia su trabajo. Algo intenso, que lo hiciera sentir conectado con el mundo que lo rodeaba, mientras por la alta velocidad el tiempo y la distancia parecían disgregarse frente a su rostro.
Uno a uno fue sobrepasando los automóviles más lentos, que pasaban a ser bultos que apenas veía.
Pronto logró llegar a ese clímax que lo excita tanto y le infundía ese vigor que siempre lo estimulaba.
La carretera y el cielo parecían fundirse en una sola continuidad y el horizonte lo invitaba a abalanzarse sobre él con el vértigo que le encendía las entrañas.
Cuando estaba por llegar al puente desde donde se había visto precipitarse en aquella premonición que había cambiado su vida, tomó conciencia que todos los elementos se confluían de idéntica manera a lo que recordaba había sucedido en esa espantosa visión.
De improviso, un oscuro pensamiento lo aterrorizó…¿y si se repetía también la culminación de su deja vu? ¿Si el destino no le hubiese dado una segunda oportunidad y estaba solamente jugando con él en forma maquiavélica?
La sólo idea de tener que revivir lo que fue esa interminable caída lo espantó y un sudor frío le recorrió por la espalda…encontrarse otra vez cara a cara con la muerte y con sus propias miserias…terrible castigo para alguien que sólo quiso siempre hacer lo que creía correcto…porque al fin de cuentas él era sólo un producto de sus circunstancias. La responsabilidad por lo que había resultado su vida no era exclusivamente suya…lo que le tocó sufrir y la manera en cómo lo educaron lo fueron condicionando a ser como era ahora…y no era justo que quien maneja los hilos de los destinos humanos lo hiciera sufrir así…!
Y entonces, de repente, vio todo mucho más claro: burlar al destino se le presentó muy simple. Quitó el pie del acelerador, concentró toda su atención en el manejo, dejando de lado música, pensamientos y aspiraciones. Eludió con cuidado a los otros autos y buscó la primera salida. Enseguida la vio: hacia el puerto. Por allí salió de la autopista.
Todavía seguía temblando por la terrible sensación que por un momento lo había invadido: la seguridad que el destino había estado jugando con él anunciándole un desenlace fatal que, lejos de poder cambiarse, iba a repetirse exactamente otra vez para su castigo.
Estacionó en un rincón sombreado, cerca del río, a los pies del puente funesto por donde venía circulando.
Su pecho, agitadísimo, no lograba aún sobreponerse del terror que lo atrapó ante la casi certeza de lo que le esperaba.
Allí, en la tranquilidad de aquel reparo de sombra y quietud reconfortante sintió que lo había logrado: había deshecho la maraña extraña e injusta que la vida le había tendido para que pereciera en ese puente, no una, sino dos veces.
Quitándose los lentes para el sol, restregándose los ojos que todavía le dolían por la resaca de la noche anterior, sintió que de ellos caían algunas lágrimas de alivio.
Sentado aún en su auto, mientras respiraba más sereno y feliz por haber logrado cortar la sucesión de hechos ya previstos, sin tiempo para reaccionar, apenas logró ver caer hacia el vacío a aquel otro convertible flamante (casi igual al suyo), que atravesando la protección del puente por el que segundos antes él mismo transitaba, se estrellaba ahora, como impiadosa broma mortal, sobre el suyo.
(…hay tipejos tan necios que no merecen segundas oportunidades! Jejeje)
Qué pretensión: burlarse del destino...
ResponderEliminarSiempre es un placer releer tus relatos de nuevo Moni. :D
ResponderEliminarMe marcho un par de semanas de vacaciones, pero estaré de forma esporádica por el barrio de igual modo.
Un abrazote
Un bello relato, como es habitual. Con una tercera parte que le da la vuelta, ¡magnífica! Besos.
ResponderEliminarSalud y República
... a veces ni la primera...
ResponderEliminarSiempre se puede cambiar el destino, siempre... Somos lo que queremos ser...
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
Hola, Mónica,
ResponderEliminarEl único destino en el que, realmente, creo.. Es en ese último y definitivo destino que todos compartimos (bué, más que creer en él, es una evidencia)..
Respecto a todos los demas "destinos", intermedios, provisionales y temporales, yo prefiero considerarlos como aquello que se estudia en matemáticas, y que se conocen como variables aleatorias (aquellas cuyo valor, en un momento dado, resulta imposible de determinar o establecer)..
Ya nos gustaría a muchos, que existiera ese "destino", inteligente, racionalizador y hasta justiciero.. capaz, al menos, de poner un poco de sentido común en nuestra existencia..
Un abrazo, Mónica.
PD: bué, esa sonrisilla final.. ejjejejejjj.. ¿mirá que si un día, te toca decidir sobre el destino de alguien?, che.. ejejjejejejjj
Como decía mi abuela: "cuando es para uno, es para uno. Está escrito". No sé si es tan así, el destino es cosa incierta, pero creo que algo de eso hay. En este caso, está escrito y dicho, por tí querida Neo, que el tipo tenía que desbarrancarse con todos sus berretines y majaderías. Al fin de cuentas, dudo que su redención durara más de un día.
ResponderEliminarBesitos al vuelo, y muy bueno el relato, de principio a fin!
Me gusto volver a leerlo, sentí lo mismo que la vez anterior en la parte final. Adrenalina pura.
ResponderEliminarje.
Besos
PASABA A SALUDARTE! BESO
ResponderEliminarEl final genial e inesperado. Y es que nadie se puede burlar del destino.
ResponderEliminarMe encantan tus relatos. Gracias por traérnoslos.
Un beso
Algunos apuntan al destino como forjador de un final y a veces el destino se rie de nosotros y otras veces nos reimos nosotros de él, quizás dependa de que mimbres estemos forjados para saber si él se reirá de nosotros o no.
ResponderEliminarMuy bueno, el giro final muy bueno.
Un fuerte besote.