Segunda Parte: LA CAIDA
Por fin la autopista. Desde allí no los vería más. Con tranquilidad se pudo sumergir de lleno en la música con la que solía acompañarse durante el trayecto hacia su trabajo: algo intenso, que lo despegara de la chatura del mundo que lo rodeaba, que lo hiciera sentir que no tenía límites… mientras por la alta velocidad, el tiempo y la distancia parecían disgregarse frente a su rostro.
Uno a uno sobrepasó a los automóviles más lentos. Eran como bultos que apenas veía. Pronto logró llegar a ese clímax que lo excitaba tanto y le infundía ese vigor increíble de sentir que podía hacer lo que quisiera con su vida.
La carretera y el cielo parecían fundirse en una sola continuidad y el horizonte lo invitaba a precipitarse sobre él con el vértigo que le encendía las entrañas.
Pero el destino a veces conspira hasta contra los más diestros y una mínima imprecisión en la maniobra desequilibra lo que prácticamente es perfecto.
Casi sin advertirlo, el volante giró unos grados de más, el auto cruzó hacia el carril contrario logrando, apenas, esquivar un par de coches. La maniobra fue brusca, los reflejos no actuaron tan rápido como deberían haberlo hecho y sin tiempo para reaccionar, se vio atravesando la protección del puente por el que, segundos antes, transitaba con la cadencia de los elegidos.
En el preciso instante en que su flamante convertible caía hacia el vacío, surgió ante sí un destello.
El tiempo se detuvo y lejos de sentir pánico, experimentó la certeza de haber atravesado el umbral que separa lo real de lo imaginado.
Alguna vez escuchó que en los momentos previos a morir uno ve transcurrir ante sí toda su vida. No fue así. Sólo revivió sus últimas horas.
Entre flashes de imágenes y sonidos recién olvidados, vio el rostro de la desconocida con la que había compartido la noche anterior. Se reencontró con las botellas vacías, los ojos cansados, la boca pintarrajeada. Sintió otra vez el asco en su boca, la piel sudorosa, el temblor en sus piernas. Contempló nuevamente las luces diluidas en el vaho del humo y del alcohol, las miradas impiadosas de la gente, las pupilas llorosas de la mujer que se reía sin ganas. Sintió otra vez su saliva espesa, el dolor agudo dentro de su cabeza, las náuseas contenidas en los intentos de besos, la furia animal despertándole desde adentro, la angustia antigua que le perforaba el estómago. Se supo nuevamente fatuo, vacío, lastimoso, impotente. Se sintió por milésima vez miserable, destruido, decrépito, gastado.
Otra vez se vio frente al espejo, espantándose de su propia imagen. Se vio nuevamente hastiado de esa perpetua contienda en la que su vida se había convertido y que siempre se esmeraba en disimular.
Se contempló a sí mismo mezquinando la aprobación hacia todos los que le rodeaban buscando cubrir sus espaldas ante eventuales traiciones.
Sintió la mirada rencorosa de sus subalternos, la hipocresía de sus socios, la falsedad de los que debían disimular, para complacerlo, lo que en realidad sentían.
Se entrevió a sí mismo vendiendo su alma al diablo a cambio de prestigio, escala social y privilegio. Recibió como cachetazos las miradas de desprecio de los que no tenían nada. Supo que le dolía la resignación de principios y sueños ya olvidados.
Tuvo vergüenza de sí mismo al verse desde afuera, negando una miserable moneda hasta al chico que sobrevivía abriendo puertas en la salida del supermercado.
El destino quiso que paladeara minucioso cada detalle del ultraje generado por sus miserias y tras esa ráfaga cruel de certidumbre previa a lo inevitable, sintió revivir lo que desde hacía siglos llevaba muerto en sus entrañas: un atisbo de conciencia y conmiseración ante el dolor ajeno que creía ya inexistentes.
De improviso, el tiempo retomó a su ritmo habitual y mientras se partía en dos por la fuerza del impacto, se prometía a sí mismo que, de haber tenido otra oportunidad, hubieran sido otras sus prioridades.
(continuará)
Había una película de Harrison Ford, creo, sobre un abogado así...
ResponderEliminarEspero la continuación.
ResponderEliminarA veces, aunque nos den mil oportunidades nuevas...
A ver, espero el final.
ResponderEliminarPorque estas personas dañinas y mezquinas dejan la maldad en los demás y buscan redimirse, pero el mal ya está hecho y alguien lo ha sufrido. A ver....
En ascuas me dejas, amiga.
Besitos.
Hola!!!!
ResponderEliminar¿Qué tal??, con esto del yuyito jijijijiji, he estado distraída, ha sido una cosecha record en esta zona, pero aquí estoy no me olvido de las amig@s de la cibernética…..
Un abrazo de oso,
Dicen que es mejor tarde que nunca pero siempre me pregunto porque los humanos siempre tenemos que esperar al final para lamentarse.
ResponderEliminarLa recuerdo y aun al leerla otra vez me parece igual de intensa.
Ahhh! además con U2 y la elección que has hecho me has tocado la fibra, jeje, me voy a verlos en Septiembre y será la primera vez que los vea en directo... estoy emocioná, jaja.
Un besote!
¿tendrá ocasión de poder vivir con otras prioridades? Si no lo consigue, mejor que pase a otros espacios siderales porque la vida que llevaba nuestro protagonista no merece la pena vivirla.
ResponderEliminarEspero con ansia la continuación
Besos
El momento del click!!! Lástima que a veces no deja de ser un simple momento en que uno jura redimirse de todos sus pecados y miserias... pero...
ResponderEliminarNo prejuzgaré (aunque este tipo de personajes me dan mala espina). Esperaré la próxima entrega con ansias....
Besitos al vuelo:
Gaby*
Je.
ResponderEliminarSi que me acuerdo, pero vale la pena revivirla, es como esas películas que siempre que la encuentras quieres volver a verla.
Besitos.