Toda una semana había transcurrido desde que comenzó a frecuentar la casa de su (por qué no decirlo!...) “novia” y esa sensación hasta lo hacía caminar más erguido.
En verdad, las dos mujeres Placenti no se llevaban bien, eso era muy notorio. La hija siempre estaba cabizbaja y solamente se sobresaltaba cuando su madre hacia algún comentario que la perturbara en forma especial. Pero había algo que Fernández ya había notado: siempre se ponía particularmente nerviosa cuando, cada noche, luego de recibir y saludar a Fernández, la mujer pasaba, con una ollita cubierta con una servilleta, hacia la piecita del fondo.
Si bien esta rutina le resultaba intrigante, Fernández no se animaba a preguntar nada sobre el asunto, no sólo porque no se sentía aún con la confianza suficiente como para hacerlo, sino también, porque estaba seguro que eso inquietaría mucho a la señorita, y eso no era algo que quisiera provocar.
Aunque se consideraba un tipo con imaginación, su cabeza no lograba vislumbrar cuál sería el motivo del rito de la ollita, ni menos aún, cuál sería su contenido. A veces, buscando hallar la respuesta a aquella intriga, algunas ideas descabelladas atravesaron su mente, relacionando macabramente la olla, el molesto gato negro que la vieja consentía y la fama de bruja loca que alguna vez alguien del pueblo le endilgó con ironía.
Pero Fernández no solía dejarse llevar por los chismes, y considerar aquellos comentarios malintencionados era impropio para su título de “festejante oficial” recién estrenado.
Otra cosa que lo incomodaba soberanamente era el gato. No lograba caerle bien, aunque se hubiera conformado con que lo ignorara; pero no, lejos de eso, el animal lo miraba con marcada desaprobación, le mostraba desafiante sus dientes amarillos y más de una vez, hasta lo había arañado.
A pesar de eso, Fernández se hallaba casi feliz. Y bien cabe el “casi” porque el hombre nunca fue una de esas personas que gustan de los excesos, más bien, todo lo contrario. Solía refugiarse tras una sonrisa medida, frígida, impersonal y postiza. Ese recurso le era muy útil, tanto como para soportar los reclamos de los clientes de la ferretería como para acompañar y asentir con la cabeza mientras la viuda Placenti lo abordaba con insulsas comentarios.
Esa noche, precisamente, fue la viuda quien le abriera la puerta y lo invitara a pasar. Su hija estaba demorada y mientras tanto ella le dio charla, convidándolo con el acostumbrado e insípido té mientras le preguntaba cómo iban las cosas.
- Todo muy bien – contestaba él, con aires de importancia, mientras se esforzaba por no volcar el contenido de la taza que se equilibraba sobre el platito de loza con florcitas.
La señorita Placenti llegó a los pocos minutos, con los ojos enrojecidos por lo que debió haber sido un llanto prolongado. Su tristeza lo conmovió y lo hizo sentir como héroe que llega para rescatar a su princesa.
Se imaginó como su salvador, un hombre fuerte capaz de sacarla de aquella infelicidad y mal trato, que, saltaba a la vista, la joven sufría constantemente.
Un grito de la viuda lo sacó de aquella ensoñación y otro alarido terminó de desorientarlo: las dos mujeres comenzaron a pelearse delante del hombre, que, desconcertado por la escena, quedó penosamente instalado entre madre e hija.
El motivo del escándalo surgió de entre las sombras, escoltado por el perverso gato. Con su cara deforme y babeante, un extraño ser se bamboleaba con los brazos colgantes, y una mueca a modo de sonrisa idiota sirvió como tarjeta de presentación ante el visitante, que, a estas alturas, no pudo ocultar su sorpresa.
- Este es mi hijo Pascual, pobrecito… – dijo sonriente la vieja, mientras la señorita Placenti sollozaba abochornada, ocultando su rostro entre las manos. -Mi hija se avergonzó siempre de él y no quería que usted supiera que existía - agregó - Ella es de mala entraña!, como su difunto padre! – se apresuró a añadir con crueldad, a modo de sentencia.
Fernández no supo que decir. Su incomodidad, a esas alturas era ya insostenible, pero tratando de que no se notara su rechazo hacia aquella espantosa criatura, buscó calmar a su festejada diciéndole que no tenía por qué preocuparse, nada de lo que sucedía era su responsabilidad y era muy comprensible aquella primera reacción de tratar de ocultar ese hermano retrasado.
Las palabras de Fernández debieron caer bien en la viuda porque súbitamente pasó del enojo a la sonrisa, como era ya habitual, y como buena anfitriona, volvió a llenar con té la taza que todavía Fernández sostenía entre sus dedos.
Los ánimos y el vientito de la noche se calmaron a la vez; un suave perfume a jazmín del país llegó de improviso y todo aparentó volver a normalidad. La señorita Placenti, secándose aún las lágrimas, aprovechó el momento a solas que todas las noches les otorgaba su madre, y rompiendo la forzada costumbre de contener sus emociones, le hizo saber a su festejante la imperiosa necesidad que tenía por alejarse de aquella casa, de aquella familia de locos que ya no soportaba.
Quizás haya sido aquel pedido tan sentido el que terminó por decidirlo. Ni él ni la señorita podían esperar más y sólo podrían casarse si él tuviera una casa donde llevarla, y ni el depósito donde dormía era casa, ni la ferretería le pertenecería hasta que el viejo no se muriera… y si no lo hacía pronto en forma natural él mismo lo ayudaría!
Mientras regresaba al depósito donde había habitado la mayor parte de su vida, Fernández no dejaba de pensar en las lágrimas de la señorita Placenti, la cara informe de su hermano retrasado, la cruel actitud de la madre de ambos, la tozudez del viejo Vidal por no morirse y su lógica impaciencia por ser de una vez por todas el feliz propietario de la ferretería.
Esa noche no pudo dormir. No sólo por lo incómodo de su catre, al que nunca pudo terminar de acostumbrarse, sino, por sobre todo, porque no hallaba una manera segura para apresurar la muerte de su patrón. Y lo pensaba así “apresurar” porque la palabra “matar” le resultaba intolerable…demasiado cruenta y poco ajustada…no era un criminal…claro que no!...él siempre había sido un hombre honrado y de trabajo!...
Jamás había sacado un peso de la caja de la ferretería!...y eso, que el viejo Vidal era más que tacaño!...hacía más de cinco años que no le aumentaba el sueldo y a pesar de eso jamás se le cruzó por la cabeza tocar un peso que no le correspondiera!...nunca se quedó con un vuelto o dejó de devolver algún billete que en alguna distracción se cayera de la billetera de su patrón!...faltaba más!!...por algo don Vidal le tenía tanta confianza!...por eso, precisamente, todos sabían que él sería el que recibiría todo cuanto tenía el viejo, cuando muriera…pero no se moría nunca!...cuánto más tendría que esperar si no intervenía?...
Tenía cuarenta años!...ya no era un chico! y era hora de independizarse, de ser alguien, de ser propietario…y gracias a la señorita Placenti ahora también podía aspirar a ser un propietario casado!...y eso sería mucho mejor aún!...pero cuándo?...cómo hacer para acelerar las cosas?
Por su cabeza cruzaron muchas posibles soluciones: golpe, veneno, asfixia… pero ninguna le satisfizo…todas dejaban huellas o no eran cien por ciento seguras…y él era un hombre muy cuidadoso: nunca había tenido ningún accidente de consideración, precisamente, por ese motivo.
Los gallos cantaron, como siempre, el sol salió, como de costumbre…Fernández se lavó la cara, tendió su catre y se vistió, como lo hacía siempre. Salió del depósito hacia la ferretería, como todas las mañanas. Atravesó en silencio la plaza desolada. Golpeó el vidrio de la única ventana del negocio para despertar a don Vidal, como lo hacía desde que podía recordar.
Pasaron varios minutos, cinco, diez, quince, veinte y el viejo seguía sin contestar…una extraña sensación de alegría lo iba invadiendo paulatinamente mientras luchaba por controlar la sonrisa de felicidad que se quería instalar en su cara mientras violentaba la puerta del negocio…
Ni siquiera se dio cuenta que se había lastimado la mano con el esfuerzo. Estaba demasiado preocupado porque el viejo se despertara de pronto, diluyendo de improviso lo que deseaba con toda su alma que fuera cierto.
Tímidamente primero, con mucha violencia después, zarandeó la cama donde aquel viejo avaro se hallaba, por fin y sin ninguna duda, muerto por causas naturales…
(continuará)
Hola Moni!! Perdona que no te responda sobre la entrada, pero tengo la vista re cansada y no quiero forzarla y no me gusta responder sin haber leido, mas cuando es algo que vale la pena como tus escritos. Pero lo dejo pendiente para un día en que tenga menos trabajo. Promesa!!
ResponderEliminarQuería decirte que no te preocupes por el café, lo entendemos perfectamente. A veces las circunstancias no son las mejores y en esos caso no se deben forzar. Pensamos estar en esta ciudad durante mucho tiempo, así que seguro habrá una oportunidad en algún momento, incluida tu familia completa, por que no?
Vos sabes que te queremos muchísimo y un café más o un café menos no hace la diferencia.
Un abrazote enorme, como siempre!!!
No creo que haya sido un idiota, sino un tipo sin suerte y falto de iniciativa...aunque ésta se le truncó porque ni esta idea le resultó como quería.
ResponderEliminarUn abrazo Mónica de mi mundo hacia el tuyo.
¿Te he dicho alguna vez que eres una excelente narradora con madera de escritora? ¿No? Ea, pues ya te lo he dicho.
ResponderEliminarBesos enormes...!!!
HOLAAAAAAAAAAAAAA NEOOO ESTA GENIALLLL LA ENTRADAAAAAAAAAAA COMO SIEMPREEEEEEE. ESPERO QUE VOS ESTES BIENNN EN ESTE MIERCOLESSSSSSS ACA ME DIO FRIO GRGRGRGR JEJEJ, SALUDOSSSSSSSSSSSSSSS
ResponderEliminarCHRISSSSSSSSS
Parece que vaya a cambiar la suerte de este hombre...
ResponderEliminarO no???
Muahahahahaaaaaaaaa!
Besitos
Lala
Ay Neo se pone muy interesante y no tengo ni idea cómo podrá terminar, porque seguro, seguro, que no es tal como pensamos, tú siempre nos sabes sorprender.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ayyy se me vino abajo la teoría, yo creí que el iba a matar al viejo, pero ahora ...
ResponderEliminarEn fin, sigo leyendo a ver que pasa
un beso
La verdad que esta muy buena la historia Neo, además me encanta como la contas, es muy llevadera y lo mejor es que no cansa, mas todo lo contrario te ganas de seguir.
ResponderEliminarVeremos como termina.
Se murio???? je que mala.
estupendo el preludio este, a ver como termina,
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