Tras la puerta, todo era pampa. Vacío, chato, igual. Por lo menos así lo veía él, desde que tenía memoria. Desde siempre.
Sus días transcurrían como esa pampa. Tan monótonos como su chatura. Desde los quince años, apenas después de quedar huérfano, vivía solo en aquel depósito, frente a la tranquera, en el límite norte del pueblo. Del otro lado del alambre, sólo se extendía campo. Infinito, hasta donde alcanzaba a ver, …hasta donde lograba imaginar.
Lo único que Fernández conocía del mundo era aquel pueblito blanco y gris, perdido en la llanura, con su pequeña iglesia, su plaza arbolada, su pobreza, sus límites y su gente.
Todas las mañanas, apenas despuntaba el alba, se apresuraba a llegar a su trabajo, en la ferretería donde ayudaba a su patrón, don Vidal, viejo cascarrabias que lo gritoneaba y mandoneaba a cambio de unos pocos pesos. Golpeando el vidrio de la única ventana del negocio, le avisaba a su patrón que había llegado. A los pocos minutos, el viejo quitaba el barral de la puerta y lo hacía pasar.
Él mismo preparaba los mates del desayuno que a veces acompañaban con bizcochitos de grasa. Los dos en silencio, apenas cruzaban palabra en toda la mañana, esperando que algún cliente amenizara su día con alguna anécdota o chisme interesante. Desde el mostrador, el patrón manejaba la caja, contando cada peso que entraba con particular atención y avaricia contagiosa. Mientras tanto Fernández ordenaba cajas y barriles, herramientas y palanganas.
A mediodía, otra de las diarias tareas que Fernández tenía, era preparar el frugal almuerzo para él y su patrón. Generalmente guisos lavados e insulsos que el viejo siempre criticaba. Por la tarde, si la clientela menguaba más de lo acostumbrado, se asomaba por la ventana del local y miraba vagar las nubes, dejándose llevar por ellas aunque sin rumbo fijo.
Ese mes Fernández cumpliría cuarenta, y las canas de su sien ya querían extenderse hacia su nuca. Nunca fue muy despierto, apenas había terminado la primaria, sus sueños eran bien pocos, sus aspiraciones menos. Lo único que le alentaba a seguir viviendo cada mañana, al despertarse, era imaginar que un día, el viejo Vidal muriese y, como le había prometido y todos en el pueblo ya sabían, lo dejaría como único heredero de la pequeña ferretería.
El negocio no era muy próspero, nunca lo había sido, pero imaginarse propietario, aunque sea de aquel montón descascarado de chapas y ladrillos lo hacía sentirse importante. O por lo menos, menos insignificante de lo que hasta ahora siempre se había sentido.
Su patrón estaba bastante enfermo; desde que lo conocía, hacía ya veinticinco años, su salud se debilitaba cada invierno un poco más y por esa razón, suponerse prontamente heredero no era demasiado descabellado.
Las ganas de independizarse crecían de la mano de la señorita Placenti, joven mujer que vivía con su madre, medio loca ésta, en una de las casas más pobres del pueblo, junto a la vía.
No es que se conocieran mucho. Casi nunca se habían hablado. Sólo alguna vez en que la señorita pasara por la ferretería a comprar querosén o clavos para reparar alguna cosa. Fuera de eso, la relación entre ambos era inexistente, pero esa presencia en sus pensamientos era suficiente como para tenerlo ensimismado en sus ensoñaciones por horas y horas.
Un domingo de otoño, luego de misa, de improviso, Fernández se animó y le solicitó a la viuda Placenti permiso para visitar a su hija.
La reacción de ambas mujeres resultó inimaginada: lejos de rechazarlo, la viuda miró a su hija que no levantaba los ojos del piso, luego lo miró a Fernández, y con melosa sonrisa de quien porta locura de vieja data, sin más trámite, le dijo que lo esperaban por la casa esa misma noche después de la cena.
Fernández no podía contenerse de tan nervioso que quedó luego de aquella impensada respuesta. El “sí” le cayó de sorpresa y se vio en la urgente obligación de asearse algo más de lo acostumbrado. No tenía más ropa que la camisa de salir que llevaba puesta, que ya se había manchado, así que decidió ponerse el guardapolvo gris que usaba para la ferretería y que esa mañana justamente, había lavado.
Se afeitó con sumo cuidado, se alisó las crenchas engominándoselas como mejor pudo. En una revista que recordaba haber ojeado, decía que las damas prefieren a los hombres que cuidan de su aspecto, así que lustró con un trapo viejo su único par de zapatos logrando casi, que reflejaran el sol que se iba ocultando entre las nubes.
Luego se lavó cuidadosamente las manos con jabón perfumado, tratando que bajo sus uñas no quedara rastro ni de carbón ni de grasa, algo muy común en su trabajo. Comió y bebió lo que pudo, que fue, como siempre, más bien, poco.
A eso de las nueve y mientras se encendían las luces de las casas del pequeño pueblo, Fernández cerró la puerta del depósito.
Mirando con aire de triunfo el horizonte de oscuridad que se extendía tras la tranquera, con paso decidido se dirigió hacia la casa de las Placenti, llevando en su mano un ramo de flores amarillas que cortó en el campo esa misma tarde.
La casa de las mujeres era más bien un rancho. Un tapial descuidado y sucio separaba la calle del patio de tierra y a falta de timbre, una campana media rota avisaba cuando alguien reclamaba ser atendido. Apenas ésta sonó, la puerta de chapa se abrió y salió a recibirlo la señorita Placenti. Estaba linda y bien peinada, y el agua de colonia la envolvía entera, acompañando su timidez.
Fernández nunca fue buen conversador, mucho menos con las mujeres. Así que se encontró frente a frente con la dama sin tener nada preparado como para romper el hielo de ese incómodo primer momento. Tal vez hayan sido sólo segundos, pero a Fernández le resultaron siglos los que pasaron sin que ni una sola palabra brotara de su boca.
Haciendo un esfuerzo supremo, mientras extendía torpemente su mano con las flores, logró articular un –Son para usted – y por fin el silencio dio paso a algún sonido humano que invitara a ser correspondido.
- Muchas gracias, son muy lindas – respondió con un hilo de voz la joven.
Sin darse cuenta, de repente Fernández estaba en la galería de la humilde casa, sentado en un sillón de mimbre, frente a una humeante taza de té, mesita por medio con la señorita Placenti.
La madre de la muchacha, por demás de atenta y zalamera se esmeraba en atenderlo, sonsacándole datos de su trabajo, su vida y sus ocupaciones. Fernández, esforzándose por mostrarse formal y responsable se presentó como un dependiente emprendedor y con futuro, y con las más respetables y sanas intenciones para con la joven.
La señorita, en tanto, escuchaba con evidente incomodidad las preguntas imprudentes de su madre, quien no se cuidaba de gritarle y reprenderla por cualquier falta nimia.
Más de uno de los comentarios de la vieja remarcaban las inseguridades de su hija, a quien acusaba abiertamente de ser la causante de que ella ya ni saliera a la calle, forzándola a mantenerse al margen de las novedades del pueblo.
Fernández pretendía mostrarse atento a la conversación de la mujer, mientras de reojo, intentaba, con disimulo, observar a la joven que permanecía callada y con la cabeza gacha.
El gato de la casa, negro y de inquietantes ojos zarcos, no parecía recibirlo con la misma simpatía que las mujeres Placenti: lo miraba con recelo, maullando y dando chillidos, mostrándole los dientes en prueba de desagrado. Sin saber por qué, aquel animal logró ponerlo más nervioso, provocando que su frente traspirara aunque la noche estaba fresca y agradable.
Después de un rato, la viuda se retiró a la cocina, con la poca velada intención de dejar a solas a su hija y su festejante. Fernández suspiró aliviado. La señorita Placenti, también, y mientras ambos sorbían el té con forzada delicadeza y mesura, Fernández se animó a preguntar si era realmente su voluntad permitirle que la visitara con regularidad. La joven contestó que sí, y lo hizo con sinceridad evidente, por lo que esa noche el hombre, tan poco habituado a esas situaciones, volvió a su casa con una sonrisa en los labios.
Al día siguiente, como todas las mañanas, Fernández salió temprano, espero a que el viejo le abriera la puerta de la ferretería, y desde que comenzó a preparar los mates se dejó llevar por sus sueños de ser, pronto y a la vez, novel propietario y marido.
Metido en esos pensamientos estaba cuando los acostumbrados gritos de su patrón lo hicieron volver bruscamente a la realidad de rutina, sumisión y desasosiego.
Era cada vez mayor su necesidad de liberarse y comenzar una nueva vida. Esa que vendría cuando él heredara el negocio, como todos sabían que merecía, después de tantos años de trabajo y esfuerzo mal pagos. Pero el viejo Vidal se empeñaba en seguir vivo, a pesar que su salud estaba cada vez más delicada.
– Cuidese, don Vidal, no se desabrigue – le decía Fernández a su patrón, con forzada y fingida preocupación. Y para sus adentros se alentaba pensando que tal vez, si tenía suerte, esa noche fuera la que el viejo no lograría superar.
(continuará)
Recomiendo esta historia, a todossss.
ResponderEliminarNo me olvido como la disfruté hace un año casi, cuando la publicaste Moni.
Ya me parecía que faltaba algo es imperdible!!!
un abrazo((::))
A esperar como sigue... ummm.
ResponderEliminarEn cuanto a Favio, tenia algunos aciertos en la fotografía de sus películas, al menos viendolo en la perspectiva de la estética de esos años.
Buenas continuaciones! =)
NO TARDES,ESPERO ANSIOSA QUE LE OCURRIRA AL POBRE FERNANDEZ,QUE CON LA VIUDA ,ME IMAGINO...
ResponderEliminarMAGNIFICO.BESOTES.MJ
Ya me estoy frotando las manos ante lo que se avecina en este relato¡¡ :)
ResponderEliminarAyyyyyyyyy...ya me atrapò esta historia !!! no tardes en continuarla....la espero ansiosa!!!! jajaja
ResponderEliminarBesotes ansiosos!!!!
Marìa Laura.
Estupendo.
ResponderEliminarTe seguimos. BESOS...!!!
Seguiremos con la continuación ;-)
ResponderEliminarDesconocía que Leonardo Favio hiciera películas.
Muchos saludos primaverales.
estaremos atentos al siguiente capítulo, tiene buena pinta.
ResponderEliminarUna vida triste la del dependiente.
ResponderEliminarUna vida triste que le lleva a pensar en un posible futuro mejor...
Y no digo nada más! Jisjisjisjis!
Un beso
Lala
Excelente historia!!!!! Me tuviste en suspenso y metido de lleno en la lectura.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Qué bien hemos empezado!!!
ResponderEliminarMi imaginación se ha desbordado buscando posibles acontecimientos.
Un abrazo Neo, hasta la próxima entrega.
me pasa algo con tus relatos, lso imagino como si fueran una pelicula¡¡¡
ResponderEliminarespero mas moni¡¡¡
besitos ¡¡
Hola Monica,Aqui vine presto para darte las gracias por tus visitas y siempre constructivos comentarios y te ruego me disculpes por mis ausencias pero paso por esos tiempos de desconcierto que en ocasiones nos alejan de todo, en cualquier caso, vengo regresando poco a poco y no dudes que tu estas presente, me alegra muchisimo la buena onda que se respira por acá, tu lo mereces sobradamente, besitos , ... Alexis
ResponderEliminarMe mata esperar Neo.
ResponderEliminarBue, ya sabes...
Me gusta.
Hola preciosa, vaya historia te estas mandando, me encanta, Leonardo Fabio no era mi predilecto tampoco, pero asiento como en tus comentarios, la fotografia levantaba sus pelis, aunque tiene historias buenas, poco entendidas para algunos, pero tu magnificas una historia muy interesantemente. Queria agradecerte tu saludo, y sabes, nunca es tarde, me llego tu saludito, Gracias, y te mando un bezaso, siempre estoy aunque este mes liada. Cuidate preciosa, y escribe, lo haces genial....tu amiga...LaParka
ResponderEliminarCoño monica!!!, cada vez escribes mejor, deverias de planteartelo en serio, al menos para mi seria mejor leerte en papel que por aqui, jajaja, no, en serio, tienes un estilo buenisimo y sabes hilvanar historias que agarran desde un principio y no te sueltan hasta el final.
ResponderEliminarMuchas veces escribes mas rapido que mi tiempo, jajaja, por eso no te sigo mucho, solo cuando te veo por ahi vengo a leerte, pero siempre me sorprendes gratamente, ya sabes, cuando publiques tienes aqui una lectora fiel,
un abrazo grande.
Hola Moni querida, gracias por tus visitas siempre, sabes que no me engancho con los textos largos, ya que despues me olvido de seguirlos y bla, bla, pero vi muchas veces la pelicula ya que me encanto, me parece que a estas alturas es un clasico argentino, y Favio, sin palabras un maestro!
ResponderEliminarMi cariño siempre!
Tere.
Me gusta la historia, y no vi la peli, asi que para mi es absolutamente nueva.
ResponderEliminarEspero el próximo capítulo, creo que Fernandez se está por meter en un problema ...
besos