CADA JUEVES UN RELATO, ILUSTRACIONES RELATADAS
LA CUEVA
Los siento venir. Sé que me
persiguen aunque no les conozco las caras. Agitado por la extenuante huida a través de la espesura mi corazón
parece querer salirse de mi pecho. Alcanza apenas a oxigenar la sangre que pulsa
incierta corriendo por mis venas. Mis pulmones se inflan intentando aquietar
los latidos que pulsan todo mi ser como un tambor guerrero. Temo que los
escuchen. La desesperación me embarga.
Ansío un escondite seguro en donde
guarecerme buscando escapar de ésta que – intuyo- parece ser mi última cacería.
Busco en vano sumergirme en el follaje pero no encuentro un rincón lo
suficientemente espeso. Camino a tientas, espalda contra las rocas, procurando evitar que los perros me olfateen o los hombres me vean. Sin haberlo advertido
a simple vista, la que parecía ser apenas una grieta entre las rocas resulta
ser más profunda. Una inesperada abertura disimulada entre las paredes pétreas.
Me sumerjo en ella pese a la oscuridad absoluta que reina en su interior. Ni
una luz ni un sonido ni una señal que me guie mientras avanzo a duras penas por
ella. No advierto por dónde piso ni logro ver la profundidad que tiene. Palpo
con incertidumbre una roca lisa y
vertical que adivino al tacto. Me quedo unos segundos abrazado a ella buscando
ordenar mis pensamientos. Por fin mis ojos se acostumbran a la negritud y logro
tener idea de lo que me rodea: restos de una antigua fortificación tal vez, construcciones
viejas derrumbadas invadidas por la selva desde tiempos inmemoriales. Unos tenues rayos de luz natural se filtran
por restos de lo que parecen ser vidrios coloreados. Iluminan lo suficiente
como para lograr distinguir definidos trazos sobre las antiguas rocas. Pese a lo arcano y rústico de aquellas
representaciones logro identificar lo que narran: muchos humanos persiguiendo ferozmente
una presa. La presa arrinconada no me resulta ajena. Más bien me siento
identificado en aquellos trazos: el gran porte, el lomo curvado, las extremidades
extendidas mostrando las garras afiladas. Temo comprobar que la historia no
acaba bien para la ella: sobre una losa horizontal coronada por una especie de
cúpula la noble bestia es sacrificada. El humano que aparenta ser el que dirige
la ceremonia alza en su mano algo como un puñal, un arma afilada con el que
culminará la ofrenda. La crudeza de lo que representa me estremece. Vuelvo a
sentir el terror recorriendo mi espalda, como recordándome que un gran peligro
está cerca. De repente, una luz: primero una antorcha, después otra y luego más
de veinte. Inmediatamente todos me rodean y la sorpresa me lleva a maniobrar
con torpeza. Caigo al suelo con impotencia. Me descubro atrapado. Sé con
certeza lo que al final del ritual sobreviene.