Esta semana nos convoca María José desde su blog Lugar de encuentro para escribir sobre la muerte y aledaños.
Mi aporte: LA OFERTA
“En el juego de la Vida, la Muerte lleva ventaja. Antes de empezar ya sabe cómo culminará la partida.”
Sucedió un día que la Muerte cansada de la mala fama que había alcanzado entre los mortales, decidió intentar mejorar su fría imagen haciéndole a los pobladores de una villa una propuesta que interpretó como muy considerada: le otorgaba a cada quien, la gracia de elegir la forma de pasar a “mejor vida”.
Vencida la primera impresión, a fuerza de insistencia y varias asambleas convocadas, la Muerte se esmeró en puntualizarles las ventajas de su inusual ofrecimiento. No es común que la Parca pase por un pueblo a cara descubierta y en tren de negociaciones. Es sabido que es astuta y ladina, por lo tanto más de uno, desconfiaba.
Había de todo entre aquellos lugareños: comerciantes, guerreros, curas, maestros, sabios, ricos, pobres, desesperanzados, ilusionistas, mendigos, doctos, desahuciados, delincuentes, magos y locos. De lo más variopinta la gama entre aquella gente desprevenida que se vio sorprendida por aquella visita inusitada.
Por muchos días se organizaron largos y profundos debates filosóficos, jornadas de reflexión sobre cómo resultaría mejor morir, de qué forma cada quien preferiría sobrellevar el trance final, considerando que éste llega obligado y no caben las huidas.
Hubo quien escogió una muerte heroica, rescatando inocentes y dejando huella a fin de preservar su nombre en el recuerdo de las futuras generaciones. Hubo muchos que a sabiendas pidieron una muerte indolora, en su propio lecho y en su vejez, serenamente y rodeados de hijos. Hubo otros más disipados, que pidieron morir en el mar mecidos en su canto final por viento, salitre y espuma. Hubo algunos que quisieron tranzar con la Muerte sólo después de hallar el camino de la sabiduría. Hubo avaros que enseguida optaron dar su aliento final colmados de riquezas, fama y lujos. No faltó quien pidiera morir por su fe, dando testimonio de santidad con su último halito de vida. Tan variadas como las personas puestas a debatir, fueron las formas en que eligieron fenecer, convencidos todos, después de infinitas discusiones, que una u otra sería la más conveniente.
El único que jamás asistió a una de esas interminables reuniones, fue al que despectivamente en el pueblo llamaban “el loco”. Intrigada la Muerte por aquella falta de interés ante su comedida propuesta, abordó al inocentón en el recodo del camino cuando éste volvía de una fructífera jornada de pesca y con sincera curiosidad le preguntó por qué no se había sumado a los debates sobre un tema tan importante.
El simple muchacho, con suma
honestidad y sin un gramo de malicia le respondió que lo disculpase, pero a su
generosa propuesta no le encontraba sentido. No entendía para qué iba a
desperdiciar horas valiosas de su vida discutiendo sobre cuál sería el mejor
final en lugar de limitarse a disfrutar el
tiempo del que disponía.