Esta semana Moli nos convoca desde su blog a escribir sobre calores, justo cuando aquí en el sur venimos soportando los días más fríos del año jejeje. Para sumarme a su propuesta, desempolvé y remocé un viejo escrito que alguna vez publiqué. Espero les guste.
Para leer todos los textos, dar clic aquí.
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Ardiente. Implacable. El sol en
su cenit hace desaparecer la sombra de su persona, único atisbo de vida en
aquel desierto candente sin verde ni sombras. Su cabeza arde como una brasa
haciendo que sus pensamientos se mezclen, imprecisos y torpes, en su mente perturbada.
Sus pies, agotados de andar, van dejando surcos cada vez más serpenteantes
sobre la arena tórrida. Su sentido de la orientación ya ha caído vencido ante
la enormidad de un horizonte que se extiende ante él sin confines, sin
irregularidades, sin puntos de referencia.
Guarda en una botella el último
sorbo de agua preservándolo para cuando sienta inminente la cercanía de la muerte.
Piensa, sin embargo, que lo mismo da que lo beba en ese momento o aguarde en
cambio hasta no dar más… es tan poco lo que queda que no es suficiente más que para
humedecer su garganta de yesca. Percibe con claridad cómo se le van secando los
globos oculares mientras los granos de arena se clavan en ellos como aguijones.
Su vista se le va nublando al punto que todo se diluye sin formas en medio de
una blanda nada blanquecina. Intenta en vano alistar el resto de sus sentidos
como último recurso para ubicarse. Agudiza el oído, el olfato, buscando
percibir alguna señal que lo guíe, que le dé esperanzas, pero nada identifica
en el inconmensurable infierno en que siente que se calcina.
Al fin, derrotado, cae sobre sus
rodillas que se despellejan lentamente en la arena en que se hunden. Ni fuerzas
tiene para gritar. Ni saliva queda ya en su boca. Presiente que será esa la
caída de la que ya no podrá recuperarse y se resigna al fin a beber, ávido, ese
último trago que guardaba como postrero tesoro. Lo apresura sin paladear. Ni
siquiera alcanza para eso.
Se entrega ya sin quejas, extendido sobre
la arena, agotado y sofocado. Siente que el mundo se funde a su alrededor sin
que pueda hacer nada para evitarlo: hasta sus recuerdos se derriten junto con
él sobre aquel infierno dorado.
Imprevistamente, cuando piensa
que ya está muerto, un fuerte tirón zamarrea uno de sus hombros mientras una
voz familiar le conmina a levantarse:
-¡Te lo dije!... ¡te advertí que no salieras a
caminar por la playa al mediodía… ¡y menos sin sombrero!-
Jaaaa ..ese final es de infarto e inesperado ..conforme iba leyendo pensé que era alguien perdido en el desierto en las últimas con ese sol sofocante y si nada que beber ,,Me gusto el desenlace fue genial .
ResponderEliminarUn beso fuerte Neo ..feliz día.
Muchas gracias Campirela 😁 me alegra que te gustara. Un abrazo y muchas gracias por pasar
EliminarMe ha sentado bien leerte, estoy solita y tomando un granizado de café para ser la mía una casa llena de gente esto es una maravilla. Sabes que estoy de vacaciones y no paso por el blog, pero me he venido unos días a casa y aprovecho para saludaros. Abrazos
ResponderEliminarTe agradezco la visita Ester. Espero sigas disfrutando. Un abrazo
EliminarMe ha encantado, se imagina uno un desierto, pero la playa puede ser igual de ingrata, sin sombrero. :-)
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegra que te gustara Albada. Muchas gracias. Un abrazo
EliminarMuy buen relato me ha gustado su construcción de principio a fin.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Tracy. Un fuerte abrazo
EliminarMuchas gracias Evan. Me alegra que te gustara. Un abrazo
ResponderEliminarUy, estaba sufriendo con tu protagonista, tu relato es muy descriptivo y se siente, más porque, aunque no a tal extremo, si que todos hemos sentido algo parecido.
ResponderEliminarMenos mal de ese final, je, je, que reconforta.
Besos, amiga.
Jeje, muchas gracias Juan Carlos, me alegra que te gustara. Un abrazo grande
EliminarQue horror!! Es que parecia que hacia simbiosis con tu protagonista...Magnifico relato que te engancha de principio a fin. Gracias por participar, besos.
ResponderEliminarMe alegra haber conseguido impresionante jeje. Un placer haber podido participar Moli. Un abrazo
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ResponderEliminarHola, Neogeminis. Tu relato lo he vivido intensamente. Después de leerlo, me he tomado varios tragos de agua fresquita del búcaro...un gran relato, con todos sus avíos...
Besos.
Te agradezco mucho el comentario Mari Carmen. Un abrazo
EliminarQue bueno Mónica!nos llevas a lo largo de un relato agonizante, donde sin decirlo, damos por sentado que nos derretimos en el desierto junto al protagonista, y al final, cuando la cámara deja de hacer foco, se aleja y vemos la toma completa, resulta que podemos estar padeciendo en el patio de casa!! jaja! muy bueno! un final que sacude y nos trae devuelta a la domesticidad! gracias!
ResponderEliminarBesitos
Jeje siempre me gusta sorprender con los giros finales! Me alegra haberlo conseguido. Muchas gracias por tu amable comentario Ceci. Un abrazo
Eliminarse...te lo dije... mira que sienta mal. Pero suele ser cierto. Regresé de unos días de playa, pero me puse sombrero y no del´ñe que la sed me golpeara
ResponderEliminarJeje me alegro q seas de los precavidos Rodolfo! Un abrazo y muchas gracias por leer.
Eliminar¡Vaya insolaciôn la de tu protagonista, menos mal que no pasó a mayores!. Jajajaja (ya me lo veía estirando la pata en el desierto)
ResponderEliminarBesotes desde la fresquita Estocolmo veraniega, que está hecha una delicia, cuando en casa el termómetro msrca más o menos 37.
Muchas gracias Myriam! Me alegra que hayas encontrado refugio frente a ese calor que los agobia. Un abrazo
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