Parte 2: ADA... SIN “H” Y SIN ALAS…
Siempre
pensó que decir esa ocurrencia cuando le preguntaban su nombre era una buena
forma de provocar una sonrisa en su interlocutor y así romper su imagen de niña
caprichosa y consentida que, sabía, proyectaba en los demás.
A
pesar de tener clara conciencia de que su manera de ser no ayudaba a hacer
amigos, su primera actitud al conocer una persona siempre era de rechazo y
menosprecio. Quizás esa respuesta fuera un recurso inconsciente para mantener
las distancias y protegerse, temiendo ser ella quien fuera rechazada. Algo así
le había explicado aquel psicólogo que desde muy pequeña le habían obligado a
visitar. Todo venía a causa de la muerte prematura de sus padres y de verse, de
improviso, sola en un mundo hostil que antes le había parecido bello y
acogedor.
Hija
única, heredera de una gran fortuna, debió aceptar ir a vivir con una casi
anciana tía, medio loca, que vivía en un pueblucho lejos de la Capital donde
ella había nacido. Hacía ya tres años que habitaba en aquella mansión ruinosa a
la que, con el tiempo, pasó a adoptar como su reino personal, solitario y
enigmático… como ella misma. Su extravagante tía, montada en el límite entre la
locura y la fantasía a causa de un matrimonio fallido, la recibió con los
brazos abiertos.
De
inmediato, entre ambas, se generó un fuerte vínculo de mutua comprensión,
aceptando una de la otra sus miedos, complejos y tristezas. Ambas se reconocían
mucho en común. Necesitadas de afecto, abandonadas de distinta manera por sus
seres más queridos, decidieron refugiarse en aquel rincón del mundo donde nadie
las juzgaba y donde su particular fantasía las liberaba de los muchos dolores
conque la vida las había golpeado. Su educación estaba, la mayor parte del año,
en manos de profesores particulares, pero durante los meses de verano, sus días
se extendían ante sus ojos dentro del límite que le imponían los muros de la
que fue una lujosa mansión y que ahora se poblaba con los fantasmas y las
huellas del tiempo. Lejos de aburrirse, tenía la maravillosa virtud de
extasiarse en sus pensamientos, logrando casi volar cuando leía un buen libro o
recorría los rincones de su fantástico mundo de hojarascas, bosque y musgo.
Un
mañana, distinta de las habituales, su tía decidió que era hora de llamar a un
jardinero para hacer una limpieza a fondo en los jardines de la mansión. Desde
un primer momento ella se opuso. No le hacía muy feliz que algún extraño
viniera e invadiera su reino particular, además, consideraba que quitar los maravillosos
restos de lo que había sido la causa de la locura de su tía iba a hacer que
aquel lugar perdiera el extraño hechizo que tenía para ella. Pese a su opinión,
la extravagante mujer, en un raro momento de lucidez, decidió que la limpieza
debería hacerse y que no cabían los reproches.
Desde
la ventana de su cuarto Ada vio que dos extraños atravesaban el portón de
entrada y que luego de recibir las instrucciones de la criada, se dirigirían a
saquear y destruir los tesoros de su lugar encantado. Eso la terminó de
perturbar y en uno de sus habituales impulsos dignos de una princesa
contrariada, decidió bajar y ver de cerca aquellos advenedizos que llegaban
para invadir su territorio.
Con
aire de distinción, bajó las escaleras rápidamente, y desde el ventanal que da
a la galería, logró ver de cerca de uno de los extraños. Contrario a lo que
creyó, se trataba de un joven. Era bastante alto y delgado, con el cabello
oscuro y desordenado, no parecía muy fuerte y sus actitudes distaban bastante
de lo que se esperaba para un rústico trabajador. Sorprendida, pudo ver que el
muchacho sacaba un lápiz y un papel de entre sus ropas y eligiendo uno de sus
rincones favoritos, se dispuso a dibujar la vieja vajilla que se arrumbaba
sobre la otrora mesa de bodas.
Aquella
imprevista actitud la descolocó en su arrogancia y debió esmerarse para no
demostrar su real interés en ver lo que el joven estaba dibujando. Con paso
displicente y haciendo gala de su mejor cara de indiferencia se arrimó lo
suficiente como para lograr ver aquel pedazo de papel, y para completar su
actuación, como si no estuviera el tanto, le increpó sobre cuál era le motivo
por el que estaba allí.
Tal
cual lo había pensado el muchacho se mostró nervioso por haber sido sorprendido
de esa forma, y mientras lograba ver, con disimulo, los bocetos, Ada se
deleitaba para sus adentros incomodando aún más al visitante. Apenas ver los
borradores, comprendió que aquel extraño compartía con ella la capacidad de
comprender cuánta belleza había en esos restos de loza, sucios y añejos, que
para los ojos de cualquiera serían sólo basura.
Cuando
estaba por hallar una excusa para iniciar una conversación, alguien llamó al
muchacho, quien con torpe cortesía se despidió apurado, dejándose olvidado uno
de los dibujos. Sin que él se diera cuenta, Ada escondió entre sus ropas aquel
trozo de papel y sin perder sus aires de dignidad, se apresuró a entrar para
poder ver tranquilamente lo que el extraño había comenzado a dibujar.
No
era mucho lo que había avanzado, tan sólo unos trazos insinuantes y el
sombreado más detallado del relieve de una jarra cuyo diseño ella adoraba. Sólo
con eso decidió que debía tener la oportunidad de conocerlo un poco más… sólo
con eso y con lo que recordaba de su mirada… despejada y profunda… sin mezquindades.
-
Buena señal... - dijo para sí misma y sin pensarlo dos veces subió hacia el
piso alto, al dormitorio de su tía, a quien, como acostumbraba, sería fácil
convencer para que decidiera lo que ya ella había decidido: hacer que aquel
pintorcito regresara. Quería tenerlo otra vez frente a ella, para seguir
palpando su mirada; comprobar que no fue casualidad que dibujara lo que a ella
más le gustaba… sabía que las reglas del cosmos no eran insondables; el destino
parece ser caprichoso pero tiene sus reglas y para aceptarlas, primero hay que
entenderlas… por lo menos así pensaba ella y ahora estaba decidida a volver a
ver a quien había conseguido alejarla de su propia contemplación.
Había
algún fuerte motivo para que esa mañana su tía quisiera hacer limpiar los jardines
y había también una fuerte razón para que aquel joven de bella mirada se
detuviera a dibujar lo que siempre ella contemplaba… sin duda era sí… y ella lo
descubriría.
Cuando
la criada se alejó con la nota de invitación que ella misma escribiera a pedido
de su tía, su corazón experimentó una extraña sensación de regocijo… algo que
no recordaba haber sentido nunca y que la inquietaba agradablemente.
La
tarde siguiente, cuando el timbre sonó, ella se sobresaltó hasta casi brincar
de su silla. Trató de calmarse, y desde la ventana de su cuarto contemplaba,
con gran satisfacción, que, con paso bastante nervioso regresaba, esta vez con
aspecto algo más cuidado, el jardinero devenido a artista que el día anterior
había descubierto.
Calculó
los minutos que estimó eran necesarios para que el invitado subiese las
escaleras y llegara al hall del primer piso. Intencionalmente aguardó otro
tanto para que con la espera, aumentara el nerviosismo del joven y así, el suyo
propio pasara desapercibido; además, desde niña le habían enseñado que no es
recomendable precipitarse y demostrar sus urgencias y sentimientos, siendo muy
conveniente actuar con calma y mucha mesura.
Cuando
ya no pudo soportar más la tensión, abrió la puerta de su dormitorio y se
dirigió a recibir al joven invitado, esforzándose por no demostrar el gran
interés y alegría que le provocaba su presencia. Además, esa actitud era una
especie de prueba hacia él: había decidido que si el interés y la atracción
entre ambos era mutua, él debería interpretar la verdadera razón de la conducta
de ella, en apariencia fría, pero por dentro muy atenta a cada uno de sus
gestos. Si él era quien ella esperaba, su poca sociabilidad no debía
predisponerlo en su contra, aunque fuera contradictoria, esa actitud debería
inspirarle toda la compasión que alguien sensible debería sentir frente a una
persona tan necesitada de afecto como ella.
Caminando
unos pasos delante de él sintió que su sola presencia lo perturbaba, y eso la
complació… su vanidad de incipiente mujer se regocijaba con saberse grato motivo
de inquietud masculina.
La
voluptuosidad de la habitación de su tía terminó de maravillar a su invitado y
Ada se alegró al comprobar que, lejos de espantarlo, toda esa sobreabundancia
de formas y colores lo maravillaba e inspiraba.
Sólo
cuando el joven se vio arrastrado por el ímpetu de la danza de la anfitriona,
Ada temió por la inoportunidad del brote de locura de su tía, que aunque
inofensiva, llegaba a desubicar con sus arranques a cualquiera, aún a ella
misma, que la conocía en profundidad.
Cuando
llegó el momento de posar para el retrato, Ada fingió estar muy molesta por la
sugerencia de la tía, cuando en realidad había sido ella misma quien se lo
propusiera el día anterior. Indecisa, no supo cuál debería ser el ángulo que mostraría
a su retratista, pero se calmó cuando, con suavidad y apenas un gesto, el
muchacho le indicó qué postura debía mantener.
Cuando
el lápiz comenzó a dibujar, ella sintió que con cada trazo, alguien o algo la
acariciaba, no superficialmente, sino por dentro, en la profundidad de su ser
doliente y triste. Con cada sombreado de su perfil, ella comprendió que el
artista lograba interpretar con claridad cada una de las huellas que el dolor y
la soledad le habían estampado en su piel de niña. Supo que al reflejar en el
papel la hondura de sus ojos, él conseguía comprender el por qué de cada
una de sus descortesías y lejos de ofenderse, al saber sus reales motivos, él
se enternecía más y más, llegando a tocar, casi, con su lápiz y su alma, la
verdadera naturaleza de la suya.
La
experiencia la dejó indescriptiblemente nerviosa e inquieta. Al terminar el
retrato y al despedirse de la anfitriona, ella quiso que él le dedicara una
mirada… algo especial que le dijera; - te he conocido; me ha gustado lo que vi –
pero a pesar de su intención, sus miradas no lograron cruzarse más que un
instante mientras su tía lo despedía, complacida, y le recomendaba a ella que
lo acompañara hasta la puerta.
Cuando
iban saliendo, un fuerte impulso la hizo cambiar el recorrido y sin pensarlo
dos veces condujo a su invitado al lugar más especial de su reino: la fuente de
aguas doradas… ese mágico sitio donde el agua se trastocaba en oro líquido por
los rayos del sol que penetraba por el techo de vidrio.
Sintió
que ese impensado paseo era del agrado de su invitado y mientras apuraba el
paso, se dio cuenta que nunca le había dicho su nombre… -Soy Ada… sin “h” y sin
alas..– dijo, y por primera vez aquella frase no le sugirió agudeza e ingenio,
más bien sintió que la exponía totalmente a merced de su interlocutor y que al
escucharla sabría, sin lugar a dudas, de su carencias y su necesidad imperiosa
de ser amada.
Eso
la descolocó. Se sintió por primera vez vulnerable y mientras bebía, presurosa
de aquella agua dorada buscando aplacar esa nueva sed que sentía más allá de su
garganta, encontró otra vez aquella mirada límpida… franca …sin malicia… que le
brindaba toda la calma y el cobijo que siempre buscara y que por fin tenía
frente a frente.
Tuvo
entonces la certeza de entender la razón por la que, la mañana anterior, su tía
quiso hacer limpiar los jardines y supo también cuál fue el motivo por el que
aquel joven de bella mirada se detuviera a dibujar lo que siempre ella
contemplaba… la razón primordial era la misma por la que, en ese momento, los
dos jóvenes comprobaban cómo, mezclado con el agua de aquella fuente, puede
llegar a ser de dulce un primer beso.
No se dónde dejar el link de mi " Destino y Azar "
ResponderEliminarno estoy muy al tanto de cómo y dónde se deja
asi que si no es aquí, coméntamelo Mónica :-)
http://javierazul2.blogspot.com.es
Esa aparente joven soberbia, era soñadora, necesitada de afecto, que encontró a alguien que veía belleza en ese jardín descuidado.
ResponderEliminarInteresante lo de los puntos de vista.
gracias, muy amena lectura, me debo la parte 1
ResponderEliminarsaludos
De momento él ha sabido entender su peculiar forma de comportarse....veamos como acaba
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