Cuando uno es muy niño, inconsciente aún de lo que es plenitud o felicidad profunda, suele poner sus ansias en alcanzar pequeños sueños, concretos anhelos, algún idolatrado objeto a modo de trofeo. En esos años los colores de la vida son pocos y absolutos: lo bueno es juego, lo malo se deja de lado, la traición resulta ser imperdonable y escarbar en la paleta de matices resulta ser una pérdida de tiempo reservada a los viejos que se entretienen en no hacer nada.
Con el tiempo, a medida que se crece, se tiende a asociar la noción de felicidad perfecta con un logro futuro mucho más complejo para realizar, implicando incluso una realidad totalmente distinta a la que nos rodea: distinto escenario, muchos más actores, incluso una versión más acabada y elaborada del propio yo que desearíamos concretar. El mañana resulta ser un horizonte amplio y prometedor en donde todo resulta ser posible y el tiempo, un amigo fiel que sólo se tarda en llegar. Se dejan de lado los absolutos y las variantes llegan a ser tantas como mayor sea la libertad de experimentar que uno tenga.
A medida que uno se va haciendo adulto y comprende que el tiempo no es tan eterno, ni lento ni elástico como uno creía, el mañana se va haciendo ahora y la presión interior por hacer realidad algo –al menos- de lo que ayer anhelábamos, nos hace muchas veces dejar de lado ciertas pretensiones que en nuestros inicios sentíamos como inamovibles, por el apuro, llegamos a ignorar ciertos valores que la candidez nos inculcó como inmutables y por cotidianos, vamos postergando el paladeo de ciertos placeres que damos por sentado y que creemos –en medio de la ilusión de indestructible permanencia que da la juventud- que lo que no hagamos o digamos hoy, siempre podremos hacerlo o decirlo mañana.
Cuando los años pasan y la repisa de trofeos logrados no suele estar tan poblada como la habíamos soñado, a medida que los golpes se suceden, nos lastiman y nos van poniendo más fuertes, uno aumenta su noción de la fragilidad humana, comprende sin retaceos y en primera persona que el exterior de la belleza es efímero, que lo fundamental se lleva por dentro, que lo trascendente está y se siembra en el día a día, en el esfuerzo compartido, en los afectos más cercanos. Uno se siente pleno cuando el primer pensamiento matinal -en el que el inconsciente se vuelve lucidez- nos devuelve una sonrisa. Es ese quizás el más efectivo test para evaluar el nivel de nuestra felicidad verdadera.
Avanzado el recorrido, con el debe y el haber de triunfos y frustraciones ya resuelto en el bolsillo, con el rincón izquierdo de nuestro pecho cada vez más poblado de pérdidas afectivas, uno tiende a pensar que el tiempo de la esperanza ya pasó, que no hay lugar para nuevas metas, que ya nada podrá ser tan intenso y completo como antes, que el capítulo de las alegrías quedará reducido a pequeñas distracciones o a alguna dádiva generosa que alguien tenga a bien compartirnos. Uno tiende a creer que la única felicidad que nos queda es mirar hacia atrás, paladeando ahora entre añoranzas, lágrimas y arrepentimientos lo que quizás no supo, no pudo o no quiso disfrutar de lleno en su momento. Eso es así. Suele ser la tendencia en que caemos en determinado tiempo de nuestra vida, sobre todo después de un gran duelo.
Cabrá entonces descubrir la manera en que otra vez el presente se transforme en una idea potable…más aún, en una aventura vital que nos haga fluir con fuerza la sangre por todos los rincones… sobre todo hasta ese izquierdo, ahí …donde guardamos el recuerdo de nuestros más queridos. Seguramente será mirando a los ojos de los que aún están a nuestro lado que hallaremos el impulso, ese latido íntimo y primigenio que palpita en nuestro más recóndito yo interior desde que tenemos conciencia de nosotros mismos. Ese sentir primero en que los absolutos eran claros e indiscutibles: la vida es vida mientras haya aliento, y si es vida es buena y bien debe vivirse.
Aunque el rincón izquierdo de nuestro pecho esté poblado de perdidas, siempre hay espacio para la ilusión, nuevamente.
ResponderEliminarUno se pregunta donde quedò el "porvenir".
ResponderEliminarPero no podemos rendirnos.
Hay que ilusionarse en defensa propia.
Un abrazo.
Me ha encantado ese recorrido desde las ilusiones a las realidades que has hecho a medida que se va avanzando en edad y no siempre en gobierno. Al final, sí, tenemos que disfrutar del presente, mirando al pasado con cariño y asumiendo nuestras pequeñas o grandes frustaciones con aceptación.
ResponderEliminarUn beso
Es notable la forma en que se tejen las situaciones en nuestra vida. Apenas ayer pensaba precisamente en este tema, que has desarrollado en forma tan bella como certera. Como cada vez que perdemos un ser querido, una parte de nosotros se va con ellos, se me ocurre que el presente nos desafía, desde ahí, ese izquierdo y los seres amados que nos acompañan en la aventura de vivir. Gracias Amiga por esta publicación. Un abrazo!
ResponderEliminarHasta el último suspiro, en efecto.
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo tu entrada Neo, creo que es un planteo muy sincero que en algún momento de la vida nos hacemos (deberíamos, además), tanto sea para continuar haciendo camino, como para no perder de vista lo ya recorrido. Todo enseña, todo suma, y en definitiva la vida es esta, que construimos día a día, con fortaleza o debilidad, alegrías y tristezas, hallazgos o pérdidas, y todo, todo todo, tiene su valor y nos hace ante nosotros mismos y ante quienes nos acompañan.
ResponderEliminarSiempre un gusto leerte.
Besitos!
Gaby*
Las pequeñas cosas y el seguir siendo útiles, aunque esto último resulta muy fatigoso. Y mirando hacia atrás, no se si se trata de recordar los logros, sino de momentos felices o quizá no demasiado desgraciados
ResponderEliminarLa vida es así tal como la describes, con lo bueno y lo malo, tenemos que seguir su recorrido hasta que Dios quiera, despidiendo a seres muy queridos y luchando por los que quedan a nuestro lado, son ellos, los que están, hijos o nietos, los que nos impulsan a seguir andando y volver a mirar con ilusión el camino. Un besito muy grande.
ResponderEliminarLos golpes, las cicatrices están ahí, pero también la utopía tiene que tener su sitio.
ResponderEliminarPerder la utopía es decir adios a cualquier esperanza.
Besos
Salud y República
El corazón es elástico NeO (afortunadamente) e igual que es capaz de arrugarse infinitamente con el dolor, tb lo es de volver expanderse. Un abrazote
ResponderEliminar