Parte final: LA ESTRATEGIA
Húmedos aún por las lágrimas, mis ojos se abren a la mañana que despunta filtrándose por la ventana.
El ahogo que estuve sintiendo y me hizo despertar, se deshace junto con los rayos del sol que dibuja en el piso de mi cuarto su acostumbrada rutina.
Las sábanas blancas, revueltas, parecen ser lo único níveo que subsiste de esa extraña realidad que acabo de transitar…pese a lo improbable y absurdo que ahora se presente ante mis reflexiones de mente recién desperezada. No fue sueño. Sé que no lo fue…¿Qué fue entonces?...¿premonición?...¿advertencia?...¿estado de indefinición previo a la muerte efectiva?...¿profundo divague onírico?
Con la acostumbrada técnica que utilizo para alejar de mi mente los pensamientos que no puedo resolver sin que una taza de café despeje mi capacidad de lucidez y raciocinio, me dispongo a seguir mis usuales ritos mañaneros sin permitir que la angustia ocupe otra vez el sitio del que se desanudó.
Después de todo, es intensamente fragante el aroma del café recién preparado e íntimamente gratificante la ya franca calidez del sol bañando los rincones de mi cocina. Es grato y cercano el bullicio de la gente que se apresura en la calle hacia sus trabajos. Me contagia su optimismo alguna risa abierta y despejada que llega de ellos…me hace bien percibir una mayor vitalidad en el trinar de los pájaros. La música de la radio agrega su complemento para disipar por completo el pesar que precedió mi despertar y me siento bien, dispuesta a hacer que valga mucho cada minuto del nuevo día.
Alegre, distendida, traigo otra vez a mi cabeza aquella película japonesa que vi hace un tiempo y me viene rondando en mis recuerdos desde hace unos días. Persisten las mismas escenas disgregadas surgiendo entre la penumbra de mi frágil memoria, pero esta vez, el destello memorioso se completa con el título que tanto he insistido en evocar …y con una leve sonrisa lo repito una y otra vez…after life…after life…y recuerdo también que no transcurría en una casa, sino en una antigua estación de tren…y había empleados…y había nieve…mucha nieve…y diversos personajes interactuando en medio de la blandura de la irrealidad que se palpaba como algo cotidiano, apacible, expectante…
Me complazco por haber logrado esta vez arribar al título deseado y redescubrir más detalles de aquella película especial que -vaya a saber por qué- ha querido mi memoria rescatar entre los anaqueles de mis recuerdos.
No imagino fácil la tarea de tener que elegir de entre todas las experiencias vividas, un solo momento para preservar por toda la eternidad. Supongo que cada quien debería buscar entre los suyos aquellos más felices –quizás breves- pero gratamente emotivos. Aquellos que por alguna conjunción casi mágica del destino, hayan contribuido fundamentalmente en imprimirnos nuestra verdadera identidad.
No sería nada fácil tener que optar exclusivamente por uno. Hasta creo que surgiría cierta culpa por no elegir alguno en que no hayan estado implicados todos nuestros seres queridos. Supongo que no nos sentiríamos completos si tuviésemos que decidir preservar uno en que apareciera alguien amado pero del que estuviera excluido algún otro ser igualmente querido.
No sé -si llegado el caso- estaría en condiciones de asumir semejante reto. Más aún en un breve plazo, como se planteaba en la película.
Recuerdo ahora también –de improviso- que para completar el proceso de fijación del recuerdo, los empleados de la vieja estación debían ayudar a recrear de la forma más fiel posible el pasaje de la vida elegido por cada personaje para así fijar con nitidez la escena rememorada. En eso consistía su función trascendente a la hora de asistir a los viajeros en el que sería su último destino. Mientras tanto ellos permanecerían allí, aguardando ser ellos mismos los que alguna vez optaran por un pasaje de su propia vida digno de ser conservado en su posteridad.
Mientras termino mi café, mientras la catarata de noticias del nuevo día ocupa el lugar de la música que enmarcó hasta ahora mis pensamientos, se me ocurre pensar que, de ser así la forma en que se deba definir el paso a la otra vida, yo me encontraría sin dudas entre esos empleados amables de la estación, haciendo lo imposible para que cada quien lograra concretar la reiteración de su recuerdo elegido previo a subirse a ese tren definitivo, pero paradójicamente, no sería yo capaz de optar por sólo uno de los míos. Sin duda me quedaría –indefinida e infructuosamente- intentando decidir sobre lo que pudiese rescatar de entre la bruma de la desmemoria, que –sin dudas y como ocurre siempre en los cuentos y en las películas- debería ser cada vez más difícil de disipar.
Frente a esa última consideración y viendo de qué se trataría en definitiva el asunto –la opción entre recuerdos resultaría ser una encrucijada final en la que se nos colocaría como último asidero con lo que fuimos ante la NADA infinita que se nos presentaría para la eternidad.
En esas circunstancias y dejando de lado posibles traiciones –que seguro nadie realmente querido nos atrevería a echar en cara en esa situación- quizás la estrategia más válida ante semejante certeza de lo inevitable sería dedicarnos plena y conscientemente -mientras aún podamos- a construir recuerdos memorables a cada paso de nuestra vida. Vivencias trascendentes que sean los cimientos de futuros recuerdos imborrables. Maravillosos tesoros de nuestra memoria capaces de brillar diáfanamente llegado el momento crucial de tener que elegir el más emotivo.
La lógica parecería indicar que sería más fácil encontrar momentos dignos de ser evocados a perpetuidad si vamos sembrando en nuestra vida buena y profusa semilla: en medio de un prado cuajado de flores bellísimas cualquiera de ellas ameritaría ser preservada en representación del resto, porque cada una resultaría –en definitiva- imagen de las otras. Si en cambio nuestro prado estuviera salpicado irregularmente de flores comunes y ordinarias, sin demasiado perfume, sin profusión de color, pétalos y armonía, sería muy difícil elegir entre ellas a la hora de buscar referente. Sería nada memorable nuestra cosecha a la hora de nuestra partida…
(fin)
Bueno, querida Mónica, he preferido leer de tirón la triología. Estupenda narrativa, como siempre, plagada de imágenes que pnos haces ver mientras vamos leyendo.
ResponderEliminarLo he leído dos veces. La primera de forma acelerada, sintiendo la prisa del personaje en encontrar esa etapa de su vida, para llevársela al más allá.
Cuando he terminado de leer el relato tenía hasta taquicardia. Me he dado cuenta de que a mi también me era difícil encontrarlo.
Mil escenas pasaban por mi mente.
Luego he reflexionado.
Quizás mi vida esté plagada de tantos buenos momentos, que eso es lo que me hace difícil escoger uno.
Los malos...los he olvidado.
Una gran lección, querida amiga. Procuraré cuando tenga que hacer cosas en mi vida, que sean dignas de ser elegidas como recuerdo en un hipotético más alla.
Mucho que pensar...
Gracias. Un besito.
en fahrenheit 451, recuerdo la escena de cómo llegado el momento, los ancianos se dirigían a una sala austera y silenciosa, se tumbaban y visionaban paraisos naturales llenos de flores y pajaritos. Instantes despues, eran eutanasiados para despues ser convertidos en principios alimentarios.
ResponderEliminarPersolamente eligiría dos es que ambos me fascinan. El de la sensción al nacer y el de la sensación al tránsito pacífico y feliz a la muerte.
Ambos son sensaciones únicas, personales e irrepetibles
Un beso Neo
Buen final.
ResponderEliminarTermina siendo lo que todos sospechamos: Debe vivirse fabricando recuerdos.
Un abrazo.
Trabajamos poco nuestra vida, dejamos que corra como si no fueramos nosotros los dueños, la llenamos de momentos gratificantes, felices, triste, desagradables, pero no únicos. ¿Quién se atrevería a escoger sólo uno? Quizá porque no tengamos ninguno que sobresalga, quiza porque deberíamos esforzarnos más para crear esos momentos únicos, irrepetibles, que nunca olvidaremos.
ResponderEliminarBesos.
Salud y República
ainss de acuerdo que no siempre prestamos la atención debida al jardín de nuestra vida pero sigo insistiendo que por mucho que lo hiciésemos (bueno por lo menos yo) seguiría siendo difícil elegir un solo momento de todo cuanto la vida ofrece para llevarse a una eternidad.
ResponderEliminarAbrazote Neo : )
Que me puse tan transcendental que no te dije que genial una vez más! jajajaja
ResponderEliminarAyer no pude pasar, mira a que horas he venido hoy, me leí la segunda, y por supuesto tuve que leer la tercera. Muy buena narrativa, anoté la peli, pero sigo pensando lo mismo, para mí sería imposible elegir un solo recuerdo, tengo miles, por fortuna los malos se difuminan poco a poco, hasta que no queda nada de ellos, pero buenos hay muchos, y cada día recuerdo algo hermoso. Espero que al pasar al otro lado me dejen conservar mis recuerdos, al menos por un tiempo. Besitos.
ResponderEliminarLlevaba días sin comentar (cosas de las vacaciones) pero ya de nuevo por aquí.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo.
Hola Mónica,
ResponderEliminarQue yo recuerde, nunca me atrajo mucho lo de la eternidad (incluso diría que todo lo contrario)… Primero por ese paso previo, exigido y poco agradable, que supone siempre el encuentro con la muerte… Y despues, y sobre todo, porque sea desde el punto de vista que sea, parece ser que siempre ha de existir un “pequeño” pero sustancial paso intermedio, del cual va a depender la supuesta y susodicha eternidad de cada cual… Da igual que para unos, se trate de una especie de juicio externo, o para otros una especie de autorevisión o autovaloración más o menos personal… El resultado es, siempre, que dicha eternidad parece tener un precio.. y lo más inquietante es que dicho precio tiene mucho que ver con nuestra vida anterior…
Bué, por si acaso, casi que prefiero que dicha eternidad, al menos para mí, como que no exista… ni tan siquiera como posibilidad… por lo que pudiera pasar.. ejej
Un abrazo
Genial Monica, refllexión total, he ido leyendo y buscando esos momentos. Dificil elegir. digo como Maru procurar hacer cosas que puedan ser un recuerdo único.
ResponderEliminarMi aplauso Neo.
sí, after life es una de las películas más hermosas que he visto... lamentablemente toda esa fe en ser humano y en la belleza que hay en sus acciones, se ha ido desgastando en la visión de koreeda, no por dejar de creer en las necesidades del ser humano, sino por ver de qué forma erra una y otra vez en el camino, y parece desistir de hacerlo.
ResponderEliminarUna filosofía simple y bella la de after life, tanto que quizá nadie se atreve a llamarla así, ni a pensar que el secreto era algo tan sencillo, tan sin nudos y sin palabras.
Como siempre del tirón para no perder el hilo; la memoria puede ayudarnos a elegir algunos de esos momentos pero tanto los buenos como los malos han pasado por el tamiz de la indulgencia, ¿cómo elegir alguno? creo que el día que podamos optar por uno ese día seremos más seres de silicio que de carbono.
ResponderEliminarBesotes.
Un relato genial Mónica, procuraremos, como dice Maru, hacer las cosas con dignidad para se conviertan en recuerdos hermosos y sean merecedores ser llevados como tesoros a la eternidad.
ResponderEliminarUn beso y mi sincera admiración.