Capítulo final: INFIERNO INTERIOR
Los truenos no cesaban, la intensidad de la lluvia no menguaba y sus ojos ya no aguantaban el enorme esfuerzo por intentar divisar los perfiles de aquel camino solitario en medio de una negritud en la que nada se alcanzaba a distinguir. Como esa mañana, sus sienes volvieron a bombear sangre a mil por hora. La euforia no era ahora la causa, más bien lo adjudicaba a un completo estado de angustia y agotamiento al que había arribado varios cientos de kilómetros atrás, desde que la certeza de ser descubierto pese a la meticulosidad de su plan lo había invadido, logrando derrotar todas las defensas que, por años, su odio, su necesidad de venganza y su instinto de supervivencia habían construido para sostenerlo. Luego de haber confundido varias veces el camino, haber tenido que cambiar una rueda bajo el temporal y sufrir la imperiosa necesidad de tenderse a dormir en una cama caliente, comprendió que nada faltaba ya para que la desesperación lo derrotara. Cuando comenzó a advertir húmeda su frente y temblorosas sus manos supuso que la fiebre se había agregado a sus padecimientos. Sin dudas el enfriamiento sufrido había acabado con su limitada resistencia física haciéndole ya desear con desesperación algún lugar donde poder descansar. Como si algo o alguien hubieran querido hacer realidad su deseo, iluminada por el fugaz resplandor de los relámpagos, la silueta de una casa se dibujó nítidamente en el horizonte. Subiendo la colina que se erguía frente a él comprobó que se trataba de una vieja y destartalada casona aparentemente abandonada. En sus años de esplendor quizás hubiese sido una lujosa mansión, pero ahora eran notorios, aún en la cerrada oscuridad de la noche, su decadencia y abandono. Con lo que le quedaba de fuerzas intentó insistentemente abrir la puerta del frente: dos enormes hojas de sólida madera que se presentaban infranqueables. Lejos de desistir, el hombre decidió forzar alguno de los postigones de los ventanales. Primero los del frente y más tarde los laterales, sin conseguir siquiera aflojar los cerrojos. Terminó de rodear el perímetro de la casa que mostraba por todos sus flancos la misma inexpugnabilidad. Al completar bajo el diluvio torrencial su infructuoso recorrido, comprobó con gran sorpresa que la puerta principal, antes herméticamente cerrada, se encontraba en ese momento entreabierta. Su necesidad de descansar bajo techo era más imperiosa que cualquier loca especulación que cruzara por su cabeza buscando explicar aquel extraño suceso, pero su habitual racionalidad lo llevó a inquirir que seguramente el cerrojo se había aflojado durante el forcejeo, aunque no lo advirtiera en un primer momento. Apenas cruzar los límites de aquel vano de oscuridad sintió una punzada aguda atravesando el interior de su cabeza. La fiebre y la debilidad estaban haciendo estragos en su cuerpo y sentía que no le quedaban fuerzas ya ni como para intentar una adecuada exploración del resto de la casa. Iluminándose apenas con al flama de su encendedor comprobó que había allí algunos muebles, cubiertos todos de mugre y telarañas. Se las ingenió para lograr juntar algunos diarios y maderos y encendió un pequeño fuego en la chimenea del centro de la sala, lo suficientemente acogedora como para dejarse caer sobre una vieja poltrona arrumbada junto a ella. Lejos de calmarse, los dolores de cabeza y la fiebre aumentaban haciendo que, pese al agotamiento extremo, no lograra conciliar el sueño. Uno a uno los recuerdos más dolorosos de su infancia fueron asaltándolo desde el pozo en el que, con todo ahínco, se había esmerado en sepultarlos. Liberada por al fiebre que lo hacía arder por dentro, sentía otra vez en su carne la infinita repugnancia que tantas veces debió soportar, reviviendo con dolorosa intensidad la crueldad de las humillaciones a las que lo sometiera quien, por su mediación, yacía ya en el averno. En medio de sus ensoñaciones afiebradas volvió a escuchar aquella voz maldita que tanto temiera y odiara en esos años, voz que ya creía haber conseguido ahogar para siempre. Azuzados por los truenos y relámpagos que continuaban haciendo temblar los cielos, otra vez resurgieron con despiadada crueldad todos sus viejos miedos, sus más temidos fantasmas. En medio de una angustiosa duermevela de la que no conseguía liberarse, buscando desesperadamente guarecerse en su último rincón de racionalidad, fue descubriendo que desde los rincones de aquella vieja casona abandonada lo observaban cientos de figuras retorcidas y espantosas que se sostenían, a modo de marionetas espeluznantes, atravesadas por sangrantes varillas suspendidas en la nada. Su espanto iba creciendo conforme el tronar de su propia tormenta interior iba iluminando los rincones de la que pronto confirmó, resultaría ser la entrada a su propio infierno. Entre aquellos rostros deformes de miradas vacías y terroríficas creyó reconocer a quien fuera en lejanas épocas su tutor, más tarde su vejador y recientemente su propia víctima. Sumido en angustiosa mezcla de sensaciones y sentimientos encontrados, intentando infructuosamente poder escapar, fue sintiendo que poco a poco su corazón era devorado por llamaras insoportables de culpa, odio, arrepentimiento, violencia y dolor para instalarse en él como su eterno tormento. Mientras la fiebre borraba poco a poco los últimos rastros de lucidez en su mente obnubilada, ahogado en su propio llanto hasta entonces contenido, tuvo la certeza que en realidad, la venganza que había concretado no había sido puerta de escape, sino más bien la entrada a un pozo infernal…del que ya jamás hallaría la salida.
(fin)
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No hay peor infierno que el que llevamos dentro.
ResponderEliminarEse caserón me recordó el de Psicosis. Final que se olía tras el otro cap. nada de crimen perfecto. La venganza de la conciencia, lástima.
Bsitooos cariñosos.
Bien, muy bien. Me gustó.
ResponderEliminarEl sentimiento de culpa se va apoderando poco a poco hasta volverle loco. Ocurre a menudo, según parece, con los asesinos y delincuentes. Y es que la conciencia puede hacer mucho más daño que la cárcel.
Besos.
Salud y República
Es imposible huir de lo que va con uno!
ResponderEliminarNo importa que tomes distancia, todo mal acto te perseguirá para siempre! Y como en este caso, ese será tu castigo.
Genial el relato, Mónica.
Hemos podido vivir en él toda la agonía de un error.
La venganza no lleva a nada....¿?
Un besito
Lala
Se matan personas pero no pensamientos y sentimientos, lastima que no se dio cuenta antes.
ResponderEliminarBesos.
Vecina ud postea tan rápido que me hace correr!
ResponderEliminarNo nada peor que la culpa, no se puede vivir con eso, te va matando de a poco como le pasó al personaje de la historia.
Abrazos!
Mucho, me gustó mucho.
ResponderEliminarY , es cierto.
Es el perdón el que nos hace grandes.
Ni la venganza ni el olvido.
Me ha encantado Neo, precioso, supongo que ese sentimiento de culpa, es el que nos impide muchas veces ser felices.
ResponderEliminarbesos y abrazos de tu niña gallega.
Sara
Me he perdido el capítulo del medio, me temo y por eso me he quedado in albis, jajaja, me voy para atrás.
ResponderEliminarUn abrazote Neo.
("te lo dije!!") perdón... pero estoy de acuerdo con el giro que tomó la historia, por más víctima de que se trate, la venganza nunca sirve para nada. y aunque no hubiera dejado huellas seguramente algo lo hubiese llevado a delatarse, no se pero así parece ser la regla...
ResponderEliminarMUY BUENO NEO, MUY BUENO, por algo saliste en el "daily"!!!!
un fuerte abrazo.
Vine esta mañana temprano, pero me llegó visita y ya no me pude conectar hasta ahora, lo leí de nuevo desde el principio, me gusta mucho, mujer te da algo de penita, pero no hay nada como la conciencia tranquila, por fortuna las cosas malas se pueden olvidar, las buenas, siempre se quedan en nuestro recuerdo. Muy buen relato. Besitos.
ResponderEliminarDe infierno al infierno, pobre hombre.
ResponderEliminarCuantos son los que pasan por los mismos tormentos.
Ay, se me puso la piel de pollo.
Besitos, Noe.
Posiblemente escapara de la justicia,
ResponderEliminarpero no ha podido escapar del mejor juez, su conciencia y a ésta no la puede matar.
Muy bueno Neo.
Abrazos.
Woww, que pedazo de relato, me encantó. No existe enemigo más cruel y despiadado que nuestros propios miedos y culpas, y la moral, esa que sin darnos cuenta se asienta en nosotros durante nuestro aprendizaje, siempre se toma su venganza cuando intentamos ignorarla.
ResponderEliminarSi no existen remordimientos ni culpa, algo falla, algo que no tiene solución ni cura.
Gran relato Moni, mis aplausos¡¡
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBuen día Neogeminis, estupendo el relato, no podemos huir de la conciencia, quién la tiene claro, y este personaje la tenía por ello no pudo escapar del remordimiento y la culpa pues sabía que no había hecho bien a pesar de todas las vejaciones sufridas. Lástima que en el mundo haya personas y más de las que parece que no tienen conciencia, hacen el mal y luego se refugian en la locura.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Mónica,
ResponderEliminarEs difícil esto de los sentimientos.. hace poquito escribía algo sobre los mismos, que podría tenerse en cuenta en este relato tuyo: los sentimientos nacen “fuera” de nosotros, luego, cada cual, como puede, les vamos dando forma, recreándolos y reconstruyéndolos.. En este caso, creo que este protagonista bien podría considerarse una doble víctima.. Primero de su agresor (y tutor), luego, y también, de la moral social asumida como propia (que considera el sentimiento de venganza personal, siempre, como equivocado).. Resulta difícil (o imposible) ponerse en el lugar del otro.. pero como se trata de un relato, me aventuro a decir que, yo, en el lugar de este protagonista, casi que hubiera preferido ser condenado por las leyes, en lugar de condenarme a mí mismo, en nombre de los demás..
Besotes tita Mónica.. sólo por uno días, ¿eh?.. ejejej
Realmente interesante tu punto de vista Javier. Creo que con tu comentario me aclaro más lo que comentabas en aquella entrada tuya sobre los sentimientos y nuestras acciones (la que vos mismo citás).
ResponderEliminarGracias (por lo de prestarme un ratito la sobrina jejeje)!
...un abrazo.
Vine a leer el final... no podía perdérmelo! Y sí, yo creo que cargar con la culpa es un castigo bastante más crudo que el de la justicia ajena, como bien lo explica aquí nuestro Javi querido.
ResponderEliminarEse sentimiento interno, es corrosivo y aniquila por dentro, aún así, pienso, lo salva, porque hay quienes aún habiendo hecho cosas atroces, no sienten arrepentimiento alguno.
Como llegué con atraso, leí también tu última entrada... ¿y qué decir Neo? No sé de que trata el comentario, pero yo padecí en algún momento situaciones de ese tipo, lamentablemente son inevitables, porque siempre hay alguien que parece no querer encastrar en algo tan sano como compartir literatura, inspiración, arte, cosas de la vida y con respeto.
Besitos al vuelo, y gracias a tí por tus cuentos, tu poesía y todo lo que nos entregas!
Gaby*
Esa fiebre interna terminó por matarle… Impactante!!!!
ResponderEliminarSuena bastante bien para un cierre.
Un gran abrazo para ti.
Mejor no dar el paso de victima a verdugo porque se puede uno sentir muy mal como esta pobre victima.
ResponderEliminarSe puede intentar huir de todo y todos pero de uno mismo es muy dificil, y lo reflejas muy bien en este relato.
Me encantó Mónica.
Besos.
Me da lástima el protagonista de tu historia. Primero el daño infringido por su tutor que lo marcó de por vida, luego el daño que se infringe el mismo, en su afán de venganza. Esta le dió una satisfacción efímera y pasajera, pero a cambio lo convirtió en deudor de su propia conciencia que le recriminará de por vida la acción vengativa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pepe.