Me sumo con este texto (inevitablemente más extenso de lo sugerido) a la convocatoria juevera de esta semana que nos deja Dafne desde su blog. Pasar por allí para disfrutar de todos los relatos.
UNA HORA MÁS
Llegaría a su casa, cenaría algo rápido, leería por arriba las noticias del
día y de inmediato se iría a la cama. El cansancio acumulado durante la semana
le pasaba factura a su cuerpo y desde que se anotició que el cambio de horario
estacional se produciría ese día, se venía preparando, como niño antes de su
cumple, paladeando en privado el placer
que -preveía- le deparaba el regalo de disponer, esa noche, una hora más para
dormir.
Apenas llegar, se preparó un sándwich con lo poco que encontró en la
heladera y así sin más - renunciando incluso a anoticiarse sobre qué demonios
había sucedido en el mundo durante esa agotadora jornada- se metió en la cama
con el sabor fresco del dentífrico entre sus labios.
El ansia postergada por sumergirse de lleno en la espesura del descanso
pronto se convirtió en fastidio absoluto. Lejos de provocarle el ansiado relax
por el que había estado suspirando toda el día, la blanca cobertura de las
sábanas comenzó a ejercer a su alrededor un peso blando e inerte similar a una
mortaja que envuelve a destiempo a quien aún insiste en patalear.
Dio vueltas hacia un lado y hacia el otro, buscando en su colchón algún
hueco acogedor que evocara la calidez nidal de la cuna de su infancia, idolatrada
en los sustratos de su memoria. Tic tac tic tac, el reloj avanzaba sin piedad
ni complacencias.
La incomodidad percibida a lo largo y a lo ancho de su lecho terminó por
agregarle una nueva inquietud en el cajón de ¨pendientes¨ que intentaba
desdeñar: necesitaba un nuevo colchón, aquello era evidente, y el insomnio convocado
lo confirmaba. Mañana se ocuparía. Haría una investigación de mercado:
densidad, precios, características, marcas y todos los otros detalles a tener
en cuenta. Pero por el momento, a dormir. A poner todas las energías en ello.
Aunque parezca una contradicción, un oxímoron: esforzarse en dormir. Qué absurdo
sonaba, pero en esa noche inusualmente prolongada era una realidad. Ninguna oveja
se apersonaba para ser censada saltando un cerco de nubes soporíferas y los otros
pocos artilugios que conocía para intentar esquivarle a la falta de sueño
resultaban ser igualmente ineficientes. Tic tac tic tac, el reloj persistía en
su danza.
Por la ventana entreabierta lograba ver a pleno las estrellas. Maravillosos
fulgores llegados de otros tiempos. Justamente, esa tarde, había escuchado que a
cada minuto nacen 380.000 estrellas en todo el universo. ¡380.000! disparatada
cifra que intentaba en vano imaginar. ¡Y por minuto! Llevado a hora serian unas
22.800.000. Imposible creerlo. Tan solo en la hora que pretendía aprovechar
durmiendo a pierna suelta nacerían en el universo casi 23 millones de estrellas
y él, mientras tanto, en su desconsolado intento por dormirse, ni treinta
ovejas llegó a contar antes de llegar a la conclusión que esa argucia era inservible,
una excusa pintoresca para ilustrar cuentos y alentar a los niños para que
vayan a la cama.
Tic tac tic tac, el soliloquio seguía latiendo como burla despiadada. Se
esforzó en dejar la mente en blanco. Adentrarse en su interior sin más
pretensión que ahuecarse en su conciencia alejándose del mundo,
enclave hostil proveedor de todo tipo de esclavitudes y tensiones que
obstaculiza el libre albedrio y el sano vivir. En vano lo intentó varias veces
y no consiguió ni asomarse a esa calma dulce que tanto ansiaba. Tic tac tic tac con rítmico sortilegio las
horas pasaban y sus párpados seguían tiesos, alistados como soldados esperando
el ataque temido. ¿Por qué no ceder? ¿Por qué no someterse al cansancio que
taladraba cada músculo haciéndole sentir su pesar?
A lo lejos, un lacónico gallo anunciaba al sol tempranero que ya alboreaba
sobre el horizonte. ¿Ya? ¿Tan temprano? ¿No se habrá enterado el sol que
agregaron una hora a esta noche inconclusa que ni siquiera he podido estrenar?
Riing, riiiing, suena el despertador y la incredulidad lo sobresalta. Aferrado a la impotencia de ver nacer un
nuevo día sin siquiera haber pegado un ojo, se siente estafado. Sometido.
Vencido por ese juego ignominioso de la
suerte que ha jugado con su deseo -casi niño- de descansar sin remilgos por una
hora más.