jueves, 3 de julio de 2025

CADA JUEVES, UN RELATO: 5 AÑOS NO ES NADA


 Esta semana Tracy nos propone reescribir la primer entrada juevera de julio del 2020, en mi caso bajo el anfitrionazgo de María José. 

Releyéndola una y otra vez, sigue conformándome como fue concebida en aquel momento, por lo que, si se me permite, la traigo otra vez por aquí con apenas un párrafo menos, intentando acortarla un poco sin alterar su integridad.

LA ESCALERA ESPIRALADA

De blanco mármol labrado y curvilíneas barandas decoradas, la imponente escalera espiralada se elevaba majestuosa hacia un luminoso domo de vidrio que lucía límpido en el cenit. Con entusiasmo comenzó su ascendente derrotero disfrutando el espectáculo que aquellas elaboradas formas iban desplegando ante sus ojos a media que sus pies avanzaban ágiles y bien dispuestos. Manteniendo su vista hacia lo alto mientras sus manos se deslizaban sin esfuerzo por el pasamano lustroso, la cadencia de aquella escalera iba cobrando un encanto singular bajo los irreales chorros de luz que la embellecían al punto de no parecer de este mundo.  

A medida que ascendía ensimismado por las gloriosas elipses, el hombre iba perdiendo la noción del trecho recorrido. Asombrado por su despiste y levemente mareado, decidió detenerse para verificar entre qué pisos efectivamente se encontraba. Resolvió  continuar hasta el siguiente rellano y allí averiguar. Para su sorpresa, ninguna interrupción encontró alterando aquella impensada sucesión de peldaños curvos, a la ver que sus piernas comenzaban a sentir el esfuerzo.

Decidió asomarse por sobre la baranda y evaluar por el ojo de la escalera el tramo recorrido. Según sus cálculos hacía rato que debería haber llegado al quinto piso. Logró callar un grito de asombro al comprobar la inesperada distancia que lo separaba del punto de partida, muchísimo mayor de lo que suponía. La inmediata reacción ante aquella comprobación fue -por oposición- mirar hacia arriba comparando el tramo restante. Tremenda fue su sorpresa cuando corroboró que lo que quedaba por ascender resultaba ser similar a lo que en un principio estimó deberían ser unos siete pisos.

Peleando con su razón intentó no caer en el engaño de lo que –sabía- era imposible: las escaleras son artilugios simples que la arquitectura utiliza para salvar acotadas distancias en altura y de ninguna manera podía suceder que lo que no debería medir más de veinticinco metros se hubiese trastocado de repente en una altura mucho mayor. Alguna alteración de su percepción debería de haberse disparado para que, desde su perspectiva, la escalera pareciera haberse extendido inexplicablemente en su recorrido.

Decidió, pese a lo absurdo, volver a la planta baja para reintentar después el ascenso, contando con exactitud las vueltas de las curvas a medida que las iba recorriendo. Comenzó a descender apresurado sin poder controlar los agitados latidos de su corazón. Debieron pasar más de cinco minutos desde que iniciara el trayecto en rápida bajada pero lejos de disminuir, el tramo de escalones que tenía por delante  parecía dilatarse más allá de toda lógica. A estas alturas la desesperación se apoderó de él y sin ningún pudor, clamó a gritos por ayuda. Nadie pareció escuchar.

Asomado otra vez sobre la baranda helicoidal pudo comprobar, jadeante, que la imponente escalera parecía virar ahora sobre su eje con lenta y constante torsión, a modo de un sacacorchos gigante e infinito que sostenía su giro a la par que en vano él intentaba bajar o subir sus escalones. Se había transformado en una trampa sin fin de la que le resultaba imposible escapar.

Abrumado por la insólita situación, totalmente confundido, agotado y mareado por tan prolongada sucesión de giros, el pobre hombre trastabilló sin control rodando escalera abajo, golpeándose fuertemente la cabeza en varias oportunidades.

Cuando el portero del edificio lo halló sin vida al pie de la escalera, el desdichado llevaba aún asido entre sus manos el enigmático sobre que lamentablemente nunca logró entregar.