lunes, 31 de octubre de 2011

INDESEADO























("Cara de lunes" imagen tomada de la red)


Lunes,
con implacable destino de ser
quiebre final del merecido descanso
inicio irrefutable de hastiadas rutinas,
de amaneceres tediosos,
de pesares matutinos…

Lunes,
¡qué triste papel a ti te toca!
dentro del calendario perpetuo
de lo que ha sido –por principio- padecido,
desde las primeras modorras infantiles
hasta el tedio frugal de los más crecidos.

Lunes,
a ti te atañe ser
dentro de los siete jinetes que cabalgan en esto
-que no tendría nunca que ser apocalipsis-
fastidioso impulso en la rotunda rueda
que marcan los inicios.

Lunes
-¡pobre!- a ti te incumbe
amargar la dulzura del meloso encanto
que adquieren las horas sin que el reloj adusto
se empeñe estricto en marcar el paso
con mandatos centenarios.

Lunes,
¡qué triste tarea
ésta, que en el disco que marcan los tiempos,
de día latoso por siempre te ha tocado!
Karma quiebra sueños…
rutinas reiniciadas…

Lunes
-día no deseado-
sólo eres ansiado cuando te sucedes
-por pura fortuna de hados benignos que otorgan bonanza -
a otros festivos que vengan en fila y tu karma trastoquen
de día lectivo… a no laborable!

jueves, 27 de octubre de 2011

HALLOBLOGWEEN - Convocatoria de Teresa Cameselle


Venga, la noche de brujas se acerca, la Santa Compaña se asoma en los caminos, los duendes se esconden en los bosques, las brujas sobrevuelan el pueblo en sus escobas, zombies y vampiros bailan danzas macabras en los cementerios...
Ya está aquí...
Ya llegó...





MI RELATO: 

RECURSOS DIABÓLICOS

La viejita del primero siempre me conmovió por su modosa presencia. De edad indefinida, muy menuda y con escaso pelo cano acomodado en un rodete, se suele deslizar por el palier, los pasillos o la vereda con extrema delicadeza, a tal punto que se diría que hasta una leve brisa podría hacerle alterar el paso. Sus ojitos claros se asoman con curiosidad de niña tras los cristales de sus anteojos, con una mirada tan afable que invita a regalarle una sonrisa. Se muestra siempre sumamente educada, prudente y generosa con las atenciones que prodiga al resto de los ocupantes del edificio. Simpática y atenta a más no poder se diría que ocupa el lugar más entrañable en el círculo de los vecinos.

Aunque no con todos ha logrado llevarse bien. Hace un mes –más o menos- se instaló justo en el departamento enfrente del mío, un personaje por demás de sórdido. Andaría por los veinte. Desgarbado, hosco, huidizo, se las daba de bravucón entre sus secuaces que –desde que se mudó- invadieron con sus motos los alrededores de nuestra calle. No saludaba. No hablaba. Miraba con provocación y desprecio. Siempre vistiendo de negro, su rostro demacrado pintarrajeado y sus brazos tatuados con extraños signos. Piercing varios atravesando los más impensados rincones de su cuerpo y una notoria intención de mostrarse ante los demás como antisocial y mal educado. Resultó ser todo lo que uno no quiere en un vecino.

Desde el inicio me provocó rechazo, aunque reconozco que no fue hasta después que la viejita del primero me relatara ciertas situaciones más que intrigantes, que nació en mí la sospecha de que algo realmente maléfico se encerraba tras la puerta de su departamento.

En un primer momento sonreí con incredulidad, por supuesto. Me considero una persona racional y sensata. Resulta comprensible que una mujer mayor, sola y acostumbrada a otros modos, haya salido espantada ante ciertas prácticas non sanctas a las que estos jóvenes -que se las dan de rebeldes- suelen utilizar, precisamente, para escandalizar al resto de la gente. Pero luego de varios datos bastante espeluznantes que la anciana mujer –visiblemente alterada y asustada- me fue detallando y algunos comentarios compartidos con otros vecinos, decidí  mantenerme alerta, dada mi privilegiada cercanía con el excéntrico personaje.

Desde luego me propuse alejarme de toda sugestión y preconcepto que pudiera influenciarme durante mi disimulada tarea de espionaje, pero muy a mi pesar, tuve que reconocer que ciertas actitudes y señales que fui observando -tanto en el oscuro sujeto como en sus visitantes- me hicieron sobresaltar más de una vez.  Intenté infructuosamente buscar alguna explicación lógica que disipara las locas ideas que fueron abordando mi mente durante mi prolongada vigilancia. Consulté la opinión de terceros sobre aquellos hechos aparentemente inexplicables, sin aclarar –por supuesto- ni la total veracidad ni mi vecindad con quien los venía supuestamente provocando. No quise que me tomaran por un lunático.

Poco a poco, las exigencias de mis pesquisas hicieron que me viera obligado a alterar mis rutinas. Tuve que dejar de ir a trabajar para extender mi seguimiento durante toda la jornada. Me camuflé para pasar desapercibido mientras lo observaba desde lejos y con prudencia en varias de sus salidas. No hace falta aclarar que últimamente no he dormido casi nada. He pasado las noches en vela tratando de reunir más datos sobre los extraños oficios que -intuía- ocurrían en aquel departamento.

La viejita del primero siguió aportando increíble material como agregado de mi investigación, y mientras la luz de mi pretendida racionalidad se iba apagando ante lo inexplicable, intentaba –como podía- calmar y mantener a la anciana lo más alejada posible de las espeluznantes conclusiones a las que iba arribando. No podía consentir que la pobre se viera expuesta a semejante peligro.

Esta tarde me lo he cruzado en el ascensor. Adecuada oportunidad para ver bien de cerca su colección de colgajos demoníacos. Cadenas, punzones, cruces invertidas, calaveras, huesos y rostros horripilantes conforman el ajuar que suele llevar al cuello. No me extrañó que hoy mismo la viejita me haya descripto puntillosamente el intenso escalofrío que la invade las contadas ocasiones en las que el sujeto se ha detenido frente a ella…indudablemente la pobre se ha dejado llevar por el miedo que le inspira al decirme que en su mirada parece adivinarse hasta el mismo diablo…a riesgo de ser sincero, confieso que algo sobrenatural me pareció presentir en sus cercanías. Hasta diría que su persona despedía cierto aroma sulfurado muy extraño que resultaba por demás inquietante y desagradable.

Aunque intenté –lo juro- alejar de mi cabeza todos aquellos inexplicables presentimientos y temores que fui acumulando –consciente o inconscientemente- a lo largo de todo este tiempo, confieso que cuando me miró directamente a los ojos sentí exactamente el mismo escalofrío que me describió la anciana. Mi cuerpo entero se rigidizó por el miedo y –de poder haber sido cierto- hubiese asegurado que hasta mi sangre dejó de circular por unos instantes. No voy a negar que el terror se apoderó de mí en el preciso momento en que las luces del ascensor comenzaron a parpadear al tiempo que el desgraciado parecía dejar asomar en su boca una mueca semejante a una sonrisa… y muy lentamente, -sin dudas disfrutando el pánico que me iba naciendo- extendió un brazo hacia mí como si se dispusiese a atacarme, a agredirme, a destrozarme… o algo aún mucho más terrible…

Un grito mudo nació de mi boca al tiempo que perdí la conciencia. Las nubes de un sopor irreal ocuparon mi mente y si bien sé que instintivamente actué para defenderme, no recuerdo en absoluto el momento en el que, en medio de mi desesperación, tomé uno de sus colgajos puntiagudos y se lo clavé –así lo interpreté más tarde- en pleno corazón.

La sangre de su humanidad me trajo otra vez a la realidad y esta vez el pánico cambió de forma: había matado a un hombre. Así, sin que en realidad hubiese habido más motivo que mi imaginación y mi locura…y con mis manos ensangrentadas, crispadas aún por el espanto y la incredulidad, intenté después ocultar mi rostro de algo aún mucho más espantoso…al abrirse otra vez la puerta del ascensor me encontré frente al diabólico rostro de la viejita del primero, contemplando con sádica satisfacción su terrorífica obra. Sus ojos enrojecidos, desorbitados por la lujuria y el placer de ver la sangre a borbotones brotando del pecho de aquel muchacho, relucían de una forma infernal,  mientras -con una fatídica risa desdentada- se regocijaba sin pudores a causa de la aberración que -por simple maldad- me había hecho cometer.

Más relatos espeluznantes, en lo de Teresa

ESCONDIDO




















La vida suele tener
interés por contrariarnos:
nos prueba
nos inquieta
nos perturba
nos angustia…
Apelando a la estrategia
de buscar estimularnos,
nos incita
nos azuza
nos empuja
nos indaga…

pero tiene el corazón
-escondido-
el PODER de confrontarla

..solo es cuestión de querer hallarlo.

lunes, 24 de octubre de 2011

SOLOS, GRISES Y ENTREMEZCLADOS




















El anciano camina con la certeza de saberse solo, reafirmando en su decepción que el pasado no tiene retorno. Cabizbajo, mirando al suelo para intentar evitar un tropiezo, avanza lento llevando el pan que comerá ese día sin disfrute y por costumbre. Alguien apurado se le adelanta al cruzar la calle. Casi lo hace trastabillar pero por suerte logra afirmarse sosteniéndose del poste del semáforo.

El apurado va trajeado de gris y corbata fina. Maletín de cuero, zapatos que refulgen bajo la luz de la mañana que despunta. Parece que llega tarde, o no quiere hacerlo. Quizás se haya retrasado por algo nimio. Alguna discusión o algún olvido. Quizás alguien dejó mal cerrada la puerta del ascensor y tuvo que invertir en llegar a la calle algunos minutos más de lo que había calculado. Afortunadamente logra parar un taxi y sube a toda carrera. No ve que alguien más ya le había hecho señas en la esquina opuesta… aunque de haberlo visto igual lo hubiese abordado con el mismo ímpetu y desconsideración.

En la esquina opuesta una señora diminuta se queda balbuceando sola, con el brazo aún extendido mientras el taxi se aleja con el descortés desconocido que ni siquiera la ha tenido en cuenta. Ni el taxista tampoco. Aunque ese sí la vio, pero igual ni se dio por aludido. Lo mismo da un pasajero que otro y a esa hora de la mañana todos están medio dormidos. Más aún si a quien hay que ver es alguien como ella, tan poco interesante, reseca y apocada, pasada ya en edad y sin gracia ni elegancia ni nada que mostrar, ni insinuar, ni decir …ni recordar.

Otro taxi. Ocupado, pero la pasajera baja ahí, justo delante de donde ella está parada. Así que la señora sube, casi sin que este otro taxista se percate de que lo hace, porque aún está mirando a la llamativa pasajera que acaba de bajar.

La que baja lleva zapatos extravagantes. Tacos altísimos, plateados y baratos. Brevísima minifalda negra con algunos vuelos. Chaqueta corta, brillosa y entreabierta, mostrando seductora puntillas asomando por sobre sus voluptuosos senos. Se ve que llevaba el pelo recogido pero una a una se va quitando las hebillas que lo sujetan en la nuca, perdida ya la gracia que sin duda habrá pretendido la noche antes, cuando salió a buscar lo que parece no haber encontrado. Mirada cansada. Las ojeras remarcadas por el rimmel escurrido y los restos de sombra celeste borroneando aún más los rasgos de aquel rostro que alguna vez se habrá sabido bello, joven y deseable. Su paso cansado se asemeja en ritmo al de aquel viejo con la bolsa del pan, que entra ahora en esa casa antigua que le recuerda –de improviso- aquella otra donde ella pasó su infancia. Otra ciudad. Otra calle. Otra historia. Pero igual –quizás- por lo silenciosa y oscura.

Una grosería dicha al pasar la regresa al presente. A esta misma ciudad. A esta misma calle. A esta misma historia.

El que escupió la grosería como al pasar –casi como ofensa obligada- cruza ahora la calle alejándose de la trasnochada. Con sonrisa burlona continúa por unos segundos paladeando su ocurrencia como muestra palpable de su ingenio y ralea. Con las manos en los bolsillos de su gastado pantalón busca como puede disimular el temblor constante que parece brotarle de ese perenne frio interior que no sabe explicar. Sin rumbo fijo ni motivo que lo haga caminar, se aleja de allí como bien pudiera regresar. Mira a su alrededor sin encontrar nada que lo guie, lo motive o le brinde algún tipo de cobijo. No sabe bien qué busca, de qué escapa, qué pretende…sólo sabe de esa inquietud constante que no lo deja permanecer inmóvil en un lugar por mucho rato y de improviso le hace quebrar por dentro al punto de hacerle gritar. Temiendo quizás que nazca el grito, el desorientado se detiene en un portal cualquiera de la calle - que ahora se le antoja amorfa y difusa- buscando infructuosamente darse abrigo con las manos.

La portera del edificio lo hace salir de allí de inmediato, blandiendo la escoba a modo de contundente arma improvisada.

Mascullando quejas y maldiciones la mujer rolliza se apura por terminar de baldear la vereda antes que comience el  desfile de propios y ajenos sobre aquella franja de territorio que le corresponde mantener diariamente libre de orines, papeles y basuras varias. Apartando a cada rato ese mechón de pelo rebelde que se escapa del pañuelo con el que cubre su cabeza, la mujer aprovecha esas fracciones de segundo para llevar cuenta precisa de los vaivenes de cada vecino, sus ingresos y sus salidas, sus rutinas, sus vestimentas, sus caras sombrías, sus gestos, sus miradas, sus insinuaciones, sus traiciones, sus infamias, sus mezquindades, sus sueños perdidos…

Para cualquier aficionado, semejante tarea escaparía de lo que podría observarse a simple vista y en tan poco tiempo, pero no para ella. Conocedora innata de la perfidia humana, siempre logra descifrar las miserias más ocultas escudriñando a cada quien en ese preciso momento de vulnerabilidad en que uno se expone al exterior recién salido de la protección de su guarida, con las defensas bajas, los párpados pegados aún por la pesadez que no se logra diluir con un café y el letargo mañanero que atrofia las almas incautas. Ensimismada en sus responsabilidades principales, no adivina la lentitud inusual con la que el contador del cuarto se arrastra esa mañana, por lo que su trapeador debe interrumpir el decidido trayecto con el que se desplaza, a causa del inoportuno paso cansino del susodicho. Desconsiderado. Inútil. Despreciable.

El contador del cuarto no ha dormido nada la noche anterior. Su cabeza parece querer estallarle con cada latido. Pese a sentirse a punto de desfallecer, se dirige tan temprano como siempre a su inhóspita oficina. Siempre ha presentido que ese indefinido gris que envuelve las paredes de su oscuro lugar de trabajo contribuye a su perpetua tendencia depresiva. A pesar de esa íntima convicción, jamás se ha animado a cambiarlo. Su mujer se encarga de desalentarle cualquier impulso renovador que intente aflorar en su vida monocorde. No soporta ella que algo se escape de su dominio, de su poder decisorio, de su indiscutible supremacía. Además, él mismo se reconoce inepto para esos menesteres. Las pocas decisiones que ha tomado a lo largo de  su vida -por fuera de lo que son rutinas laborales- han terminado siempre en fracaso. Se lo ha confirmado una y otra vez la experiencia: no es apto para opinar sobre ciertas cosas.

Su naturaleza misma siempre le conspira en contra. Cualquier alteración no impuesta que pretendiera hacer valer sobre su destino, culmina provocándole un grado de ansiedad inmanejable que repercute sobre todo su organismo. Su físico se resiente. Se aniquila. Se contrae y se consume a fuerza de la angustia que le genera la responsabilidad de enfrentar algún cambio y es por eso que ha llegado a la conclusión que algo genético determina su condición de persistente dependencia, de su nula capacidad innovadora. Ya se encargará la ciencia de validar su fundada sospecha. Algo genético habrá que condiciona a la gente como él en su necesidad de mantenerse en un muy discreto segundo plano. Ya lo comprobarán y quizás entonces lo aceptarán como un padecimiento involuntario. Una consecuencia inmanejable que amerite respeto y conmiseración. Algo que no lo condicione a ser despreciado -como lo es hoy - a cada paso.

Mientras esquiva por segunda vez el trayecto del trapeador con el que la portera insiste en repasar casualmente las mismas baldosas por donde él se dispone a pisar, sus ojos -atontados por el dolor agudo que persiste entre sus sienes- se detiene ante la mirada anhelante de un pulgoso perro gris que parece aguardarlo en la vereda.

El pobre - estampa viva de la soledad desgarbada- ensaya ante él los ya deslucidos y escasos recursos con los que cuenta para llamar la atención de la gente que pasa a su lado. Flacucho y poco agraciado sobrevive apenas, gracias a la basura de la que se alimenta.

Se instala silencioso ante el hombre de rostro ceniciento intentando conmoverlo con sus ojos tristes de mascota abandonada ansiosa de adoptar un dueño. Mueve la cola buscando mostrar simpatía.  Agacha  un poco la cabeza en señal de intencionada sumisión. Luego  lo sigue desde cierta distancia, mientras el hombrecito camina hasta la parada del colectivo sin dejar de tomarse la cabeza –por sobre los ojos-con el pulgar y el índice de su mano izquierda contrapuestos.

Se detiene cuando el hombre parece alterar su marcha, mirándolo en forma esquiva. Retoma  el paso junto  con él, intentando, con precavida actitud, hacer notar su necesidad sin resultar impertinente. Luego de unos cuantos minutos de ansiosa espera compartida, llega el ómnibus que el hombrecito aguardaba. Asciende en él sin mirarlo. Hasta se diría con cierto alivio. Y se aleja…y el perro se queda, otra vez en su decepción, observando hacia lo lejos mientras otro posible amo se empeña en ignorar su soledad y desecha su ofrecimiento perruno.

Esta mañana han sido ya varios los vanos intentos. El viejecito del pan, el hombre apurado de traje elegante, la mujer diminuta subiendo al taxi, la de los zapatos llamativos, el muchacho inquieto, la portera rolliza, el hombrecito con rostro doliente…la mayoría ni siquiera lo ha mirado mientras infructuosamente desplegaba hacia ellos sus ajados recursos lastimeros.

Parecería ser que en el mundo de los humanos la soledad se ha convertido ya en moneda tan corriente, que la necesidad de uno pasa desapercibida entre el mar de carencias de todos los otros.

sábado, 22 de octubre de 2011

DE BRÚJULAS Y RELOJES






















Hay quienes han perdido la brújula
dejándose esclavizar por las agujas
que miden y tiranizan el tiempo…

Hay otros que ignorando el reloj
sin miedos ni euforias se dejan guiar
-libres- por los latidos del viento…

jueves, 20 de octubre de 2011

ESTE JUEVES UN RELATO: Mitos, leyendas y creencias

































Aporto para la convocatoria de este jueves, la primera parte de una trilogía que escribí hace un tiempo -mis disculpas para quienes la hayan leído- Al final y en verso, una especie de conclusión sobre la necesidad de preservar la ilusión.


Gracias a tod@s desde ya.





LA MAGA DEL AGUA - LA VERDAD DE UNA LEYENDA

Desde tiempos inmemoriales, quizás desde cuando los dioses amasaron el barro primordial que nos hizo vivos, entre los humedales del litoral, las islas, el delta, los esteros, entre camalotes e irupés, entre sauces y juncos, la Maga o Madre del Agua cuida del río y sus habitantes. Algunos la llaman Yacupamama, otros, Mayumaman.

Despertando amores y temores, leyendas e historias, ella se guarda de mostrarse ante la gente porque sabe de sus intrigas, de sus limitaciones y egoísmos.

Sigilosa y vigilante siempre está. Siendo a veces espuma, niebla, rocío, lluvia o río fluctuante, se detiene en cada bañado cuidando de los peces, las  nutrias, las aves y los isleños.

Se ha hablado que usa sus encantos para atraer a jóvenes descuidados hacia las profundidades, pero eso es cuento de viejas para asustar a los niños. Ella no tiene maldad, mucho menos gusta de ser vista.

Sin embargo, cuando la luna se muestra en plenitud y se complace en reflejarse entera en el agua temblorosa del río, sólo en esas circunstancias la Maga se atreve a revelarse sin disimulos. Dejando de lado su habitual apariencia acuosa, toma forma de mujer y hasta se anima a andar por la orilla del Paraná bajo el oscuro manto de sombras y estrellas. Los pocos privilegiados que así la han visto cuentan que es en verdad hermosa. Sus largos cabellos blancos reflejan la luz plateada de la luna siendo ella misma una fuente de fulgor nocturno que ilumina a su alrededor mientras se desliza silenciosa jugueteando entre totoras y mimbres.

Los que más saben del río y sus secretos dicen que ella vela por la vida de los humedales en todas sus formas, manteniendo el equilibrio entre agua, animales, plantas y hombres. A su paso, mientras atraviesa el río o las lagunas, mimetizándose con el agua, las aves revolotean a baja altura, según cuentan, para comunicarse entre ellas y disfrutar del prodigio de su presencia y de la etérea brisa que se desprende de su aliento.

Gracias a su magia la humedad brota en forma de niebla y asciende en círculos hasta hacerse nubes, para luego, otra vez, volverse agua y dejarse caer, besando cada arboleda.

En ese círculo perenne de constante transformación, el agua emprende el camino de ser fuente de vida para todo el humedal y de allí, hacia el resto del paisaje.

Pero dentro de las principales preocupaciones de la Maga, entre las más importantes de todas sus capacidades, está el encontrar el justo armonía entre peces y pescadores.

Desde siempre el río ha brindado a todos su riqueza para alimentarse y subsistir. Si por alguna causa se rompiera la avenencia que une hombres y río, la creación toda se afectaría, desbordándose las aguas de su cauce, o resultando insuficientes los peces para sobrevivir.

Es así que su abnegada labor gusta de ser conservada bajo las sutiles formas de lo cotidiano, mimetizándose con al normalidad para pasar así desapercibida.

Sólo las almas más sensibles consiguen a veces agudizar sus instintos de tal manera que advierten su grácil presencia y su fundamental intervención. Generalmente se trata de hombres, niños o mujeres que aman la Naturaleza con intensidad, que viven “con” ella y no “a sus expensas”.

Ella premia al generoso, al respetuoso, al agradecido. Desprecia en cambio, a quien no tiene medida, ni respeto, ni aporta en algo al círculo de la vida.

Suele suceder que la ambición de los hombres o su acostumbrada estupidez (que casi siempre van de la mano) produce estragos mayores dentro de ese equilibrio perfecto entre Naturaleza y humanos y es entonces donde la recuperación del equilibrio primigenio requiere de un notorio milagro para anular el desastre acaecido. Es allí donde la Maga se luce con sus galas y hace desborde de su magia y poder para poner cada cosa otra vez en su justo lugar, en su justa medida. Se esmera, por supuesto para que cada quien reciba su merecido. Para bien o para mal lo que se entrega, igual o con creces será recibido.

No siempre es grato su trabajo, es así…sobre todo en los tiempos en que al corazón humano se le da por brindar prioridad a la razón sobre su intuición y a la mezquindad sobre su escaso y mal llamado sentido común.

Si no fuera por ella, hace rato que el río ya no sería río, ni los humedales fuente de vida y belleza.

(...)


para seguir ambientando...












SOBRE MITOS Y LEYENDAS

Hay quienes piensan
que es más sano
desistir
de la ilusión
antes que correr el riesgo
de que la realidad
la aplaste en un segundo
o en una eternidad
de espera.
Hay quienes piensan
que es mejor
vivir matando
“mitos e irrealidades”
aunque nieguen
-con esa actitud-
de ese vivir
el encanto de soñar despierto,
la esperanza de un mejor mañana,
la magia que nutre el espíritu,
el impulso que motiva el presente,
la constancia que apaga derrotas,
el elixir que cura dolores,
la fe que mueve montañas,
la virtud que concreta imposibles,
la fuerza que destruye barreras
la inocencia que nos limpia por dentro.

La ilusión no es mala
si en lugar de negar realidades
nos sostiene
con sus alas al luchar por ellas.


Más mitos y leyendas en lo de Ceci

miércoles, 19 de octubre de 2011

FELICIDADES




















Cuando uno es muy niño, inconsciente aún de lo que es plenitud o felicidad profunda, suele poner sus ansias en alcanzar pequeños sueños, concretos anhelos, algún idolatrado objeto a modo de trofeo. En esos años los colores de la vida son pocos y absolutos: lo bueno es juego, lo malo se deja de lado, la traición resulta ser imperdonable y escarbar en la paleta de matices resulta ser una pérdida de tiempo reservada a los viejos que se entretienen en no hacer nada.

Con el tiempo, a medida que se crece, se tiende a asociar la noción de felicidad perfecta con un logro futuro mucho más complejo para realizar, implicando incluso una realidad totalmente distinta a la que nos rodea: distinto escenario, muchos más actores, incluso una versión más acabada y elaborada del propio yo que desearíamos concretar. El mañana resulta ser un horizonte amplio y prometedor en donde todo resulta ser posible y el tiempo, un amigo fiel que sólo se tarda en llegar. Se dejan de lado los absolutos y las variantes llegan a ser tantas como mayor sea la libertad de experimentar que uno tenga.

A medida que uno se va haciendo adulto y comprende que el tiempo no es tan eterno, ni lento ni elástico como uno creía, el mañana se va haciendo ahora y la presión interior por hacer realidad algo –al menos- de lo que ayer anhelábamos, nos hace muchas veces dejar de lado ciertas pretensiones que en nuestros inicios sentíamos como inamovibles, por el apuro, llegamos a ignorar ciertos valores que la candidez nos inculcó como inmutables y por cotidianos, vamos postergando el paladeo de ciertos placeres que damos por sentado y que creemos –en medio de la ilusión de indestructible permanencia que da la juventud- que lo que no hagamos o digamos hoy, siempre podremos hacerlo o decirlo mañana.

Cuando los años pasan y la repisa de trofeos logrados no suele estar tan poblada como la habíamos soñado, a medida que los golpes se suceden, nos lastiman y nos van poniendo más fuertes, uno aumenta su noción de la fragilidad humana, comprende sin retaceos y en primera persona que el exterior de la belleza es efímero, que lo fundamental se lleva por dentro, que lo trascendente está y se siembra en el día a día, en el esfuerzo compartido, en los afectos más cercanos. Uno se siente pleno cuando el primer pensamiento matinal -en el que el inconsciente se vuelve lucidez- nos devuelve una sonrisa. Es ese quizás el más efectivo test para evaluar el nivel de nuestra felicidad verdadera.

Avanzado el recorrido, con el debe y el haber de triunfos y frustraciones ya resuelto en el bolsillo, con el rincón izquierdo de nuestro pecho cada vez más poblado de pérdidas afectivas, uno tiende a pensar que el tiempo de la esperanza ya pasó, que no hay lugar para nuevas metas, que ya nada podrá ser tan intenso y completo como antes, que el capítulo de las alegrías quedará reducido a pequeñas distracciones o a alguna dádiva generosa que alguien tenga a bien compartirnos. Uno tiende a creer que la única felicidad que nos queda es mirar hacia atrás, paladeando ahora entre añoranzas, lágrimas y arrepentimientos lo que quizás no supo, no pudo o no quiso disfrutar de lleno en su momento. Eso es así. Suele ser la tendencia en que caemos en determinado tiempo de nuestra vida, sobre todo después de un gran duelo.

Cabrá entonces descubrir la manera en que otra vez el presente se transforme en una idea potable…más aún, en una aventura vital que nos haga fluir con fuerza la sangre por todos los rincones… sobre todo hasta ese izquierdo, ahí …donde guardamos el recuerdo de nuestros más queridos. Seguramente será mirando a los ojos de los que aún están a nuestro lado que hallaremos el impulso, ese latido íntimo y primigenio que palpita en nuestro más recóndito yo interior desde que tenemos conciencia de nosotros mismos. Ese sentir primero en que los absolutos eran claros e indiscutibles: la vida es vida mientras haya aliento, y si es vida es buena y bien debe vivirse.

martes, 18 de octubre de 2011

VANOS INTENTOS





















Con recursos vanos
de letras insomnes
uno intenta hurgar
algún pensamiento,
alguna figura poética
que abra los sentidos,
que logre ser catapulta,
secreto indicio inspirado
que exalte los sueños,
las ganas perdidas…
arcanas fibras interiores
que llevamos dentro
y se quedan dormidas.
Pero tantas veces
-en realidad, la mayoría-
nada bueno surge.
Sólo conjeturas…
diversos divagues…
meras desinencias
con breves estertores
de lo que es impulso
…y no será poesía.


domingo, 16 de octubre de 2011

BREVE




Leve transitar
al ritmo
de nuestros hondos latires.
Incierto el tiempo,
incierto el escenario.
La vida se va trazando
por nuestros propios impulsos.
El surco
que vamos dejando
ira allanando
el paso
de los que vienen detrás.



(aunque no hacen falta días especiales para recordarlas, 
Feliz día para todas las Madres)