Con un relato algo más extenso de lo sugerido, me sumo a mi propia convocatoria. Para leer todos los aportes, pasar por el post anterior.
INCOMODIDADES
El perro del vecino la despertó
temprano, aún antes que sonara la alarma de su despertador. Intentando aprovechar
esos últimos minutos que aún le quedaban para levantarse, se concentró en la cálida
tersura que suele brindar la almohada justo en el momento en que uno debe
iniciar su rutina obligada. El caprichoso arrullo de una paloma en su ventana insistió
en arruinarle el instante de placer que buscaba regalarse y terminó, malhumorada,
por levantarse antes de lo programado. Su cara habitual de despertares
resignados la recibió casi con sorna desde el espejo. Nada nuevo que decirse
para enfrentar ese otro día. Sólo apuro por transitar lo que no amerita ni
incógnitas ni festejos.
Luego de la ducha, el café. En realidad,
descafeinado. Y sin azúcar, para más datos. Todo sea por el bien de su salud,
según escuchó en la oficina y confirmó en internet. Trámite rápido, sin
sobresaltos. Nada de radio ni televisión, para no amargarse desde temprano. Después
frente al placard se dedicó unos minutos a combinar colores: una opción formal
que se adaptara a su estatus laboral pero que no planteara a gritos su soltería
plena, esa que intentaba de vez en cuando matizar con una salida entre amigas,
como la de esa noche. Después de la oficina saldrían a tomar algo, y quizás en
buena compañía, por lo que la opción de estrenar sus nuevos zapatos se le
presentó como inmejorable. Altos, seductores, esbeltos. Un lujo. No aptos para
estar mucho tiempo de pie, pero se las arreglaría. Justo antes de salir, en el
whatsapp del edificio avisaban que uno de los dos ascensores de la torre estaba
fuera de servicio. -Sonamos- pensó -En la peor hora- Aguantar a sus vecinos
apretujados en una caja justo cuando su capacidad para socializar está en su
punto más bajo. Paciencia. Bajar los quince pisos por escalera no era opción, y
menos con sus zapatos de feme fatal.
Momento de larga espera en su
palier, ansiando evitar a la de al lado, que habla hasta por los codos. Y al
del C que hasta recién bañado huele a sopa de cebollines. No hubo suerte. Llegan
los dos justo antes que se cierre la puerta y comienza el descenso tan temido. Después
de la salutación obligada y la verborrágica entrega de las últimas novedades del
edificio, el barrio y el país, la de al lado fue alcanzada por los efluvios
cebollescos del otro integrante de la terna y optó por cerrar el pico. Breve tregua.
En el décimo subió una regordeta con sus dos chicos. Uno de ellos bebé, llorón
para más datos. Y el otro con tos, repartiendo gérmenes para los cuatro puntos
cardinales. Disimulando detrás de sus papeles, la femme fatal no logra a la vez esquivar los virus,
taparse los oídos, la nariz y preservar a la vez intactos sus zapatos. Todo sin
evidenciar demasiado su incomodidad y desagrado. Al llegar al cuarto el
ascensor se detuvo otra vez. Subió un señor bajito, de lentes, que por suerte
no ocupaba mucho espacio y miraba para el suelo como estrategia antisocial consolidada.
De repente, el horror. El ascensor
se detuvo en seco entre el tercero y el segundo y se quedaron varados. Los chicos
aullando y saltando, la madre llorando, la de al lado insultando, el del C
sudando a mares y al señor bajito se le escapó un chillido histérico, como de
rata. Todo mientras ella, ya perdida la compostura, arrinconada en el extremo
más protegido del cubículo, entre el espejo y la botonera, gritaba desaforadamente
para que no le pisaran sus zapatos.
Al fin, después de un lapso indefinido
que resultó tan interminable como una visita guiada al mismo infierno, la gente
de mantenimiento logró destrabar el ascensor y liberarlos. Ninguna honra salió indemne.
Cada quien mostró en ese trance lo peor de sí, y es sabido que de la vergüenza compartida
no se vuelve… aunque por forzada urbanidad se intente disimularlo.
Tremenda situación, súper incómoda. Bien relatada la situación en la que el nerviosismo al borde de la desesperación se hace presente y saca de cada uno lo peor, para luego volver a ponerse la máscara cotidiana de persona normal en la convivencia.
ResponderEliminarNo me resultó "incómodo" llegar hasta aquí, al contrario, la pasé muy bien leyendo.
Abrazo.
Agradezco tu generosidad Osvaldo. Me alegra que te entretuviera el relato. Situaciones forzadas en las que debemos intentar aparentar lo que no sentimos nos descolocan a todos. Un abrazo y muchas gracias por leer con atención
EliminarPeor día para estrenar zapatos...difícil. Un anécdota muy divertida, pero por supuesto, muy incómoda :-)
ResponderEliminarUn abrazo fuerte
Seguro! Si hay algo que he aprendido es no estrenar zapatos el día de un evento. Hay que domesticarlos en casa primero. Un abrazo y muchas gracias por leer Albada
EliminarHas rizado el rizo, más incomodidades imposible y yo con mi media claustrofobia jaja, Me habría quitado los zapatos y los habría tenido protegidos o preparados como arma. Buen relato creíble porque esas cosas pasan y los nervios acuden. Un abrazo
ResponderEliminarAstuta estrategia la de quitárselos. Se ve que por los nervios, no se le ocurrió jajaja. Un abrazo y muchas gracias por leer, Ester
EliminarHe visualizado la escena y de veras que trago más incómodo por dios...
ResponderEliminarNo hay peor cosa que quedarse encerrada en el ascensor con tus vecinos que nos soportas, y durante un tiempo, aunque sea mínimo en un lugar tan minúsculo, tener que estar. En fin, es una situación muy desagradable e incómoda, cien por cien.
Un besazo Neo, feliz finde.
Muy cierto. Peor resulta cuando ya se es antisocial y se tiene un nivel de tolerancia muy bajo. Un abrazo, Campi. Gracias por leer con atención
EliminarMoraleja: no estrenes zapatos nuevos, cuando debes asistir a una fiesta. Para "los malolientes", no conozco soluciones y mira que es repetitiva esa fauna.
ResponderEliminarEstá comprobado, que cuando terminas de hablar del tiempo, las conversaciones en un ascensor se enrarecen.
Brillante escrito.
Besos.
Muy cierto. A los zapatos hay que domarlos un poco antes de estrenarlos. Pueden ser una tortura. Me alegra que te gustara Juan. Un abrazo y
EliminarLos ascensores tienen sus pros y sus contras. y desd3 luego sin una fuente de incomodidades. Incluso sin coincidir en el tiempo, puede ser con el tema de los olores.
ResponderEliminarEl caso es que por la tarde ligó, no?. Ya puede estar contenta, con lo mal que empezaba el día.
Besosss , Monica
Habría que preguntarle, Gabi. No sé si le habrá mejorado el humor, pobre! Jaja. Un abrazo y muchas gracias por la buena onda
EliminarPienso que lo mejor para la prota es mudarse al campo en donde no se viva en edificio sino en una casita, separada de vecino alguno. De seguir en el edificio terminara en un manicomio o envejecida prematuramente.
ResponderEliminarjajaja cierto!. Le paso la sugerencia en cuanto la vea. Un abrazo y gracias por leer.
ResponderEliminarEs que en distancias cortas es difícil sentirse a gusto con todo el mundo y con según que elementos, más todavía! Je, je! Y en situaciones delicadas como esta, es normal que uno pierda la compostura! Y claro, luego queda la vergüenza que pasa uno, que es inevitable y que no te la quita nadie! Je, je! Un abrazote Neo!
ResponderEliminarA quien no lo ha puesto nervioso mantenerse en silencio en un viaje en ascensor, aún conociendo al vecino. No siempre cabe hablar del clima jajaja. Un abrazo y muchas gracias Marifé. Agradezco tu visita
EliminarAfortunadamente nunca me ha pasado esa "desgracia" porque lo es. Aguantar a cada uno de su padre y de su madre con sus histerismos y encima conocidos de vivir en el mismo edificio y el colmo es que te caiga un claustrofóbico, para preferir que el ascensor se estrelle contra el suelo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Una desgracia, si, creo que lo es. Un abrazo y muchas gracias por leer con atención Tracy
EliminarMe ha resultado incómodo hasta leerlo, vaya agobio :)
ResponderEliminarMuy bueno.
No era esa mi intención jajaja. Muchas gracias por la atenta lectura Beauseant. Un abrazo
EliminarCreo que hasta yo me habría puesto a gritar, no me gustan demasiado los ascensores y si se queda detenido creo que me da un ataque de claustrofobia, me gustó mucho tu relato y como lo contaste. Realmente una situación muy incómoda.
ResponderEliminarUn abrazo.
PATRIICIA F.
Nadie puede decir que en una circunstancia así no se altera, jeje. Un abrazo y muchas gracias por leer Patricia
EliminarPero sus zapatos llegaron intactos... Eso sí, esas situaciones está claro que pueden sacar lo peor de uno mismo. Menudo susto se llevaron. Me ha encantado Mónica, también su toque de humor. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarSiempre es bueno un toque de humor para matizar los malos trances. Un abrazo Nuria. Muchas gracias por leer con atención
EliminarLa incomodidad llevada al extremo. Una situación límite que nos pone a prueba a todos y en la que cada uno muestra su perfil. Estupendo relato. Un abrazo
ResponderEliminarlady_p
Me alegra que te haya gustado lady. Muchas gracias por leer. Un abrazo
EliminarYo pensó que tu protagonista tenía que haber bajado en zapatillas ( como he leído en otro relato) visto lo que se le avecinaba. Los zapatos podían ir en una bolsa. Me imagino la escena y me entra una claustrofobia... Es buenísimo, besos.
ResponderEliminarLa lógica diría que si, zapatillas hasta llegar y después ... A lucirlos! Jaja muchas gracias por leer con atención Moli. Un abrazo
EliminarY tanto que es una incomodidad!!! quien no se ha quedado encerrado en un ascensor! y es terrible. Bien contado, buen relato. Gracias y buena semana. Santi
ResponderEliminarGracias, Santiago por acercarte y sumarte a nuestros encuentros jueveros. Un abrazo y buena semana para vos también
ResponderEliminarCon dos palabras, femme fatale, me hiciste imaginar a la protagonista. Que tal vez tenga algún plan que suelen tener las mujeres fatales.
ResponderEliminarPero este idea no le fue propicio para eso, ni siquiera para mantener su propia imagen, que requiere esfuerzo para este estereotipo femenino.
Está claro que el mantenimiento de los ascensores no era el mejor. Y la compañía, tampoco.
Lo de usar una zapatillas, como comentaron antes, hubiera sido una buena opción. Y luego regresar a los zapatos.
Muy bien contado. Un abrazo.
Anoto lo de la mala compañía de mantenimiento jaja. Coincido en que para ser femme fatal ga de ponerse muuucho esfuerzo. Un abrazo y muchas gracias por leer con atención Demiurgo
EliminarAhora caigo que lo de la compañía lo decías por lis vecinos! Jajaja qué despistada!
EliminarMónica, con esta situación te has lucido. En un solo día se juntan prácticamente todas las señales de mala suerte... Para empezar, ese despertar, que en mi caso, eso ya me tuerce el día. Pero, pufff.... La que has liado en el ascensor. Qué manera más maravillosa de meter ahí a todo el bloque incomodando a la protagonista (y al lector) cada vez más. Ha habido momentos leyéndote que, imaginando la situación, me he puesto mala.
ResponderEliminarTú aportación es inmejorable.
Un abrazo!!
Hola 712! Jajaja me alegra mucho que te haya gustado y agradezco enormemente tus palabras. No quisiera pasar por eso de quedarme en un ascensor, apretujada, con otros incómodos involucrados! Un abrazo y muchas gracias por tu generoso comentario
Eliminar