(para leer todos los relatos participantes, pasar por el post anterior)
Ininterrumpida sucesión de
bólidos surcando hacia los confines de la inapelable autopista. Como truenos, en
veloz marcha sucesiva cada quien se apresura a superar a su semejante como si
en ello se le fuera la vida. En medio de aquella incontinente carrera de
anónimos, un hombre se aparta de la traza y baja -cauteloso- de su vehículo. Ninguna
razón aparente le ha hecho abandonar el trance en el que se encontraba.
Simplemente, de improviso ha percibido que todo aquel apuro -que minutos antes
no cuestionaba- ha dejado de tener sentido.
Aturdido por las incesantes
ráfagas provocadas por los vehículos al cortar el aire a exacerbada velocidad,
se descubre apesadumbrado y desprotegido. Apenas un punto dentro de una maraña
incontrolable de extraños apremiados por
llegar a cualquier destino. Comprueba que su justificación para ser parte de
aquel caos se disuelve apenas reconsiderar su objetivo inmediato: no resulta imperiosa
su llegada hacia donde se dirige. No hay nada tan urgente que lo reclame al
final de la autopista y por lo tanto decide permitirse un recreo, una pausa
silente alejada de aquella hueste que lo expele y le reclama cuestionarse su razón
y naturaleza.
Se aleja unos pasos y se recuesta
sobre unas rocas. Enciende con calma un cigarrillo y se deja maravillar por el
paisaje que lo envuelve todo más allá del asfalto caliente. El tiempo parece
transitar a un ritmo más amigable y le invita a disfrutar del atardecer increíblemente
prístino. Lo paladea como un niño.
Justo en el momento en el que
nace la noche, ya más sosegado, decide retomar su recorrido hacia el sitio que
le espera. Se sube a su auto dispuesto a reingresar a la autopista, pero no lo
consigue. Algo sumamente extraño ha sucedido con ella: las luces de los faros parecen
haber adquirido la continuidad de un solo trazo y los bólidos ahora se muestran
como una sólida cinta ininterrumpida que se ha consolidado como barrera: un
macizo muro impenetrable del que –comprende- ha quedado definitivamente fuera.
Por lo impensado de la situación
camina alrededor de su auto desorientado y perplejo. Decide agitar los brazos
reclamando ayuda, buscando alguien que se digne a socorrerlo. Nadie lo advierte
pese a estar sobre la banquina y tener todas las luces encendidas. Siente como
si ya no existiera.
Concluye que -por algo parecido
al resentimiento- la autopista misma ha decidido expulsarlo de su realidad y de
ahora en más, él y su auto pasarían a ser –apenas- dos piedras más dentro del
paisaje.
y los próximos humanos que vea van a ir de uniforme, y lo van a felicitar económicamente por su valentía. ¿detenerse en la autopista sin motivo justificado? ¿dónde se ha visto? y luego la preguntita:¿ donde iríamos s parar si todos hiciéramos lo mismo?
ResponderEliminarDentro de lo malo de no poder volver a "coger el tren", la realidad es peor porque no te dejan bajar de él.
Nadie puede bajarse. vete sl monte y no pagues a hacienda, no te renueves el carnet de identidad o no tengas una vinculación bancaria. eres delincuente y peligro social por defecto.
Este texto está "disfrazado" de autopista
Besoss Monica
Jaja me descubriste! Gracias por leer entre líneas y asociar nuestra realidad ultra socializada con lo que una autopista representa para un conductor sumiso. Un fuerte abrazo y muchas gracias por ser parte de estos encuentros jueveros, Gabi
EliminarTodos seres anónimos que circulan mirando sin ver por esa autopista, que bien podría ser tomada como la vida misma, quién no quiere atarse a ciertas pautas o situaciones, quién desea ser o vivir diferente, de una manera u otra se ve obligado a abandonar ese tren y luego ya no puede volver a subir.
ResponderEliminarMuy buena tu historia, para pensar realmente.
Un abrazo.
PATRICIA F.
Me alegra que te haya gustado, Patricia. Mi intención fue narrar en sentido metafórico y por suerte fue entendido. Un abrazo y muchas gracias por leer
EliminarLa autopista tiene VIDA, no se puede rechazar.
ResponderEliminarExacto! Y si la rechazas, te expulsa! Gracias por leer José. Un abrazo
EliminarMuy inquietante. Esa parada transforma la realidad, y el conductor ya nada puede hacer para retomar la autopista hacia su destino. Muy bueno
ResponderEliminarUn abrazo grande, anfitriona.
Muchísimas gracias Albada. Me estimulan tus palabras. Un fuerte abrazo
EliminarDebería el hombre no solo consolarse, sino crecer en un marco natural donde la vida late sin necesidad del automóvil.
ResponderEliminarAlgunos utilizan el auto para ir a la calle de la vuelta. Yo prácticamente utilizo solo el de san fernando. Un afortunado de que mi ciudad y sus calles me lo permitan sin sobresaltos.
Las urgencias que nos fabricamos terminan condicionando nuestras vidas al punto de gobernarnos. Me alegra tu independencia en cuanto al automóvil. Intento hacer lo mismo, aunque lo mío ya es una fobia muy poco aconsejable. Un abrazo
EliminarTu cuento es una invitación a tomarnos la vida de otra manera en un mundo donde la prisa domina casi todos nuestros actos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegra saber que mi intención ha sido interpretada. Un abrazo y muchas gracias por leer, Antonio
EliminarNo se si llamarlo inconsciente o valiente, porque en esta sociedad donde no se ve por el agobio, lo suscripto de manera consiente en el relato se manifiesta mas de lo que vemos y queremos, la locura a la luz del día o de la autopista?
ResponderEliminarUn abrazo Moni,
Inquietante relato.
Hola Cecy. Me alegra haber logrado transmitir mi intención. Muchas gracias por leer con atención. Un fuerte abrazo
EliminarHola Mónica, muy del siglo XXI tu relato: almas que se montan en sus coches y conducen por la autopista como autómatas, si te sales del carril mueres, si no cumples las normas de la autopista colapsada de tráfico mueres..., como tu protagonista, que se ha parado a contemplarla y la propia autopista lo ha echado. Muy bueno.
ResponderEliminarUn abrazo. :)
Me alegra que te gustara, Merche. Lo has interpretado tal como quise expresado. Un abrazo y muchas gracias por leer
Eliminarlos diferentes no cuentan, no existen, no son vistos por una cadena interminable de seres homologados a sabiendas que la unión hace la fuerza y una cadena es tan fuerte como su eslabon más débil Un abrazo
ResponderEliminarInteresante manera de plantearlo. Gracias por leer, Rodolfo. Un abrazo
EliminarTremendo este relato que nos presentas Neo! La autopista no solo se convierte en un personaje más, sino que acaba siendo o el antagonista de la historia! Y adquiere personalidad propia! Y vaya un carácter! Deja al pobre protagonista en la cuneta del olvido! Sencillamente genial Un abrazote!
ResponderEliminarValoro y celebro tu comentario Marifé. Me alegra que te gustara. Un abrazo y muchas gracias por leer con atención
Eliminar¡Qué buen relato! ¡Qué bien has sabido describir la sensación de ser tragado y expulsado de la feroz autopista! Impresionante. Muchos besos! Y hasta prontito.
ResponderEliminarMe pone muy contenta saber que logré transmitir ese caudal de emociones. Muchísimas gracias por tu atenta lectura, Myriam. Un abrazo fuerte y muy feliz fin de semana
EliminarLa aautopista resultó ser una fuerza anónima y colectiva, que lo sacó de la realidad, lo convirtió en una roca, como a su auto.
ResponderEliminarInquietante relato. Un abrazo.
Así lo quise escribir. Muchas gracias por leer con atención Demi. Un abrazo y muchas gracias por sumarte a la convocatoria
Eliminar¿Se ha bajado en plena autopista? Le van a dar por todos lados porque no hay causa aparente para bajarse. No hay un accidente ni nada parecido, solo el placer de bajarse y ver de qué va aquello.
ResponderEliminarAunque tengo la sensación de que bajo toda esa palabra subyace otra historia paralela, la de salirse del sistema, lo que conlleva represalia u ostracismo.
Muy bien llevado, Moni, como siempre :-)
Un besote.
Bajarse de un sistema que te impulsa constantemente dentro de sus leyes. Más que osado, casi suicida. Te agradezco por tu atenta lectura y tu pormenorizada interpretación Mag. Un abrazo y muchas gracias por leer con atención.
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