Inspirada en la propuesta de Sindel surgió esta historia, que, aunque algo extensa, no quise dejar de publicar. Para más relatos agrietados, pasar por su blog.
LA GRIETA
Cuando se mudó al último piso de
aquella pensión de mala muerte después de varios fracasos sentimentales y
laborales, la grieta lucía apenas como la sombra de un cabello sobre la pared
recién pintada. Se adivinaba que había habido un vano intento para reducirla bajo
una capa de enduido. Pero ella siempre pensó que quien había hecho las veces de
pintor no tuvo ni la prolijidad ni la capacidad como para remozar del todo
aquel revoque gastado y desparejo.
Ella la advirtió apenas traspasar
el dintel del que sería su dormitorio. Aunque en ese momento se mostraba bastante
tenue, ya logró adivinar su insidiosa naturaleza. Para colmo quedaba fuera del
alcance de cobertura de los pocos muebles que había en la habitación: se
ubicaba junto a la puerta a una altura superior del respaldo de la única silla
de la que disponía y por debajo de la altura lógica en el que podría colgar un
cuadro o algún espejo sin que resultara algo inusual o sospechoso. Así que no
le quedó más remedio que dejarla al descubierto. Impúdicamente desnuda, aunque
algo disimulada por la luz amarillenta de la lámpara que pendía del techo entre
aquellas cuatro paredes desgastadas y ajenas que -por cuestiones de la vida-
debió adoptar como su cobijo.
Ubicada justo en frente de su
cama, se encontraba directamente a la altura de su mirada cuando se incorporaba
para leer o mirar televisión, por lo que no había una postura cómoda en la que no
tuviera forzosamente que observarla.
Al principio, dada su relativa
sutileza, logró engañar por momentos su mente como para distraerse con otros
pensamientos, pero con el paso de las semanas, la tierra acumulada sobre la fractura y
los movimientos propios de los viejos muros, fueron haciendo que lo que antes
fuera una débil fisura se transformara al fin en grieta manifiesta.
Dentada, caprichosa, asimétrica y
resquebrajada hendidura desmembrada que poco a poco se convirtió en el cruel objeto
de su tortura. Por supuesto que intentó una y otra vez emparcharla. Probó
distintas técnicas y productos específicos. Gastó un dineral, pero de ninguna
manera logró que la diabólica grieta desapareciera de aquel muro granuloso que
tenía frente a sí cada vez que se acostaba o amanecía. Todo lo contrario, día a
día, el desgraciado quiebre se las ingeniaba para crecer.
Alguna razón profunda que no
lograba entender le hacía insoportable tener que convivir con aquella grieta
nefasta cuya forma se asimilaba más y más a una sonrisa burlona y soez con la
que la pared buscaba -al igual que la vida- despreciarla y atormentarla en un
duelo desigual. Después de las primeras tentativas ortodoxas para componerla
-todas fallidas- dejando de lado cualquier pretensión estética que en un
principio pudo haber tenido, buscó incluso cubrirla torpemente con papeles
pegoteados, pero –inexplicablemente- una y otra vez el pegamento terminaba por
ceder y los papeles, desparramados por el suelo.
En aquella batalla desbocada en
la que se embarcó contra la funesta grieta, siempre se sintió en desventaja. Sin
que hubiese a la vista un motivo estructural que lo provocara, la fatídica
cicatriz del muro se extendía cada día más, pese a sus infructuosos intentos
por frenarla. El revoque se desprendía en gránulos inconsistentes, la pintura
se resquebrajaba en consecuencia y su angustia por intentar contenerla se
desbordaba cada día más.
La grieta se convirtió al fin en
su única obsesión. Sentía que efectivamente se trataba de una señal malévola que
la asediaba, que se burlaba despiadadamente de su impotencia e ineptitud. El
llanto insano no tardó en aparecer marcando el límite de su raciocinio. Sentía que
su cordura caducaba y que tanto la persistencia de la grieta como la
insolvencia de su vida terminaban por vencerla. Al fin, una mañana fría de
lluvia, abrumada por sus conflictos y obsesiones, la pobre se arrojó al vacío
desde la ventana de su triste cuarto de pensión.
Al tiempo, cuando fueron a
desalojar sus cosas, fue comentario de los vecinos lo bien conservado que se
había mantenido aquel cuarto, lo prolijo que se encontraban los revoques, sin
ninguna grieta ni fisura a la vista, contrariamente a lo que se pudiera suponer
dado los años que permaneciera ocupado y la antigüedad de su construcción.
Mientras avanzaba por el relato pensaba mi comentario, en dejar mi opinión pero en tu ultimo parrafo se me han secado las ideas, me he quedado sin palabras y solo acierto a felicitarte y dejar un abrazo
ResponderEliminarLa cosa era peor de lo que parecía.
ResponderEliminarAl final su obsesión fue tan grande que solo estaba viva en su mente enfermiza.
ResponderEliminarMenudo relato!! realmente te deja sin palabras.
Besos
Estupendo relato, el final no me lo esperaba así.
ResponderEliminarBesos.
un final perfecto, para tan exquisito relato... impecable, de principio a fin... directo, sin medias lenguas, exacto, preciso, breve... con la intensidad adecuada para atrapar al lector, me ha encantado... me hizo recordar mis años de tratamiento psiquiatrico, en donde la bella psiquiatra siempre te metía la duda del acontecer de tu vida "en verdad fue real lo que te sucedio? no será que te lo has imaginado?" la depresión y la esquizofrenia son uno de esos problemas psicologicos que logran no sólo distorsionar tu realidad, también logra matarte... besos
ResponderEliminarImpecable relato, tiene un suspenso increíble a medida que avanza y hasta pude sentir extrañeza por esa grieta que avanzaba sin cesar. El final es maravilloso, el giro que pega la historia que pasa de la realidad a la imaginación de esa pobre chica, que veía cosas que tal vez estaban dentro suyo, en lugar de afuera.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
ha sido un placer leerte
ResponderEliminarsaludos
Había mucho más que tristeza y desazón en ella.
ResponderEliminarTe felicito una vez más.
Un abrazo
Las obsesiones pueden hacer, en las mentes débiles, verdaderos estragos. No pensaba que fuera el caso de tu protagonista y por eso me ha sorprendido el triste final de la muchacha. Un placer haber pasado por tu casa virtual y leerte.
ResponderEliminarAbrazos y besos muy abundantes, para tí, Neo.
Si hay algo sumamente peligroso, es la obsesión. Excelente Mónica.
ResponderEliminarUn beso.
Las obsesiones son peligrosas. No dejan vivir ni al de dentro ni al de fuera en muchas ocasiones, un vacío pleno aunque suene contradictorio.
ResponderEliminarUn beso enorme y me encanta perderme en tus letras.
"La originalidad es la vuelta a los orígenes."
ResponderEliminarUn placer el reencuentro.
Un abrazo.
Sin duda alguna una fijación enfermiza que acabó de forma trágica.
ResponderEliminarMuy bien hilvanado tu relato para ir creciendo en ese proceso de autodestrucción.
Un abrazo.