Esta semana Pepe nos propone narrar una historia (real o ficticia) de un suceso ocurrido a bordo de algún medio de transporte. Traigo a propósito de la convocatoria, parte de una historia que escribía hace bastante y que tal vez muchos no hayan leído. Mis musas están últimamente algo aletargadas. Espero sepan disculpar mi falta de inspiración fresca.
Un abrazo.
(...) Lo que mejor recordaba de ese último día, era la costa. Ese mar helado siempre desafiante burlando los sueños y las esperanzas de quienes buscan, al menos con sus pensamientos, alejarse de allí. Las olas rugientes rompiendo bravas sobre el espigón. El horizonte impávido, el cielo blanco. Dos o tres gaviotas haciendo de vigías conteniendo el silencio eterno de aquel páramo de viejos marinos añorando siempre otro mar. Si la desolación hubiera podido elegir un lugar para anidar, sin duda hubiera sido allí, entre esas rocas.
Un abrazo.
Foto tomada de la red
(...) Lo que mejor recordaba de ese último día, era la costa. Ese mar helado siempre desafiante burlando los sueños y las esperanzas de quienes buscan, al menos con sus pensamientos, alejarse de allí. Las olas rugientes rompiendo bravas sobre el espigón. El horizonte impávido, el cielo blanco. Dos o tres gaviotas haciendo de vigías conteniendo el silencio eterno de aquel páramo de viejos marinos añorando siempre otro mar. Si la desolación hubiera podido elegir un lugar para anidar, sin duda hubiera sido allí, entre esas rocas.
Después resurgían, dispersas, algunas imágenes borrosas
en un tren. Viejos vagones zarandeándose al unísono a medida que el paisaje
invernal se desplazaba ante sus ojos resignados. Por más que lo intentaba, no
recordaba el motivo por el que había emprendido aquel viaje, pero sí la
inequívoca sensación de haberse sentido sumamente inquieto durante el trayecto.
De improviso venían a su mente algunos de los rostros macilentos de los otros
pasajeros: un cura somnoliento, una oscura dama que viajaba con un niño
quejoso, dos o tres extraños que hablaban un idioma que no lograba identificar…
Hurgando con dificultad en lo más solapado de sus
borrosos recuerdos logró adivinar al fin una presencia estremecedora en todo
aquello que con dificultad iba reconstruyendo luego de su prolongado letargo.
Unos ojos muy grises fueron abriéndose camino entre las nubes de su disuelta
memoria. Grises. Tan grises como el camino de humo que el viejo tren iba
dejando tras su marcha. Por un momento logró evocarlos en toda su magnitud, en
todo su misterio. Unos ojos tan intrigantes como la voluptuosa dueña de aquella
mirada que lo traspasaba sin piedad aún en el recuerdo.
Aquella mujer que
apareciera de improviso sentada junto a él en el desvencijado camarote logró
estremecerlo de pies a cabeza, descolocándolo de cuajo de su elaborado rol de
hombre silencioso y circunspecto con el que acostumbraba enfrentar el mundo.
Por un momento perdió todo sentido del decoro y las buenas costumbres -ahora lo
recordaba bien- no podía dejar de mirarla, aún a riesgo de resultar grosero e
irrespetuoso. Algo en ella le resultaba
terriblemente atrayente. Maliciosamente atrayente. Se sintió desfallecer
ante aquella mirada posesiva, de la que -tuvo la certeza- no podría apartarse
ya más.
Después todo se hizo bruma en su cabeza. Todo confusión,
niebla, angustia, miedo e imprecisión. Como si él en su integridad se hubiera
disuelto en un abrir y cerrar de ojos…un abrir y cerrar de aquellos ojos grises
que lo trastornaron al punto de disolverlo como hombre y como persona.
Y ahora él estaba allí, en aquel extraño cuarto entre
penumbras, perdido y lastimoso, solamente iluminado por una débil y temblorosa
flama, intentando recomponer en su memoria los hechos que le sucedieron a aquel
encuentro fatal que lo dejara casi inmóvil, postrado y loco, internado como
estaba en una clínica perdida en medio de la nada. Donde nadie iba a verle, más
que esos deshumanizados enfermeros que lo inyectaban cada seis horas y lo forzaban
a comer esa papilla amarillenta que sabía a medicamentos y que tanto le asqueaba(...)
Vaya de cosas que deben haber pasado a bordo de ese tren...cosas que lo marcaron tan profundamente que puede haber olvidado todo menos esos ojos..o quizás, el accidente impidió que algo pasara....quien sabe...quien escribe esta historia se guardará ese secreto hasta el final......besos jueveros
ResponderEliminarOjalá recobre la memoria de lo sucedido y nos lo cuente a nosotros, debió ser impresionante. Saltibrincos
ResponderEliminarQué triste es perder la memoria y no recordar nada de lo que se ha vivido.
ResponderEliminarMe encantó tu relato, a mi esta vez se me paso.
Un besazo!
Realmente no te falta inspiración para recrear un relato espectacular.
ResponderEliminarBesos
Nos dejas en la intriga sobre la identidad de la misteriosa dama de ojos grises y mirada penetrante. ¿Tal vez la muerte?. Si es así, estuvo cerca de su objetivo pero fracasó puess sigue vivo aunque su mente esté envuelta en una permanente bruma.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Mónica y gracias por sumarte a mi convocatoria.
Un tren es un pozo de acontecimientos.
ResponderEliminarEs un viaje espeluznante que mantiene al filo hasta el final. Pobre del protagonista que cayó bajo el embrujo de esa extraña mujer. Casi coincidimos con el relato, Mónica. =)
ResponderEliminarSaluditos
Una historia que a mi me ha estremecido sin duda alguna, no ser capaz de recodar las cosas, ver que se van borrando, que se desvanecen debe ser muy duro... y tu relato tan lleno de detalles se ve como una película en mi cabeza... genial Mónica...
ResponderEliminarBesines...
Al leer este texto tuyo lo he ido entonando de tal modo que parecía una especie de letanía, una genuflexión con uno mismo. Un paseo largo donde los detalles que un día fueron perfecto se van diluyendo en la memoria...
ResponderEliminarUn beso enorme.
Que angustiosa experiencia, un viaje al que yo no me apuntaré por lo que pueda pasar. Has transmitido una sensación opresiva total. Felicidades.
ResponderEliminarBesos.
Que sensacion de agobio! Y es que eso de perder la memoria y recordar todo como dentro de un sueño impone, enigmatico relato que te tiene en vilo hasta el final.Besos.
ResponderEliminarLa sensación que crecía a medida que leía es de terror... por lo que pudiese suceder, por esa incertidumbre... oprime realmente.
ResponderEliminarUn relato magnífico, sin dudas Mónica... un beso.
Mónica, tu texto me ha parecido muy bueno. Muy creativo, muy original pues sin hablar de ese encuentro, nos hablas de él. Un final contra el que se choca, que aunque se veía venir que la cosa iba a acabar mal (la atmósfera te va preparando... la angustia va creciendo...), a mí me ha movido, me ha zarandeado Las descripciones de paisaje y atmósfera están super bien elaboradas, con un vocabulario riquísimo. A mí eso me cuesta muchísimo. Felicidades. Un beso
ResponderEliminarA veces hay un suceso que te marca tanto para bien o para mal, que en este último te puede hacer perder la razón.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Un abrazo
Un relato de lo más narrativo. Se nota que tienes un lenguaje rico y una mente ágil. Escribes con seguridad y no te pierdes en ninguna línea. Sabes a dónde nos llevas. Hasta un final más de sorpresivo que de coherente. Disfruto con tu pluma, y así deseo que sigan los jueves.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Consigues crear una atmósfera muy inquietante y misteriosa, tanto que produces una gran angustia en el lector aún sin saber qué es exactamente lo que ha ocurrido. Te felicito Mónica!
ResponderEliminarUn beso
Es un relato con nubes, esas que no te dejan ver el mal pero que algo intuyes. Delicado texto para impresionar y mirar hacia atrás... ¡No, aquí no hay nadie! Menos mal...
ResponderEliminarBesos
Un buen relato, con esa atmósfera de la que te habla Charo. Me gusta el misterio y tu relato te envuelve en el.
ResponderEliminarMuchos besos.