De improviso se subía a la
terraza más alta del hospital psiquiátrico y pegaba uno de sus gritos más penetrantes.
De esos que lograban erizar la piel aún de los enfermeros más experimentados. Su
boca desencajada se abría desproporcionada en medio de su rostro de niña
maltratada. Se hundían sus ojos al punto de perderse sus pupilas atrapadas por
el pliegue de sus párpados.
Extendía sus débiles brazos hacia adelante
sosteniendo en el aire lo que algunos decían fue un hermano
que no logró rescatar de entre el fuego de su antiguo hogar incendiado.
El terror
que en verdad revivía le hacía erizar hasta los vellos de la nuca, que rapada
casi a cero mostraba, impiadosa, numerosas cicatrices producto de viejas
heridas. Toda ella era un quejido mudo cuando su voz se perdía, luego de
alcanzar los puntos más altos de su registro desesperado, dentro de la caja de
resonancia resquebrajada que componía su pecho.
Nada ni nadie podía hacer nada
para apagar su desesperación, su terror impertérrito sobrevolando cada día sobre
su humanidad humillada y devastada. Nadie ni nada lograba atravesar aquella
muralla en la que su dolor reinaba omnipresente día y noche, semana tras
semana, año tras año.
Ni las amenazas, ni las terapias más innovadoras, ni los
vanos intentos de acercamiento por parte de los profesionales que la atendían
lograron establecer algún tipo de contacto con ella, y pese a ello, todo el
mundo sentía una inmensa empatía por aquella desdichada. Podía palparse el dolor
de su alma aterrada haciéndose carne jornada a jornada, ante la mirada
impotente de quienes de veras hubiesen querido aliviar su pena.
Quizás por eso,
luego de un ataque particularmente desgarrador protagonizado desde lo alto de
una elevada cornisa, alguien protegido por las sombras de aquel luctuoso
hospicio, decidió acabar de una vez y para siempre con sus terribles tormentos arrojándola
al vacío, precipitando al fin su desgajada humanidad hacia los brazos misericordiosos
de la muerte. Durante la caída, que pareció prolongarse más de lo que los nueve
metros de altura debían implicar, la reina del grito se despidió del mundo con
uno de sus agudos más desconsolados.
Más reinas del grito, en lo del Demiurgo
Es interesante el enfoque trágico que le diste a tu historia.
ResponderEliminarMu bien planteado. Funciona el clima. Y significado que le diste a reina del grito.
Que dura historia Neo y tan bien contada que eriza el bello.
ResponderEliminarBesos.
Fuerte y potente. Una situación ilustrada a la perfección y un final también impactante para polemizar.
ResponderEliminarBesos
Impactante tu relato, con un final aterrador. Muy buena la elaboración de tu grito.
ResponderEliminarSaludos
Muy bueno tu relato. Un feliz fin de semana.
ResponderEliminarEs un fiel reflejo de cómo puede terminar un sufrimiento con nosotros. Esta semana he visto la película La herida, de Fernando Franco, describe la vida de una chica con Trastorno Límite de la Personalidad. Tu historia me ha recordado a lo que he visto en la película. Me gustó tu lectura.
ResponderEliminarun abrazo
Desgarrador,; pero es que hay veces que la pena es tan grande que no hay consuelo posible.
ResponderEliminarMe ha gustado
Un abrazo
Realismo, profundidad e intensidad en tu trabajo, Mónica. Mi felicitación y mi abrazo, amiga.
ResponderEliminarRelato muy bien contado y con un final que no me esperaba. Fue un grito, pero de libertad, por fin su alma descansaría.
ResponderEliminarMe ha gustado tb la imagen de Carrie, mítica escena para plasmar el grito.
Un beso y gracias por visitarme.
La muerte la abrazó con amor y ella descansó.
ResponderEliminarMuy buena lectura, ágil y provocadora.
Un beso y el cafelito con cariño.
Que relato más bueno, tan bien hilvanado y tan sobrecogedor. Que terrible debe de ser esa sensación de vacio asociada a la culpa. Para ella el último grito fue de liberación.
ResponderEliminarUn abrazo
Ay, que lástima. Si nos abstrajeramos a que la situación pudiera ser real, en lo dramátic, diríamos que un final a lo grande.
ResponderEliminarAbrazos, Neo.
No suelo gritar.Bueno, desde que me operaron de tiroides y se cargaron una cuerda vocal, ya no puedo en realidad. Y antes? mm, recuerdo una época en la que me dolía tanto el alma que lloraba y gritaba como esa mujer , quizá un poco menos. Y si me hubieran arrojado desde una torre...quizá , por fin hubiera callado.
ResponderEliminarUn beso
Aire
Marcas que no logra borrar más que la muerte... tremendo, real. impactante trama, y un enfoque original en el tema juevero.
ResponderEliminarMis respetos, amiga.
he sentido como que vuelves a tus maneras de escribir, a tus orígenes si tú quieres, mónica.un relato más que bien estructurado, adobado con adjetivos adecuados y con un final, no por cabronazo, cabronazo por despiadado, por tétrico si tú quieres,a medida de lo que se venía contando...sin esperanza, por que la niña, la mujer, siguió gritando, quizá con su último grito, quizá con la consciencia de que era su último grito...
ResponderEliminarmedio beso..
p.d.
yo dentro de poco voy a pegar varios gritos por las cabronazas de moscas que no dejan de molestarme...asquerosassss.