Los mediodías de verano el patio de la casa de
mis abuelos se tornaba verde. El toldo de lona que solíamos tender desde la
terraza para cubrirlo le daba una luminosidad esmeralda e irreal que lo hacía parecer
mágico. El calor sofocante provocaba un vaho muy particular que ascendía desde
los mosaicos amarillentos hasta el coronamiento de la escalera que llevaba al
altillo.
Como en
toda casa que bien se precie de acoger sangre italiana, los domingos se
cocinaba pasta, tanto en invierno como en verano y sentados desde los escalones
de cemento, ojeando alguna revista de historietas, mis primos y yo espiábamos por
la ventana a mi abuela mientras preparaba la salsa con la que acompañaría los
tallarines o los ravioles que ya tenía oreándose sobre la mesada. Los aromas
deliciosos se diseminaban por toda la casa.
Mientras
tanto el patio se llenaba de risas, música, trinos y juegos. En el rincón más
sombreado de una de las esquinas, un pequeño canario del que ya no recuerdo el
nombre mezclaba su canturreo con la música irregular que brotaba de una vieja
radio chillona.
Los
mayores hablaban de sus cosas mientras iban de aquí para allá llevando y
trayendo sillas para aprontar en torno a la mesa. Nosotros nos contábamos las
vicisitudes de la semana pasada en la escuela, lo que habíamos aprendido o
algún chisme inocente propio de chicos curiosos que se entretienen creciendo.
Aquel
patio era el centro de la pequeña casa, escueta en habitaciones pero grande en
calidez y cobijo familiar. Colgadas de sus altas paredes decenas de cuidadas
macetas lucían sus verdes sencillos matizados con algunas flores coquetas que
le agregaban encanto y estilo. No tenía lujos ni azulejos que lo vistieran con
gala pero algo en mi memoria lo recuerda como el más bello, digno del mejor de
los castillos.
Será que cuando uno es niño y se es feliz, todo lo ve magnífico
y si se esmera un poco durante los años que siguen, logra preservar esos
recuerdos con la misma alegría, con la misma magia intacta de los que fueron
sus mejores años, lista para ser evocada con nitidez cuando las circunstancias
de la vida o la nostalgia lo dispongan.
Más relatos sobre patios, en lo de Ma. José
i love you kisses
ResponderEliminarEs verdad que cuando somos niños vemos las cosas diferentes, yo en mi casa de niño tenía una azotea que me parecía inmensa, ahora cuando la veo, digo vaya, si no era tan grande, pero es verdad lo que has escrito, ese lugar era el núcleo de la familia, cenabamos allí, reiamos, jugabamos, haciamos barbacoas....
ResponderEliminarGracias por recordarme aquellos momentos de mi infancia a través de tu relato.
Eso no tiene precio.
Como comprenderas me ha encantado y muy bien escrito.
Un beso.
Que bonitos son los recuerdos de la niñez, cuando todo era grande y magnifico, nos has conducido a años atrás con tu historia. Un abrazo
ResponderEliminarPreciosos recuerdos que ennoblecen aún más al patio.
ResponderEliminarHas hecho magia con las palabras: me has llevado a ese patio.
ResponderEliminarBesos.
tu recuerdo me fue haciendo sonreír de manera que mis ojos se han humedecido, esos ravioles y tallarines con el olor a estofado de los domingos y la abuela, es un tesoro, que coincidimos.
ResponderEliminarUn abrazo :)
Neogéminis, pusiste el alma en tus letras y ha sido un placer disfrutar de ese patio lleno de vida y de recuerdos, amiga.
ResponderEliminarMi felicitación y mi abrazo grande por tu buen hacer.
M.Jesús
Es cierto. Todo lo que leí me llevó a mi propia infancia, al patio con parra e higuera de mi abuela, la pasta de los domingos con ese tuco cuyo olor y sabor quedó grabado en mi memoria y no volvió a repetirse ... . Claro que quisiera, como ud, volver a ese patio, que era el mejor patio del mundo!
ResponderEliminarUn beso vecina
(soy Any que se olvidó de su propia contraseña)
Que lindos y agradables recuerdos nos dejas con tu patio. Me llevaste a recordar el patio de mi abuela cuando fui una chicuela. Y tienes razón la nostalgia de tus recuerdos se evocaron en este relato juevero. Fue un placer leerte.
ResponderEliminarSaludos
Precioso texto, nostálgico y evocador de escenas dejadas a tras en el tiempo, cuando un patio,una calle del pueblo o del viejo barrio,eran los lugares más fascinantes para disfrutar y todo era inmenso, como un universo por explorar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Algo similar me vino a la mente cuando leí sobre tu patio, la inocencia que no ve ni a la abuela y al abuelo, a la madre... quitando las hojas secas de las macetas que baja el padre con el gancho, riega, vuelve a poner, esquejes de una maceta a otra, que nos vamos de vacaciones y le dejo la llave a la vecina... Mientras tanto, los niños ven el movimiento y juegan ajenos a todo. Pero el gusto por las plantas y la belleza de lo vivido queda y marca.
ResponderEliminarUn beso.
"Aquel patio era el centro de la pequeña casa, escueta en habitaciones pero grande en calidez y cobijo familiar."
ResponderEliminaresta frase, que resume tu texto, ya es irreal a día de hoy. pero es irreal en estas sociedades nuestras medio avanzadas o tan avanzadas...
medio beso.
a veces, sí, el pasado fue más cálido.
Ya he dicho en otro comentario, que todos llevamos dentro un patio interior donde poder jugar a ser niños.
ResponderEliminarUn relato tan real que haste he sentido el olor de la salsa de los tallarines.
Un abrazo.
Bonitos recuerdos, esas comidas al airé libre con el cielo como techo debe ser algo muy satisfactorio.
ResponderEliminarUn abrazo
Este relato me ha dado alegría, me ha demostrado que la niñez no hay que olvidarla, sino transportarla al presente. Me he sentado en ese patio y también estaba con mis primos, me he metido en tu escrito y me ha encantado. Gracias Neo. Besos y buen finde.
ResponderEliminarNeo, yo también me he criado en un patio. Conozco esas sensaciones, ese frescor de las flores y del patio regado,sé de esa estrecha convivencia que en ellos se genera, también tu escrito me ha devuelto a mi infancia, porque esos recuerdos, como muy bien dices, están frescos y vivos en la memoria.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Recuerdos ligados a una infancia feliz y con un patio como centro, ha salido varias veces este tema por lo que compruebo que somos muchos los que tenemos recuerdos similares. Imagino esos domingos de charlas y comida mediterránea porque los viví parecidos a este lado. Un beso y gracias por participar, amiga.
ResponderEliminarCómo no emocionarse con tus palabras. Cómo no volar hacia esos tiempos de inocencia?
ResponderEliminarun fuerte abrazo (mejor:uno doble)
¿quieres que compartamos este jueves que viene?
ResponderEliminarmándame un mail, compi...
ResponderEliminarHas descrito maravillosamente bien el patio de tu niñez que para ti, como tu bien dices era lo mejor del mundo.
ResponderEliminarUn beso
Has traído a mi mente el patio de mi abuela. El verano pasado me encontré con dos primos y hablamos de aquellos tiempos, felices.
ResponderEliminarMe encantaron los detalles que das y hacen vivir ese ambiente de ese patio.
Besos.
Una delicia de texto, lleno de recuerdos entrañables. Una visión particular donde los espacios, los aromas y los colores son los que se llevan en el corazón y en los recuerdos para siempre.
ResponderEliminarPrecioso Mónica.