Hastiado de ver que la inmoralidad y la deshonestidad se afianzaban cada vez con más fuerza a su alrededor sin que nadie hiciera nada para evitarlo, un buen día, por fin, se decidió y comenzó a hacer justicia por mano propia.
Primero empezó por los bravucones de la calle, esos que lo molestaban desde niño y más tarde, ya adultos, continuaron siendo una gran tortura para su pobre vida de hombrecito resignado y solitario.
Fortalecido por lo bien que se sintió detrás de esa primera matanza y alimentado por la impunidad que le aportara su perfil público de insospechable ciudadano sumiso y ejemplar, continuó ajusticiando a desgraciados de mayor monta sin que nadie sospechara su solapada actividad.
Ladrones, estafadores, asaltantes, asesinos, inmundos personajes delictivos que otrora se pavoneaban a sus anchas tanto a cara descubierta como protegidos por un despacho, gracias a la intervención decidida de su mano y su rifle vengador, pasaron a ser sólo oscuros recuerdos de épocas en que la injusticia y la maldad se desplegaban provocadora e impúdicamente.
A medida que sus incursiones vengadoras se volvieron más frecuentes, más agudos y exigentes se tornaron sus parámetros a la hora de catalogar a la gente. Aquél por arrogante, ese otro por envidioso, la de más allá por indiscreta...La cosa fue que con el correr del tiempo la mayor parte del pueblo cayó bajo la inquisidora acción de su violencia correctiva.
Nadie más que él mismo resultó apto a la hora de evaluar virtudes y defectos, acciones u omisiones. Hasta su insípida y melindrosa esposa fue ejemplarmente castigada por descuidar sus deberes hogareños y más tarde, también el que fuera su único hijo, por vago, desobediente y altanero.
Lejos de criar arrepentimientos o mostrar siquiera un gramo de sentimentalismo a la hora de los recuerdos, el despiadado justiciero no dejaba de felicitarse a sí mismo por su impecable tarea de limpieza moralista, aunque a esas alturas el añoso cementerio ya estuviera más poblado que las desoladas calles de su pequeño pueblo.
Eso sí, nunca dejó de demostrar fervor cristiano a la hora de honrar a sus propios muertos cada primero de noviembre, llevándoles perfumadas flores a sus tumbas y rezando, en sus nombres y por su salvación, dos ave maría y un padrenuestro.
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