Esta semana la propuesta juevera llega de la mano de Juan Carlos, y me ha traído a la memoria una trilogía que escribí hace un tiempo -El Dorado- con una temática que se emparenta con el título propuesto para este jueves.
Transcribo entonces la segunda parte y dejo, por si a alguien le interesa, los links correspondientes a la primera y a la última parte de la historia, como dije, ya antes publicada.
UN INFIERNO EN LEJANAS TIERRAS
Avanzando como pueden entre la
espesa jungla que se esmera en ahogar las pocas esperanzas que le quedan, aquel
puñado de aventureros lucha por vencer el hambre, el cansancio y el calor
sofocante que los ha diezmado.
Llevan, altivos, cascos y
escudos, armaduras y lanzas, aunque el portarlos les signifique un enorme peso
extra que conspira con su ya poca resistencia.
Animales y aborígenes salvajes,
insectos, fiebre, pestes y tormentos. Uno a uno los hombres van cayendo,
sucumbiendo en aquel mundo hostil hacia el que se embarcaron hace ya tanto…los
recuerdos de sus respectivas tierras natales se diluyen entre el impenetrable
follaje que parece extenderse hacía el infinito.
Pese a todo, aún late intenso e
incontrastable el fulgor de la llama que los trajo hasta aquí. La fuerza de los
sueños suele ser más fuerte de lo que parece y aunque cueste creerlo su ánimo
aún no se ha doblegado ante las adversidades que les han tocado en suerte.
No todas las decisiones han sido
acertadas. Las traiciones y las cobardías estallan por doquier y la avidez por
las riquezas hace que hasta los hombres más confiables se transformen en fieras
salvajes que irrespetan honra y linaje. Son pocos los que aún entienden que es
la fortaleza de su espíritu íntegro y cabal los que los mantendrá a salvo,
fuera del alcance de flaquezas y banalidades. Es Dios mismo quien los pone a
prueba con tantas vicisitudes… y si tamaña es la tentación a vencer, enorme
será luego la recompensa. Gloria y riqueza los esperan. Esta vez lo siente a
flor de piel.
La distinción del blasón real
contrasta con la uniformidad de la jungla. Resulta muy estimulante verlo allí
en lo alto, flameando en su pica, en medio de este territorio hostil que nada
sabe de civilización y honor. Los hombres renuevan su fe y su perseverancia al
mirarlo, y las expectativas que los han traído hasta estos rincones remotos,
alejados de todo lo conocido, recobran su fuerza.
Cada vez son más precisos los
relatos que les llegan de boca de los salvajes: un Rey Dorado, un reino de
riquezas inimaginables. Una ciudad de oro y maravillas inconcebibles en medio
de la jungla, esperando ser, por ellos, descubiertas y conquistadas. Hacia allí
van, luchando contra toda clase de peligros, poniendo a prueba su fe y su
integridad, avanzando hacia lo desconocido con la convicción de quienes saben
que es la voluntad de Dios quien marca su camino.
No habrá que dejarse vencer por la desazón ni por el hostigamiento de los
salvajes que los acechan entre las sombras. No en vano han llegado hasta allí.
Es la Fe y la Verdad los que los impulsa y serán ellos los que lleven hasta los
rincones más remotos la grandeza de su raza. Es enorme su entrega. Será acorde
su recompensa.
De improviso, al bordear por un
estrecho camino entre riscos, un enorme valle alcanza a verse en la lejanía. En
medio de él, un gran lago se extiende, majestuoso, como espejo resplandeciente
que se engalana con el color del cielo reflejado.
Los aborígenes que hacen las
veces de guías y traductores han logrado obtener nueva información de los
salvajes que van encontrando a su paso. No hay duda ya. Ese parece ser el lago
del que hablan las leyendas nativas. Allí, en esas aguas, el Rey Dorado
realizaba en otro tiempo su ostentoso ritual de ofrendas áureas. A juzgar por
lo que narran los salvajes, el fondo del lago debe estar repleto de piezas de
oro. Un digno botín para la Corona. Una merecida gloria para ellos.
La palpable proximidad con lo que
sin duda es el mítico Dorado despierta en los hombres todo el vigor que ya
creían perdido. Las miradas recobran su brillo, los corazones laten con más
fuerza…la ansiedad por ver de cerca aquellas aguas los impulsa a apurar el paso
aunque sepan que al hacerlo aumentan los riesgos.
Pasan más de dos horas y han
avanzado muy poco. Mucho menos de lo que su impaciencia – que ya es
desesperación – puede soportar.
Han escuchado que los aborígenes
de esas tierras son particularmente crueles. Hasta se comen unos a otros! Eso
los inquieta aún más y hace que el desprecio por esas bestias aumente su esmero
por llevar los Santos Evangelios hasta donde aún no ha llegado la Palabra de
Dios.
Otro hombre ha caído
recientemente, presa de la fiebre o por la mordedura de alguna serpiente…no
importan los detalles. Lo mismo da. A estas alturas la muerte es casi una
compañera más del trayecto y sólo sirve para que la expedición retrase más aún
su marcha a costa de calmar en algo las conciencias: hay que honrar a los
muertos y rezar por sus pecados. Al menos así se allanará en algo su entrada al
paraíso cuando sea la hora.
La senda se pierde otra vez
tragada por la espesura. Los insectos parecen querer atravesar hasta las
armaduras con sus aguijones. El calor aumenta y se hace más húmedo y espeso el
vaho que los envuelve.
El hombre se siente afiebrado,
agotado…pero no puede desfallecer…no ahora que están tan cerca de poder
realizar sus sueños.
Su armadura lo sofoca, le aprieta
su pecho a más no poder, por eso decide sacársela. Es breve el alivio, pero
igual lo disfruta. Mengua en algo aquel calor infernal pero no cesan de
embotarse sus sentidos.
Sus pensamientos se hacen más
desordenados, más lentos, como si su razón se hiciera polvo y su cuerpo fuera
apenas un títere sostenido por débiles hilos invisibles. No logra razonar a
voluntad. No consigue mover sus extremidades ni reaccionar según le dicta su
instinto de conservación. Ve claramente venir la flecha. Hasta logra entrever
el color de la pluma que la balancea: es roja. Tan roja como la sangre que
ahora mana de su pecho y parece hacerse flor…un rojo intenso, como el del blasón
real, ese que ondea en lo alto de su pica y parece ahora despedirlo con una
letanía…el Dorado…el Dorado…allí está…por fin…
Más relatos jueveros, en el blog de Juan Carlos.
la ambición desmedida lleva a dar por bueno lo que no existe: fuentes de eterna juventud, el dorados y tierra de la plata: argentium
ResponderEliminarLos argentinos, además del rio de la plata, tendreis, obligatoriamente que tener Fiebre de la plata.
ResponderEliminarNosotros, los de Auria (aurienses), somos los de la fiebre del oro.
Lo canta nuestro nombre.
Al final tu dorado tiene una simbología muy parecida al mío. Ese oro que no pesa y ese sol que no quema. Un relato buenísimo.
ResponderEliminarUn beso
Maravillosos relato, donde se plasma la verdadera historia de la busca de ese Dorado, que nada tiene que ver ni con la evangelización, ni las glorias hispanas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Aquí se encuentra la llamada fiebre...
ResponderEliminarqué desesperanza,
ResponderEliminarqué buen relato
saludos
impecable. Impecable!
ResponderEliminarmi aplauso!
Cuanta ambición, no tiene límites. Sigo, voy a por el final.
ResponderEliminarBesos.
Gran relato, no conocía la historia de esa búsqueda "dorada". muchas gracias me ha encantado. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana.
ResponderEliminarEsa era la cuestión, las riquezas obtenidas engañando a los indígenas, nada de evangelización ni cultura(acaso no tenían ya sus propios dioses y su ancestral cultura?) todo escusas para llevarse el oro. Enfebrecidos conquistadores.
ResponderEliminarUn beso.
Verdaderamente dura y cruel la vida que llevaron. Precioso relato, voy a por el final.
ResponderEliminarUn abrazo.
Nunca dejará de ambicionar el ser humano aquello que más daño le hace...
ResponderEliminarBesos.
La busqueda del oro, algo real, puede ser una busqueda ambiciosa.
ResponderEliminarEn cambio, la busqueda de la fuente de la juventud, algo que podría o no no ser irreal, es una noble anhelo.
Enorme historia de esa quimera, ese Eldorado que llevó a tantos exploradores a ninguna parte. M encanta ese contraste de misión divina y búsqueda de oro, de esa naturaleza contra las convenciones de los exploradores.
ResponderEliminarAbrazos.
Muy buen relato Neo. Una muestra de búsquedas, anhelos y ambición. Parte de la historia, que ha costado frustración.
ResponderEliminarBesos!
Gaby*
Muy buena historia. A pesar de las adversidades, esa fiebre del oro mueve al hombre hasta el final, a pesar de las adversidades, prefiere la muerte a rendirse.
ResponderEliminarUn abrazo
El oro que parece liberador se convierte en esclavizante. Un beso.
ResponderEliminarUno se hace esclavo de sus ambiciones, a veces lo que parece la salvación en realidad es una prisión del alma.
ResponderEliminarTe dejé un regalito en mi blog, espero que te guste.
Un besote.
La búsqueda del Dorado y las circunstancias que rodearon esa aventura. Nos has descrito a la perfección el esfuerzo, la heroicidad, las dificultades, la utopía que guiaba sus pasos, el desfallecimiento y la determinación de seguir, en definitiva, me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Atrocidades en el nombre de un dios, simple tapadera de la avaricia.
ResponderEliminarUn beso
Después de leerte una sola cosa: aplaudo.
ResponderEliminarun fuerte abrazo, doble más que nunca.
Me engancho tu historia,gran relato. Besote
ResponderEliminarCoincidimos en el Dorado amiga mía, pero tú te pones en el pellejo de los ávidos aventureros españoles, aquellos, la mayoría desarrapados, con la cruz en alto titulando de salvajes a los indios, aquellos cegados de oro, arrogantes con la verdad a cuestas y los pendones en alto, los mismos que hallaron el oro rojo en sus corazones traspasados. Excelente relato, muy elogiable porque lo escribes desde el sentimiento de la tierra invadida. Algo bueno dejamos pero muchísimo matamos y robamos, mucho impusimos en credos y en costumbres, no se me olvida.
ResponderEliminarDisculpas por el retraso, llegué ayer noche de contemplar el oro verdadero delo sol napolitano. Besitos muchos.
Hola Moniqué , como siempre llena de misterio, llevándonos a seguir tus letras, lindas letras, hilvanadas con destreza, y es en esa búsqueda donde se descubren todas las pasiones, las buenas, las malas, donde también se soporta mucho en el anhelado encuentro del dorado.Un beso bonita.
ResponderEliminarAnny