Tórrido. El viento seco levanta el polvo de la tierra que se
desgrana. La soledad se clava en la piel como la arena, y el sol, semioculto
por las nubes terrosas que ascienden hacia lo alto, parece querer negar su
presencia cotidiana. Clama el hombre a los cielos por algún refugio momentáneo
en el que guarecerse, aliviando -al menos a sus ojos- de aquel infernal castigo.
Húmedo. Junto al mar, las gotas frescas llegan con el viento. La
piel se abre a ellas como si fueran rocío y con su alivio, se renueva otra vez
la esperanza poniendo a la mujer en breve sintonía con la naturaleza que se
presenta honda, fecunda y generosa.
Gélido. El aire frío de la montaña baja y con él, le trae muy malos
recuerdos. Espeso humo y sudor le parece percibir y en cambio resulta ser que
los fantasmas siguen habitándole por dentro. Calla la pobre su temor y se las
ingenia en contener sus emociones guardadas. El aire helado ha sido en otros
años triste espectador de sus más oscuras tragedias, por fortuna hoy ya
superadas.
Leve. La brisa primaveral apenas juega con las puntillas de su
falda. Él la contempla a resguardo del sol de mediodía y escuchándola cantar
llega a sentir que la felicidad más absoluta y verdadera habita en el roce del
aire que impregna todo con su perfume.
Soñador. Dejando flotar su mirada entre las nubes, tumbado en el
prado y con una brizna de hierba ente los dientes, el niño se deja llevar,
extasiado, por la incesante sucesión de formas blanquecinas que transcurren
ante sus ojos infantiles. Ciervos, elefantes, flores, rostros, castillos…todos
se diluyen suavemente conforme el viento majestuoso vaya disponiendo allí en lo
alto, donde el mundo parece ser un lugar maravilloso que flota libremente a su
capricho.
Rumoroso. La calidez de su aliento se hace presente en sus oídos,
leve murmullo que trae el aroma de la tarde, mientras -uno a uno- antiguos
secretos llegan invocando sus días lejanos. Al fin la brisa se hace voz y como eco de lo que fue y se ha ido, logra
transportarla hasta aquellos brazos que alguna vez fueran su remanso y cobijo,
su pasión y su fortaleza.
Inocente. Detrás del soplo que deshace la flor del diente de león,
los deseos se hacen uno con la brisa fresca que la despeina y sin dudar, ella
pide al viento, al sol, al firmamento y a Dios que pronto ese alguien especial
que tanto sueña, llegue al fin a su vida con un manojo de flores frescas, mucho
amor, y la promesa cierta de compartir con ella sus días.
Traspasando distantes geografías,
recorriendo mares y montañas, antiguos recuerdos o miedos evocados, el mismo
aire en movimiento trastoca por igual a quien sufre como a quien extraña, a
aquel que juega y desea, como a quienes aman. Igualados en humana inquietud, todos
nos dejamos llevar alguna vez por su magia y abriendo hacia él nuestro
espíritu, logramos percibir más allá de la limitación de nuestro entendimiento.