Parte Dos: UNA FELIZ TRANSACCIÓN
La tarea subsiguiente al inventariado, si
bien aparentaba ser más tranquila y sedentaria, implicó también muchas horas de
consagración excluyente, tanto en la búsqueda de información específica de la
fabricación en serie de los azulejitos, como de la significación de las sutiles
variantes de sus decorados.
Durante dicho proceso el hombre tuvo la
posibilidad de retomar algo de sus ocupaciones mundanas, totalmente postergadas
en los últimos meses debido a sus regulares expediciones callejeras.
Se dedicó principalmente a buscar un nuevo
trabajo, alguna actividad que le facilitara el acceso a alguna fuente de información
útil en su investigación. Dada su buena educación, su capacidad de adaptación
ante nuevas propuestas y su interés natural hacia todo lo que fuera clasificación
de información, organización metódica y archivado, no tuvo dificultad para
conseguir un puesto como ayudante de biblioteca.
No se trataba de un trabajo bien remunerado,
tampoco la jerarquía del mismo concordaba con sus antecedentes laborales. Los
horarios en que debía trabajar eran breves, apenas unas horas por la tarde,
pero la comodidad para llevar allí sus cuadernos y anotaciones y la inmediatez
para acceder a algún tipo de información accesoria necesaria para su
investigación, hizo que el hombre aceptara de inmediato el cargo.
A pesar de no ser su obligación, pasaba allí
la jornada completa, retornando al cuarto de pensión sólo durante las noches,
horario éste imposible de aprovechar entre los libros, dada la intransigente
actitud de la bibliotecaria, que se empeñaba en ser la única depositaria de las
llaves. Este pequeño inconveniente se vio salvado al poco tiempo, cuando la
necesidad de ampliar sus horas de investigación bibliográfica determinó que
fuera necesario hacerse –a escondidas- un duplicado de las mismas, obviando el
criterio absurdo de la vieja bibliotecaria que persistía en su capricho.
Ese
inteligente recurso hizo posible que el hombre lograra recorrer tranquilamente
todos los libros relacionados con técnicas de esmaltado, sistema de
catalogación de piezas seriadas, información específica sobre la tradición de
la industria ceramista en Devres y sus alrededores, las principales fábricas,
su ubicación y su trayectoria, los pormenores de su producción, incluso el
significado celta del nombre de la ciudad, sus lejanos orígenes, sus primeros
habitantes, las leyendas surgidas en aquellos parajes, sus posibles
interpretaciones…un invalorable panorama de información que se abría ante él
haciéndolo felicitarse por la buena decisión que había tomado al optar por
aquel trabajo, en apariencia tan poco relacionado con el objetivo mismo de su
investigación, pero que, sin embargo, resultaba estar estrechamente incrustado
en el elaborado camino que el destino había trazado a modo de rompecabezas y que
él -sólo él- podía, y debía componer.
El tiempo pasó… sin que el hombre cayera en la
cuenta de su medición ni persistencia. Simplemente los días se sucedían uno
tras otro, sin importar la diferenciación del clima, los festejos comunitarios
o individuales... las particularidades que cada ser le pudiera inferir al período
que va desde un momento a otro. Eso, que se tipifica arbitrariamente como
“día”, “semana”, “mes”, “año”…todos esas inconsistentes unidades de tiempo,
impuestas para intentar medir el ritmo de los sucesos, dejaron de tener, para él,
significación e importancia.
Sólo el avance de su investigación, las
nuevas informaciones encontradas, el encadenamiento con datos anteriores, iban
poniendo mojones de jerarquía dentro de la trayectoria en la resolución del
enigma, objetivo que -sin dudas- resultaría en sí mismo más que suficiente recompensa.
A la par que su entusiasmo crecía por el
avance de la investigación, su estado físico en cambio decaía, dada la poca
atención que le brindaba por aquellos días a su salud y aspecto.
Una mañana, luego de una de las pocas noches
que pernoctara en la pensión, recorriendo el camino tantas veces antes
transitado, muñido de los últimos datos cotejados sobre mensajes cifrados y
simbología numeraria, cayó en la cuenta que en una vieja casa de antigüedades -que
hasta ese momento había pasado para él desapercibida- en uno de los rincones
escondidos del ventanuco que hacía de vidriera, se encontraba -sin duda
esperando ser por él descubierto- lo que sus ojos expertos enseguida detectaron
como plantilla esténcil para decoración de azulejos!...
Aquella pieza, imposible de hallar en esos
rincones sin que el destino decidiese intervenir en una de sus caprichosas
mediaciones, reproducía indudablemente una de las variedades de diseño más
repetidas en el escrupuloso catálogo por él registrado.
Sin necesidad de comprobarlo directamente (su
memoria funcionaba para estos menesteres más fielmente que el mejor de los
archivos) recordó que ese decorado se repetía particularmente entre los
cosechados en su barrio natal.
Semejante hallazgo no podía ser casualidad,
ni mínimo, su significado. Sin más dilaciones entró al negocio, (denominación
ésta más que generosa, dada la inmundicia generalizada y la falta de orden en
la exhibición de los objetos allí expuestos).
Sin duda fueron su agitación, su indisimulable
interés por obtener aquel objeto inapreciable, y su poca viveza en el arte del
regateo, los que hicieron que el dependiente (de apariencia apática e
impasible) se transformara de repente en el más hábil de los mercaderes.
Tanteando sagazmente la ya irrevocable
decisión del hombre de comprar lo que aparentaba ser para el ojo inexperto un
estropeado artilugio sin valor, aquel avispado vendedor inescrupuloso se
aprovechó de la situación y consiguió llevar a cabo lo que para cualquier
persona decente sería un robo desembozado: a falta de efectivo contante y
sonante para concretar adecuadamente semejante adquisición, el desvergonzado comerciante
convenció al desesperado comprador de realizar la transacción a modo de
trueque: el reloj de oro que llevaba en la muñeca a cambio del esténcil.
Acceder a semejante propuesta -para cualquier
individuo no entrenado en el arte y ciencia del desencriptado de símbolos y
señales- hubiera sido catalogado como muestra de insanía.
De no haber sabido de antemano el singular
valor de lo que aparentaba ser sólo un maltrecho trozo de metal, aquel dependiente no se hubiera arriesgado a
perder una venta proponiendo semejante disparate. Precisamente fue ese el
motivo que determinó que el hombre accediera a concretar la operación.
El sol mañanero parecía acompañarlo en su
íntimo festejo…el aire frío se mostraba diáfano…mientras su mano (ya para
siempre desnuda en su muñeca) portaba -envuelto apenas con una mugrosa hoja de
diario del día anterior- el que sin duda resultaba ser uno de los mayores
tesoros encontrados por hombre alguno sobre la Tierra.
(continuará)
Me llama muchísimo la atención el uso del idioma por parte de los hispanos (y más concretamente de los argentinos): habeis sabido mantener en uso palabras que para nosotros han dejado de existir.
ResponderEliminar¡Qué riqueza!
Reitero, al igual que María Jesús, el brillo que le otorgáis a la lengua.
ResponderEliminarMe ha llamado la atención esa forma de plasmar el deterioro corporal del hombre, mientras que su función cerebral avanza a velocidades límite.
Gracias por este relato, me chifló!
Besito y café.
Me ha encantado. ¡¡Fantástico!! feliz domingo.
ResponderEliminarSi, me uno a la felicitación de las chicas mas arriba. Y añado que la vecina maneja un vocabulario variado y extenso, muy bien encadenado además, cosa poco frecuente hoy día - lamentablemente - entre el común de la gente de por aqui (me incluyo).
ResponderEliminarY decir que Mr Azu se tuvo que buscar otro laburo porque del primero lo terminaron echando. Menos mal que encontró uno acorde a sus intereses ... y encima de laburar gratis, era medio Rififí a la hora de idear métodos que lo dejaran seguir leyendo e investigando.
Lamento que haya perdido el reloj, aunque se ve que no lo usaba mucho, le daba lo mismo.
A ver que pasa con el final
allá voy