Tengo muy claros los recuerdos de aquellas tardes de invierno, con mucho frío, sentada en el piso de mi cuarto mimando y vistiendo a mis muñecas (si mal no recuerdo eran más de cincuenta, entre pequeñas, medianas y grandes).
Desde ya, todas tenían nombre. Para recordarlos todos (sí sabía muy bien los de las preferidas) les había colocado un cartelito atado a sus bracitos con su correspondiente nombre, con la mejor de mis letras. Recuerdo todavía algunos: Beatriz, Yolanda, Mirta... (qué feos me suenan ahora!!!, y pensar que estuve mucho para bautizar a cada una!!!)
Me encantaba cambiarles los vestiditos, tenía muchos, algunos hasta hechos por mí!!!! (tengo una vaga idea de la calidad de ellos, jejeje); la cosa era que mientras las vestía, las peinaba y acicalaba iba tratando de que cada una no se pusiera celosa de la otra, porque siempre pensé que tenían sentimientos propios, y como buena madre, no podía permitir que ninguna se sintiera en inferioridad de condiciones.
Nunca dejaba que una sola me acaparara toda la tarde, trataba siempre de ser más o menos equitativa, siempre me preocupé por esos detalles. Además, iba rotando los mejores vestidos (según el tamaño, claro) para evitar otros conflictos.
No era sencillo, era más que sacar y poner vestidos: era una manifestación de cariño.
Recuerdo, además que por las noches, sabiéndolas sentaditas en una estantería especial que me había comprado mi papá, me las imaginaba descansando junto conmigo, preparándose para lo que viniera al día siguiente, sabiéndose protegidas y queridas por mí, por quien, gracias a los hilos del azar había terminado siendo su dueña.
Cuando crecí, cuando ya me sentí grande para jugar con ellas, tardé un tiempo en decidir qué hacer con ellas. De vez en cuando las limpiaba, ordenaba y vestía (permitiéndome un momento de recuerdo para aquellos ya lejanos días).
Un buen día decidí que no merecían estar sin jugar, allí sentadas, como simples adornos. Tomé coraje y vi que era hora de desprenderme de ellas.
Un buen día, con mucho cuidado y acomodándolas en cajas, quitándoles una a una los cartelitos con sus nombres (su identidad me pertenecía exclusivamente a mí) las llevamos a su nuevo hogar.
Llegué hasta un vestíbulo despojado y algo frío, donde nos recibió una monja con una sonrisa, agradeciéndonos el gesto en nombre de quienes serían las destinatarios de aquellos juguetes (mi hermano también había llevado los suyos).
Lo más pronto posible, no sin un nudo en la garganta, quise alejarme de ese lugar, rogando que desde ese momento otras manos que las merecieran fueran las que las vistieran y se encariñaran con ellas, con todas por igual, sin diferencias… como se lo merecían mis muñecas.
Hermosos sentimientos.
ResponderEliminarEso habla de ti amiga.
ResponderEliminaruna persona sensible, aùn con tus muñecas.
Un abrazo.
Recuerdos infantiles que están almacenados y salen de vez en cuando. Nuestra memoria es parte de nuestro presente, sin ella no sería comprensible todo lo demás.
ResponderEliminarSalud y República
cada objeto que usamos tiene una determinada función. Yo digo que las pinturas y dibujos son para estar colgados, y los juguetes son para ilusionar.
ResponderEliminarSe guardan para hijos o nietos, o como en tu caso para que otros menos afortunados puedan llenar su necesidad de dar cariño y recoger ilusion
Un beso
Me ha dado mucha ternura.
ResponderEliminarY recordado a las mias, por cierto que me pregunto a veces si andaran.
Un abrazo!
Cumplieron su función acompañandote a lo largo de tu formación personal, esa que te indujo a tomar una decisión que te engrandece y te hace más humana.La mejor desion sobre su destino que podrias tomar.
ResponderEliminarUn beso
Ay! me hizo recordar cuando yo me desprendí de las mías, era Toy StoryTERE.
ResponderEliminarPreciosa entrada.
Un abrazo, Tere.
Me has hecho llorar de ternura, recordando las mias, recordando esa infancia pérdida, esos deseos de amar a un bebe, a mi abuela haciendo vestidos nuevos, a mis coletas, a eso que ahora quedo solo en mi recuerdo y jamás volverá...
ResponderEliminarMis muñecas, mis sueños, mis sonrisas y el cariño de mis abuelos, quien seas bendita seas por traer de nuevo ese pretérito!!!
que muñecas mas afortunadas! les diste a quién quizas no tenia ninguna.
ResponderEliminarlo encuentro edificante y ejemplar. Saludos Neogeminis
Pues bien que se agradece la reedición.
ResponderEliminarBesos.
Recuerdos dulces de tardes de juegos. Y cuando ya uno crece ofrecer la oportunidad de ilusionarse y jugar a otros niños no tan afortunados.
ResponderEliminarBueno traernos esta historia para sentir de nuevo con ella.
Un abrazo Neo.
Me has recordado a mis hermanas cuando jugaban con muñecas -tengo dos y más pequeñas- lo más tierno de aquel recuerdo es a cuando la pequeña le daba clases en la paredes del armario con una tiza con el consiguiente cabreo de mi madre.
ResponderEliminarUn abrazote.
Bienvenida a mi vida, y gracias por tus palabras
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