LOS NUEVOS DORADOS Apenas al cruzar el hall de ingreso del museo algo en su pecho pareció estremecerse. Quizás haya sido sólo la primera impresión al sentir de lleno el fresco del aire acondicionado o quizás fue la emoción de hallarse frente a frente con aquellos maravillosos testigos de la historia de su pasado lo que logró conmoverlo. Decía la inscripción que se trataba de una pieza excepcional. Una balsa ceremonial totalmente facturada en oro macizo. El personaje principal, sin duda era alguien de alto rango. Lo rodeaban otros secundarios que seguramente formaban parte de su séquito. Los rasgos de los rostros eran muy estilizados, prácticamente geométricos, pero ese detalle no era óbice para que es aspecto de las estatuillas fuera indudablemente solemne; irreales pero muy expresivas. No era de imponentes dimensiones pero algo muy sutil que superaba su indiscutible valor monetario lo hipnotizó desde el primer momento. Quizás saber que fueron sus ancestros quienes habían moldeado aquella obra maestra de orfebrería tan especial le agregaba mayor carga emotiva, y sin duda haber escuchado de sus mayores las legendarias historias tejidas sobre aquellos antiguos reyes de desaparecidas civilizaciones hacía que se sintiera particularmente afectado frente a todos aquellos mudos testigos de mejores tiempos. Trataba de imaginar qué habría sentido el orfebre que realizó aquella pieza ceremonial, cuáles habrían sido las intenciones al moldearla, al ofrecerla a los dioses. Buscó interpretar el significado intrínseco de aquellas figuras, los secretos del rito, sus invocaciones, las súplicas concedidas. Sintió una marcada angustia al pensar que la gran parte de aquellos mensajeros no lograron preservar su cometido, cayendo bajo el saqueo y la mezquindad de quienes se sintieron con el derecho a imponer sus creencias e ideales. Por aquellas lejanas épocas su pueblo era dueño de su destino. Se trataba de sociedades distintas. No más cruentas que las que les sucedieron, o menos complejas. Simplemente distintas. Saberse parte de aquella cultura milenaria que dejó profundas huellas en esas tierras fecundas lo hacía afirmarse en su identidad. No ya como la de aquellos primeros rebeldes que cayeron sojuzgados bajo el yugo de soldados y conquistadores, pero sí con la intensidad de quien siente por su tierra, su sangre y sus costumbres el sano orgullo que viene desde adentro como oleadas, como suave aroma que impregna cada gesto, cada palabra, cada sueño postergado. Estar parado frente a aquellos signos del fulgor de otros tiempos le servía para afirmar sus propios horizontes. Saberse arraigado en aquel suelo por el derecho que dan estirpe y compromiso lo hacía erguirse ante la vida con mayor fuerza, sólido sustento e indudable integridad. Había nacido muy cerca del lugar que los antiguos consideraban sacro. Aquella laguna de aguas espejadas que, aseguran, guarda en sus entrañas las antiguas ofrendas consagradas al dios sol que los guiara y bendijera desde los tiempos remotos y que, por fortuna, jamás lograron profanar. Siempre supo que aquellas aguas no estaban allí simplemente para calmar la sed de los cuerpos. Era otra sed mayor la que el poder de aquel lago calmaba…y sus ancestros conocían sus secretos y cómo invocarlos. Ahora, después de tantos siglos de opresión y persecuciones, esos secretos habían desaparecido. La sabiduría ancestral de los antiguos había sido opacada por el miedo y el desprecio. No fue intercambio de culturas. No fue interacción. Fue clara imposición, sojuzgamiento, vasallaje, exterminio… Mientras recorre otra vez con sus ojos los dorados rostros mudos de aquellos dioses del pasado, el hombre recuerda ahora otros ojos, - mudos también - que se cerraron en el mismo sitio en el que nacieron, sin opción de ver sus sueños realizados. Fue su padre, su abuelo, su vecino…todos ellos dejados fuera del mundo que avasalló su pasado y su presente. Allá fuera son otros, ahora, los blasones que ondean imponiendo su supremacía, pero es la misma antigua sinrazón que oprime a la hora de cerrar caminos, pisotear sueños, derribar esperanzas… No son hoy, los mismos Dorados los que guían a los actuales conquistadores. No siempre son iguales las estrategias que imponen para derribar fronteras o invadir territorios. Pero están. Siguen estando siempre al acecho, de la mano de corruptos, de traidores o de los ilusos…y son aún, como antes, como siempre, los más desprotegidos los que caen, en primera fila, derribados por los nuevos imperios.
(fin)
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extraña conocida...excelentes palabras con el sustento de la emocion...sino serian solo una convencion mas...gracias
ResponderEliminarhermoso blog y percibo una hermosa persona detras...
gracias
lidia-la escriba
www.deloquenosehabla.blogspot.com
pasa si te apetece
Magnífica trilogía Neo.
ResponderEliminarLa misma me ha recordado la película Aguirre o la cólera de Dios, donde se narra la infructuosa búsqueda de El Dorado.
Los nuevos Dorados tienen menos brillo que aquel, tienen el color negroide del petroleo o el brillo de los diamantes, pero la dominación la colonización ejercida es la misma, aunque ahora se dirija desde confortables despachos, en centros de operaciones a miles de kilómetricos y sin despeinarse siquiera. Pero las consecuencias son las mismas:
Dominación, destrucción de hábitat, esclavización, globalización de la miseria para que unos pocos, los poderosos, vivan como dioses.
Un abrazo.
Pepe.
Sí, ahí sigue El Dorado en forma de poder y riqueza que los avariciosos de turno de las nuevas sociedades persiguen.
ResponderEliminarAdemás, como los antiguos conquistadores, no miran que el que tienen delante es otro ser humano, sólo miran lo que tiene y las cosas de las que se les puede desposeer.
Desgraciadamente, nada ha cambiado.
Seguiremos bajo el yugo, a veces invisible o sutil, de los nuevos conquistadores del mundo.
Preciosa la trilogía, ha sido un placer leerte, como siempre! :D
Un besito
Lala
Siempre habrá un dorado. Se inventará si no existe. Pero es el sino del hombre. Buscar el poder, el domino sobre los otros. Ayer fueron esos, hoy son aquellos, mañana habrá otros. Pero la codicia por el poder parece imparable.
ResponderEliminarUn magnífico relato contado en tres etapas, y como siempre, muy bien escrito.
Por cierto, tienes razón. El sincretismo del que muchos hablan no existió. Fue imposición cultural. Besos.
Salud y República
Hola Neo
ResponderEliminarAcabo de leer los tres magníficos capítulos y estoy muy de acuerdo contigo, así fue, es y será.
Cambiará la forma pero el fondo es el mismo,siempre la ley del más fuerte.
Un abrazo.
Me ha gustado el punto de vista de los que intenta conservar el legado, ese que, en muchos casos, los españoles se llevaron.
ResponderEliminarBuena trilogía.
Saludos.
Pepe y RGAlmazán resumen a la perfección -en mi opinion- esta nueva y preciosa trilogia que nos has regalado a todos, amiga.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. La he estado leyendo esta tarde, tranquilamente, y te lo has currado muy bien.
Besos...!!!
Neo, tenía yo ganas del final, de saber lo que iba a suceder. Bueno, como siempre estupendo!!
ResponderEliminarbesoss y abrazos de tu admiradora gallega
sara
Yo necesito el dorado dentro de mí.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo enorme.
Otro diez para ti, y ya perdí la cuenta de todos los que llevas, jeje
ResponderEliminarSi es que hay que ver, se te dan bien todos los palos Moni.
De los tres puntos de vista, o mejor, de los tres retazos de historia, quizás me quedo con el segundo. No por nada en especial, tan solo es el que me ha transmitido más.
Si es que en el fondo los humanos somos un poco como las urracas, nos vuelve locos cualquier cosa que brille pese a que la utilidad práctica sea algunas veces bastante escasa por no decir nula.
Para mi el Dorado es un platito de buen jamón y una cerveza fría, ya ves, no tan dificil de conseguir y generalmente con más tendencia a unir amistades que ha destruir pueblos.
Abrazos¡¡¡
Hola Moni!!
ResponderEliminarSiempre hubo imperios dispuestos a invadir, a saquear y esclavizar otros pueblos y culturas.
Por suerte, todos estos imperios poderosos, alguna vez dejaron de serlo y desaparecieron producto de su propia codicia y ambición.
Impecable tu relato, una vez más.
Un beso grande!!
RoB
Neo !menuda tu trilogia del Dorado!, !preciosa!, me han encantado los tres capítulos, como siempre, profundos y muy pero que muy bien redactados, en éste último, con la conclusión evidente de que el Dorado sigue existiendo, es más, yo creo que seguirá existiendo siempre, pues las ansias de poder y codicia de los hombres no parecen tener fín, cambiarán quizá las formas y los escenarios, pero seguirá el control por la riqueza y los recursos allá donde estén, seguirá la desigualdad, la desprotección de la identidad y el arrasamiento de culturas, lamentablemente seguirá...
ResponderEliminarUn besote mi Neo, por supuestisimo, de los gordotes
Llego tarde como siempre ,pero pude ler los tres.Siempre seremos tan mezquinos y avaros que todo lo que tocamos se destruye.
ResponderEliminarMuy bueno ,artista.:)MJ
Impecable una vez más tu historia, implacable y sin fin la avaricia humana... ainss señor.
ResponderEliminarUn abrazote inmenso para tí
Una buena historia, donde se plasma sus secuelas, hasta hoy día, aunque se disfracen con otros trajes, ahí están los corruptos.
ResponderEliminarAbrazo:)
Impecable Neo, esta parte resume todo, me ha gustado realmente.
ResponderEliminarsiempre seran los desprotegidos los que más sufran y bien cierto que es.
Siempre vence el poderoso.
Un abrazo