jueves, 30 de abril de 2009

NUEVA APUESTA







 

Hoy apuesto

por un nuevo cielo

azul, límpido,

sin limitaciones.

Apuesto por las ganas,

las sonrisas,

los aciertos

y las derrotas

(que no son fracasos)

- simplemente son estadios

en el aprendizaje

de la vida –

Hoy apuesto

por renovar mis votos

de vivir a pleno

cada instante,

de sentir el viento

acariciando mi pelo

y mis sueños,

de iniciar mis mañanas

con el deseo

de sentirme parte

indispensable

de este mundo

y sus entornos

para que juntos,

mi yo y el todo,

sintonicemos

en sutil armonía

entre infinitos y mortales.



UNA FURTIVA LÁGRIMA







A veces los recuerdos llegan a borbotones. Se agrandan se definen, vienen colgados, suspendidos de la hilacha de un pensamiento, la brisa, un aroma, una palabra. Algunas veces hacen trampa y empujan, en medio de ellos, una lágrima, pequeña y furtiva que amenaza con querer instalarse para siempre.

 

 

A dónde se habrá ido aquel tiempo…

A dónde se habrán quedado

esas caricias,

…y mis más puros sentimientos.




 

miércoles, 29 de abril de 2009

HISTORIA EN TRES PARTES - Parte final




 

EL VUELO DE LOS LIBRES 


Ese fin de semana sería el último antes de la partida. La invitación para pasarlo en la casa de campo de uno de los parlamentarios conservadores más destacados la tomó de sorpresa, pero aparentemente no a su esposo, quien se iba perfilando como un personaje cada vez más influyente dentro de la fuerza política que se arraigaba en el gobierno.

La pareja anfitriona era conocida de la mujer, quien desde siempre se movió dentro de ese círculo de riqueza y poder. La mayoría de los invitados, en cambio, le resultaban totalmente desconocidos.

Entre los más desagradables y a los que su marido les prodigaba excesiva cortesía, estaban dos de los que había recibido en su casa y un hombrecito de apariencia vulgar, de pequeño bigote, extremadamente parco y con aires de arrogancia que ni siquiera se preocupaba en ocultar.

Los demás giraban a su alrededor como si de un semidios de tratara y un destello de lo que se podría llamar miedo aparecía en la mirada de quien osaba contradecirlo en alguna nimiedad.

Ella, como siempre, se desenvolvía con natural displicencia en aquellos menesteres de socializar y departir blandamente, tanto en reuniones numerosas como en pequeños grupos.

Su marido, habitualmente mucho más rudimentario y pragmático, en esa ocasión se mostraba particularmente cauteloso y diplomático cuando alguno de los hombres más influyentes le dirigía la palabra.

Se notaba que su papel no era intrascendente en aquella circunstancia, y por ciertos comentarios que escuchó, la mujer intuyó que el viaje que pronto ambos realizarían, se relacionaba con los intereses de aquellos personajes.

Esa idea la confundió un poco, porque hasta ese momento tenía entendido que la principal razón de su marido para realizar el viaje era alejarse de los negocios, en cambio en ese momento tuvo la certeza que en realidad lo haría para ocuparse de ellos.

Paralelamente a su ascenso político, el carácter del hombre se había vuelto sumamente hosco y poco digno con sus subalternos, mostrándose descontroladamente disgustado y agresivo cuando algo lo contrariaba o no salía como él lo había planeado. Eso hacía que la mujer se sintiera cada vez más alejada de él y sus asuntos, llegando a sentirse como un objeto decorativo que sólo existía para mejorar su carta de presentación en los más altos círculos.

La cena transcurrió con algunos altibajos, ciertos momentos de discreta tensión se vivieron cuando el anfitrión intentó desdecir algo que el pequeño hombrecito de bigotes acababa de plantear. Por suerte y por obra y gracia de la capacidad mediadora de otras personas, el malestar se disipó rápidamente y llegaron a los postres en marcada armonía.

Cuando los hombres se retiraron al salón de fumar, las pocas mujeres que se hallaban en al casa se ocuparon de intercambiar opiniones sobre los nuevos modelos venidos de Paris para esa temporada. Tema éste que la atrapó desde el primer momento y logró tranquilizarla por unas horas.

Esa noche, cuando se retiraron a las habitaciones, la mujer aprovechó para preguntarle a su marido sobre los verdaderos motivos del próximo viaje, a lo que el hombre le contestó en forma esquiva y con malos modos. Se limitó a decirle que sea cual fuere el motivo por el que lo realizaran ella sólo tenía que ocuparse de acompañarlo, descansar y disfrutar, que para eso era su esposa y eso era lo único que se pretendía de ella

Aunque quiso, no pudo dormir. Se sentía muy desdichada y cada vez que lograba dormitar, un mal sueño relacionado con pájaros muertos la despertaba y lograba desvelarla.

A la mañana siguiente, luego de desayunar opíparamente, los hombres se alejaron hasta una laguna cercana donde abundaban los patos y otras aves acuáticas. Por varias horas, mientras discutían sobre política y negocios, los invitados y el dueño de casa se entretuvieron practicando con sus rifles, disparándole a los patos que sobrevolaban las colinas.

El resultado de la cacería fue muy bueno, obtuvieron buenas piezas y en gran cantidad, aunque apenas al regresar, ya habían olvidado totalmente el pasatiempo y otra vez se dedicaron de lleno a la política y demás asuntos que la mujer no dominaba.

Para distraerse de esos asuntos tediosos, decidió dirigirse hacia una cabaña donde  la servidumbre había llevado las piezas producto de la reciente cacería.

Aunque no era la primera vez que ella veía una escena de ese tipo, ya que muchos de sus veranos habían transcurrido en casas de campo y la caza era el deporte preferido de su padre, nunca antes la vista de patos muertos, atados de sus patas y colgados cabeza abajo, le había producido esa sensación incontenible de repugnancia y espanto. Aquellas aves recién sacrificadas le despertaban sensaciones y angustias que sin dudas eran signo de malos presagios: malos tiempos se avecinaban y esos patos muertos lo anunciaban a gritos.

Un nudo en su estómago fue creciendo hasta el punto de generarle una fuerte opresión y sus manos sudorosas se sentían frías e inquietas.

Haciendo un gran esfuerzo para contenerse y recuperar su distinción de dama de sociedad, logró vencer su malestar y retornar junto a su esposo para representar convenientemente el rol que se esperaba de ella.

El almuerzo fue mucho más desagradable que la cena anterior. Las discusiones se prolongaron por más tiempo y la cara de disgusto del dueño de casa era más que evidente.

El hombrecito de bigotes, en cambio, por momento sin ningún tipo de consideración hacia las damas presentes, no se cansó de arengar y replicar a quien quisiera plantear otro punto de vista que no fuera el suyo, mientras golpeaba impiadosamente con su puño la sólida mesa del comedor.

Su marido, lejos de mostrar disgusto se hallaba como hipnotizado por aquel personaje tan intimidante y violento que hacía gala de omnipresencia y poder y a quien ella ya detestaba.

Disimuladamente la mujer recorrió con su mirada los rostros de todos los presentes y comprobó que uno a uno iban volviéndose más sumisos hacia los caprichos de aquel pretencioso hombre extravagante, mientras la luz amarillenta que regalaban las lámparas del suntuoso comedor por momentos le otorgaban a ese rostro desencajado, un aura espeluznante que la hizo palidecer.

Sus piernas comenzaron a temblar y de repente una incontrolable sensación de miedo y angustia ascendió por su espalda hasta provocarle, una fuerte jaqueca que no pudo disimular.

Felizmente para la mujer, la proximidad de su viaje les dio la excusa perfecta para volver a su casa antes de la noche, no sin tener que soportar previamente que su marido se excusara servilmente más de cien veces con el hombrecito de bigotes y los personajes de su comitiva.

Mientras regresaban, casi sin mediar palabra, el hombre, aún excitadísimo por la cercanía de quien ya consideraba su líder, revisaba la libreta de notas de la que nunca se desprendía y la mujer, muy a su pesar, no podía alejar de su mente aquella imagen espantosa de los patos colgando de la viga, que, extrañamente se fundían con al escena del hombrecito vociferando en el comedor.

Esa inusual sensación de miedo no desapareció ni siquiera cuando buscó concentrarse en la transparente imagen de la luna, que ya aparecía, impávida, sobre el horizonte.

Esa noche la mujer notó que la cercanía de su esposo le era particularmente desagradable. Hasta el ruido de su regular respiración mientras él dormía le resultaba irritante.

Si bien nunca se había sentido enamorada, en los últimos tiempos (quizás, desde que comenzaron a morir los pájaros) fue observando algunos cambios en el hombre que, hacía ya tres años, había aceptado como compañero para toda la vida.

No sabía definir bien por qué, pero podía asegurar que se estaba transformado en otra persona, en otro ser...

Quizás fuese la actitud de total desinterés hacia ella, que venía aumentando desde tiempo atrás. Quizás fuera por las compañías que frecuentaba y por el tiempo que les dedicaba. Quizás también fuera por el creciente grado de sumisión que ella le notaba cuando el hombre se hallaba en presencia de aquellos personajes tan siniestros, tan vulgares. Quizás fuera algo que no alcanzaba todavía a definir pero sí podía asegurar que crecía, día a día, como crecía la violencia en las calles, como crecía la confusión, el terror…ese mismo que en ese momento sentía y que le helaba la sangre.

La mañana llegó sin sol. El cielo gris, impropio de esa época del año, terminó por angustiarle el despertar. El nudo en la boca del estómago que le había nacido la tarde anterior frente a los patos muertos no había desaparecido. Al contrario, había crecido hasta llegar a su garganta, que hubiese querido gritar y en cambio, no podía emitir sonido.

Luego del desayuno, sin casi intercambiar palabras con su esposo (quien salió temprano para resolver algunos detalles de última hora), se dirigió a su dormitorio para terminar de preparar el equipaje. Saldrían en unas horas hacia el sur, para embarcar y seguir luego rumbo hacia oriente.

Pero ahí, frente al equipaje que aguardaba para iniciar la otrora deseada travesía, ella suspiraba, casi sin fuerzas, deseando con todo su corazón ser otra persona. Alejarse. Huir. Escapar de aquella prisión de oro que, ahora tomaba conciencia, era su matrimonio.

Los tiempos que estaban por comenzar serían trágicos, eso lo sabía sin que nadie se lo hubiera dicho…o mejor sí…se lo había estado gritando la realidad con extraños signos, y ella no los había querido ver. Pero ahora sí los veía. Y le dolía lo que veía venir. Y no podía hacer nada para cambiar ese infierno que se estaba gestando… y eso también lo sabía.

Pero si no podía cambiar lo inevitable, quizás pudiera modificar en algo su propio destino. Y fue allí que se decidió. Tomó su pasaporte, algo de dinero, lo más imprescindible de su equipaje y se apuró a partir antes que llegara ese extraño al que solía llamar marido.

Apenas se despidió de su hermana por teléfono, haciéndole creer que su destino sería el previsto. No se verían por mucho tiempo, quizás por años, pero esa confianza en ella misma que por primera vez sentía, le dio el coraje que estaba necesitando y logró contener el llanto mientas le decía adiós.

Llamó a un coche de alquiler para que la llevara a la estación. Allí tomaría un tren que la haría, con suerte, cruzar la frontera. No debería haber problemas, sus papeles estaban en orden y su dinero le aseguraría el resto.

El auto llegó rápidamente, mientras el chofer cargaba su equipaje, súbitamente la mujer recordó los pájaros.

Sumamente nerviosa, temiendo que su marido regresara o que cualquier imprevisto impidiera que se alejara de allí para siempre, decidió correr el riesgo de volver a entrar en la casa.

Se dirigió al patio principal. Con aire de impotencia vio que esa mañana habían sido tres las aves muertas y con una decisión que no dejaba lugar a dudas, abrió de par en par la puerta del jaulón y dejó que los pájaros que quedaban con vida se alejaran de allí volando... libres, al viento... como ella deseaba tanto escapar.

Satisfecha, con una honda felicidad interior que nadie comprendería, miró por unos instantes más como los pájaros se alejaban y se perdían entre los nubarrones que ya se extendían sobre la ciudad.

Mientras los miraba, absorta, perderse en el horizonte, una voz conocida la hizo precipitar inesperadamente a tierra, teniendo que enfrentarse otra vez con la cruda realidad.

Después, tragándose las lágrimas y con sumo cuidado, tomó los cuerpecitos sin vida de los pájaros muertos y sin decir palabra, los puso en las manos de su marido que acababa de entrar y cerrar para siempre las puertas de su propia jaula.


 (fin)

lunes, 27 de abril de 2009

HISTORIA EN TRES PARTES: Parte 2





UN MANOJO DE PLUMAS

 

Los días pasaban y los pájaros seguían muriendo. No había un patrón. A veces era uno, luego de dos o tres días sin novedades aparecían varios cadáveres tendidos en el fondo de la jaula y el desagrado de ver lo que no sabía enfrentar terminó por hacer que la mujer se sintiera casi anestesiada frente a aquel enigma de las aves muertas.

La respuesta ante lo que ya se consideraba inevitable era mecanizada: la criada se limitaba a retirar los cuerpecitos sin vida del jaulón, reprimiendo el rechazo que esos restos le producían.

Más tarde se dirigía hacia la nueva veterinaria en la que eligieron surtirse luego de que el negocio del antiguo proveedor fuera destruido. Desde allí, le enviaban puntualmente las aves que reemplazarían a las muertas, de tal manera que las pérdidas no se notaran y la jaula continuara regalando a sus propietarios colores y trinos que alegraran su vida acomodada.

La dueña de casa se limitaba a recibir el parte casi cotidiano de las bajas y aprobaba casi sin atención al pago por los nuevos animales recibidos.

Nunca quiso pensar cuál sería el destino de los cuerpecitos que se retiraban de las jaulas. Ese tema era demasiado desagradable para saberlo y nunca quiso preguntar. ¿Para qué? si no quería siquiera pensar en el asunto, además el esperado viaje pronto se realizaría y eran muchos los temas aún pendientes.

Ni siquiera había comprado las botas que le aconsejaron llevar para andar en esos senderos incivilizados. Las molestias que debían tomarse eran tantas que casi estaba reconsiderando el beneficio de realizar esa exótica travesía.

Esa tarde se decidió y llamó a su hermana para que la acompañara a comprar el calzado y de paso, charlarían un rato compartiendo una taza de té en alguna confitería.

Lejos de resultar un paseo agradable, el trayecto desde su casa hasta el centro estuvo plagado de malos presagios. Primeramente su hermana, quien tenía el mal hábito de lanzarle las malas noticias apenas cruzar la puerta, la notificó del clima peligroso e inseguro que se estaba viviendo en las calles. Habían habido varias manifestaciones en los barrios bajos y otra vez cientos de negocios fueron atacados a pedradas durante la noche. Parecía ser que los grupos nacionalistas a los que estaba enrolado su marido se iban haciendo cada vez más fuertes y llegarían a controlar totalmente el gobierno. La violencia de las calles no estaba muy identificada, pero sin duda las autoridades no permitirían que los ataques llegaran a mayores.

Apenas cruzaron el puente, vieron a varias personas obviamente golpeadas, alejándose hacia las afueras.

Mientras las mujeres comentaban el hecho, inexplicablemente una paloma mal herida, quizás por algún disparo perdido, cayó sobre el parabrisas del automóvil en que se desplazaban, provocando que el chofer debiera maniobrar peligrosamente para no salirse del camino. El extraño accidente no tuvo consecuencias, pero logró alterar visiblemente el ánimo de las damas.

Recorriendo apenas las vidrieras de la zona más exclusiva las mujeres pudieron darse cuenta que la agitación no se circunscribía a las afueras. La tensión había llegado hasta el centro comercial, por lo que ambas decidieron hacer pronto sus compras y regresar a la mansión.

Apenas llegaron, las dos hermanas estaban todavía muy nerviosas por el clima que advirtieron en las calles, por lo que sobraban los motivos para refugiarse frente a una taza de té. Mientras esperaban el servicio, la dueña de casa, se dirigió distraídamente hasta la gran pajarera que reinaba en el patio, frente a la galería.

Casi sin verlo pudo adivinar que otra muerte se había producido entre sus aves, tan inexplicable y súbita como las otras. Esta vez, sus ojos no pudieron alejarse de aquel triste espectáculo y lejos de buscar huir de esa escena tan desoladora, abrió la jaula, extendió su mano y sostuvo el pequeño cadáver frente a sí.

Extrañamente atemorizada sintió que ese insignificante manojo de plumas representaba algo muy cercano a su propia vida, quizás hasta fuera una grotesca metáfora de ella misma. Y sin poder evitarlo, comenzó a llorar…


(continúa)

 

HISTORIA EN TRES PARTES (reedición) - Parte1







LA MUERTE DE LOS PRIMEROS PÁJAROS

Esa mañana despertó con una extraña sensación de incertidumbre, quizás un mal presagio…no era raro en ella levantarse con ansiedad y desencanto. Su vida no era un cúmulo de felicidad pero solía tranquilizarla la sensación de sobriedad y seguridad que desde siempre la rodeaba.

Pertenecía a la clase más acomodada de Baviera; su familia era de rancio abolengo, su matrimonio, sin pasión y con poco afecto no había resultado nada fuera de lo previsto. Su marido, un acaudalado industrial, aunque sin apellido ilustre, aportó al matrimonio la cuota de desahogo económico conveniente y de esa manera, ambos contrayentes recibieron beneficios de la que fuera considerada dentro de los más altos círculos sociales, la boda del año de aquel 1930.

Pero todo aquello parecía ya muy distante. Tres años habían pasado desde ese punto culminante de su monótona pero distendida vida y ahora eran pocas las decisiones que quedaban bajo su responsabilidad: mantener en orden la casa y sus criados, organizar y asistir a los encuentros de rigor con las damas de su posición, alguna que otra cena o salida elegante por semana y en verano el consabido viaje a la montaña que realizaban todos los años junto con sus padres.

No había podido tener hijos y si bien no hacía demasiado que se había casado tenía cierta amargura que le impedía dedicarse de lleno a alejar su mente de conflictos, como era su intención y como lo había hecho siempre.

La comunicación con su marido se limitaba a los temas domésticos, la renovación de su vestuario o algún que otro chisme de alguna familia de su entorno venida a menos. Sus relaciones sociales, sus intereses económicos, y algún aislado comentario sobre la necesidad de entablar vínculos con nuevos personajes influyentes eran los temas que su esposo traía de vez en cuando a la intimidad de su vida hogareña.

Nada que pudiera distraerla de su cotidiana seguridad, a pesar de que era una época de revueltas, de inestabilidad política y malestar social que ella elegía ignorar.

Los horrores de la guerra no les habían afectado directamente, ya que su acaudalada posición siempre les permitió evadirse en los momentos de mayor tensión.

Si bien siempre los vaivenes de la política fueron asunto de hombres que las damas de su posición no manejaban, los rumores de cambios profundos habían llegado hasta la intimidad de su Club de Damas Benefactoras, en el que solía volcar su cuota de responsabilidad social para con las clases menos afortunadas.

Pero esa mañana había despertado con una impresión extraña que la inquietaba notoriamente sin saber el motivo.

Luego de desayunar, como todos los días fue a revisar la gran jaula con pájaros que se centraba en el patio principal, pequeño capricho que su marido le había delegado y al que ella, sin cuestionamientos, había aceptado incorporar a sus ocupaciones domésticas.

Sin que hubiera un motivo aparente encontró a varias de las aves muertas, tiradas sobre el piso de la jaula. Ese hecho desagradable la inquietó más de la cuenta y lo relacionó con la sensación de inquietud que la embargó desde muy temprano; como solía hacer en esas situaciones en que la realidad no le mostraba su lado más amable decidió no deprimirse y encomendó a su criada que se ocupara de quitar los cuerpecitos sin vida y de comprar otras aves para reemplazarlos.

Cuando ya el asunto se había alejado casi por completo de su mente, la criada le trajo la noticia que el dueño de la tienda de animales que solía ocuparse de las aves ya no estaba.

El pequeño negocio mostraba sus vidrieras rotas y carteles insultantes habían sido pintarrajeados en los muros. Palabras incomprensibles que ella ni siquiera retuvo daban a entender que el viejo veterinario había sido sacado a la fuerza de allí y llevado a algún lugar para ser interrogado.

Le costaba entender por qué gente como aquel simple veterinario se empeñaba en meterse en asuntos poco claros, cuestiones que escapaban a su escaso dominio de política y que provocaban hechos de violencia de esa magnitud. Por lógico instinto de supervivencia, alejó rápidamente de su cabeza aquellos desagradables temas.

Cerca del mediodía, cuando ya el asunto de los pájaros se había borrado completamente de su cabeza, su marido regresó inusualmente temprano. Le traía una grata sorpresa: iban a hacer un viaje juntos. Por complicaciones en los negocios su esposo nunca antes se había podido alejar de allí por mucho tiempo, pero ahora ambos viajarían hacia oriente y realizarían aquella travesía que varias veces habían postergado.

Muy alegre recibió la noticia, evaluando que era poco el tiempo de que disponía para renovar su guardarropa pero igualmente festejó la oportunidad de alejarse de ese ambiente de hostilidad del que a veces no lograba protegerse.

Su esposo, además le comunicó que esa tarde vendrían varios personajes encumbrados, políticos y empresarios con los que debería cerrar algunos detalles de negocios. Gente a quien ella no conocía y a quien en realidad tampoco le era grato conocer.

Igualmente sabía que sus obligaciones de anfitriona la obligaban a hacer alguna entrada oportuna y breve, poniendo un toque de color a aquellas reuniones de negocios en las que se suelen tocar asuntos áridos y poco gratos a los oídos femeninos. Ya se las ingeniaría para cumplir con lo imprescindible sin ofender a los invitados de su marido.

A la hora indicada y tal como lo había previsto, los personajes fueron llegando; eran hoscos hombres de negocios, miembros del partido al que recientemente su esposo se había sumado y algún militar que aportaría su cuota de racionalidad y eficiencia. Todos atributos que contribuían a que sus deseos de esfumarse de aquella sala crecieran en forma proporcional al número de visitantes.

Mientras les ofrecía el café y el licor de rigor comprobó que el vocabulario que aquellos caballeros desplegaban tampoco estaba de acuerdo con su concepto de amena tertulia.

Esas voces ríspidas, implacables, firmes y autoritarias despertaban demasiada intimidación para una dama y los temas que trataban eran especialmente desalentadores para motivar alguna oportuna intervención: mítines, proclamas, economía, nacionalismo, líder, enemigos…términos oscuros y poco gratos que buscó enseguida olvidar concentrándose en el delicioso aroma de su café.

Lo más rápido que pudo buscó una adecuada excusa para escabullirse y dejó a los hombres en aquel mar de humo y negociaciones que le resultaba tan poco acogedor.

Mientras se retiraba del salón, luego de recibir muy formales cumplidos alcanzó a escuchar algo de algunas corridas en los suburbios, ataques a negocios y volantes que proclamaban el nuevo ideario.

Nada de eso consiguió alejarla de su inmediato objetivo: llamar a su hermana para comunicarle las novedades sobre su próximo viaje.

Si bien muy cercanas, las dos mujeres tenían grandes diferencias de carácter, así mismo eran muy buenas confidentes y ninguna de las dos guardaba secretos hacia la otra. Esa tarde la voz de su hermana estaba particularmente inquieta, luego de escuchar las noticias de su pronta partida, la interrumpió cuando apenas comenzaba a detallar las necesidades de su guardarropa. Le habló de ciertos rumores que ya se oían en círculos muy cercanos a su familia. La fuerza que estaba cobrando un nuevo líder, la creciente cantidad de adeptos, la nueva doctrina, la violencia que se había desatado en algunas zonas de la ciudad, los comentarios sobre las vinculaciones de su esposo con quien sería sin duda nombrado canciller…

Todo ese fárrago de cuestiones políticas que escapaban a sus menesteres de esposa y dama de la sociedad casi consiguen alterarla, pero de inmediato logró recuperar el control de sus pensamientos, concentrándose en los preparativos de la próxima travesía.

Esa noche, durante la cena, su marido se mostró particularmente excitado, debiendo interrumpir la comida dos veces a causa de imprevistos llamadas telefónicas.

Mientras ella disimulaba su disgusto por lo poco propicio de quien buscara resolver asuntos de negocios a esas horas, intentaba distraerse pensando que el viaje quizás vendría bien para agregarle algo de romanticismo a su matrimonio, que lejos estuvo siempre de ser una de las novelas rosa con las que acortaba sus tardes.

En esos pensamientos estaba cuando el puño de su marido golpeó violentamente la mesita sobre la que descansaba el teléfono, la fuerza del impacto fue tan grande que el cenicero de cristal que estaba a su lado cayó al suelo y se hizo añicos.

Tan grande también fue la sorpresa por la inesperada reacción de su marido que tardó en llamar a la criada para que recogiese los trozos del suelo.

Cuando la conversación telefónica terminó, lejos de tranquilizarse su esposo continuaba visiblemente molesto, haciendo gala de un lenguaje vulgar y violento que ella hasta ahora desconocía.

Enorme fue su inquietud al verlo con los ojos enrojecidos a causa del disgusto con algún subordinado que no había cumplido alguna de sus órdenes como debiera. Más crecieron sus interrogantes al escuchar que en su reproche, su marido hacía hincapié en que “el nuevo gobierno” requería de una “nueva mentalidad” y alejarse de “los viejos conceptos moralistas”. Esos vocablos fueron nuevos para sus oídos y no se compatibilizaban con lo que su cabeza entendía como “problemas comerciales”.

El hombre debió darse cuenta de lo inapropiado de sus exabruptos, porque acto seguido, buscó retomar la compostura, pidió disculpas a su esposa y retomó la cena sin más explicaciones, motivo éste que instó a la mujer a encontrar algún tema mucho más grato para acompañar los postres.

Contrario a su propósito, el primer asunto que vino a su cabeza fue el de la sorpresiva muerte de los pájaros que había acontecido esa mañana, cuestión bastante desagradable que pretendió obviar en un primer momento y que ahora, sin proponérselo siquiera había vuelto a resurgir como excusa para desviar el tema de conversación.

Con bastante sorpresa la mujer escuchó las palabras que a propósito pronunció su marido. Luego de unos breves instantes de reflexión, con una mirada gélida e impiadosa que no le conocía, el hombre, masculló: - No hay que dramatizar, es la selección natural – para mejorar la especie es bueno que sobrevivan sólo los más aptos.


(continúa)

sábado, 25 de abril de 2009

UN “YO” CON TRAMPAS







Impiadosa necesidad

de ser y sentir

como la Naturaleza

no quiso que fuera.

Absurda realidad

que le devuelve el espejo

en lugar de reflejar

lo que en sus sueños

con insistencia quiere.

Argucias de pretender

y aparentar lo que no es

al tiempo de interpretar

esa ilusión, que por tesón,

hasta se hizo carne.

A riesgo de transitar

el camino sin salida

de quien no deja huella,

abandona detrás, sin mirar,

la identidad del que fue

- y ya no quiere ser -

prisionero de ese “yo”

que nació con trampas.



viernes, 24 de abril de 2009

PALABRAS SUELTAS






Tomo unas palabras,

las contemplo:

“juego”

“calma”

“niebla”

“viento”

…y con la inquietud

de saber de viaje

a las categóricas musas

no puedo hilvanar

los lazos

que estoy segura,

de haber estado,

ellas habrían dispuesto.


Nota:

siguiendo la inquietud de Alma, a ver cómo las enlaza cada uno!!





FANTOCHES (reedición)





 

Qué tristes,

lamentables fantoches,

los que gozan

con el dolor ajeno.

Tan poco

tienen para dar

que se conforman

con dañar a quien

sí tiene, y mucho,

en su haber

y su querer.

Pululan en las sombras

insignificantes

cual patéticos fantasmas

que aguardan,

resignados

descargar sus penas

disfrutando en cambio

provocar las de otros.

A todos ellos, farsantes

mi más profundo pésame.

Son ellos, los que muertos,

no disfrutan el vivir.

Se consuelan

simplemente

simulando

existir.