El portazo se escuchó hasta en la planta baja. Siempre hacía lo mismo cuando se enojaba sin motivo aparente. En realidad la bronca era más contra sí misma que contra su madre.
Si bien no compartía su forma de ser, casi entregada a la rutina en la que parecía querer protegerse, la quería mucho; aunque ella, su única hija, era muy distinta. La pasión y el entusiasmo que ponía en cada posibilidad que se le abría ante sus ojos eran contagiosos, pero a pesar de ello no conseguía arrancar de su madre una palabra franca de aliento sin reparos: siempre aparecían los “peros” y los “cuidado” que desde hacía un tiempo, le resultaban intolerables.
Con sus dieciocho años a cuesta pensaba que el futuro estaba en manos de quien se decidía a tomarlo, como una manzana madura que está en lo alto de una rama, esperando que alguien se decida a arrancarla. Se sentía fuerte, segura en sus convicciones, y la lastimaba esa constante indecisión por parte de su madre, esa duda permanente que limitaba cualquier impulso que quisiese asomar. Esa característica tan irritante se había acentuado desde que se había separado de su padre.
Si bien ella, como hija, había sufrido mucho por esa crisis que tuvo que enfrentar, había decidido no dejarse caer por la depresión ni el dolor. Su madre, en cambio, parecía cada vez más destruida y acobardada.
Quizás ese empeño de ver todo como un constante desafío, fuera una actitud propia de su juventud en rebeldía frente al conformismo de los mayores, así lo entendía; aunque también la exasperaba por otra parte, ese descontrol desmedido y el paso acelerado de la euforia al desinterés abúlico que solía encontrar en la mayoría de la gente de su edad. Por esa razón era quizás que no tenía muchos amigos, no era una persona solitaria ni introvertida, pero sí se consideraba muy selectiva en cuanto a sus afectos.
No se abría ante cualquiera. Sin ser desconfiada, creía que la conexión entre dos personas era una cualidad casi química que se daba de inmediato, y en caso contrario, para nada importaba el tiempo que se compartiera: si la magia no se había dado desde un principio, creía que no se daría nunca.
Con su madre la relación era buena, o por lo menos así había sido hasta ahora; de un tiempo a esta parte se alternaban los largos silencios sin palabras o el griterío con quejas sin motivos importantes. En esas circunstancias, como ahora, ella prefería salir a caminar sin rumbo, tratando de aclarar la mente y despejarse. Un reencuentro consigo misma del que regresaba casi siempre sin conflictos.
Esa mañana tenía simplemente ganas de sentarse al sol. Decidió de repente, faltar a clases, y sin pensarlo mucho, se desvió de su habitual camino para dirigirse hacia el parque cercano, cruzando la avenida.
El aire suave le despeinaba con tibieza su cabello, y ese gesto de la Naturaleza bastó para reconciliarla con la humanidad.
Intentando dejar las preocupaciones de lado se puso a observar a la gente que caminaba por los senderos, bajo los árboles enormes que refrescaban con su sombra la mañana de noviembre.
Pensaba en su madre, que joven aún, se había dejado vencer por la vida, limitándose a suspirar y ceder cuando se enteró que su marido pensaba abandonarla. Ella, pensaba, habría actuado diferente; habría luchado con uñas y dientes para defender lo que era suyo; su madre, en cambio, ni protestó cuando su padre se marchó casi sin dar explicaciones. Siempre le recriminó su falta de decisión frente a la adversidad, la creía una mujer casi sin carácter y siempre se prometía a sí misma que nunca ella sería así.
Consideraba que su fortaleza y convicción eran su mayor virtud. Creía en el amor, pero nunca lo había experimentado como lo soñaba. Muchas veces, al mirar las parejas que caminaban abrazados o se hacían arrumacos en los bancos de las plazas, había sentido celos. Se sentía sola, pero con una soledad profunda, no la que se siente por ejemplo las tardes de domingo después del almuerzo cuando uno se aburre mirando sin mirar alguna película vieja en televisión. La soledad que sentía en aquellas ocasiones era mucho más interna y preocupante; provenía de sus rincones más íntimos, de aquellos en donde guardaba sus secretos más sentidos, aquellos que no se había animado nunca a contarle a nadie.
Algo cansada por la caminata, casi sin mirar, sumergida en aquellos pensamientos, se sentó en un banco del parque, junto a una enredadera que perfumaba el aire con su dulzura de flores nuevas.
Entrecerró los ojos para concentrarse en aquel aroma, buscando averiguar a qué le hacía recordar. Al inspirar con delicia aquella fragancia, se renovó por dentro, y abriendo los ojos suavemente, dejó escapar una sonrisa.
En ese momento se dio cuenta que no estaba sola, a su lado se encontraba un hombre mayor que ella, joven aún y muy atractivo, que la miraba sin tapujos y marcadamente extasiado. Le sonrío y le sostuvo la mirada y de repente, extendió su mano regalándole la flor que tenía entre sus dedos.
La primera impresión fue de sorpresa, como si la hubiera descubierto en una situación muy íntima que la delataba sin pudores. Mientras aceptaba la flor, sintió que se sonrojaba y que sus ojos se encontraban con los de él en cálido acercamiento. Su corazón se aceleró sin aviso, poniendo en evidencia su torpeza. Aquel hombre había conseguido sin palabras derribar la aparente fortaleza y seguridad de su arrogante juventud.
¿Qué era lo que la atraía tanto?¿por qué se sentía tan turbada? Ella misma no podía responder aquellas preguntas que la desorientaban totalmente.
Se sintió extrañamente más niña y más mujer, todo mezclado, con la maravillosa sensación de que el mundo, en ese instante se volvía más hermoso y más bueno.
Nunca se había sentido así, sorprendida en su descuido por alguien extraño y a la vez casi conocido, con una profunda y dulce mirada color miel.
Sintió que todo a su alrededor se podía llegar a desplomar.
(continuará)
AQUI SE HUELE EL ROMANCE ,SEGURO.ESPERO QUE ACABE BIEN ESTA MAGNIFICA HISTORIA QUE ACABAS DE EMPEZAR..NO ME PIERDO EL SIGUIENTE CAPITULO.
ResponderEliminarMIL BESOS.
Mº JOSE
Hay que bonito!! a ver que pasa en el siguiente
ResponderEliminarHola Moni!
ResponderEliminarEn primer lugar, lamento mucho lo de Encuentros Virtuales. :-(
Esta entrada tiene lo que es común en tus relatos: engancha desde el primer párrafo.
Un beso grande!
Todas las personas no afrontan igual la misma situación.
ResponderEliminarSeguramente la edad y la experiencia hacen que veas la vida de sitinta manera, pero también el caracter.
En cuanto al amor, este surge de donde no se sabe, y puede que entonces empieces a entender la actitud de los demás con respecto a lo mismo...
Me entanta leer tus relatos!
Un beso
P
Como dice Penélope no todos enfrentamos igual los mismos problemas, todo consiste en comprender porque los demás lo hacen de distinta forma que nosotros.
ResponderEliminarEsperando segunda parte
QUE LINDO RELATO MONI, MUY ASI CO MO FAMILIAR DIGAMOS, CON ESA NOTA DE ROMANCE, DE ADOLESCENCIA, DE VIDA, ESA MEZCLA ENTRE EUFORIA Y NOSTALGIA, NO SE , ME GUSTA, Y ESPERO SU SEGUNDA PARTE¡¡
ResponderEliminarBESITOS EN ESTE DIA GRIS
Hay que empezar por el principio :)
ResponderEliminarÉsta primera parte me ha encantado, en el primer encuentro ha habido química, requisito imprescindible para ella.
Esto promete, así que me voy para la segunda parte.
Escibes muy bien Neo. Besos.