Me uno con este delirante texto a la convocatoria tan original que nos dejan nuestros amigos del blog Il Vici Solitari. Pasar por allí para leer todos los relatos.
UNA SILLA EN EL
SALÓN OVAL
Aquí se sienta el poder, en esta oficina oval tan mentada y temida. Ombligo
de las decisiones más importantes en esta parte del mundo que se la da de
civilizado y conciliador. Aunque a los
ojos del resto resultan ser tan arbitrario e irracional como todos los otros a
los que dice enfrentarse, los que aquí se sientan creen estar destinados a
torcer el rumbo de la historia, cocinando los destinos de millones que ni
siquiera les han votado. Pero extenderme en esas contradicciones es pretender ser
juez y no es esa mi parte.
Aquí sólo soy una pieza más dentro del cuidado equilibrio de las templanzas
que se requieren para los controlados juegos de quienes llevan sobre sus
hombros las más complicadas negociaciones. Mucho hay en danza aquí y por eso yo, pieza mínima
dentro de un mobiliario exquisito y refinado preparado al gusto del gobernante
de turno, paso a tener un rol fundamental del que nadie habla.
Camuflada en sincronía con mi cómoda contraparte dispuesta para el anfitrión,
en la esquina opuesta a dicho señoreaje mi presencia anuncia el respeto y la
equidad con la que el visitante suele ser recibido en medio de salutaciones
formales, sonrisas falsas y cámaras flasheantes dispuestas a inmortalizar el encuentro.
Frente a tanto despliegue -ya iniciada la fingida y distendida charla- el
eventual visitante se deja caer sobre mi aparente blandura como quien busca
refugio en medio de una tormenta a la que se intenta soportar estoicamente,
pero lejos de ser esa mi consigna, aquí me hallo para brindar una tarea mucho
más sutil y utilitaria.
Debajo del lujoso brocado de mi tapicería, resortes disimulados de rígida
estructura se van haciendo notar bajo las distinguidas nalgas del recién llegado
sin que el buen gusto le permita más reacción que la de ir intentando cambiar
de postura para equilibrar su humanidad. La difícil prueba de sobrevivir con elegancia
a la evidente incomodidad a la que es sometido va haciendo poner nervioso al
visitante quien poco a poco se va instalando en el borde de mi capcioso asiento,
ubicación sesgada que se interpreta como gesto de debilidad y sometimiento
frente al anfitrión que, en contraste, sigue expresándose cómodo y desinhibido sobre
mi gemela.
Al final de la diplomática contienda, el visitante ha dejado de centrarse
en el quid de la difícil negociación para la que ha sido convocado, totalmente sustraído
de los asuntos importantes gracias a mi ingeniosa
e insospechada intervención.