Esta nueva trilogía, inspirada en la película ”Il testimone dello sposo”, va a tener una particularidad: cuenta con tres finales distintos y optar por uno de ellos, justificando brevemente su elección, será parte de un juego al que les convoco a participar. Queda hecha la invitación. DE BLANCO Y SIN ILUSIÓN El día previo a su boda no lograba entender bien ni cómo ni cuánto iba a cambiar su vida a partir de ese momento. Sólo se preocupaba porque había engordado un poco y el vestido parecía quedarle demasiado ajustado. Por suerte su madre era muy hábil para aquellas cosas y consiguió adaptarlo sin problemas. Mientras le estaban dando los últimos retoques, seguía llegando la parentela. Desde los pueblos vecinos algunos, otros, hasta de la ciudad. Su familia era muy numerosa, descendiente de los primeros pobladores de aquellas colinas de olivares y viñedos. Gente toda de trabajo, que a fuerza de sacrificio y mucho amor por la tierra había logrado dejar huella en esa Italia tan pasional que se preparaba a recibir el nuevo siglo. Coincidente con su boda comenzaría el siglo XX, por lo que el festejo era más que especial. Se iniciaba una nueva era para ella, su familia y por qué no…para el mundo! La ansiedad lógica que toda novia siente previa a su casamiento, no había todavía logrado ubicarse en su alocada cabeza de muchachita que recién se abre a las responsabilidades de la vida. Ella hubiese preferido esperar algunos años más para casarse, pero la decisión de sus padres ya estaba tomada y era poco lo que ella podía hacer al respecto. El novio era casi de la edad de su madre, no se conocían mucho pero por lo menos aparentaba ser un hombre bueno y decidido, de carácter ya templado por la vida que, dada su fortuna, había disfrutado desde muy joven. Había entrado a la madurez desde hacía bastante y su deseo de formar una familia lo había decidido a pedir su mano la primavera pasada. Luego de que se lo presentaran, sus padres resolvieron que el compromiso se celebrase rápidamente y a los pocos meses, el matrimonio. Todo se había precipitado desde entonces sin que ella lo hubiera terminado de asimilar. Apenas tuvo tiempo que la mejor modista del pueblo le confeccionara su vestido, con un precioso encaje que el novio mandó a traer especialmente de Francia. Las últimas semanas se le pasaron volando, aprontando la casa para el gran festejo que su padre quería dar, como correspondía a una destacada familia de esa posición. Si bien sus amigas y primas seguían solteras y eran más jóvenes aún que ella, alguna información sobre su futura vida de mujer casada le llegó a través de su única hermana, que hacía tres años había contraído enlace con un contador de la ciudad, y allí vivían ambos, con sus pequeños hijos, a los que ella (tía tan inquieta como sus sobrinos) adoraba y mimaba cada vez que se visitaban. Aunque no pudo hablar mucho con ella, ya que su madre no las dejaba a solas en ninguna oportunidad, algún detalle de lo que implicaba la vida conyugal le había adelantado, tratando que la pobre no fuera al altar tan desinformada como lo había hecho ella misma. Por supuesto su madre le había hecho las advertencias de rigor sobre el papel que le cabe a una mujer decente dentro del matrimonio: la sumisión y el respeto al marido son virtudes muy valoradas en una esposa y sobre el resto de lo que implicaba ser una señora casada, sería su esposo quien se iría encargando de ponerla a tono con sus obligaciones maritales. Si bien ella no tenía gran idea de lo que eso significaba, su inocencia intacta de niña que apenas ha dejado sus muñecas no le reclamaba por ahora mayores aclaraciones, así que había decidido hacer lo de siempre: aceptar las indicaciones de sus padres y proceder con recato y buena disposición. La mañana tan ansiada llegó al fin, y un séquito de féminas bulliciosas y alborotadas -sus queridas primas- se peleaban por compartir con ella su último desayuno de soltera. Todas parecían estar más inquietas aún que la misma novia y las risitas nerviosas se sucedían en repetido ritual después de cada cuchicheo. Pasó rápidamente el almuerzo. Y llegó la hora de la siesta, la que su madre le obligó a dormir aunque no tuviese ganas, ya que su piel debería estar fresca y lozana para esa noche. De más está decir que no pudo ni descansar, apenas se entretuvo leyendo alguna que otra de su queridas novelitas rosas que escondía cuidadosamente de miradas indiscretas. En esas historias de vidas trágicas y amores imposibles las protagonistas luchaban pese a todos y contra todo para defender su amor, y los galanes, preferían morir antes que soportar una vida sin sus enamoradas. Aquellas páginas ya amarillentas en las que no hacía mucho, había descubierto el romanticismo y el amor ideal que sueña toda quinceañera, esa tarde se le antojaban descoloridas y sosas, como si el amor fuera algo lejano e inalcanzable, destinado sólo a ser excusa para publicar novelas que compraran muchachas soñadoras como había sido ella. La idea de casarse con alguien mucho mayor y que apenas conocía no le despertaba miedo ni tristeza, sólo le apagaba en su pecho esa luz de esperanza que alguna vez creyó tener en su corazón, hasta ayer creyente en amores tan maravillosos como los de sus novelas. Cuando llegó al fin la hora de aprontarse para la ceremonia, lejos de sentirse agitada y ansiosa, se sintió serenamente resignada. Se contempló en el espejo de la que hasta entonces había sido su habitación y no atinó a reconocerse. Parecía ser otra la que la contemplaba desde su reflejo, ataviada con aquel envidiable vestido de encaje francés y botones de perlas. No se veía como una novia radiante y feliz, esa que tantas veces había imaginado ser, como las protagonistas de sus novelas en los capítulos culminantes. Más bien se sentía como una muy recatada futura esposa, mujer sumisa y decente dispuesta a concretar lo que es deseable y conveniente que ella acepte: el inicio de una vida madura y estable asumiendo la responsabilidad social y moral que se espera de toda mujer que se respete, pidiéndole a Dios que la bendiga, tanto a ella, a su familia, su futuro marido y a los hijos que según sea su voluntad, Él dispusiera que tuviera. Contemplándose por última vez antes de salir hacia la Iglesia, dio gracias por ser tan afortunada, pudiendo hacer realidad tan dignamente lo que se esperaba de ella. Antes de subir al carruaje, en el vestíbulo de su casa, su madre la bendijo y la abrazó con real emoción y poniendo entre sus manos su más querida reliquia (un pequeño crucifijo de oro que le regalara su propia madre), sin mediar palabra, la despidió con un beso. (continuará) |
Buenos días,Moni..espero seguir la trilogia con la misma avidez que la de millenium.De momento,ella hace lo que sus padres dicen y lo que ocurría hace años en muchos sitios.rometo intentar seguirla y veremos el final que pongo....
ResponderEliminarMil besos cielo.:)MJ
jeje, original tu propuesta, aunque me da que será bastante difícil elegir uno. :)
ResponderEliminarUn abrazo y feliz día
Neo, se me hace que en la Italia de finales del diecinueve (por ahí va la época ¿no?)apenas habían avanzado desde la Italia del imperio, o peor, porque cuando Roma, la mujer tenía derecho al divorcio, al aborto, a métodos inticonceptivos.
ResponderEliminarAyyy, Neo de mi alma, la resignación de la niña me entristece, eran otros tiempos, lástima. Me has puesto la miel en la boca, a ves cómo continua.
Lo de los tres finales es excitante, costará decidir.
Te sigo, un bsito mañanero desde Andorra, natalí
La sumisión, a lo largo de la historia, nos la han querido vender a las mujeres como don o virtud. Las insumisas, pobres, eran como monstruos marginales.
ResponderEliminarHoy todavía son duramente castigadas, incluso con la muerte!!!
Afortunadmente para millones de mujeres, eso ya no se da.
Tu personaje me da penita, claro, tener que asumir un papel, en lugar de gozar del sentimiento...
Permanecemos atentos a tu página!!! Jajajaja!
Un besito
Lala
Que linda foto!
ResponderEliminarPobre chica, cuantos de estos casos debe haber habido eh?
Debió haber armado tremendo despelote como Felicitas Guerrero (ahora me entró la duda de si era Felicitas, bué ...) y negarse, pero no era lo común. En general se aceptaba la voluntad de los padres.
Un beso vecina =P
Distintos son los amores y cada época ha tenido sus prioridades. Rara vez podemos elegir por nosotros mismos y, aún así, dependemos tanto del hambre como del placer. La niña, la protagonista, unida al río como gota que era, ¿qué iba hacer?, dejarse arrastrar por la corriente. Allá al final, en la desembocadura, nos igualamos todos, es más, incluso nos echan esa sal que de jóvenes no encontramos en el río.
ResponderEliminarBikiños
Creas una atmósfera tan mágica... tan tangible!
ResponderEliminarSaludos y un besazo!
El primer capítulo es un ejemplo de sumisión , muy propio de la época.
ResponderEliminarYa veremos...
Me quedo esperando.
Un abrazo.
Ella parece estar casi gustosamente resiganada.
ResponderEliminarVeremos.
Besos.
Bonita iniciativa la que nos propones. Tomo nota, jejeje.
ResponderEliminarCreo que eran tristes esos compromisos por obligación o casi obligación y la subjugación de las mujeres a el hombre. Por suerte, los tiempos siguen cambiando, aunque queda mucho por hacer todavía.
Saludos.
Me gusta tu propuesta, me parece muy original, me espero, me espero.
ResponderEliminarPor ahora me está dando una pena tremenda de ver tanta sumisión, lo que le espera es una sorpresa, vamos a ver que ocurre. Lo de tres finales distintos ufff, lo pones difícil. Besitos.
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