
UN EXTRAÑO SORTILEGIO
Así, en ese juego de sutiles reflejos, las dos lunas lograron sumirlo en extraño embrujo, cálido, placentero, atemporal, melancólico y envolvente. En blando estado de somnolencia aquel hombre taciturno y solitario logró traspasar el marco de flores talladas perdiéndose entre los límites del tiempo, espacio y reflejos, y así transportado se halló con la absoluta certeza de estar y no ser visto en aquella lejana tierra de sus ancestros, en otros años, entre otras tristezas… Desde un ángulo que no podía ser real, el hombre lograba ver ahora a otros hombres. Uno, el más joven, era alto, no demasiado corpulento, con cierto parecido a él mismo que lo hizo intuir que se trataba de alguien de su sangre. No comprendió bien cuál fue el dato que lo corroboró, pero tuvo la certeza que se trataba de su propio abuelo, aquel que no alcanzó a conocer, ese que vino a estas tierras desde lejos, con su joven esposa y dos pequeños. Más tarde luego de haber cruzado el Atlántico, les nació otra hija, esa que muchos años después sería su propia madre y que sin haber conocido la tierra de sus ancestros siempre supo que la nostalgia hacia aquellos rincones habitaría en ella para siempre. El otro de los hombres, mucho más viejo, apenas podía moverse. Postrado en un camastro, iluminado su rostro cansado por la tenue luz de una vela, sabía que estaba próximo a morir y con la convicción de quien no tiene más tiempo, le encomienda a su hijo el lugar preciso en donde quiere ser enterrado. Será bajo un viejo olivo, ese que su padre plantara, allá lejos, en otro siglo, cuando con sus propias manos sacó una a una las piedras de su pedazo de tierra y allí se decidió a vivir, a sembrar, a criar a sus hijos, a soñar…y también a morir. El hombre más joven sabe que no es mucho el tiempo que le resta. Le sostiene la mano con infinita tristeza. No sólo porque intuye que pronto su padre va a morir, sino porque también comprende que no estará allí para llevarle flores a su tumba cuando llegue la primavera. El hambre y la guerra lo apremian y pronto deberá partir intentando alcanzar un sueño. Un mundo nuevo lo espera y ese otro, el tan amado, quedará atrás para siempre. Sus tierras, sus padres, su historia, su vida, sus amigos, su lugar, sus costumbres…todo deberá dejar, llevando sólo una esperanza, su mujer, sus hijos y apenas algún recuerdo. Cuando el sol sale nuevamente en el horizonte espejado, el viejo ya ha cerrado para siempre sus ojos. El más joven, ahoga entre lágrimas su despedida. Desde su privilegiado sitio de testigo sin tiempo, logrando sentir y comprender toda la angustia y el miedo de los otros como si fuera propio, el futuro nieto observa el pasado de su abuelo con la nitidez con la que se enmarca aquella lejana realidad dentro de la luna mágica del espejo. Atado a dos polvorientas valijas, embalado entre cuatro maderas, el espejo tallado acompaña a los desterrados en su travesía, símbolo espejado de alguna vieja quimera, el espejo cruza poblados, ríos y océano para llegar después de meses hasta la que fuera la tierra prometida. En aquellos primeros años el espejo cuelga sobre un muro descascarado, lujo impensado entre las paredes de un pobre conventillo de aquella extraña ciudad arcana y cenicienta. En su reflejo se trasluce el esfuerzo, las angustias, las injusticias, los sueños, las promesas incumplidas. También se van mostrando los primeros logros, el trabajo pago, los primeros ahorros, la certeza de lo que es posible. Espejados en la luna de reflejos los hijos van creciendo, las canas ennoblecen, los sueños se concretan, las paredes ya son propias, el horizonte se va ensanchando. Mudanza tras mudanza el espejo acompaña y atesora cada una de los momentos de las vidas sufridas y soñadas de aquella gente… y los hijos ya no son inmigrantes, son ahora hombres y mujeres arraigados en aquellas tierras. Se establecen, crecen, ganan y pierden, son parte viva en los sueños, de los que están, de los que se han quedado y de los que están por nacer. El tiempo se desliza sin su acostumbrado ritmo dentro del espejo y los años se trastocan y se vuelven instantes y la historia de la sangre se muestra breve, auténtica, vigorosa…y el hombre se presiente ya fuera de aquel áureo mundo intemporal de reflejos contenidos y se emociona, se conduele, se nutre, se instruye en el pasado vivo de su historia esa que por mucho tiempo, por menosprecio, desapego, negligencia, egoísmo, impiedad o ignorancia, olvidó y enterró en algún sustrato nimio de su persona, dejando a un lado y reemplazando lo importante por lo urgente. En un rincón anónimo y gris habían quedado los nombres, las historias, las palabras, los sueños, los compromisos, las miradas, el esfuerzo, las angustias, las hazañas, las alegrías de aquellos hombres y mujeres que habían luchado por él y su propia historia…y gracias a aquella magia atrapada y ahora liberada del espejo, sus recuerdos salían a la luz, para infundirle orgullo, ganas, nuevos rumbos, esperanzas…Un pasado y un porvenir. Sumergido aún por el encanto de las dos lunas el hombre contempla el fulgor redescubierto de la noche, que se abre ante él como una gran promesa, un infinito horizonte que le propone que lo recorra, lo perciba, lo disfrute minuto a minuto, porque la memoria de los que fueron y ya no están, lo amerita…y el futuro de los que aún no son, si hacemos lo posible …sin dudas, lo llegará a merecer.
(fin)
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